Memorias de una pulga V

Una caliente pulga nos cuenta su historia y la de Bella RElato encontrado en los años 60`s por mi y subido a este portal para deleite de todos.

CAPITULO V

TRES DÍAS DESPUES DE LOS ACONTECIMIENTOS relatados en las páginas precedentes, Bella compareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimiento de su tío. En el ínterin, mis movimientos habían sido erráticos, ya que en modo alguno era escaso mi apetito, y cualquier nuevo semblante posee para mí siempre cierto atractivo, que me hace no prolongar demasiado la residencia en un solo punto. Fue así como alcancé a oír una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que no vacilo en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos que refiero. Por medio de ella tuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto padre Ambrosio. No voy a reproducir aquí su discurso, tal como lo oí desde mi posición ventajosa. Bastará con que mencione los puntos principales de su exposición, y que informe acerca de sus objetivos. Era manifestó que Ambrosio estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de sus cofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico plan para frustrar su interferencia, al mismo tiempo que para presentarlo a él como completamente ajeno a la maniobra. En resumen, y con tal fin, Ambrosio acudió directamente al tío de Bella, y le relató cómo había sorprendido a su sobrina y a su joven amante en el abrazo de Cupido, en forma que no dejaba duda acerca de que había recibido el último testimonio de la pasión del muchacho, y

correspondido a ella. Al dar este paso el malvado sacerdote presequía una finalidad ulterior. Conocía sobradamente el carácter del hombre con el que trataba, y también sabía que una parte importante de su propia vida real no era del todo desconocida del tío. En efecto, la pareja se entendía a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo suceda con el tío de Bella. Este último se había confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones había revelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenía duda alguna de que lograría hacerle partícipe del plan que había imaginado. Los ojos del señor Verbouc hacía tiempo que habían codiciado en secreto a su sobrina. Se lo había confesado. Ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidad de que ella había comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza hacia el sexo opuesto. La condición de Ambrosio se le vino a la mente. Era su confesor espiritual, y le pidió consejo . El santo varón le dio a entender que había llegado su oportunidad, y que redundaría en ventaja para ambos compartir el premio. Esta proposición tocó una fibra sensible en el carácter de Verbouc, la cual Ambrosio no ignoraba. Si algo podía proporcionarle un verdadero goce sensual, o ponerle más encanto al mismo, era presenciar el acto de la cópula carnal, y completar luego su satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en el cuerpo del propio paciente. El pacto quedó así sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto (la tía de Bella era una minusválida que no salía de su habitación>, y Ambrosio preparó a Bella para el suceso que iba a desarrollarse. Después de un discurso preliminar, en el que le advirtió que no debía decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, y tras de informarle que su tío había sabido, quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su novio, le fue revelando poco a poco los proyectos que había elaborado. Incluso le habló de la pasión que había despertado en su tío, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar su profundo resentimiento sería mostrarse obediente a sus requerimientos, fuesen los que fuesen. El señor Verbouc era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cincuenta años. Como tío suyo que era, siempre le había inspirado profundo respeto a Bella, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia. Se había hecho cargo de ella desde la muerte de su hermano, y la trató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas que eran naturales dado su carácter. Evidentemente Bella no tenía razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasión tal, ni siquiera que su pariente encontrara una excusa para ella. No me explayaré en el primer cuarto de hora, las lágrimas de Bella, el embarazo con que recibió los abrazos demasiado tiernos de su tío, y las bien merecidas censuras. La interesante comedia siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc colocó a su hermosa sobrina sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito que se había formulado de poseerla.

—No debes ofrecer una resistencia tonta, Bella —explicó su tío—. No dudaré ni aparentaré recato. Basta con que este buen padre haya santificado la operación, para que posea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente compañerito lo gozó ya con tu consentimiento. Bella estaba profundamente confundida. Aunque sensual, como hemos visto ya, y hasta un punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se había educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su pariente. Todo lo espantoso del delito que se le proponía aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuesta aquiescencia del padre Ambrosio podían aminorar el recelo con que contemplaba la terrible proposición que se le hacía abiertamente. Bella temblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito propuesto. Esta nueva actitud la ofendía. El cambio habido entre el reservado y severo tío, cuya cólera siempre había lamentado y temido, y cuyos preceptos estaba habituada a recibir con reverencia, y aquel ardiente admirador, sediento de los favores que ella acababa de conceder a otro, la afectó profundamente, aturdiéndola y disgustándola Entretanto el señor Verbouc, que evidentemente no estaba dispuesto a concederle tiempo para reflexionar. y cuya excitación era visible en múltiples

aspectos, tomó a su joven sobrina en sus brazos, y no obstante su renuencia, cubrió su cara y su garganta de besos apasionados y prohibidos. Ambrosio, hacia el cual se había vuelto la muchacha ante esta exigencia, no le proporcionó alivio; antes al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emoción ajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacción de su placer y su lujuria. En tales circunstancias adversas toda resistencia se hacía difícil. Bella era joven e infinitamente impotente, por comparación. bajo el firme abrazo de su pariente. Llevado al frenesí por el contacto y las obscenas caricias que se permitía, Verbouc se dispuso con redoblado afán a posesionarse de la persona de su sobrina. Sus nerviosos dedos apresaban va el hermoso satín de sus muslos. Otro empujón firme, y no obstante que Bella sequía cerrándolos firmemente en defensa de su sexo, la lasciva mano alcanzó los rosados labios del mismo, y los dedos temblorosos separaron la cerrada y húmeda hendidura, fortificación que defendía su recato.

Hasta ese momento Ambrosio no había sido más que un callado observador del excitante conflicto. Pero no llegar a este punto se adelantó también, y pasando su poderoso brazo izquierdo en torno a la esbelta cintura de la muchacha, encerró en su derecha las dos pequeñas manos de ella, las que, así sujetas, la dejaban fácilmente a merced de las lascivas caricias de su pariente. —Por caridad —suplico ella, jadeante por sus esfuerzos—. ¡Soltadme! ¡Es demasiado horrible! ¡Es monstruoso! ¿Cómo podéis ser tan crueles? ¡Estoy perdida! —En modo alguno estás perdida linda sobrina —replicó el tío—. Sólo despierta a los placeres que Venus reserva para sus devotos, y cuyo amor guarda para aquellos que tienen la valentía de disfrutadlos mientras les es posible hacerlo. —He sido espantosamente engañada —gritó Bella, poco convencida por esta ingeniosa explicación—. Lo veo todo claramente. ¡Qué vergüenza! No puedo permitíroslo. no puedo! ¡Oh, no de ninguna manera! ¡Madre santa! ¡Soltadme, tío! ¡Oh! ¡Oh! —Estate tranquila, Bella, Tienes que someterte. Sí no me lo permites de otra manera, lo tomaré por la fuerza. Así que abre estas lindas piernas; déjame sentir el exquisito calorcito de estos suaves y lascivos muslos; permíteme que ponga mí mano sobre este divino vientre... ¡Estate quieta, loquita! Al fin eres mía. ¡Oh, cuánto he esperado esto, Bella! Sin embargo, Bella ofrecía todavía cierta resistencia, que sólo servía para excitar todavía más el anormal apetito de su asaltante, mientras Ambrosio la seguía sujetando firmemente. —¡Oh, qué hermosas nalgas! —exclamó Verbouc, mientras deslizaba sus intrusas manos por los aterciopelados muslos de la pobre Bella, y acariciaba los redondos mofletes de sus posaderas—. ¡Ah, qué glorioso coño! Ahora es todo para mí, y será debidamente festejado en el momento oportuno. —¡Soltadme! —gritaba Bella—. ;Oh. oh! Estas últimas exclamaciones surgieron de la garganta de la atormentada muchacha mientras entre los dos hombres se la forzaba a ponerla de espaldas sobre un sofá próximo. Cuando cayó sobre él se vio obligada a recostarse, por obra del forzudo Ambrosio, mientras el señor Verbouc, que había levantado los vestidos de ella para poner al descubierto sus piernas enfundadas en medias de seda, y las formas exquisitas de su sobrina, se hacía para atrás por un momento para disfrutar la indecente exhibición que Bella se veía forzada a hacer. —Tío ¿estáis loco? -gritó Bella una vez más, mientras que con sus temblorosas extremidades luchaba en vano por esconder las lujuriosas desnudeces exhibidas en toda su crudeza—. ¡Por favor, soltadme! —Sí, Bella, estoy loco, loco de pasión por ti, loco de lujuria por poseerte, por disfrutarte, por saciarme con tu cuerpo. La resistencia es inútil. Se hará mi voluntad, y disfrutaré de estos lindos encantos; en el interior de esta estrecha y pequeña funda. Al tiempo que decía esto, el señor Verbouc se aprestaba al acto final del incestuoso drama. Desabrochó sus prendas inferiores, y sin consideración alguna de recato exhibió licenciosamente ante los ojos de su sobrina las voluminosas y rubicundas proporciones de su excitado miembro que, erecto y radiante, veía hacia ella con aire amenazador. Un instante después se arrojó sobre su presa, firmemente sostenida sobre sus espaldas por el sacerdote, y aplicando su arma rampante contra el tierno orificio, trató de realizar la conjunción insertando aquel miembro de largas y anchas proporciones en el cuerpo de su sobrina. Pero las continuas contorsiones del lindo

cuerpo de Bella, el disgusto y horror que se habían apoderado de la misma, y las inadecuadas dimensiones de sus no maduras partes, constituían efectivos impedimentos para que el tío alcanzara la victoria que esperó conseguir fácilmente, Nunca deseé más ardientemente que en aquellos momentos contribuir a desarmar a un campeón, y enternecida por los lamentos de la gentil Bella, con el cuerpo de una pulga, pero con el alma de una avispa, me lancé de un brinco al rescate. Hundir mi lanceta en la sensible cubierta del escroto del señor Verbouc fue cuestión de un segundo, y surtió el efecto deseado. Una aguda sensación de dolor y comezón le hicieron detenerse. El intervalo fue fatal, ya que unos momentos después los muslos y el vientre de la joven Bella se vieron cubiertos por el líquido que atestiguaba el vigor de su incestuoso pariente. Las maldiciones, dichas no en voz alta, pero sí desde lo más hondo, siguieron a este inesperado contratiempo. El aspirante a violador tuvo que retirarse de su ventajosa posición e, incapaz de proseguir la batalla, retiró el arma inútil. No bien hubo librado el señor Verbouc a su sobrina de la molesta situación en que se encontraba, cuando el padre Ambrosio comenzó a manifestar la violencia de su propia excitación, provocada por la pasiva contemplación de la erótica escena. Mientras daba satisfacción al sentido del acto, manteniendo firmemente asida con su poderoso abrazo a Bella, su hábito no pedía disimular por la parte delantera del estado de rigidez que su miembro había adquirido. Su temible arma, desdeñando al parecer las limitaciones impuestas por la ropa, se abrió paso entre ellas para aparecer protuberante, con su redonda cabeza desnuda y palpitante por el ansia de disfrute. —¡Ah! exclamó el otro, lanzando una lasciva mirada al distendido miembro de su confesor—. He aquí un campeón que no conocerá la derrota, lo garantizo —y tomándolo deliberadamente en sus manos, dióse a manipularlo con evidente deleite. — ;Qué monstruo! ¡Cuán fuerte es y cuán tieso se mantiene! El padre Ambrosio se levantó, denunciando la intensidad de su deseo por lo encendido cíe1 rostro, y colocando a la asustada Bella en posición más propicia, llevó su roja protuberancia a la húmeda abertura, y procedió a introducirla dentro con desesperado esfuerzo. Dolor, excitación y anhelo vehemente recorrían todo el sistema nervioso de la víctima de su lujuria a cada nuevo empujón. Aunque no era esta la primera vez que el padre Ambrosio haba tocado entradas como aquélla, cubierta de musgo, el hecho de que estuviera presente su tío, lo indecoroso de toda la escena, el profundo convencimiento —que por vez primera se le hacía presente— del engaño de que habla sido víctima por parte del padre y de su egoísmo, fueron elementos que se combinaron para sofocar en su interior aquellas extremas sensaciones de placer que tan poderosamente se habían manifestado otrora. Pero la actuación de Ambrosio no le dio tiempo a Bella para reflexionar, ya que al sentir la suave presión, como la de un guante, de su delicada vaina, se apresuró a completar la conjunción lanzándose con unas pocas vigorosas y diestras embestidas a hundir su miembro en el cuerpo de ella hasta los testículos. Siguió un intervalo de refocilamiento bárbaro, de rápidas acometidas y presiones, firmes y continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Bella anunció que la naturaleza reclamaba en ella sus derechos, y que el combate amoroso había llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptible placer recorren rápida y voluptuosamente el sistema nervioso; con la cabeza echada hacia atrás, los labios partidos y los dedos crispados, su cuerpo adquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de los cuales la ninfa derrama su juvenil esencia para mezclarla con los chorros evacuados por su amante. El contorsionado cuerpo de Bella, sus ojos vidriosos y sus manos temblorosas, revelaban a las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el susurro de éxtasis que se escapaba trabajosamente de sus labios temblorosos. La masa entera de aquella potente arma, ahora bien lubricada, trabajaba deliciosamente en sus juveniles partes. La excitación de Ambrosio iba en aumento por momentos, y su miembro, rígido como el hierro, amenazaba a cada empujón con descargar su viscosa esencia. —¡Oh, no puedo aguantar más! ¡Siento que me viene la leche, Verbouc! Tiene usted que joderla. Es deliciosa. Su vaina me ajusta como un guante. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Más vigorosas y más frecuentes embestidas —un brinco poderoso— una verdadera sumersión del

robusto hombre dentro de la débil figurita de ella, un abrazo apretado, y Bella, con inefable placer, sintió la cálida inyección que su violador derramaba en chorros espesos y viscosos muy adentro de sus tiernas entrañas. Ambrosio retiro su vaporizante pene con evidente desgano, dejando expuestas las relucientes partes de la jovencita, de las cuales manaba una espesa masa de secreciones. —Bien —exclamó Verbouc, sobre quien la escena había producido efectos sumamente excitantes—. Ahora me llegó el turno, buen padre Ambrosio. Ha gozado usted a mi sobrina bajo mis ojos conforme lo deseaba, y a fe mía que ha sido bien violada. Ella ha compartido los placeres con usted; mis previsiones se han visto confirmadas; puede recibir y puede disfrutar, y uno puede saciarse en su cuerpo. Bien. Voy a empezar. Al fin llegó mi oportunidad; ahora no puede escapárseme. Daré satisfacción a un deseo largamente acariciado. Apaciguaré esa insaciable sed de lujuria que despierta en mí la hija de mí hermano. Observad este miembro; ahora levanta su roja cabeza. Expresa mi deseo por ti, Bella. Siente, mi querida sobrina, cuánto se han endurecido los testículos de tu tío. Se han llenado para ti. Eres tú quien ha logrado que esta cosa se haya agrandado y enderezado tanto: eres tú la destinada a proporcionarle alivio. ¡Descubre su cabeza, Bella! Tranquila, mi chiquilla; permitidme llevar tu mano. ¡Oh, déjate de tonterías! Sin rubores ni recato. Sin resistencia. ¿Puedes advertir su longitud? Tienes que recibirlo todo en esa caliente rendija que el padre Ambrosio acaba de rellenar tan bien. ¿Puedes ver los grandes globos que penden por debajo, Bella? Están llenos del semen que voy a descargar para goce tuyo y mío. Sí, Bella, en el vientre de la hija de mi hermano. La idea del terrible incesto que se proponía consumar ana-día combustible al fuego de su excitación, y le provocaba una superabundante sensación de lasciva impaciencia, revelada tanto por su enrojecida apariencia, como por la erección del dardo con el que amenazaba las húmedas partes de Bella. El señor Verbouc tomó medidas de seguridad. No había, en realidad, y tal como lo había dicho, escapatoria para Bella. Se subió sobre su cuerpo y le abrió las piernas, mientras Ambrosio la mantenía firmemente sujeta. El violador vio llegada la oportunidad. El camino estaba abierto, los blancos muslos bien separados, los rojos y húmedos labios del coño de la linda jovencita frente a él. No podía esperar más. Abriendo los labios del sexo de su sobrina, y apuntando la roja cabeza de su arma hacia la prominente vulva, se movió hacia adelante, y de un empujón y con un alarido de placer sensual la hundió en toda su longitud en el vientre de Bella. —¡Oh, Dios! ¡Por fin estoy dentro de ella! —chillaba Verbouc—. ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué placer! ¡Cuán hermosa es! ¡Cuán estrecho! ¡Oh! El buen padre Ambrosio sujetó a Bella más firmemente. Esta hizo un esfuerzo violento, y dejó escapar un grito de dolor y de espanto cuando sintió entrar el turgente miembro de su tío que, firmemente encajado en la cálida persona de su víctima, comenzó una rápida y briosa carrera hacia un placer egoísta. Era el cordero en las fauces del lobo, la paloma en las garras del águila. Sin piedad ni atención siquiera por los sentimientos de ella, atacó por encima de todo hasta que, demasiado pronto para su propio afán lascivo, dando un grito de placentero arrobo, descargó en el interior de su sobrina un abundante torrente de su incestuoso fluido. Una y otra vez los dos infelices disfrutaron de su víctima. Su fogosa lujuria, estimulada por la contemplación del placer experimentado por el otro, los arrastró a la insania. Bien pronto trató Ambrosio de atacar a Bella por las nalgas, pero Verbouc, que sin duda tenía sus motivos para prohibírselos, se opuso a ello. El sacerdote, empero. sin cohibirse, bajó la cabeza de su enorme instrumento para introducirlo por detrás en el sexo de ella. Verbouc se arrodilló por delante para contemplar el acto, al concluir el cual —con verdadero deleite— dióse a succionar los labios del bien relleno coño de su sobrina. Aquella noche acompañé a Bella a la cama, pues a pesar de que mis nervios habían sufrido el impacto de un espantoso choque, no por ello había disminuido mi apetito, y fue una fortuna que mi joven protegida no poseyera una piel tan irritable como para escocerse demasiado por mis afanes para satisfacer mi natural apetito. El descanso siguió a la cena con que repuse mis energías, y hubiera encontrado un retiro seguro y deliciosamente cálido en el tierno musgo que cubría el túmulo de la linda Bella, de no haber sido porque, a medianoche, un violento alboroto vino a trastornar mi digno

reposo. La jovencita había sido sujetada por un abrazo rudo y poderoso, y una pesada humanidad apisonaba fuertemente su delicado cuerpo. Un grito ahogado acudió a los atemorizados labios de ella, y en medio de sus vanos esfuerzos por escapar, y de sus no más afortunadas medidas para impedir la consumación de los propósitos de su asaltante, reconocí la voz y la persona del señor Verbouc. La sorpresa había sido completa, y al cabo tenía que resultar inútil la débil resistencia que ella podía ofrecer. Su tío, con prisa febril y terrible excitación provocada por el contacto con sus aterciopeladas extremidades, tomó posesión de sus más secretos encantos y presa de su odiosa lujuria adentró su pene rampante en su joven sobrina. Siguió a continuación una furiosa lucha, en la que cada uno desempeñaba un papel distinto. El violador, igualmente enardecido por las dificultades de su conquista, y por las exquisitas sensaciones que estaba experimentando, enterró su tieso miembro en la lasciva funda, y trató por medio de ansiosas acometidas de facilitar una copiosa descarga, mientras que Bella, cuyo temperamento no era lo suficientemente prudente como para resistir la prueba de aquel violento y lascivo ataque, se esforzaba en vano por contener los violentos imperativos de la naturaleza despertados por la excitante fricción, que amenazaban con traicionaría, hasta que al cabo, con grandes estremecimientos en sus miembros y la respiración entrecortada, se rindió y descargó su derrame sobre el henchido dardo que tan deliciosamente palpitaba en su interior.

El señor Verbouc tenía plena conciencia de lo ventajoso de su situación, y cambiando de táctica como general prudente, tuvo buen cuidado de no expeler todas sus reservas, y provoco un nuevo avance de parte de su gentil adversaria. Verbouc no tuvo gran dificultad en lograr su propósito, si bien la pugna pareció excitarlo hasta el frenesí. La cama se mecía y se cimbraba: la habitación entera vibraba con la trémula energía de su lascivo ataque; ambos cuerpos se encabritaban y rodaban, convirtiéndose en una sola masa. La injuria, fogosa e impaciente, los llevaba hasta el paroxismo en ambos lados. El daba estocadas, empujaba, embestía, se retiraba hasta dejar ver la ancha cabeza enrojecida de su hinchado pene junto a los rojos labios de las cálidas partes de Bella, para hundirlo luego hasta los negros pelos que le nacían en el vientre, y se enredaban con el suave y húmedo musgo que cubría el monte de Venus de su sobrina, hasta que un suspiro entrecortado delató el dolor y el placer de ella. De nuevo el triunfo le había correspondido a él, y mientras su vigoroso miembro se envainaba hasta las raíces en el suave cuerpo de ella, un tierno, apagado y doloroso grito habló de su éxtasis cuando, una vez más, el espasmo de placer recorrió todo su sistema nervioso. Finalmente, con un brutal gruñido de triunfo, descargó una tórrida corriente de líquido viscoso en lo más recóndito de la matriz de ella. Poseído por el frenesí de un deseo recién renacido y todavía no satisfecho con la posesión de tan linda flor, el brutal Verbouc dio vuelta al cuerpo de su semidesmayada sobrina, para dejar a la vista sus atractivas nalgas. Su objeto era evidente, y lo fue más cuando, untando el ano de ella con la leche que inundaba su sexo, empujó su índice lo más adentro que pudo. Su pasión había llegado de nuevo a un punto febril. Encaminó su pene hacia las rotundas nalgas, y encimándose sobre su cuerpo recostado, situó su reluciente cabeza sobre el pequeño orificio, esforzándose luego por adentrarse en él. Al cabo consiguió su propósito, y Bella recibió en su recto, en toda su extensión, la vara de su tío. La estrechez de su ano proporcionó al mismo el mayor de los placeres, y siguió trabajando lentamente de atrás hacía adelante durante un cuarto de hora por lo menos, al cabo de cuyo lapso su aparato habla adquirido la rigidez del hierro, y descargó en las entrañas de su sobrina torrentes de leche. Ya había amanecido cuando el señor Verbouc soltó a su sobrina del abrazo lujurioso en que había saciado su pasión, logrado lo cual se deslizó exhausto para buscar abrigo en su trío lecho. Bella, por su parte, ahíta y rendida, se sumió en un pesado sueño, del que no despertó hasta bien avanzado el día. Cuando salió de nuevo de su alcoba. Bella había experimentado un cambio que no le importaba ni se esforzaba en lo más mínimo por analizar. La pasión se había posesionado de ella para formar parte de su carácter; se habían

despertado en su interior fuertes emociones sexuales, y les había dado satisfacción. El refinamiento en la entrega a las mismas había generado la lujuria, y la lascivia había facilitado el camino hacia la satisfacción de los sentidos sin comedimiento, e incluso por vías no naturales. —Bella —casi una chiquilla inocente hasta bacía bien poco— se había convertido de repente en una mujer de pasiones vio-. lentas y de lujuria incontenible