Memorias de Zolst - 11 - La isla de Zok.

Donde nuestro protagonista visita una remota isla, conoce sus variados placeres y descubre un nuevo amigo.

Como siempre, recomiendo encarecidamente leer los anteriores episodios pues este relato tiene una continuidad y se hacen continuas menciones a personajes, eventos y lugares descritos en anteriores episodios. Muchas gracias por vuestros amables comentarios via web o por correo, realmente me han dado una mejor situación para encaminar esta historia hacia su final.


Asomaban por el horizonte los primeros rayos de sol de aquella mañana de finales de verano cuando yo, Valentin Kronor, historiador y erudito por la gracia de nuestro Emperador Ioannes Rahid Strockheim XVI, embarcaba rumbo a una no muy conocida isla del extremo sur del Imperio Zolst. El capitán del navío (por llamarlo de alguna manera, pues aquello era una chalupa mohosa a la que no habría subido jamás de no estar obligado) me indicó que tardaríamos unas cuatro horas en llegar así que disponía de tiempo para pensar y ordenar mis notas.

Había pasado ya casi año y medio desde que, recién licenciado de la Scholam Politicae, había recibido el encargo de realizar una memoria oficial sobre los usos y costumbres del Imperio. Dado que la nuestra es una sociedad próspera basada en un sistema esclavista perfectamente regulado dicha memoria serviría tanto como repositorio de nuestra cultura diaria como muestra de como nos las gastamos a todas aquellas necias naciones que osaban atacarnos. Aunque al principio la enormidad de la tarea me había supuesto no pocos quebraderos de cabeza, no tardé en desarrollar una metodología de trabajo eficaz que me permitiese describir de manera prolija y precisa las vidas diarias y quehaceres de aquellos sometidos a la esclavitud en el Imperio. Muy en especial las internas en Casas de Placer que se recibían como tributos anuales desde aquellos países derrotados y anexionados al Imperio. Año y medio de viajar en condiciones precarias, meterme en más de un lío con gobernadores provinciales y políticos locales, entrevistar a toda clase de muchachas en las condiciones más insólitas así como a sus celadores, médicos, administradores, proveedores, clientes y toda clase de gentes de todos los estratos sociales desde la alta nobleza al lumpen más miserable.

Al final la cosa no había salido mal, no podía negarlo. El primer tomo abarcaba más de 300 páginas que se leían del tirón y había resultado un éxito espectacular. El Ministerio de Exteriores estaba muy satisfecho y se me había recompensado generosamente además de encargarme un segundo tomo que cubriese las provincias más exteriores y sitios aún más recónditos. Por supuesto no podía negarme aunque el cheque de anticipo que acompañaba la petición formal era más que jugoso. Sabía de buena tinta que más de uno y dos de los más importante cargos del ministerio se habían hecho con una copia de mis escritos para usarlos a modo de guía de Casas de Placer de la nación y que organizaban sus viajes de trabajo teniendo muy en cuenta mis escritos "para sus ratos libres". Por mi parte, mis andanzas me habían proporcionado a Sonia, mi encantadora esclava personal a la que había salvado de servir durante toda su vida en una de las peores casas de placer de la capital y había entrado a mi servicio a petición de su propio padre. El haber participado en su largo entrenamiento había sido una experiencia increíblemente constructiva y placentera para ambos a todos los niveles. Ella había descubierto su sexualidad y su verdadera vocación y yo había descubierto en ella a alguien que poco a poco se había convertido en imprescindible en mi vida diaria. No lo catalogaría como amor puesto que no creía que realmente fuese amor una relación basada en el dominio de una parte sobre la otra; pero Sonia se había convertido en una parte muy especial de mi vida y era para mí más una follaamiga entrañable que una esclava sumisa. Dicho esto, nuestras sesiones de sexo eran increíbles y podía contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que me lo había pasado mejor con alguien que no fuese ella. Sonia siempre se mostraba extremadamente complaciente e imaginativa a la hora de explorar nuevos modos de pasarlo bien. Esto era un aspecto de su personalidad que me encantaba pues sabía perfectamente que Sonia alcanzaba hermosos orgasmos por su propia iniciativa, sin fingir y sin recurrir a la amplia farmacia de estimulantes con los que se solía saturar a las esclavas zolstianas.

Cierto era que nuestra relación era socialmente insólita ya que las esclavas personales eran algo extremadamente raro y empezaba a hartarme de las miradas envidiosas que nos lanzaban mis muy cotillas vecinos cuando ambos salíamos a pasear y ella lucía satisfecha su collar de esclavitud del que colgaba una brillante placa con mi nombre. Esa era la principal razón por la un mes atrás que había invertido la mayor parte de mis ahorros en una encantadora villa campestre bien comunicada pero lo bastante apartada para librarme de vecinos incómodos. Había hecho algunas modificaciones en el edificio original que incluían una gran biblioteca como siempre había deseado tener, unas caballerizas bien dotadas y un par de caprichos que le había concedido a Sonia. Dichos caprichos incluían una habitación para almacenar en exclusiva su creciente colección de trajes de criada (un fetiche suyo tardíamente descubierto pero que la excitaba sobremanera) y un amplio sótano donde acomodar una mazmorra llena de instrumentos de disciplina para poder jugar y educar sin que tuviésemos que recurrir a mordazas por gritar muy alto y molestar al vecindario. La semana de la inauguración fue una de las mejores de mi vida, alternando limpieza y colocación de muebles con sexo en cualquier parte y posición. Jamás habría pensado que estrenaría la nueva mesa de mi despacho poniendo encima de ella a Sonia y follándomela a cuatro patas.

Pero el deber era el deber y tenía que continuar mi tarea por incómoda que me resultase la idea de dejar atrás a mi esclava durante semanas o meses. Había dejado a Sonia al cuidado de mi buen amigo el médico Ivor Bogan y me había lanzado a los caminos con renovada energía para empezar correctamente el nuevo libro. El siguiente punto de mi investigación me llevaba a los calurosos límites sureños del imperio, donde el Mar de Hannen baña las costas y los residentes disfrutan de unas envidiables temperaturas durante la mayor parte del año. No era extraño que algunos miembros de la alta nobleza escogiesen aquellas costas para edificar sus casas de verano o inclusos sus retiros de vejez. Sin embargo sí era extraña la situación de la isla de Zok, donde existían unas instalaciones catalogadas como Casa de Placer pero la isla entera estaba marcada como reserva natural y su acceso estaba restringido a permiso del Gobernador Provincial. Me había costado una semana entera de papeleo el lograr los permisos correspondientes para subirme a aquella cáscara de nuez en la que me encontraba y sinceramente, esperaba que hubiese valido la pena.

Cuatro horas después de zarpar llegábamos al puerto de la Isla de Zok, si es que se le podía llamar así ya que apenas era una lengua de cemento que se introducía unos metros en el mar. Allí me esperaba un hombrecillo moreno y rechoncho que se identificó como Hans y que no parecía tener muchas ganas de hablar.

  • ¡Bienvenido, bienvenido! El señor Kronor ¿verdad? Bienvenido a la Isla de Zok. ¡Veo que viene ligero de equipaje, eso está muy bien! Así no hará falta que avise para que le lleven las maletas. ¿Planea quedarse mucho tiempo? Permita que le diga que es raro que acudan huéspedes a estas alturas del año, ahora mismo estamos bajo mínimos.

  • Espero quedarme unos tres o cuatro días, lo suficiente como para completar mi investigación sobre esta institución. Como ya sabrá, tengo muchas preguntas al respecto y agradecería toda su colaboración.

  • Por eso no habrá problema, pero yo estoy acabando mi turno y tengo que fichar. Llamaré a alguna de estas putillas para que le informe, pueden darle la misma información que le pueda dar yo.

Pues sí que empezábamos bien. El que se suponía que iba a ser mi guía estaba deseando largarse y dejarme plantado en mitad de aquella playa. Traté de no poner los ojos en blanco y contesté lo más calmadamente posible.

  • Si una de las esclavas va a hacerme de guía, le ruego que sea una interna con gusto por la charla. He venido a hacer entrevistas, no a interrogar esclavas atadas a un potro con una fusta y carbones ardiendo.

  • ¡Oh, no se preocupe! Si quiere hacer eso también les encanta. Estoy viendo allá a Koko, esa es muy sociable. ¡Eh, Koko, ven para acá! ¡Vamos, mueve ese culo escuchimizado que tienes para algo más que para fornicar! Bien, este es el señor Kronor, obedécele en todo lo que te diga o pasarás una semana atada a una palmera y sólo podrás aliviarte frotándote contra la corteza ¿entendido?

Y sin mediar más palabras el tal Hans se dio la vuelta y se marchó hacia unos edificios cercanos, probablemente en busca del fin de su jornada y marcharse a su casa. Resultaba evidente que aquel tipo no era más que otro funcionario colocado allá por nepotismo y que no iba a mover un dedo para ayudarme. Me volví hacia la esclava a la que acababan de asignarle su tarea y pude examinarla de arriba abajo. Aquella muchacha era bajita y bastante delgada, no podía hacer mucho tiempo que había superado la mayoría de edad y su rostro era agradable sin resultar de una belleza espectacular. Poseía unos ojos de color azul despiertos y vivaces, empañados con retazos de una lujuria ardiente que no se molestaba en disimular. Sus pechos no eran de un tamaño descomunal, pero en su pequeña figura destacaban de manera incitante. Vestía un curioso conjunto que podría hacerse pasar por traje de baño; un pedazo de tela blanca brillante que se ataba a las anillas que tenía en los pezones formando una V cuyo vértice cubría su sexo. No tenía tela por la parte de atrás, pero al ver mi cara de extrañeza se volvió y separando con las manos sus carrillos del trasero pude ver que la tela se sujetaba al estar atada a un tapón anal firmemente introducido en el recto de la chica. Por supuesto llevaba en el cuello su reglamentario collar, esta vez en un vistoso cuero también blanco. El tatuaje de esclavitud asomaba por los lados de la tela que apenas cubría su vientre, perfectamente reconocible en sus vivos colores. Calzaba unas encantadoras sandalias de tacón altísimo y llevaba a modo de cinturón una fina cadena dorada alrededor de su cintura. De dicha cadena colgaban a su derecha un conjunto de falos de madera tallada, dilatadores, bolas anales y pinzas listos para ser usados. Decidí guardar las formas clásicas y enganché mi correa en la anilla de su collar para cumplir la tradicional ceremonia de establecimiento de posiciones. En ese momento noté que su pelo recogido en una recatada coleta a un lado de su cuello era de un lustroso color castaño además de sus ojos azules clásicos del imperio, pero toda su constitución física era típica de los reinos del Este.

  • Koko ¿verdad? ¿Eres de alguno de los reinos del este y te mandaron como tributo?

  • No, señor. Mi madre sí lo era, botín de primera hornada tras la guerra. Por lo visto mi padre la usó antes de que le proporcionasen los anticonceptivos obligatorios para las esclavas así que para cuando mi madre llegó a la capital del imperio para su entrenamiento ya estaba preñada de cuatro meses. Se decidió que yo también sería esclava cuando creciese así que podríamos decir que me quitaron de la boca el biberón y me pusieron la polla de un celador. Es broma, por supuesto. Creo que perdí la virginidad a los catorce o a los quince, no estoy muy segura. Llevo aquí ya tres años.

  • Muy bien. ¿Y como funciona todo esto? Porque de momento lo único que veo es mar, una playa y nosotros dos. No se parece mucho a las casas de placer que he estado visitando durante mis viajes.

  • Demos un paseo y podré ir contestando sus preguntas por detalle. Por lo que sé, la isla de Zok es un proyecto que comenzó hará unos treinta años, una casa de placer un tanto atípica para todos los nobles pasados de años y militares retirados que se mudan a estas costas tan cálidas. La idea era crear un resort veraniego en el que absolutamente todo estuviese gestionado por esclavas. ¿Las chicas que se cruza por la calle? ¿La camarera que le sirve una copa? ¿La criada que le cambia las sábanas en la cama? Todas serían esclavas entrenadas, dispuestas y complacientes listas para recibir el afecto de sus amos en cualquier momento.

  • Se me ocurren un montón de cosas que podrían fallar en todo ese plan. Para empezar, la cantidad de personal necesario.

  • Por supuesto, para que pudiese funcionar la cantidad de esclavas necesaria esmuy alta. Creo que los planes iniciales hablaban de 15 esclavas por visitante y se llegó a tener más de 300 chicas simultáneamente. Pronto se vio que el proyecto era descabellado y decidió reducirse la escala y ceñirse a una clientela más selecta. Ahora mismo estamos en la isla 50 chicas, y usted es el quinto visitante que tenemos. Eso sin contar al imbécil de Hans, que solo es peso muerto.

  • Veo que no le tienes mucha simpatía...

  • He crecido en Casas de Placer, bien acompañando a mi madre o ya como esclava en plenas funciones. Un celador debe inspirar temor y respeto a las esclavas. Debe resultar físicamente intimidante pues es el administrador de disciplina y debe ser también capaz de recompensar a las esclavas que van más allá del deber. Hans es tan vago que nunca castiga porque le supone esfuerzo físico; nos deja atadas sin poder masturbarnos y cuando se acuerda nos suelta. Tiene un pene minúsculo y además es egoísta. Se conforma con una mamada por las mañanas y otra por las noches, tampoco comparte el placer con nosotras. SI no estuviésemos donde estamos, ya estaría colgado ahorcado de cualquier palmera.

  • No seré yo quien te quite la razón, pero tendrás que reconocer que desde mi punto de vista resulta bastante sorprendente escuchar hablar así a una esclava. Si estuviésemos en la capital ya te habrían destinado a cualquier letrina pública para que limpiases con la lengua los culos de aquellos que pasaran por allí. Me estás despertando una curiosidad importante.

  • Si me permite la informalidad, amo, el problema de todo este chiringuito es la manera en la que está organizado. Si decides tener una proporción de diez esclavas por cada amo no se puede imponer a las esclavas el Tatuaje de Esclavitud porque les creas un ansia de sexo imposible de satisfacer. El tatuaje está pensado para mantener en forma a esclavas que tienen que satisfacer veinte hombres al día. Si tienes diez esclavas en celo por huésped no existe semental en todo el imperio capaz de satisfacerlas a todas. Por eso aquí la disciplina es muy laxa: las chicas se levantan, cumplen con sus tareas, miran por si alguno de los huéspedes va a escogerlas hoy y en caso contrario se juntan en grupos de dos o de tres en tres para entregarse al placer lésbico y calmar un poco el ansia. Cuando llega la hora de cenar nos lanzamos como tiburones sobre los cuencos de pasta proteínica mezclada con semen ya que es la única manera de reponer los nutrientes que no podemos ingerir por vía de los amos.

  • Por lo que me cuentas, esclava Koko, este tinglado tiene toda la pinta de ser una mala idea que llegó demasiado lejos y que ahora nadie se atreve a cerrar por miedo a que tal escándalo se haga famoso. Sin embargo, ha seguido recibiendo gente ya que hay varios huéspedes ahora mismo aparte de mí y no estamos en temporada alta.

  • Los demás huéspedes son viejos conocidos: políticos y militares muy entrados en años que viven en la costa y se niegan a cerrarse la bragueta a pesar de su edad. No rinden nada en la cama, pero si acudiesen a una casa de placer normal serían el hazmerreír de toda la comarca. Por eso vienen acá ya que saben que lo que pasa en esta isla se queda en esta isla. Por cierto, señor Kronor, usted parece bastante joven y atlético. Se va a hacer popular en poquísimo tiempo en cuanto empiece a correr la voz. ¿No querría usarme un par de veces o tres antes de que hermosas jovencitas empiecen a colgarse de su cuello? Le aseguro que se lo haré pasar fenomenal.

  • No lo descarto para el futuro, pero antes prefiero recabar un poco más de información. Piensa que voy a quedarme tres días así que cuando mejor me expliques todo antes acabaré de escribir y podré dedicarme a asuntos más carnales. Si tan a disgusto estáis las esclavas ¿como es que ninguna piensa en huir o rebelarse?

  • Que estemos locas por el sexo no significa que seamos estúpidas, señor. Estamos a cuatro horas de la costa en barco, más de nueve horas a nado en mar abierto. Si no nos matase el agotamiento o las corrientes nos daríamos la vuelta porque no aguantamos nueve horas sin sexo de algún tipo. No podemos ocultarnos en la barca que nos trae los huéspedes porque ya ha visto el pedazo de chatarra que es. Y si montásemos una rebelión las autoridades no tendrían más que cortarnos los suministros de comida y esperar a ver lo que nos mataba antes: el hambre o la falta de semen. Esta no es una isla auto suficiente pero salir de ella no es nada fácil.

  • Entiendo. ¿Hay algún trapo sucio más que quieras airear sobre la isla de Zok antes de que vaya en busca de un opíparo almuerzo y después me dedique a buscar usos creativos para todo ese arsenal que llevas colgando de la cadera?

  • Le recomiendo que vaya a la Cantina Medianoche antes que al restaurante si busca buena comida. La lleva Elena, una chica que sirvió como cocinera y criada en la casa de unos nobles antes de que le tocase ser tributo de guerra. Tiene unas manos increíbles para la comida y unas tetas increíbles para todo lo demás. Puede hacer la sobremesa allí mismo, Aya es una magnífica barista que le preparará unos cafés y tés magníficos para bajar la comida. Es una esclava con un sentido del gusto superior y le aseguro que degustar uno de sus cafés estimulantes mientras ella le realiza una felación es una de las mejores experiencias de la isla. Se lo digo por experiencia, Aya siempre tiene a una cola de chicas detrás deseosas de cumplir cualquier favor que les pida a cambio de una buena comida de coño. Para más sugerencias tendrá que darme más pistas sobre sus preferencias: si le gustan amantes del placer o del dolor, si prefiere penetrar a las chicas por delante o por detrás, si le gusta el sexo en grupo o en pareja... Vaya, aquella que viene corriendo es Mila ¿porqué tendrá tanta prisa?

Efectivamente, hacia nosotros se dirigía a toda carrera una esclava alta y pelirroja completamente desnuda con la expresión desencajada y tremendamente asustada. Venía gritando pero no era capaz de entender sus palabras hasta que se puso a nuestra altura y empezó a hablar atropelladamente.

  • Koko, por favor ¡el médico! ¡Tenemos que llamar al médico! El señor... el huésped que estaba conmigo hoy... ¡se ahoga! ¡Tenemos que avisarlo de inmediato!

  • Pero Mila, sabes que el médico viene una vez por semana, aunque lo llamásemos tardaría al menos ocho horas en llegar. ¿Donde está tu huésped?

  • ¡En el porche! ¡Deprisa!

En apenas un minuto alcanzamos el lugar mencionado. Efectivamente, tirado en dicho porche se encontraba un señor mayor derrumbado en el suelo y agitándose débilmente. Sus facciones nobles estaban desencajadas y nos miraba fíjamente boqueando como un pez fuera del agua mientras su rostro empezaba a pasar del rojo al azul. A su lado había un gran vaso volcado de Bahia Dorada, un popular coctel a base de destilado blanco y zumo de cítricos adornado con…

  • ¡Rápido, Koko, ayúdame a ponerlo erguido! ¡Sujeta sus piernas para que no se muevan! Señor, le pido disculpas si le hago daño pero voy a tratar de salvarlo y le aseguro que mi intención no es meterle mano.

Dicho esto, me arrodillé a sus espaldas, rodeé con mis brazos su diafragma, me sujeté fuerte la muñeca izquierda con el puño derecho y de manera súbita presioné muy fuerte hacia mí y hacia arriba. El hombre dio una arcada, dos, gimió y escupió una rodaja de naranja casi entera. Se derrumbó sin fuerzas y empezó a respirar haciendo un ruido comparable al de una cafetera en ebullición. Lo había salvado, pero por los pelos. Esperé un minuto mientras el hombre resollaba y recuperaba el aliento y cuando resultaba evidente que ya había pasado el mal trago me dispuse a marcharme. Le di un par de palmaditas en el hombro mientras me levantaba.

  • Bueno, caballero, me alegro de haber sido de ayuda. Haga que traigan al médico para que le eche una ojeada por si acaso, cuídese y disfrute de unas agradables vacaciones.

Pensaba irme, pero el anciano allí tirado me sujetó la pernera del pantalón indicándome que no me fuese. Tomó un par de tragos largos del vaso de agua que le había traído la pelirroja y me indicó que me sentase. Después comenzó a hablar con voz profunda con alguna tos intercalada.

  • ¡Voto a bríos, joven! ¡Acabáis de salvarme la vida y pretendéis marcharos sin siquiera decirme vuestro nombre! ¿Pretendéis dejarme sin honor aparte de sin estómago?

Me reí de buena gana – Lamento haberos facilitado una tarde de calambres, pero era eso o abriros la garganta con un cuchillo para que entrase aire. Mi nombre es Valentin Kronor, historiador imperial a vuestro servicio.

  • Me alegro que vuestros conocimientos vayan más allá de los libros de crónicas, maese Kronor. Por la cuenta que me ha traído. Os debo la vida. Soy Heinrich Hussenfal Von Ristoffen, archiduque de Unfallia, al vuestro.

Aquel anciano de voz profunda me había tendido la mano para estrechármela mientras sonreía, pero yo tenía la impresión de que se habían intercambiado nuestros papeles y ahora era yo quien boqueaba como pez fuera del agua. Me medio recompuse y respondí a su apretón de manos mientras tartamudeaba algo parecido a una respuesta. Entre la urgencia de la situación y que jamás lo habría imaginado en camisa de algodón y pantalón corto era normal que no lo hubiese reconocido. Heinrich Von Ristoffen, apodado El Pilar del Imperio, había sido compañero de batallas del difunto emperador en su juventud y después maestro de armas, mentor y confidente del actual emperador. A pesar de sus setenta y cuatro años se mantenía en una forma estupenda, una figura digna de admiración marcial cuando desfilaba ataviado con su imponente armadura de color rojo arcilla y su famoso casco con cuernos de toro. Se había ido retirando progresivamente de los estamentos de poder, pero seguía siendo el hombre de mayor confianza del emperador y todos los grandes generales le profesaban un respeto reverencial bien merecido. Era sin lugar a dudas el segundo hombre más poderoso del Imperio, solo medio escalón por debajo del propio Emperador.

Y aquel héroe del Imperio me estaba ofreciendo asiento a su lado y compartir unas copas en el porche de un desvencijado apartamento playero. Me iba a costar no parecer un imbécil redomado.

  • Os pido disculpas por mi descaro, Excelencia, no os había reconocido.

  • Y menos mal que no me reconocisteis, maese Kronor. Si fueseis uno de esos arribistas de la corte imperial me habríais exigido cargos o riquezas antes de auxiliarme. Y de haber sido un pusilánime os habríais quedado paralizado pidiéndome permiso para ponerme la mano encima. Vos visteis a un compatriota en necesidad y lo ayudasteis sin pedir nada a cambio. Os habéis comportado como un verdadero ejemplo de nuestros valores nacionales y por ello qué menos que invitaros a un trago. Disculpad mis maneras, nunca he sido un hombre de modales, he pasado toda mi vida en ambientes marciales.

  • Excelencia, alguien de vuestra altura y vuestros logros podría llamar inútiles descerebrados a toda la nación menos al amado Emperador y nadie osaría llevaros la contraria. Yo simplemente hice lo que era necesario en el momento de necesidad.

  • Tonterías, he visto a recios guerreros palidecer ante la idea de ayudarme durante el afeitado. Y dejad eso de excelencia pues somos dos desconocidos que hemos venido a esta isla a disfrutar del tiempo, el ocio y las encantadoras señoritas. Guapas ¿podríais traernos algo de beber? En vaso grande. Uno para Valentin y otro para mí.

Las dos esclavas solícitamente se levantaron y se dirigieron hacia lo que parecían unos chiringuitos a medio kilómetro de distancia. Me divirtió comprobar como, una vez era seguro que nadie iba a morirse, aquellas dos volvían a estar plenamente excitadas vistas las gotas de flojo vaginal que relucían en sus muslos al caminar. Me volví hacia el anciano con una sonrisa:

  • Me va a costar horrores llamaros Heinrich, pero que no se diga que me rindo fácilmente.

  • Mucho mejor, Valentin. No he recorrido mil kilómetros huyendo de la corte y sus pompas para reencontrarlas aquí. Disfruto mucho de las conversaciones honestas y habéis despertado mi curiosidad. ¿Qué hace un historiador como vos en este retiro para viejas glorias? Si queríais disfrutar de un montón de tetas bonitas sin duda cualquier casa de placer de la capital os habría sacado del apuro.

  • Me temo que vengo por trabajo. Soy el encargado de realizar una memoria sobre los usos y costumbres del imperio relativos a las costumbres sociales y sexuales y recorro casas de placer de todo tipo. También entrevisto a los responsables y a las esclavas que ofician allí, sus orígenes y su vida diaria. No es el trabajo más elegante que pueda imaginar pero me ha permitido conocer a gente de todo tipo… y vos sois la última prueba de ello.

  • ¡Sois el autor de ese condenado libro! Qué feliz coincidencia, voy a tener que dar gracias a los Dioses por casi morir asfixiado. Valentin, me debéis tres cuartas partes de mi Estado Mayor de los Ejércitos. Desde que vuestra puñetera Memoria empezó a popularizarse tengo a la mayoría de los generales planificando sus vacaciones como colegialas antes de su primer baile. Se me escapan de las reuniones de control para viajar en busca de las más complacientes esclavas. ¿No estaréis pensando en una segunda parte?

  • Si os soy sincero, no estaba pensada pero el Ministerio me la encargó en cuanto entregué el primer manuscrito. Traté de escribir una obra deliberadamente monótona y documental, nada interesante de leer. Jamás habría imaginado que se haría famosa entre tan altas instancias.

  • Demonios, Valentin, no seáis tan inocente. Escribís sobre los mejores coños que se pueden follar en todo el imperio, de las más sedientas gargantas que llenar y los más estrechos culos que perforar. Habría que ser un invertido para no encontrar interés en vuestros escritos. Yo sigo acudiendo a la isla por nostalgia, si os soy sincero. Fue una idea del propio Shaddam VII y siempre lamenté que no saliese bien. Vengo un par de veces al año, me tomo unos cuantos Bahías Doradas y recuerdo los tiempos cuando tenía el vigor para trabajarme a seis de estas putitas puestas en fila.

  • Os prometo que no es adulación, pero no me parece que estéis en baja forma física precisamente. Estaría dispuesto a apostarme la cena de esta noche a que yo, siendo un ratón de biblioteca, no soy capaz de batir en un duelo de aguante sexual contra el legendario Pilar del Imperio.

  • Jajaja no me habría ganado ese nombre si renunciase a los desafíos, pero la apuesta está mal planteada. Permitid que la rehaga: nos iremos follando chicas de manera simultánea, así cada uno podrá comprobar que nadie finge y el que antes no sea capaz de mantenerse erecto pagará los vinos de la cena. Yo escojo la esclava y vos escogéis agujero preferido.

Aquello podía ponerse realmente interesante. Heinrich Von Ristoffen era famoso por su capacidad de trasegar bebida como si fuese agua y por tumbar bebiendo a generales treinta años más jóvenes. Si no me empleaba al máximo la visita podía costarme fácilmente el sueldo de dos meses… y antes de irme Sonia me había estado hablando sobre unos preciosos y muy reveladores vestidos de criada que estaba deseando añadir a su colección. No iba a fastidiarme la espalda como la última vez, pero parece que me tocaba sudar la camiseta.

  • Muy bien, Heinrich, estas son mis condiciones: vos disfrutaréis de las complacientes señoritas por su coño, dejad que sea yo quien las posea por su culo, prometed por el honor de la nación que no tocaréis el mío y podremos disfrutar ambos de una competición que haga temblar los mismos cielos.

  • ¡Un hombre de cultura! Bien sabéis que nuestras esclavas son más disfrutables por detrás que por delante al tener que entrenar su agujero todos los días con devoción y cuidado. Ah, aquí vuelven las encantadoras señoritas con nuestras bebidas. Koko, Mila, vuestra sola visión es una alegría para nuestros ojos. ¿Que tal si extendéis esa alegría con vuestras bocas acá abajo?

Sin mostrar la más mínima sorpresa, ambas esclavas sonrieron y se arrodillaron frente a nosotros para a continuación bajarnos los pantalones y empezar una solícita mamada con ganas. Pude ver como Koko se iba desenganchando su particular vestimenta de los piercings de sus pezones para luego sacarse discretamente del culo el enganche que mantenía todo aquello sin caerse y quedar completamente desnuda y accesible. Tomé un trago del cóctel que nos habían traído y efectivamente, era excelente. En cambio, me sorprendí llegando a la conclusión de que la felación no era tan buena como uno podría pensar. La clasificaría como competente, sin más. Koko quería complacer a su macho para que le diesen unas buenas embestidas después y calmar sus ansias inducidas pero era evidente que le faltaba práctica. Algo lógico por otra parte, entre la poca cantidad de gente que acudía a la isla y la competencia entre esclavas era difícil que practicase mucho su arte. Sorprendido, pude comprobar como se había corrido la voz de que había nuevos visitantes pues no habían pasado tres minutos desde el comienzo de la sesión oral cuando ya teníamos a tres chicas alrededor masturbándose furiosamente y rogándonos que las eligiésemos a ellas a continuación. Segundos antes de correrme en la boca de aquella joven tan necesitada de un amo, pensé que probablemente todas aquellas esclavas serían mucho más felices si las destinasen a otras casas de placer más frecuentadas. Tendría que hablar sobre ello con mi nuevo amigo…

Continuará...