Memorias de Zolst - 12 - La Gruta.

Donde nuestro protagonista descubre algunos de los trapos más sucios de la sociedad zolstiana gracias a sus nuevas amistades.

Se recomienda encarecidamente leer los episodios anteriores pues estos relatos se continúan de manera directa y se hacen menciones constantes a personajes y eventos que se presentaron o sucedieron en partes previas. Como siempre, muchísimas gracias por vuestras opiniones y comentarios. Son de gran ayuda para progresar la historia sin volverme loco del todo.


Mis investigaciones en la Isla de Zok se habían terminado antes de lo previsto durante mi plan de viaje y apenas habían pasado dos días cuando ya estaba desembarcando en el puerto de Homst y dejando atrás aquella chalupa maloliente y aquella isla condenada al fracaso llena de esclavas frustradas sexualmente. Sin embargo, iba a retrasar en un día mi vuelta a la capital pues mi nuevo amigo Heinrich había insistido en que lo acompañase. No me suponía ningún problema pues Heinrich Von Ristoffen era un hombre inmensamente rico y poderoso en todo el Imperio, lo que no era impedimento para que gozase también de una conversación erudita y una cultura abrumadora en toda clase de temas históricos y militares. Sin duda el haber estado presente en los principales acontecimientos históricos de la nación de los últimos 50 años le daban una perspectiva única y ese detalle era una inmensa mina de oro para un historiador como yo. Habíamos hecho muy buenas migas en la isla y me tuve que emplear a fondo en aquella amistosa competición de potencia sexual que habíamos celebrado el primer día durante nuestro accidentado encuentro. Nueve esclavas fueron penetradas por delante y por detrás de forma simultánea y con gran ímpetu hasta que el veterano general decidió tirar la toalla y ahorrarme una fortuna en destilados y licores.

Heinrich había insistido en que le acompañase en su viaje de vuelta a la capital. Ya que me dirigía en la misma dirección no tuve problemas en dejar descansar a mi caballo y viajar con él en su cómoda carroza que permitía continuar las conversaciones, la bebida y las risas. Creo que mi honestidad le resultaba refrescante, acostumbrado a lidiar con lo que él llamaba “la casta de los lameculos de la corte imperial”. Y no tardó en sacar un tema que normalmente me resultaba incómodo hasta cuando lo sacaban mis padres.

  • Decidme, Valentin ¿a qué se debe esa urgencia por volver a casa? ¿Acaso os esperan en el hogar una rubia de pechos turgentes y un par de retoños?

  • Me temo que aún no estoy casado, estimado Heinrich. De momento mi único compromiso es con mi trabajo y con mi país. Temo que aún no he encontrado a la mujer adecuada.

  • ¿Y qué me decís entonces sobre esa encantadora muchacha morena que sacasteis de Asteria para entrenarla en el Descanso de Winford bajo estrictas órdenes de que respetasen su virginidad?

Me atraganté, tosí y casi me ahogo mientras manchaba mi abrigo y la tapicería de mi asiento con un excelente rosado de la temporada pasada. ¿Como demonios podía haberse enterado de mi relación con Sonia Banche y además con tanto detalle? Apenas lo conocía desde hace dos días. Saqué un pañuelo para limpiar un poco aquel estropicio entre excusas con la esperanza de que aquel escándalo hiciese olvidar el tema pero no tuve tanta suerte.

  • No os preocupéis, buen Valentin, vuestros asuntos de cama están seguros conmigo. Creedme que he guardado secretos de estado mucho más embarazosos. Pero recordad quién soy y no subestiméis nuestros servicios de inteligencia. No habíamos empezado a follarnos a la tercera esclava cuando ya había solicitado a mis ayudantes que os investigasen para ver si realmente erais quien decíais. Afortunadamente, sois transparente como un cristal bien templado. Incluso la situación de esa chica está regularizada legalmente, por insólita que sea. Lo que os hace aún más valioso a mis ojos. Pero habladme de la chica Blanche, prefiero escucharos a vos que a uno de mis espías.

Menos mal que Von Ristoffen había decidido no hurgar demasiado en mis asuntos. La situación legal de Sonia era legal pero por muy poquito. Además, sabía perfectamente que había más de un alto noble al que había contrariado por alejarla de su influencia. En especial, tenía la seguridad de que cierta hija del Barón Von Windaria clavaba alfileres todas las noches en los ojos de un muñeco bastante parecido a mi esbelta figura.

  • Bueno, Sonia es una chica maravillosa, eso os lo puedo asegurar. Es atenta, es solícita, tiene una sonrisa que te cura el alma y en la cama siempre se muestra extremadamente complaciente. Pero reconozco que tengo con ella sensaciones enfrentadas. Por una parte quiero protegerla, quiero cuidar de ella, quiero tenerla a mi lado y no soportaría la idea de ver como otra persona fornica por ella. Pero tampoco puedo engañarme: esos no son los sentimientos que despierta una amante, es como si la viese más como una mascota. No encuentro placer intelectual en ella y cuando me mira a los ojos veo devoción, no amor. Temo que la educación zolstiana me tiene demasiado acostumbrado a colocarme en una situación de completo dominio sobre la mujer; no me encuentro cómodo en igualdad pero la sumisión completa no me llena. Esa es la paradoja que me atormenta y probablemente vaya a morir en soltería… con una joven estupenda mamándomela en mi lecho de muerte sin duda – bromeé.

  • Valentin, sois joven pero tenéis la mente despierta. No os engañaré, mi matrimonio no ha sido tampoco un camino fácil. La maldición de todo zolstiano casado es descubrir en su noche de bodas que su esposa disfruta mucho más con una Lengua femenina comiéndole el coño durante horas que con su miembro viril. Y os confesaré una cosa: mi vida sexual con Helena duró un año escaso y eso que llevo casado con ella cuarenta. Llegamos al consenso de que ella haría la vista gorda con las esclavas y yo con sus juegos orales con la doncella. Lo único que lamento es no haber tenido descendencia aunque eso me ha permitido servir mejor a mi Emperador y mi país.

  • Ya que estamos de confidencias, estimado Heinrich ¿vais a explicarme vuestra insistencia en que os acompañase y me aproveche descaradamente de vuestra magnífica bodega portátil? No solo eso sino que además nos hemos desviado del camino. Nos dirigimos en dirección a la cordillera del León en vez de a la capital. Es un sitio estupendo para respirar aire puro y cazar corzos, pero poco más.

Aquel imponente anciano se rió de buena gana – Vuestro sentido de la observación sigue siendo magnífico. Permitidme mantener la intriga un poco más, llegaremos dentro de poco pues hay algo que deseo enseñaros. Mientras tanto, creo que deberíamos despejar un poco nuestras cabezas con algo del pan y queso que debería haber detrás de esas botellas vacías.

Dos horas más tarde me encontraba completamente perdido. Habíamos subido un puerto de montaña, desviado por dos calzadas muy secundarias y hacía una hora que no veía ningún signo de civilización. Finalmente nos detuvimos frente a lo que parecía un pequeño claro frente a una mina abandonada. Heinrich me indicó que lo siguiese y nos introdujimos en la mina donde a escasos metros de la entrada una sólida puerta de madera y metal sellaba la cavidad. El general golpeó varias veces la recia madera reforzada, en distintos puntos y con un ritmo concreto. Segundos más tarde la puerta se abría mínimamente, verificaba la identidad de aquel que llamaba y se abría completamente revelando a cuatro soldados totalmente armados que guardaban el interior y saludaban a mi amigo. Heinrich saludó a cada uno de los soldados por su nombre de manera afable y se interesó por su estado de salud, sus esposas e hijos o hermanos. Era increíble ver como aquel general retirado mantenía la lealtad de las tropas desde las más altas instancias a la soldadesca. No era de extrañar que aquellos hombres estuviesen dispuestos a morir por él. Me pidió que le acompañase y a los pocos metros vimos un montacargas que no tardamos en ocupar. Heinrich me miró antes de accionar el botón de bajada.

  • Valentin, lo que voy a enseñarte es secreto de estado y no es apto para melindrosos o débiles de estómago. Sé perfectamente que no lo sois, pero tengo que preguntaros antes si confiais en mí.

  • Absolutamente, Heinrich. Os conozco como militar y como persona. Podéis contar con mi discreción.

-Muy bien – y pulsó el botón.

Dos minutos más tarde el montacargas se paraba en lo que parecía el final de un largo pasillo excavado en la roca. Debíamos tener un mínimo de cincuenta metros de montaña por encima de las cabezas y agradecí mentalmente no haber sufrido nunca claustrofobia. El pasillo donde nos encontrábamos tenía puertas a cada lado, todas cerradas. Del interior se oían gritos ahogados.

  • Esto, querido Valentin, es la Instalación Especial de Seguridad e Inteligencia del Ejercito de Zolst número 32 o la Gruta, para abreviar. No son más de treinta las personas que conocen su existencia en todo el Imperio incluidos los que trabajan aquí. Desde estas instalaciones se han ganado guerras, se han evitado atentados y en general, les debemos toda la seguridad de la frontera este. Quiero que lo tengas muy en cuenta. - me dijo en tono muy serio antes de abrir la primera puerta,

En el interior había no menos de diez mujeres de raza élfica encadenadas a la pared con los brazos en alto. Todas estaban completamente desnudas, lucían collar de esclava y sus largas orejas habían sido perforadas inmisericordemente con piercings de arete. Heinrich se acercó a una de ellas, una belleza de largo pelo gris estropeada por la suciedad, el sudor pegajoso y los dioses saben cuantos más fluidos tendría pegados a la piel. Apestaba a orina propia y no tan propia.

  • Todas estas zorras que ves aquí y las que verás en toda la Gruta son espías que nos mandan los jodidos reinos élficos del este. Cazamos unas cinco o seis al año, las interrogamos acá y terminamos encontrando diez o doce más. Los muy imbéciles siguen enviando mujeres porque se camuflan mejor que sus machos larguiruchos. Tarde o temprano terminan delatándose, bien sea porque no pueden dejar atrás sus costumbres o porque se niegan a comer carne. Estas instalaciones existen en exclusiva para interrogar a todas estas espías y averiguar cuánto saben.

Me llamaba la atención la manera en la que el carismático anciano había desprovisto a su voz de cualquier tipo de emoción. Sabía que toda la instalación era moralmente reprobable, pero no podía negar su utilidad ni su necesidad. Apretó con fuerza el pezón de la cautiva y esta se quejó débilmente.

  • Según llegan las hipersensibilizamos como hacemos con las elfas que mandamos a las casas de placer pero en vez de follarlas las torturamos. Con todos los nervios alterados es más sencillo quebrarlas. La única regla es no dañar nada de manera permanente ya que una vez que les sacamos todo lo que saben son material muy valioso para burdeles militares. Con su aguante físico y sin envejecer una de estas puede ser el juguete sexual con el que se alivie todo un regimiento durante años y años. Yo mismo regalé a tres de estas conejas al 349 de Caballería Karsiana después de su gloriosa y suicida carga contra los lanceros de Kronn hace seis años. Todavía mantienen la tradición de “los mejores primero” de los viernes. Aquellos soldados que logran las mejores puntuaciones en los entrenamientos son los que se las follan al anochecer del viernes, cuando aún están limpias y perfumadas mientras que los perezosos se encuentran con que si quieren echar un polvo tienen que meterla en agujeros que antes han recibido el semen de cincuenta pollas. Su competencia militar durante los entrenamientos resulta modélica.

Salimos de aquella habitación y entramos en la siguiente, donde se oían gritos aún más fuertes. En el interior, una elfa de larga melena negra se retorcía sentada encima de un caballete triangular. El vientre, espalda, piernas y pechos mostraban marcas recientes de fustazos, aunque no era esa la fuente de su dolor. El borde afilado del triángulo de madera se introducía profundamente en el sexo de la elfa torturando los labios vaginales y exponiendo de forma obscena el clítoris hinchado de sangre. El sádico interrogador había atado a sus piernas separadas y extendidas un par de cubos medio llenos de agua aumentando el peso a soportar por la entrepierna de la infeliz. Ahora mismo estaba sentado al lado del caballete leyendo un libro, aunque se levantó y saludó a Heinrich según entrábamos.

  • Como puedes ver, estimado Valentin, tenemos que ser cuidadosos. No es sencillo provocar un dolor intenso que obligue a hablar sin provocar daños permanentes. Claro, podríamos agarrar un martillo e ir quebrando los dedos de pies y manos uno a uno, pero con eso solo conseguiríamos que nos jurase que el sol sale por el norte con tal de que cesase su dolor. Muchas de ellas están entrenadas para soportar interrogatorios por lo que también usamos mucha de la farmacopea que se usa en las casas de placer para romper esas defensas. Maese Hoff, recuerdo que la última vez que le vi en acción me habló de cierto procedimiento que estaba imaginando que incluía agujas ¿ha logrado algún avance al respecto?.

  • Ahh, mi señor Von Richtoffen, por supuesto. Hace maravillas, se lo aseguro. Tengo a una así en la sala contigua, si me acompañan… - dijo el menudo y servil interrogador mientras nos señalaba la puerta y se dirigió una última vez antes de cerrar - Volveré en dos horas, bonita. Espero que para entonces tengas más ganas de contarme cosas interesantes…

La habitación donde acabábamos de entrar estaba presidida por una enorme cruz de San Andrés en la que estaba atada en X otra esclava élfica. Sus largas orejas lucían cuatro aretes en cada lóbulo por lo que imaginé que un simple roce con una pluma por sus pechos bastaría para provocar un intenso orgasmo y probablemente incontinencia. Tenía dos agujas de buen tamaño profundamente introducidas en sus pechos a través de los pezones y una gran cantidad de agujas más pequeña y finas distribuidas por su vientre, sus labios vaginales, sus brazos y piernas y parte de los hombros. El tal maese Hoff se frotaba las manos mientras empezaba a describirnos la escena.

  • Aquí tenemos una esclava que ha demostrado tener una destacable resistencia mental a los interrogatorios habituales. No me pregunten su nombre, todas tienen unos absurdos nombres élficos largos como meses sin paga. La verdad, esta zorra no sé si sería así de guarra de nacimiento o los sucesivos piercings en las orejas la han vuelto loca pero ni las presiones ni las inmersiones ni los enemas parecen afectarla mucho así que hemos optado por el miedo. Con el nivel de hipersensibilidad que tiene ahora mismo, cada uno de estos alfileres debe dolerle como una espada clavada en su vientre pero aun así no canta. Así que lo que vamos a hacer es usar estas pinzas para unir las agujas de sus pechos a estas hermosas cadenas. ¿Ven como brillan? Es plata de la buena, tuvimos que rellenar un centenar de solicitudes y acompañarlas con varios secretos de estado élficos para que nos las proporcionaran. Son una auténtica belleza. ¿Y qué hacemos ahora? Pues simplemente acercamos este brasero bien lleno de ardientes tizones y las echamos dentro. El calor empezará a transmitirse con bastante velocidad gracias a la plata y la esclava empezará a notar una tremenda sensación de ardor en el mismo centro de sus pechos. Podrá ir viendo como poco a poco la cadena se va poniendo al rojo y ese color va subiendo del brasero a sus pechos mientras la sensación de calor aumenta y va colapsando sus pulmones y mandando terribles señales a su corazón. Ya no tenemos ninguna duda de que nos contará todo lo que sabe, lo único que queda por decidir es si hablará a tiempo de poder desenganchar las pinzas y que esto no empiece a oler a asado.

En verdad, dudaba mucho que fuesen a llegar a extremos de mutilación ya que estaba prohibido, pero estaba claro que todo aquello era puro teatro para infligir a la esclava un miedo cerval a ser asada viva desde sus entrañas. No estaba mal pensado en absoluto, aquella gente conocía como hacer su trabajo. Decidí añadir un pequeño detalle: - Decidme, maese Hoff ¿no sería mejor para que la esclava pudiese hablar que primero le retiraseis la mordaza de la boca? Veo complicado que pueda confesar algo si no puede pronunciar palabra.

  • No os preocupéis, mi señor. Dejaré que empiece a notar un poco el calor antes de quitar la mordaza. Las primeras partes suelen ser insultos, promesas de venganza y mentiras así que me las ahorro. Cuando están de verdad acojonadas es cuando puede uno fiarse de lo que dicen pues tienen muy poco tiempo para hablar.

Tenía todo el sentido, por mucho que me pesase. Aquello era inmoral, iba en contra de los derechos humanos fundamentales y los dioses saben cuantas cosas más, pero lo que no podía negarse era su cruda efectividad a la hora de mantener la Seguridad Nacional. Heinrich me hizo un gesto para que le acompañase al pasillo y dejase a Hoff con sus carbones, sus cadenas y la joven que se estremecía atada a la cruz. Caminamos en silencio durante unos minutos por el pasillo central hasta lo más profundo de la instalación para detenernos finalmente en una celda excavada en la piedra con una pared de barrotes y una figura desnuda tumbada al fondo sobre un camastro. Era indudablemente femenina y temblaba cada pocos instantes.

  • Complacedme una última vez hoy, Valentin. Dejad que disfrute de ese agudo sentido de la observación que tenéis. Decidme ¿qué es lo que veis?

Pasé mis buenos dos minutos examinando aquello que veía antes de empezar a hablar. Tampoco podía verse mucho pues se tapaba con jirones de manta, pero lo que podía ver resultaba fascinante por sí solo.

  • Si te soy sincero, Heinrich, creo que estoy viendo a una elfa, pero todo lo que veo está mal. Las elfas suelen tener unas orejas largas y estrechas que se extienden más de un palmo en perpendicular a su cráneo. Las de este espécimen son bastante triangulares y no llegan al palmo. Los elfos solo tienen dos colores de pelo: negro como el carbón para los comunes y gris plata para los lunares, pero esta es de un rubio dorado. Las pieles de los elfos suelen ser pálidas, pero esta goza de un saludable tono moreno totalmente imposible en estas profundidades ya que dudo que haya visto la luz del sol desde hace mucho. Está delgada, pero carece de la longitud de extremidades acostumbrada en los elfos. No tengo ni idea de porqué se estremece cada poco tiempo, parece que sintiese dolor pero no parece haber sufrido ninguna tortura últimamente. Lleva collar de esclava, pero le falta de todo, desde piercings en las orejas que solo le veo uno hasta el tatuaje de esclavitud. Hasta tiene las tetas pequeñas, algo inconcebible en una elfa y para muestra todas las que tienes acá. Es como si estuviese viendo el dibujo de un niño sobre como sería un elfo según ha leído en algún semanario infantil de historietas…

Heinrich parecía compungido mientras me contestaba y se mesaba la barba. La miraba con añoranza, como recordando tiempos pasados.

  • Lo que estás viendo, amigo mío, es un extraño milagro de la naturaleza. Hay casos documentados de descendencia entre humanos y elfas, pero el más reciente es de hace más de trescientos años… hasta ahora. Es una rosa azul, ni sabemos cuando vivirá ni como se desarrollaráen el futuro; tiene el cuerpo de una adolescente de quince años pero si nos medimos por nuestros propios esquemas no tiene ni diez. Nadie le enseñó a hablar pero al año dialogaba con los celadores, claro que ya caminaba y tenía esa estatura a los nueve meses. Su sistema nervioso está completamente loco: le pusimos el primer piercing y desde entonces en cuanto algo roza su piel siente como si le acercasen un hierro al rojo. Así no vale como esclava sexual y obviamente tampoco le podemos sacar nada de información porque no conoce otra cosa que no sea esta celda. Lo único que aprendimos es que las semielfas pueden comer carne sin mayor problema: es un tabú cultural más que una verdadera intolerancia de su sistema digestivo.

  • ¿Eso es una semielfa? ¿El producto de la unión entre una elfa y un humano? Es un ser prácticamente mítico. En Scholam Medicae estarían dispuestos a matar por poder examinar un espécimen así.

  • En verdad, preferiría un destino mejor para ella. Podría ser perfectamente hija mía, o de Hoff, o de cualquiera de los guardias de arriba o los celadores. Aquella fue una noche de locos, nos habíamos quedado bloqueados por la nieve y llevábamos ya dos semanas confinados, cazando corzos para sobrevivir. Bebíamos para mitigar el frío y estábamos todos muy borrachos. Aquella elfa de tetas preciosas pasó por las manos de todos varias veces en una sola noche. A la semana tenía el vientre hinchado completamente y Hoff se pensaba que alguien se había pasado con los enemas con ella. Cuando dos semanas más tarde dio a luz no dábamos crédito. No sabíamos qué hacer con ella, aunque teóricamente es tan zolstiana como tú o yo pero carece de cualquier derecho.

  • ¿Qué fue de la madre?

  • Murió a los dos días de dar a luz. Se apagó como si hubiese gastado toda su vitalidad en alumbrar aquel bebé que nos maravillaba a todos. Pagué a un buen médico para que la reconociese y no fue capaz de encontrar sentido a la mitad de lo que veía. Desde entonces lleva aquí. Un celador trató de ponerle los piercings de las orejas para que al menos nos valiese como esclava propia de la Gruta, pero solamente logró empeorar las cosas.

  • Sin duda es un caso extraño y fascinante.

  • No te falta razón. Por eso he pensado que me gustaría que te la quedases.

Parpadeé confundido. ¿Qué iba a hacer yo con algo así? Es más ¿qué podría hacer cualquier persona con algo así aparte de donarlo a la ciencia y salir corriendo en dirección contraria?

  • Heinrich, me parece que no te sigo…

  • Quiero que te la lleves de aquí, que vea un poco de sol y tenga algo parecido a una vida. Puede ser que se muera pasado mañana o puede que nos entierre a todos. Tómala como esclava sexual o edúcala para que sea tu bibliotecaria. Si no cumple puedes conservarla como criada y que te limpie la casa o regalarla a tu chica Blanche para que le coma el coño a media tarde todos los días. Haz que cuide tus caballos o que te riegue el jardín. Haz con ella lo que mejor te parezca, siempre será mejor que continuar aquí abajo. Confío en tu buen juicio. Ah, y no te preocupes por la Scholam Medicae, el Barón Von Wyndaria o por cualquier otro lameculos. Si algún chupatintas osa poner un dedo encima tuya o de los tuyos, pasará lo poco que le reste de vida entre atroces dolores. Esa es una promesa que puedo hacer y pienso honrar.

Era evidente que no iba a aceptar un no por respuesta. Bueno, la verdad es que mi nueva casa era demasiado grande y quizás lograría sacar algo en claro de todo aquello. Simplemente contar con la protección de Heinrich Von Richtoffen era prácticamente un seguro de vida y además, aquel viejo general me caía bien. Creo que aquello le pesaba en el corazón y puede que le concediese cierto alivio. Le miré a los ojos.

  • Señor, os juro que trataré de darle una vida adecuada, dure lo que los dioses quieran que dure. Y quiero que conste que no entiendo esto como una obligación, sino como un regalo sincero que conlleva una responsabilidad. Espero estar a la altura de lo que esperáis de mí, sea lo que sea.

  • Sé que lo haréis mejor que nadie, Valentin. Daré orden de que la preparen para viajar y mis hombres os llevarán directamente a la capital. Yo tengo aún una semana de trabajo por delante en la Gruta así que aún tardaremos un poco en vernos de nuevo.

Apenas treinta minutos más tarde volvía a estar sentado en el suntuoso carromato en el que habíamos venido, salvo que ahora en vez de tener a mi derecha un héroe del Imperio tenía a una asustada y temblorosa muchacha envuelta en mantas de lana de oveja que me miraba aterrada con sus grandes ojos de color miel. En mi defensa, he de decir que yo no era la causa principal de su terror sino que parecía sufrir un comprensible caso de agorafobia. Era la primera vez en su vida y jamás había visto el exterior, el sotobosque, los cielos abiertos o una pareja de caballos. Si no hubiese estado atada se habría tirado al suelo del carromato. La miré tratando de parecer amistoso.

  • Hola, mi nombre es Valentin Kronor. ¿Cómo te encuentras?

Me miró como un polluelo miraría a la serpiente que acaba de colarse en su nido.

  • Me-Me dijeron que tenía que llamaros amo. ¿He hecho algo mal? ¿Me vais a castigar por ello?

  • No, no te voy a castigar porque no has hecho nada mal. Ya llegaremos a lo de amo, vamos a ir paso a paso. Estás temblando, por eso te preguntaba qué tal te encontrabas. ¿Tienes frío?

  • ¿Qu-qué es tener frío?

  • Cuando sientes que el cuerpo se mueve solo y parece que tienes agujas por todo el cuerpo y querrías cubrirte entera con seis mantas como la que llevas.

  • Me he sentido así casi todo el tiempo. A veces me dejaban un brasero y entonces estaba bien, pero eran pocas veces.

  • Bueno, vamos a tratar de cambiar eso. Creo que si te abrazase te sentirías mal ¿verdad?

  • Cuando l-los amos me rodean con sus brazos y me abren las piernas y y se meten en m-mi interior me siento muy mal. Duele todo, es horrible.

  • De momento no quiero meterme en tu interior, puedes estar tranquila. Se me ocurre que en vez de tocarte yo quizás podrías probar a apoyarte tú en mi costado, como si fuese una almohada. Así notarías menos los baches y pasarías mejor el viaje. ¿Quieres probar?

Sin decir nada se acercó muy cautelosamente y apoyó primero su hombro y luego la cabeza en mi hombro. Lo hizo muy despacio, como si esperase que en cualquier momento fuese a atacarla. Era como un animal terriblemente asustado. Al rato noté como aquella cabecita rubia empezaba a relajarse ligeramente.

  • ¿Y bien? ¿Estás mejor ahora?

  • Sí. Me duele menos todo. Oléis bien, no como los celadores. Sois cálido. ¿Puedo quedarme así?

  • Claro que puedes quedarte así. Por cierto, no me has dicho aún tu nombre.

  • Nunca he tenido nombre. Creo que soy sesenta, porque estaba en la celda sesenta. Algunos me llamaban perra o zorra, pero eso se lo llamaban también a otras chicas.

  • ¿Sesenta, eh? En zolstiano antiguo, sesenta se pronuncia shiasentum. ¿Te gustaría llamarte Shia?

-Me encantaría llamarme Shia, amo.

Continuará...