Memorias de una viciosa (Introducción)
Me llamo Ana, soy una viciosa empedernida, y esta es mi historia.
Me llamo Ana, y soy una viciosa empedernida.
Todo empezó un día de otoño, estaba sola en casa, mis amigas habían acudido a un evento aburrido, en el que no me apetecía estar en absoluto.
Navegué por internet sin descanso, visitando diversas páginas porno, y masturbándome de cuando en cuando. Hasta que llegué a una página que no esperaba encontrar...
"¿Quieres ser la mejor amante? No lo dudes, llámanos. Te aseguramos que serás la mejor. Lilith."
No lo dudé ni un segundo, marqué el número, y me mantuve a la espera:
-¿Dígame?
-¿Lilith? Hola, acabo de ver tu anuncio, y estaría interesada.
-Bien... ¿Estarías dispuesta a todo?
Ahí admito que me quedé de piedra... ¿A qué se refería con eso?
-Ehm... Bueno, supongo que sí.
-¿Tienes algún problema en acudir esta misma tarde a mi despacho?
-Sí.
-Excelente. ¿Cuál es tu nombre?
-Ana.
-Perfecto, Ana. Esta tarde a las siete en la dirección que te dará ahora mi secretaria. Sé puntual, y, sobre todo... Ven sin ropa interior.
-¿Sin ropa interior?
Un hormigueo se me instaló en el bajo vientre. Mis piernas amenazaban con aflojarse.
-Exactamente.
Mis dedos recorrieron mi estómago, imaginando las miradas de los transeúntes. Imaginando que, de algún modo, sabrían que no llevaría ropa interior. Imaginando miradas lascivas allá donde pasase. Mis dedos terminaron, inevitablemente, en mi coño, que acariciaron lentamente. Solté un gemido. Lilith lo escuchó.
-¿Ana?
-¿Sí? - Instintivamente, saqué los dedos de mis braguitas. Seguramente, Lilith habría notado de algún modo, que me estaba masturbando.
-Sé puntual.
-Así será.
Cuando la secretaria me dio la dirección, colgué el teléfono, y, sudando, me dejé caer en el suelo; miré al techo, pensando en lo que acababa de pasar. ¿De verdad iba a acudir allí? ¿Sin ropa interior? ¿Con las miradas fijas en mi, mientras paseaba? Comencé a excitarme de nuevo.
Me levanté la camiseta, dejando mis tetas libres, y comencé a pellizcarlas, imaginando como me miraba la gente. Miradas viciosas que me calentarían.
Imaginé un callejón, un hombre me observaba, mientras me agachaba para orinar. Sin apartar su mirada de mi, se sacaba la polla, y comenzaba a masturbarse. Mi mirada, dirigida a su dura polla, que no cesaba de mover. Termino de mear, me pongo en pie, y me acerco para verla de cerca. Me observa sin decir nada. Me agacho, y la llevo a mi boca. El hombre gime. Una mano, acaricia sus huevos, mientras, la otra, se mete en mi coño. Gime, noto que está a punto. Le miro a los ojos. Se va a correr, lo noto.
-Zorra - Le oigo decir.
Me aparto, la saco de mi boca, y la masturbo sin contemplaciones.
-Me corro.
Y lo hace, llenando mi cara de caliente esperma que resbala hasta mi cuello.
Abrí los ojos. Estaba en casa de nuevo, el teléfono inalámbrico, tirado en un rincón, mis pezones erectos, y mis dedos, mojadisimos.