Memorias de una azafata (3)

"Cuando comencé a trabajar en esto, nunca imaginé las cosas que alguna vez me tocarían vivir." En este tercer capítulo, nuestra memoriosa amiga rememora a su vez a otra compañera.

"Cuando comencé a trabajar en esto, nunca imaginé las cosas que alguna vez me tocarían vivir." En este tercer capítulo, nuestra memoriosa amiga rememora a su vez a otra compañera.

MEMORIAS DE UNA AZAFATA (3)

El tercer texto que elijo darles a conocer de la colección que me había confiado mi querida amiga pertenece a un viejo recorte de una hoja mimeografiada, con unos párrafos manuscritos en tinta. Al preguntarle sobre ellos me explicó un poco más.

-Ah... ese recorte... lo guardé para no olvidarme de Annette. Era una muchacha encantadora cuando la conocí en aquella convención en Nueva York, creo que fue por 1972, más o menos, ¿no hay alguna fecha en el recorte?

-No -le contesté-. Pero parece un papel bastante viejo.

-Sí, sí, seguro -me sonrió-. Era una revista que hacíamos un grupo de chicas del gremio para dejar constancia de algunas anécdotas de los viajes. Sobre todo nos gustaba contar nuestros primeros pasos en los vuelos internacionales.

-Lo que narra tu colega es bastante sorprendente, ¿sabés si era una historia real?

-Bueno, precisamente por eso lo conservé. Me acuerdo que hubo mucha discusión entre las chicas por si debíamos incluirlo en nuestra revista o no. Nunca había aparecido ningún texto con referencias sexuales hasta ese momento, y creo que después tampoco se publicó nada semejante. Pero yo defendí que debíamos incluirlo. Me pareció más que nada divertido, además todos éramos ya gente grande... Y por aquellos años desde Suecia llegaban siempre referencias a una libertad sexual desconocida en otros países de Europa y mucho más en Estados Unidos o Latinoamérica. Los nórdicos siempre tuvieron esa fama de desprejuiciados sexualmente hablando ¿no te parece?

-Si, ya lo creo. Casi todas las primeras películas que aparecieron por acá en el 'destape' de los ochenta eran 'Made in Sweden'.

-Bueno, y en aquella convención tuvimos un encuentro entre chicas de varias compañías, inclusive asiáticas. Y se nos ocurrió en un descanso entre las conferencias de orden técnico a las que asistíamos, que cada una contara alguna historia interesante sobre su primer vuelo internacional. Me acuerdo que en el grupo había una chica muy bonita también, italiana, y una coreana y otra japonesa. Había una australiana que conocía todos los destinos del Pacífico. Una canadiense algo feucha, dentro de lo que puede serlo una azafata... y otra rubia californiana, de San Francisco y algunas latinas, como yo. Sí, una chilena y una mejicana. Bah, éramos muchas y seguro me olvido de alguna. Y nuestra sueca, Annette, se guardó para el final, escuchando atentamente nuestras historias más o menos normales, referidas a algún susto por tormentas en vuelo o a alguna metida de pata de novatas con los pasajeros, o cosas así, y cuando le tocó el turno contó como si nada la anécdota que leíste en el recorte. Te imaginás que provocó unas risitas nerviosas y miradas raras entre nosotras. Después que nos separamos los comentarios seguían y varias se me acercaron diciendo que no le habían creído, que seguramente había inventado todo para escandalizarnos... Bueno, para hacerla más corta, a mí me encantó la naturalidad con que se refirió a su experiencia y no perdí el tiempo en hablarle de nuestra revista y pedirle que me dejara anotarla para después editar una especie de minireportaje. Y así apareció. Nunca volvimos a publicar otro texto así de picante, aunque por supuesto leído hoy no dice tanto, sólo llamaba la atención en el contexto de esa publicación casera que circulaba entre las tripulaciones de la compañía. Ah, y ahora me acuerdo que me dio su dirección y me pidió que le enviara un ejemplar de la revista, cosa que yo hice, por supuesto. Fue la edición más comentada por bastante tiempo. Hasta debo tener algunas cartas que intercambiamos después, tendría que buscarlas. Pero no volvimos a encontrarnos personalmente... igual me parece estar viendo su cara y su sonrisa, una muchacha muy... muy bella...

Se quedó un momento pensativa. Luego dirigió la mirada hacia mí y me dedicó su mejor sonrisa. A pesar de sus años conservaba una belleza distinguida y sus ojos claros, muy vivaces, tenían aún esa luz capaz de derretir a cualquier hombre. Yo estaba cada día más encantado de que me hubiera elegido como su amigo y ahora su confidente.

Bueno, supongo que estarán un poco impacientes por conocer el dichoso artículo, así que allí va. Aparece rodeado de otros trozos de texto de la publicación pero lo que transcribo está recuadrado en lápiz rojo, y tiene este título:

"MEMORIAS DE UNA AZAFATA SUECA

-Cuando comencé a trabajar en esto, nunca imaginé las cosas que alguna vez me tocarían vivir. Una jovencita que se siente atraída por los aviones, jamás pensaría en ser piloto. Por eso pienso que la profesión de azafata se inventó para las mujeres a las que les gusta volar.

Annette Tiurgrön tiene 27 años y es azafata desde hace cuatro. El erotismo siempre se ha ocupado de esta profesión, vistiéndola de matices sexuales que no siempre son ciertos. Por eso, Annette nos acercó su testimonio. Sin embargo, el mismo, lejos de quebrar el misterio sobre la vida de estas viajeras, contribuyó a hacerlo aún más insondable.

-Recuerdo que mi primer viaje internacional lo hice a Amsterdam, en Holanda. En el vuelo, hacíamos el servicio tres chicas: Erika, rubia, típicamente sueca, con casi noventa y ocho centímetros de busto; Tirria, morocha, algo bajita y una maestra a la hora de subir la pollera cinco centímetros más arriba de lo permitido; y yo (aquí la que escribe esta crónica debe describir a la protagonista de la misma: es una hermosa chica rubia, de grandes ojos de un azul algo verdoso y perfecta sonrisa, de más o menos un metro setenta de estatura y muy buenas proporciones, estrecha cintura y un busto bien importante).

El avión tuvo un desperfecto en tierra y tuvimos que dormir en el hotel del aeropuerto. A la madrugada, mientras yo dormía, las otras dos chicas entraron en mi habitación y me dijeron que debía pasar una prueba, como iniciación.

No se necesita tener demasiada imaginación para suponer qué es lo que vino después.

Ya hacía un buen rato que estábamos las tres en nuestros juegos cuando la puerta se abrió y entró Torkel, el piloto, algo maduro pero muy apuesto; y Hans, el copiloto, de unos treinta años. Yo no era ninguna no iniciada, pero nunca había estado en una pieza con tanta gente. Torkel dijo que quería probar mi estabilidad, para estar seguro de que no me caería si el avión entraba en un pozo de aire. Me hizo abrir los brazos, agacharme un poco, y sostenerme sobre sólo un pie. En esa posición comenzó a acariciarme. Cada toque me hacía tambalear, pero me sostuve. Después todo siguió de la manera tradicional (¡¿cuál será la manera tradicional para estos desprejuiciados suecos, se pregunta esta cronista?!). A partir de allí, comprendí por qué es raro que una azafata se case. Cada vuelo es una aventura distinta..."

Después estuve hurgando en el resto de los papeles de nuestra amiga, pero ella parece no haber vivido una situación como la que deja vislumbrar la joven azafata sueca en el breve recorte. O tal vez mi amiga no se animó hasta ahora a volcarlo en el papel. Supongo que se lo preguntaré en algún próximo encuentro...


Espero que estén disfrutando de esta serie ¿tendrá mi amiga más historias que contar? Lo descubriremos juntos. Un saludo. R.