Memorias de un portero de noche (34)

Ya empecé a trabajar en serio con el profesor, me encargó en ponerme al día con los cobros atrasados y no lo hice mal del todo. Andrea me demostró una empatía especial con Susi que me asombró hasta mí.

Don Horacio me recibió con una sonrisa, lo vi mirar su reloj de reojo, yo sabía que lo iba a hacer, por eso llegué muy puntual, ya me esperaba en la puerta de su taller, muy ceremoniosamente me dio la bienvenida y me invitó a entrar, era mi primer trabajo en tierra, eso me llamó la atención pues el barco pese a ser grande, al final tenía un límite, con sólo saber que detrás de la puerta seguía la calle y más, me sentía más… contento.

Detrás del mostrador donde recibía a los escasos clientes estaba el taller, en una pared había un gran espejo, imagino que serviría para ver lo que aparecía en las pantallas de los televisores mientras él trasteaba en sus tripas.

Me encargó que fuera destapando uno que tenía entre manos, me fue difícil pues tenía unas grapas que no acerté a descubrir, Horacio me enseñó pacientemente por donde debía meter mano.  Nada más ver los componentes que había me mareé, el profesor se rió de mí porque su intención era enseñarme sus entrañas.

Primero me enseñó a soldar con estaño, me dio unos cables y me explicó cómo hacerlo, después fue al revés, de unas placas me explicó cómo debía desoldar aspirando el poco estaño de la soldadura, me tuvo media mañana así, yo me impacientaba pues quería avanzar como si fuera él.

Don Horacio me demostró que era un buen profesor además de técnico y me llevó paso a paso, a media mañana su hermana Flores bajó agua caliente, me extrañó, pero cuando vi al profesor sacar la yerba mate ya supe que la ceremonia iba a empezar.

Flores era viuda igual que él, se conservaba bien aunque sus hijas eran mayores, tenía una sonrisa muy cariñosa, me recordó a Magda, pero ésta destilaba más ternura, desde un primer momento no la vi como lo que era, la hermana del jefe y menos cuando le pasó a Horacio una cajita adornada y de ella sacó una calabaza y una bombilla bastante decorada por lo que pensé que no era un artilugio cualquiera y me la regaló.

  • Josu, lo primero que debes hacer en Argentina es integrarte en nuestra cultura, como seguramente sabrás, somos muy parecidos, pero… somos argentinos, eso tenlo claro, hablamos español, pero… hablamos argentino, no sé si captas la diferencia…
  • Sí, ya lo vi en casa de mi antiguo Jefe, durante la travesía en el barco no lo noté mucho aparte del vos y el sos característico, pero aquí y en Paraná me enteré bien de las “ssss” arrastradas y muchas palabras que he tenido que ir aprendiendo sobre todo las que tienen significado diferente.
  • Muy listo, sí señor, de todas formas, ya irás viendo las diferencias y sobre todo frases propias que usamos normalmente.
  • Sí, ya sé que lo de coger… y la concha…
  • Jajaja, ¿ya lo has notado?  Eso está bien, veo que te interesa el tema, jajaja.
  • Lo siento doña Flores, se me ha escapado.
  • Jajaja, no te preocupes, es normal y… por favor no me llames Flores, con Flor es suficiente.
  • Seguro y la más bella de todas.
  • Mmm, este gallego tiene muchos kilómetros…
  • Puesto a aclaraciones, le comento que no soy gallego, soy vasco, de Vizcaya.
  • Jajaja, eso no tiene importancia, aquí hay también ascendencia de vascos, pero te tendrás que acostumbrar a que te llamen gallego, por nosotros no es problema, bueno es saberlo, pero la costumbre…
  • Ya lo sé, me acostumbraré, vamos a aprender cómo se prepara el mate.
  • Fíjate, primero…

El primer sorbo me resultó amargo pero poniendo buena voluntad pronto me fui acostumbrando, en compensación Flor sacó de un trastero una bicicleta que estaba allí olvidada.

  • Hermano, pensé que esta bicicleta ya no te sirve, en cambio a Josu le vendría bien para venir al trabajo.
  • Bueno… la verdad es que no está muy presentable, ni me acuerdo desde que ya no la uso.
  • No se preocupe don Horacio, yo me la arreglaré y verá cómo no la conoce.
  • De eso estoy seguro.

La bicicleta quedó como nueva, le cambié las cámaras y las cubiertas y después de los milagros que hace un trapo y unas gotas de aceite me di una vuelta por el vecindario y comprobé que corría como nueva.

  • La verdad es que no la reconozco, yo la usé muy poco pero el tiempo…
  • No se preocupe, está para hacer muchas “millas” todavía, gracias Flor.
  • De nada hombre, te lo mereces.

Sí que le di uso a la bici, porque desde entonces me encargó ir a intentar cobrar una serie de recibos que, por desidia o porque se hacían los remolones, estaban pendientes de cobro.

En los días siguientes me dedique a salir con mi bicicleta y una carpeta de recibos, Don

Horacio debía ser muy buen profesor pero como administrador…

Los cobros me sirvieron para recorrer Santa Fe, fui conociendo calles, plazas y barrios, los primeros recibos fueron fáciles de cobrar, excepto algunos que claramente se hacían el remolón, aunque al verme a mí, joven y fuerte y nuevo, me tomaron en serio y prometieron que a la próxima vez me liquidarían todo o parte de ellos.

Don Horacio estaba entusiasmado conmigo, su hermana Flor le recriminaba que no hubiera gestionado mejor todo aquel dinero que estaba “muerto” en la carpeta, me alentaba y me ofrecía buenas meriendas pues después de pedalear todo el día, aunque la ciudad era llana, acababa agotado.

En uno de ellos me topé con un caso especial, el profesor me dio ocho recibos del mismo cliente, me dijo por adonde caía la casa, estaba en la Villa Yapeyú, sin más salí para allá, el barrio estaba bastante lejos y en un principio me imaginé una serie de casa bajas, típicas de las ciudades planas pero aquel barrio parecía casi despoblado, las casas disgregadas casi todas iguales y de poca calidad, además que les faltaban cuidados y una mano (o varias) de pintura.

Tuve que preguntar y la gente, cuando me vieron la carpeta, recelaron de mí, me dieron indicaciones no muy exactas hasta que entre unas y otras localicé la casa.

El aspecto no era muy halagüeño, en la entrada habían cinco niños de corta edad, jugaban con un balón de futbol bastante viejo pero la verdad, lo hacían muy bien pese a su corta edad y la ausencia de calzado apropiado, aprovechaban dos postes, uno del alumbrado y otro de teléfonos como de portería, con una cuerda figuraban el larguero, me entretuve mirándolos hasta que uno de ellos marcó un gol a su hermano mayor, fue de una chilena que me dejó sorprendido.

Les pregunté y me confirmaron que su madre estaba adentro, cuando la vi se me cayó el alma a los pies, llevaba un niño pequeño a horcajadas en la cintura y para más “inri” estaba embarazada con un gran bombo, al verme se le saltaron las lágrimas y a mí también, le dije mi pretensión y la mujer se echó a llorar, me contó un drama, pues su marido no trabajaba pero en cambio siempre llevaba en la mano un botellón de fernet-cola Fernandito , la mujer me enseñó su casa, a pesar de la pobreza se notaba que era cuidadosa y se preocupaba por la familia.

Yo me hacía cargo y sufría por tener que ir a cobrar a aquellos sitios porque la mujer me demostraba que no podía pagar, yo insistía porque el profesor insistió que trajera dinero a casa y la mujer cuando ya no tuvo otra salida mandó a los niños a jugar fuera de la casa y me dijo que la esperara, entró en su habitación, pensé que iría a buscar el poco dinero que tenía.

Cuando me avisó que pasara, creí que ya habría encontrado algún escondite secreto, me quedé helado, la señora estaba tumbada sobre la cama, desnuda completamente, con un bombo de 38 semanas y las tetas hinchadas con unos pezones que ocupaban media teta.  Me miraba con ojos llorosos y cuando comprendí lo que me proponía ya era tarde.

  • Siento no poder pagarle, si quiere le iré pagando así, poco a poco…
  • Por Dios señora, cúbrase.
  • No se preocupe, sé que dinero no voy a conseguir, mi marido no me da casi ni para comer y fíjese los pibes que hay afuera.
  • No sé qué decir, valoro su honestidad, pero no puedo aprovecharme de usted y no es porque no sea tentadora, tiene usted una cara muy linda y en otras circunstancias luciría bellísima.
  • Muchas gracias, hace muchísimo que nadie me dice nada igual, mi vida es muy desgraciada, mi marido no me deja salir de aquí y si no fuera por mis hijos, que son unos buenos niños.
  • Y juegan muy bien al futbol, ojalá los descubra alguien, creo que llegarían a jugar en la Selección Albiceleste y posiblemente en algún equipo extranjero.
  • Ay, que Dios le oiga, pero cójame ya, que no me fío de estos diablillos.

Miré a la señora que abrió las piernas para que la montara, la mata de vello que le cubría la concha no dejaba ver nada aunque supuse que sería un delicioso manjar pero me acerqué y me senté a su lado y saqué todos sus recibos, se los puse delante y ella me dijo muy triste.

  • Sí, tendrá que cogerme muchas veces, debo mucho.
  • No se preocupe, sólo se los enseño, espero que nunca vuelva a estar en una situación semejante.

Delante de sus ojos rompí todos los recibos y los dejé a su lado, ella me cogió la mano y la besó entre lágrimas, yo le acaricié la panza, parecía un volcán y sobre él, el ombligo salido como un pezón gigante.  La señora me sonrió y me llevó la mano a su corazón, la pasó por lo alto de su teta ya casi llena de leche y me miró.

  • Me habría gustado coger con usted, parece una persona cariñosa.
  • Más que su marido seguro, porque esa prole que juega ahí afuera…
  • Sí, no piensa más que en cogerme, yo le doy el culo para evitarlo, pero a él le gusta llenarme la concha y ya ve, snif.
  • En fin, cuídese, le deseo un buen parto y… que sea el último.

Al salir la vi cómo se cubría el cuerpo y lloraba en silencio, pensé en lo desgraciada que podía ser su vida, cuando ya estaba lejos pensé que ese mes no cobraría, mi sueldo iría a parar a la cuenta de Don Horacio, yo no pensaba decirle nada, por supuesto.

Cuando llegué al taller estaba Flor con él, fingí que había tenido éxito, Flor me abrazó emocionada, no tanto por el dinero sino porque se alegraba de mi éxito en un sitio tan difícil, dijo a su hermano que siempre quiso tener un hijo como yo, en cambio sus dos hijas, muy lindas por cierto, sólo pensaban en pintarse y salir de fiesta.

Cuando llegué a casa fui directo a mi habitación, no se me iba de la cabeza la pobre mujer preñada, la imagen de su bombo lleno de grietas, sus tetas y aquel coño peludo se me grabó en la mente, la pobre, siempre preñada, como si fuera una enfermedad crónica, no tenía vida, solamente el criar a los pequeños y rezar para que su marido no la follara al venir borracho y eso si no le pegaba también…

No me di cuenta cuando se abrió mi puerta, estaba ensimismado en mis pensamientos y sólo me percaté cuando noté que el colchón se hundía un poco.  Me volví y vi la cara sonriente de Carol, no hizo falta que la invitara porque levantó la sábana y se coló a mi lado.

  • Buenas noches galán, ¿hoy no querés saber nada de mí?
  • Lo siento, debí de ponerme a estudiar, no volverá a pasar.
  • No te preocupes, eso puede esperar, pero… te veo muy apagado para lo que vos acostumbrás.
  • Sí, es que hoy me pasó una cosa que me ha dejado muy triste.
  • ¿Ah, sí?, contámelo, así seremos dos a repartir, jajaja.

Le conté todo, de pé a pá, la chica estaba pegada a mí mirando atentamente y se apretaba a mi brazo, yo sentía su empatía, Carol asentía al verme afectado y me animó a contarle todo, no pensaba contarle lo del vientre, las tetas y el coño peludo que tenía pero me lo fue sacando sin darme cuenta.

  • Imagino lo que habrás sufrido.
  • Ya lo creo, la pobre señora, allí desnuda, ofreciendo lo único que tenía.
  • No, yo lo decía por esto…

Carol levantó la sábana y señaló el calzoncillo, la polla estaba invisible, arrugada y escondida entre los huevos y las piernas, con cuidado levantó el elástico de la cintura y miró en el interior.  Me volvió a mirar a los ojos y sonrió.

  • Me gusta lo que veo.
  • No puedo creerlo, si no tengo nada, estoy desmoralizado.
  • Precisamente, me demuestras que eres una persona sensible, las noticias que tenía no eran de eso.
  • Bueno yo…
  • Claro, con lo que me contó mi hermana de ti y lo que vi la otra tarde de las palomitas creí que sólo te interesaba coger.
  • Mujer… tampoco es eso, que tengo mi corazoncito, por cierto, ¿cómo sabes lo que pasó con las palomitas?
  • Jajaja, no pensarás que teniendo a dos como vosotros a mi lado podía dormirme, pero preferí “observar” de cerca.
  • ¿Quieres decir… que no estabas durmiendo cuando yo te…?
  • Mmm, no me lo recuerdes que me mojo otra vez, cuando me pasaste la mano por los muslos pensé en “despertarme” pero me “sacrifiqué” para ver hasta adonde llegabas y sobre todo “cómo” llegabas.
  • ¿Y?
  • Mmm, delicioso… llegué hasta el final…
  • Pues no te oí.
  • Es que no soy tan escandalosa como Elena, cuando me corrí me mordí el labio para no gritar, aún así mis orgasmos son callados pero intensos y sobre todo largos.
  • Así que cuando cerraste las piernas y me atrapaste la mano, tú…
  • Justo entonces, si señor, jajaja, me corrí como nunca, me dio mucho morbo que estuvieras cogiendo con Elena y acariciándome a mí a la vez, jajaja.
  • Reconozco que fue una oportunidad difícil de repetir, me pusiste como un burro.

Volvió a mirar por debajo de la sábana y lo que vio no tenía nada que ver con la vez anterior, la polla se había salido del bóxer y apuntaba a mi ombligo.  Carol se escurrió por debajo de la sábana y cuando su cara llegó a mi cintura se apoyó en mi vientre.

Noté cómo levantaba el elástico y su cabeza bajaba hacia la polla, le ayudé empujándole y al momento sentí la humedad de sus labios y la presión de su lengua.  La imagen de la preñada desapareció cuando pasé la mano por el vientre de Carol, camino de su Monte de Venus, ya lo conocía y no me entretuve en él pues el llegar a los labios de su concha los separé y le pellizqué su clítoris.

Carol no se fue por las ramas, de pronto tiró la sábana que nos cubría y subió sobre mí, pasó una pierna por mi cara y se dejó caer para que no tuviera que buscarla, su coño abierto me tapó la boca al mismo tiempo que la suya aspiraba mi polla.

Demostró que era tan o más fogosa que Magda, con más agilidad que ésta, me lamió los huevos y llegó hasta el culo, cuando lo tuvo todo mojado de saliva se dio la vuelta y separó los labios de la concha mojada y encaró mi capullo en ella.

Con un largo suspiro me anunció que se había clavado mi tranca hasta el fondo, para más seguridad me señaló su coño para que viera que mi polla, en todo su tamaño, se había perdido en sus entrañas.

La argentina superó a la venezolana, giró, ladeó e incluso retorció mi polla cuando se volvió de espaldas sin sacársela, me enseñó su culo (que no conocía todavía ) saltando sobre mí.

  • ¡Ese culo va a ser mío Carol!
  • Ya vi cómo le partiste el orto a Elena, yo pensaba hacer lo mismo, pero ahora me siento muy llena y sé que no me va a caber.
  • Eso ni lo pienses, tienes un culo mejor que Elena.
  • ¿Mejor que el de Elena?, sos un boludo mentiroso.
  • Bueno vale, el de Elena es caribeño pero el tuyo, es de Santa Fe, jajaja.
  • Jajaja eso está rebueno, así a lo mejor te lo dejo.
  • Eso ni lo dudes, ponte a cuatro y relájate, te voy a dilatar primero y te chuparé ese ojo moreno, jajaja y ya me cuentas.

Tampoco resulto tan idílico, al lamerle el culo mejoró bastante, se relajó y pude hasta meter un poco de lengua, pero al notar la cabeza de mi polla la cosa cambió y mucho más al notar la presión que imprimía.

Los gritos, apagados por la almohada apenas se oyeron pero la polla fue entrando lentamente hasta que Carol se desvaneció sobre la cama, por un segundo, el esfínter se relajó y lo que quedaba por entrar, lo hizo.

  • ¿Ves cómo si pudo ser?  Sólo es cuestión de proponérselo.
  • ¡De proponértelo vos, pelotudo!
  • ¿Y ahora qué me dices, te la saco?
  • Nooo, ¿no querrás que sea menos que mi hermana, ni Elena?
  • Desde luego que no, te mereces lo mejor y te lo voy a dar, pero luego no te quejes.
  • Y si me quejo, no me des bola.

Le di todo, hasta las dos bolas se pegaron en sus nalgas pegajosas con sus flujos y no chistó siguiera, a lo sumo resoplaba cuando entraba y aspiraba cuando salía, cuando se corrió apenas lo noté más que por la “carne de gallina” que le vi en la espalda, estuvo quieta más de dos minutos, tiempo que aproveché para, cogido de las tetas, seguir follándola como una máquina de coser.

Aquella noche fue larga, Carol batió los records de Magda y Elena juntos, se olvidó sus dudas y yo las ganas, cuando volvió a su cuarto no me enteré, estaba completamente derrotado.

Por la mañana llamé a Osvaldo, se puso Magda y me preguntó cómo iban las cosas, lo dijo en un tono que podía aplicarlo a dos cosas, de momento preferí contarle sólo lo del trabajo, el resto de su hermana Carol lo dejé para que se lo contara ella, seguro que sería corregido y aumentado con todo detalle.

Mi interés era hablar con su marido y cuando se puso le pregunté cómo podía arrancar el 4-L, la furgoneta estaba parada tiempo y él, muy “profesional”, me fue dando las pautas para proceder y volver a la vida aquel descubrimiento, yo me apunté todo meticulosamente y le prometí que le llamaría poniéndole el teléfono al lado del motor para demostrarle que supe hacerlo.


Andrea y yo nos sentamos en el sofá cogidos de las manos, tanto ella como yo estábamos superados por la noticia, ninguno de los dos nos echamos en cara los motivos, ahora era hora de dar soluciones y no quejas, mi mujer me demostró una gran entereza, yo esperaba un montón de recriminaciones, hasta me preparé un discurso de réplica, aunque sabía que no tenía argumentos suficientes para rebatirla.

  • Esta chiquilla me preocupa mucho y más que ella, el entorno en que vive, fíjate que su familia política, tan pía y religiosa, la despiden sin más, al hijo lo convencen para que vuelva a la oscuridad del seminario, pienso que habría otras soluciones, la vida no es blanco o negro.
  • Eso pienso yo, nosotros no somos así, pero lo que más me indigna es la posición de sus padres, nada menos que le exigen que se deshaga del bebé, que barbaridad, no parecen humanos, a lo mejor será porque sus consuegros son socios en la empresa y le darán más valor a la posición económica que a su hija.
  • Sí, son capaces de todo, tenemos que hacer algo, tengo una idea, pero no sé si te gustará.
  • Mujer, viniendo de ti seguro que será la mejor.
  • Había pensado… no sé…
  • Venga, di lo que sea.
  • Había pensado en traerla con nosotros, la cuidaríamos como a una hija y el niño o lo que sea sería nuestro nieto.
  • Bueno, o nuestra nieta… jajaja.
  • Vale olvídalo, sólo fue una idea.
  • No, si lo de venirse con nosotros no es mala idea, ha sido al oír que sería como nuestra nieta que me hizo gracia.
  • Ya sé lo que vas a decir, tampoco es preciso hurgar en la herida, dejémoslo pasar.
  • Si tú lo dices…
  • En otro tiempo no pensaría igual, pero me has cambiado, me hablaste claro desde el principio y no me has mentido, ahora hay que aceptar lo que nos da la vida.
  • ¿Entonces lo decías en serio?
  • Claro tonto, ¿Qué pensabas, que íbamos a dejar a TU hijo en la calle? Jajaja.

Al decir “TU HIJO” tan marcadamente me entró un escalofrío por la espalda, ella lo notó y me abrazó, el acuerdo lo sellamos de la mejor forma, allí mismo, nos abrazamos y después de una serie de besos y caricias terminamos haciendo el amor y no digo follar, digo “HACIENDO EL AMOR” con todas las letras.

Cuando se lo propusimos a Susi no se lo creía, entonces sí que lloraba a gusto, pero lo hacía feliz, le parecía que el nubarrón que tenía delante se aclaraba como lo hizo la tempestad en el Mediterráneo, de pronto las nubes negras se fueron apartando y apareció el cielo azul.

Sus padres no querían, preferían que abortara y echara tierra encima pero ella estaba decidida a tenerlo, nosotros mucho más, ahora con la bendición de ambos ya lo sentíamos como nuestro nieto y… yo más.

Hubo disgustos familiares, pero Susi impuso su criterio y una tarde apareció en el tren, lógicamente todavía no se le notaba nada y estaba preciosa, yo la miré con ojos golosos y Andrea me dio un codazo en las costillas, nos abrazamos y besamos juntos a todos los pasajeros, para ella éramos sus héroes y para nosotros… un montón de cosas juntas.

Andrea ya había preparado su habitación, estaba al lado de la nuestra y se esmeró en que estuviera tan cómoda como en su casa, las primeras noches su problema era el tema del día, no pensaba en otra cosa, su marido, sus suegros, sus padres pero al final nosotros le recordábamos lo más importante y al hablar del sujeto principal se le pasaban todos los males.

Curiosamente desde el primer momento lo tratamos con la mayor naturalidad, cuando nos referíamos al futuro bebé le decíamos TU hijo, aunque cuando ella se refería al mismo a veces se le escapaba lo mismo mirándome a mí.

Al principio me descolocaba pero al ver que a Andrea no le parecía mal dejé de preocuparme, había asumido que yo la había desvirgado y follado, no una sino varias veces, por lo tanto no había dudas.

Susi demostró una gran madurez con Andrea, cuando la veía atacada por las arcadas la cuidaba como si fuera su hermana, las dos se llevaban muy bien, yo me acostumbré a verlas como  hermanas de verdad y reconozco que me despreocupé un poco de Andrea, hasta el día que volvimos al mercadillo.

  • “Ozú, mi arma”, vaya mujeres que lleva…  ¿Es su hija?  ¡También le vendría bien un ramito de claveles, digo!
  • No gracias, ya le compré el otro día y todavía están preciosos, nada más llegar los puse en agua con una aspirina y se mantienen como el primer día.
  • Todo eso está bien, pero, va a tener que poner dos búcaros porque su hija también está preñada, vaya cuantos días felices le esperan, porque… lleva una niña tan guapa como ella.

Susi se volvió hacia mí, me encogí de hombros como si fuera el más sorprendido, ella se cogió la barriga todavía plana como una pared y miró a Andrea, que se puso roja porque parecía que la habían pillado en “Offside”.

  • ¿Y usted cómo lo sabe, si no se lo dije a nadie?
  • “Mi arma”, si lo llevas escrito en la frente, igualito que tu madre.
  • Oiga que yo… además, no es mi madre, es… mi hermana.
  • Que sí señora, que su hombre le ha metido una buena “picha”.

Nos fuimos de allí a toda prisa sin comprar claveles, Susi era la más extrañada, primero porque le adivinó su estado y luego por lo que dijo de Andrea, cuando llegamos a casa, preparé café y Andrea nada más olerlo se puso malísima.

  • ¡Pero Andrea si es café, a ti te gusta mucho!
  • Ya lo sé Josu, pero ahora no puedo soportarlo, ni que esté cerca de mí.
  • Bueno, si tú lo dices…
  • Yo no digo nada, pero mi madre cuando se quedó de mi hermano pequeño también le pasó eso mismo con el café.
  • No me digas Susi, me estás asustando.
  • Tranquilas, ya veremos que dice el médico, seguro que será una jaqueca.

Sí, “jaqueca” … cuando el médico la reconoció nos anunció sonriente que la “jaqueca” le duraría 40 semanas exactas, no le entendí bien, pero Andrea y Susi lo comprendieron inmediatamente, a mi mujer le entró una llorera inconsolable y Susi la abrazó.  Cuando salíamos de la consulta el médico le dijo a Susi.

  • Cuide a su hermana y cuídese usted también, porque también se le nota, aunque menos.
  • ¿Doctor, quiere decir que…?
  • Si amigo, va a ser padre y tío a la vez.
  • Sí, más o menos, eso espero…
  • Jajaja, ¡ah y prepare un cochecito doble para llevarlos al parque!, jajaja.

Me jodió bastante lo que dijo el médico pero las chicas se rieron de mí nada más pisar la calle, una a la otra se palpaba sus vientres esperando notarse ya el abultamiento, enseguida se pararon en una tienda de ropa para bebés y fueron tomando nota, una de color rosa y la otra de azul.  Yo me volvía loco nada más pensarlo, mi casa iba parecer una guardería, mi libertad se iba a esfumar como el humo.

Las dos mujeres se llevaban muy bien, entre las dos llevaban la casa y me trataban como un rey.  El tiempo pasó rápido, las dos con las molestias propias de su estado compartían todo, una a la otra se interesaba por todas las revisiones y el doctor las atendía como si fueran hermanas.

En los ratos tranquilos comentábamos lo bien que lo pasamos durante el crucero, asombrosamente Susi no le guardaba rencor a su marido, pese haber dado la espantada, hasta cierto punto lógico, estaba muy contenta con su vida, con nosotros tenía una estabilidad emocional que con él no la habría tenido y con su familia menos.

Durante la travesía compré, en el Duty Free Shop del barco, una cámara de fotografías de usar y tirar, nunca he sido de hacer fotografías, aunque ahora lo lamento, en mis momentos de “recuerdos” me gustaría tener fotos de todas o al menos de las mejores personas que conocí, incluso las pegaría en mis memorias, así si alguien más las leía podría comprender mucho mejor que mi derroche de “atenciones” fueron justificadas, así como las cualidades naturales   que pudiera tener… o no.

Andrea le contó lo que vimos, adonde estuvimos, las excursiones que hicimos y alguna aventura más, también le enseñó la foto de Sofía, nos hicimos varias en su casa, al lado de Stablos y en la cena que nos obsequió antes, nos dijo que se notaba que nos queríamos mucho.


Cuando saqué la furgoneta a la calle le monté la batería que había comprado, don Horacio me recomendó una casa de repuestos que conocía y fui con mi bicicleta, la llevé a la espalda dentro de mi mochila con gran esfuerzo pero cuando la coloqué seguí los consejos de Osvaldo y al darle a la llave de contacto después de varios balbuceos y tosidas el motor empezó a ronronear.

Llamé a mi antiguo Jefe, le conté cómo había arrancado el motor y me felicitó, también me aconsejó sobre la presión de los neumáticos y los cambios de aceite y refrigerante, él era muy meticuloso con sus máquinas y yo me contagié de él, antes de colgar me mandó un par de besos de parte de su mujer, la oía a su lado queriendo ponerse para dármelos ella misma pero Osvaldo no la dejó para recomendarme más cosas sobre el coche.

A partir de ese día me dediqué a cuidar la furgoneta, con mucho cuidado y con la excusa de dejar más sitio en el almacén la sacaba a la calle en marcha, así practicaba y al día siguiente me apunté en una autoescuela que conocía el profesor.

Por las lecciones que me dio Osvaldo por las calles de Paraná iba muy adelantado y en clase pronto aprendí las señales y normas de circulación.  Carol me repasaba los temas, después de estudiar nos sentábamos en el suelo cara a cara, con los pies juntos, me hacía practicar el juego de pedales con sus pies, ella me iba dirigiendo, “mira el retrovisor, intermitente, gira a la derecha, cambia de marcha” … la chica aprendió en paralelo lo mismo que yo y la convencí para que se sacara también el permiso.

Las lecciones terminaban casi siempre igual, con los shorts holgados que acostumbraba a llevar era imposible acabar de otra manera, los dos estábamos deseando terminar los temas para saltar a la cama y seguir las “practicas” pero de equitación.

El día del examen el maestro me felicitó, no salía de su asombro con qué facilidad demostré mi dominio por las calles de Santa Fe y todavía más cuando me hizo aparcar en plena Plaza San Martín, en todo el centro de la ciudad, aprobé el teórico y el práctico a la primera y pronto tuve el documento en el bolsillo.

Ya abandoné la bicicleta, ahora llevaba la furgoneta a todas partes, hacía los recados del taller, llevaba y traía los aparatos que anteriormente despreciaba por no poderlos transportar, ahora con mi mayor fuerza cargaba con ellos y los dejaba en el taller en espera de devolverlos y así el profesor me subió el sueldo.

Una tarde Flor bajó con los almuerzos y le preguntó a su hermano si podía disponer de mí para recoger un mueble que le regaló una amiga, Flor se dedicaba a restaurar muebles antiguos y revenderlos, aquel era de un familiar ya fallecido hacía muchos años, la vi ilusionada, pero le advertí que no tenía mucha práctica en conducir y menos por el centro, pero ella le quitó importancia diciendo que confiaba en mí.

A la mañana siguiente quedamos en salir a por el mueble, cuando bajó me gustó la trasformación que había hecho y sobre todo el aroma al perfume que se puso.

  • Buenos días Josu.
  • Buenos días Flor, ¿hacia a dónde vamos?
  • Hacia Rosario, yo te indico.
  • ¿Ha dicho a Rosario?
  • Sí, ¿no te atreves?
  • ¡Cómo no, si usted se atreve a que la lleve!
  • Confío completamente en ti…

Continuará.

Ruego que valoren y comenten.

Gracias.