Memorias de una TV

Los recuerdos de las glorias pasadas de una traviesa que ya está en el final de su vida.

MEMORIAS DE UNA TV

(PRIMERA PARTE)

Los recuerdos de las glorias pasadas de una traviesa que ya está en el final de su vida.

Tal vez se estarán preguntando de qué se trata todo esto. Quizás ni yo misma lo sé. Ya estoy prácticamente al final de mi vida, tengo casi 70 años y sólo me resta esperar que la muerte se acuerde de mí. Mi cuerpo se encuentra muy enfermo,sería más fácil preguntar qué enfermedad no tengo. La mayoría de ellas son producto de todos los excesos cometidos durante mi vida. Algunos, los menos, por necesidad, los otros simplemente por placer. Injusta seria si me quejara. Viví plenamente la vida, no hubo experiencia que no probara. Así que cuando finalmente me vaya de este mundo lo haré satisfecha. Viví según mis propios cánones. ¿Por qué he decidido contarles mi vida? ¡Muy simple! Siento que me queda poco y tal vez para alguien puedan ser de provecho mis vivencias.

Mi infancia fue como la de cualquier niño. Siempre fui algo delicado y mis intereses no eran os mismos que los niños de edad. Me sentía más pleno estando entre las niñas, lo cual hacía que más de alguna vez fuera objeto de burlas. Mi madre era casada en segundas nupcias. No tuvo hijos con mi padrastro. El era un hombre autoritario y muy dado a sus ideas. Le relación con mi madre no era del todo buena, agravado por la situación de no poder darle hijos. Le fue infiel numerosas veces y no se preocupaba de disimularlo. Debido a problemas cardiacos, ella falleció cuando yo tenía aproximadamente 12 años. Nunca se peocupó demasiado de mí y más de alguna vez me trató de afeminado. Sin mi madre mi vida se tornó muy solitaria y triste. Mi padrastro llegaba en la noche y hacia como si yo no existiera, salvo para atenderlo en algo. Los fines de semana solia quedarse en casa, andaba todo el día semidesnudo y a veces sin nada. Para mí ya era una costumbre verlo así. No se podía negar que tenía un físico impresionante, muy velludo. Su verga era larga y gruesa, muy bien proporcionada.

Un día estaba tirado en el sillón comletamente desnudo, su verga erecta era impresionante. Me llamó la atención y no odía dejar de mirarla con mucho disimulo. No sé cómo pero me sorprendió. Su voz retumbó como un trueno: -"¿Qué estás mirando, maricón? ¿Acaso te gusta mi pija?" y si esperar respuesta se contestaba a sí mismo: -"¡Siiiiiii! ¡Parece que sí!" – se sentó en el sillón quedando de frente a mí. –"¡Acércate!" – me dijo en forma muy autoritaria. Le obedecí. –"¡Vamos! ¡Tócala! Siente la dureza de mi verga." - Temeroso estiré la mano ylo toqué tímidamente. Era tan gruesa, que apenas podía cerrar mi mano alrededor de ella. –"Sigue...sigue..." – me decía. -¡Así, de esta manera!" – dijo tomando mi mano para enseñarme cómo masturbarlo mejor. –"Parece que tienes vocación para maricón – dijo - ¿te gusta?" – Res´pondí que sí. –"Ya me parecía... ya me parecía..." Y tomando mi mano me hacía llevar el ritmo que deseaba. –"Esto vas a tener que hacerlo muy seguido" – agregó. Cuando eyaculó, quedé impresionado por la cantidad de semen que arrojó. –"¡Bébetelo! – ordenó. Me incliné y por primera vez en mi vida degusté de ese precioso líquido. De esta manera el masturbarlo y beberme su semen se hizo pan de todos los días.

Un día llegó algo bebido y me llamó. –"¡Luis! ¡Ven para acá!". Yo estaba acostado en slips. Me levanté y fui a su dormitorio. Cuando me vio me dijo: -"¡Acércate! Estoy muy caliente. Quiero culearte. No sé por qué no lo he hecho antes". Se desnudó y me hizo bajar el slips. Me tumbó sobre la cama boca abajo y comenzó a metérmela. Mi culo era virgen y pequeño, así que el dolor fue intenso. Me hizo morder la almohada para acallar mis gritos de dolor. Además nada sacaba con gritar porque no me iba a tener conmiseración. Se movía con mucha violencia, mejor dicho con furia, yo creía que me iba a reventar. Estuve mucho tiempo delicado, era un sacrificio enorme sentarme.

Al año siguiente, se retiró de su trabajo, vendió la casa y nos fuimos a vivir a provincia, en medio del campo. A esa altura ya me había convertido en su sirvienta y amante. No podía quejarme. Si bien era autoritario, con mi nuevo rol no me privaba de nada. Allí en el campo comencé a trasvestirme hasta que paulatinamente asumí en forma definitiva mi papel de mujer.

Como era muy descuidado con el dinero, yo le robaba y más lo que me daba a veces fui juntando una cantidad considerable de dinero. Tenía la idea de abandonarlo. Volver a la Capital y ser independiente. El dinero que tenía alcanzaba para vivir algunos meses mientras conseguía algún trabajo. Como a la semana de haber cumplido los 18 años me sentí dueña de mi vida. Cogí mis cosas y regresé a la Capital. Arrendé una pieza en una casa. Era independiente de la misma, ya que estaba en el fondo del patio y justamente por eso era que me gustaba. Parte del dinero lo ocupé para comprarme ropa que fuera más provocative. Dada mi condición no tenía muchas opciones de trabajo que no fuera convertirme en puta. Me había percatado que Dn. José, el dueño de casa me miaraba con disimulo, como que me tenía algo de ganas el hombrecito. Quizá ya llevaba mucho tiempo de viudez. Era un hombre cercano a los sesenta años, pero indudablemente que tenía la livido bien en alto. Un día que fue a mi pieza para cobrar el alquiler lo hice pasar y le ofrecí un refresco. Yo andaba con una mini, me senté frente a él de manera provocativa, a excitarlo. Veía que el pobre viejo sudaba de la calentura. Allí fue que me enteré que su esposa había muetos hace quince años, que no tenía hijos y estaba solo en el mundo. Una idea pasó por mi mente. Si me ganaba el afecto del viejo podría ser muy ventajoso para mi. Hablamos de lo humano y lo divino. Le dije que yo también era sola y que aún no podía conseguir trabajo y que lo más probable era que me tuviera que ir muy luego ya que no podría seguir pagándole el alquiler y que eso me dolía mucho ya que me sentía muy a gusto viviendo allí. Don José me dijo que no me preocupara, que llegado el momento veríamos cómo arreglar. El también se sentía complacido que yo estuviera allí, así no se sentía tan solo. Lamentó que en todo este tiempo no hubiéramos compartido más, pero me dejaba abierta la invitación y que por favor me sintiera como en mi casa. Le agradecí. Con el dolor de mi alma le dí el dinero del alquiler. Era el primer mes y hubiera sido feo no hacerlo. Pero ya estaba comenzando a tejer mi red alrededor de Dn. José....

De manera gradual fui cultivando mi amistad con Don José. Me encantaba provocarlo haciendo que no me daba cuenta. Usaba minis muy breves, para que pudiera apreciar mejor mis calzones y piernas que por cierto no estaban nada de mal. Me contó que al domingo siguiente estaría de cumpleaños. ¡Esa era mi oportunidad! Le dije entonces que debíamos celebrarlo como correspondía. Me encargaría del almuerzo. Así que ese domingo me levanté muy temprano, me coloqué una tanga muy pequeñita y una mini blanca ajustadísima. Quería que se me notara el calzón marcando mi culo. Era como la araña preparándose para atrapar a la mosca. Me pinté y maquillé. Quería dar la impresión que se trataba de tener algo conmigo lo iba a conseguir sin mucha dificultad. Me miré al espejo. Estaba como realmente quería. Desafortunadamente carecía de tetas, pero me había hecho el propósito de que apenas pudiera lo solucionaría. Don José quedaría loco. Un poco de perfume para terminar y me dirigí a la casa. Cuando me vio quedó al borde del infarto. –"Sandrita – me dijo – está usted más resplandeciente que el sol". Sonreí y le dije: -"Don José no es para tanto, no sea tan zalamero..." Lo abracé fuertemente y le dije: -"¡Feliz Cumpleaños!". Me apegué a el como si fuera su segunda piel. El también, viejo diablo, se aprovechó de la situación y acariciaba mi espalda bajando lentamente hasta llegar al final de ella. No se atrevió a seguir y la mano quedó estática justo entre el límite de lo permitido y lo prohibido. Le acaricié el rostro y le estampé un beso en los labios. Me produjo risa porque el lápiz labial le quedó marcado. Con un dedo lo limpié prolijamente. –"Hacía mucho tiempo que no me sucedían estas cosas – me dijo – he vivido tan solo desde que falleció mi querida Inés". Sus ojos comenzaban a brillar. Me sentí culpable por lo que desaba hacer, pero pensé también que de esa manera podría alegrarle los últimos años de su vida. Así que debía verlo como una transacción: una cosa por otra. Le dije que este día debía ser de regocijo y alegría, por tanto se debían desterrar los recuerdos tristes.

Me fui a la cocina, él me acompaño, tomando asiento en una silla dedicándose a mirarme el culo. Yo como si no me percatara lo meneaba lo más posible para entusiasmarlo. –"¿De verdad no le molesta que esté aquí cocinando, Don José? A lo mejor interrumpo su tranquilidad. –"Mijita, no se le ocurra decir eso ni en broma – contestó – hacía mucho tiempo que en esta casa no entraba la alegría y la belleza. Me hace mucho bien." Le agradecí sus palabras para luego decirle: -"Ya pues Don José, no olvide que estamos de fiesta, coloque algo de música y hagamos un brindis, todos los días no estamos de cumpleaños". Sintonizó una radio con música tropical. Lo tomé de las manos y comencé a bailar dándole la espalda con una mano detrás de la nuca y la otra en la cadera. Me apegué bien a él, sobándole su sexo con mi trasero. El pobre no quería más. Con sus manos me tomo de las caderas y comenzó también a menearse frotándose en mi culo. Cuando terminó la canción, bebimos un poco de jerez que había servido antes. Don José parecía rejuvenecido. –"Hacía mucho mucho tiempo que no me divertía así...." – dijo muy entusiasmado. Mi respuesta no se hizo esperar. –"Ya verá que de ahora en adelante todos tus días serán así..." -me miró con sus ojos brillantes, guardó silencio y se quedó como pensando. El resto de la mañana transcurrió muy rápido. Terminé de preparar el almuerzo, dispuse todo y nos sentamos a la mesa. Está mal que lo diha pero el almuerzo me quedó exquisito. Luego nos tomamos un bajativo, mejor dicho unos cuantos y se nos subieron a la cabeza. Don José dijo que deseaba echar un sueñito, ya que estaba algo cansado y hacía mucho que no estaba de juerga, pero se preocupaba por mí. –"No me parece educado dejarte sola después de todas las atenciones que has tenido conmigo". Lo miré y respondí: -"No te preocupes. Yo tengo la solución". –Me miró curioso y preguntó: -"Cuál?" –Sonreí y le dije: -"Muy simple. Nos iremos los dos a echar un sueñito". De más está decir que la idea le agradó. –"Entonces yo dormiré en el sofá" – dijo. –"No señor" – le contesté. –"O estamos cómodos los dos o ninguno". No le quedó más remedio que guardar silencio. Nos dirigimos al dormitorio. La tarde era muy calurosa entonces le dije: -"¿Te molesta si me quito un poco de ropa? ¡Hace calor!" Estuvo encantado. –"Adelante, adelante, ya te dije que deseo que te sientas como en tu casa". Me quité los tenis y la falda. Quedando solo con la parte superior y la tanga. Don José me miraba atónito. Se percató que me había dado cuenta. –"Disculpa si te miro demasiado – dijo – eres tan jovencita y hermosa. Comprende que no estoy acostumbrado a dormir la siesta con una chica como tú". –Le hice un cariño tierno. –"José, seré sincera contigo, al parecer no te has dado cuenta, no soy lo que parezco..." -"¡Shhhhhhh! No digas nada. No es necesario. Estoy viejo, pero puedo darme cuenta de algunas cosas. No me interesa. Tu compañía y alegría me hacen mucho bien. Eso es lo importante." No podia agregar nada a esa respuesta tan contundente. Luego agregó: -"Yo también me quitaré un poco de ropa". Se sacó los pantalones y la camisa quedando sólo en ropa interior. Me recosté en la cama, de lado, dándole la espalda, el se recostó de igual manera. Nos quedamos un rato sin decir nada, hasta que el sueño nos sorprendió.

Cuando desaperté me encontré muy apegada a él y me tenía rodeada con sus brazos. No me quise mover para no despertarlo. Habremos estado así unos diez minutos. Había un silencio y una tranquilidad que me embotaba los sentidos. De pronto sentí que su mano recorría mi talle. Se había despertado. Me quedé quieta para ver hasta dónde llegaban sus caricias.

Era todo un caballero, muy educado. Sólo recorría mi talle, pero imaginaba que debía estar loco de ganas por meterme mano. Me di vuelta quedando de frente a él. –"¿Cómo estuvo la siesta?" – le pregunté. Sonrió y me dijo: -"Dormí como un niño de pecho. Pero debo confesar que la compañía tuvo mucho que ver" – Entonces le respond{i: -"Y yo debo reconocer que eres todo un caballero". Quedó un rato pensativo u luego dijo con cierto dejo de tristeza: -"He sido un caballero, pero no imaginas lo mucho que me costó no perder la compostura. Sé que soy un viejo y que ya mucha vida no me queda. Nada puedo pedir a una jovencita tan hermosa como tú". Lo miré tiernamente para decirle: -"¿Y qué te hace pensar que no me puedes pedir nada? Te equivocas si crees que todas las chicas somos iguales. No todas andamos detrás de una inmensa masa de músculos. Hay otras opciones que pueden ser tan buenas o mejores que esa".

– Me escuchaba atentamente. Yo tenía perfecta conciencia que si no tomaba la iniciativa él jamás lo haría. –"Además – le dije – aún no te he dado tu regalo de cumpleaños". Le tomé una mano y la coloqué sobre mi muslo. –"Yo seré tu regalo". –Sin decir más lo abracé fuertemente y me apegué a su cuerpo, entrelazando mis piernas con las de él. Muy lentamente sus manos comenzaron a cobrar vida. Sentí que recorría mis muslos una y otra vez. –"Esto no puede ser verdad" – se decía una y otra vez. Para darle más confiianza, me quité la blusa, dejándome sólo la tanga y me puse boca abajo para que disfrutara de mi trasero. Me sorprendió cuando sentí que me comenzaba a quitar la tanga y su rostro se enterraba entre mis glúteos. Allí me desequilibró. Comenzó a encenderme. Me penetraba con su lengua con una maestría inaudita, de verdad me enloquecía. Arrancaba suspiros de placer de mi garganta y hacía que mi cuerpo se enroscara completo y mi piel se erizara. Cuando veía lo que estaba logrando en mí su confianza aumentaba. Se notaba que estaba reviviendo viejos tiempos, recordando quizás qué batallas de juventud. Me hizo dar vuelta. Miró mi pene que no es muy grande. Lo tomó con su mano y comenzó a acariciarlo. Me sobaba las bolas dándome un placer infinito. Luego se recostó boca arriba, señal que era mi turno. Sin mayores preámbulos, le quité el calzoncillo. Su pene no estaba erecto, se encontraba fláccido, perdido entre sus vellos muchos de ellos ya canosos. No dije nada. Lo tomé entre mis dedos y lo llevé a la boca. Tal vez por la edad o por lo nervios no había caso de erectarlo. Entonces decidí introducir mi dedo en su ano y así estimuarle la próstata. Se quedó quieto, respiraba y se quejaba levemente, señal que no le desagradaba. Se lo introduje casi completo, y con su pene en mi boca conseguí la erección, hasta hacerlo llegar al orgasmo.

-"Estuviste inceíble" – me dijo. Y sonriendo agregó: -"Hasta fuiste capaz de hacer el milagro". –Para no hacerlo sentir mal, le contesté: -"Para tu edad estás mucho mejor que algunos jóvenes. Además no olvides que los nervios a veces nos juegan malas pasadas" – Me miró con dulzura y dijo: -"Tengo tanto que agradecerte. Hoy me has hecho sentir nuevamente que soy hombre. Ya casi no lo recordaba" – Nuestras bocas se acercaron y se unieron en un beso profundo. Después le dije que debía marcharme. Quedó en silencio un rato y luego tímidamente me dijo: -"Si lo deseas no tienes que marcharte. Puedes quedarte conmigo. Eso si no te aburre un viejo como yo." – Le agradecí su ofrecimiento y de allí no salí más. Estuvimos un año y medio juntos. No diré que la pasión sobraba. Sencillamente se hacía lo que se podía. Un día de invierno, en la tarde, nunca lo olvidaré, sufrió un infarto, pero al menos en su úiltimo tiempo había sido feliz. Yo no sabía qué hacer con mi vida. Obviamente no me podía quedar allí, la casa no me pertenecía. Como al sexto día de su muerte me llegó una carta de un estudio de abogados, en la cual requerían mi presencia. Algo intranquila acudí. ¿El motivo? José me había nombrado como su heredera, por lo tanto la casa me pertenecía. No pude evitar mirar al cielo y dedicarle una oración. La casa no era lujosa, pero no dejaba de ser un pequeño capital bastante considerable. Me quedaba otro problema: subsistir. José no tenía dinero ahorrado, era sólo la casa, pero eso significaba gastos. Decidí arrendar la pieza donde yo había estado originalmente. ¿Qué sucedió? Lo sabrán en la segunda parte de mis memorias. ( Continuará )