Memorias de un portero de noche (32)

La tempestad en el mar fue excepcional, el que mejor la llevó fui yo y tuve que cuidar de todos. En Santa Fe empecé a situarme, hice mis primeros contactos y todo parecía que iba a ir bien.

La travesía fue muy accidentada, el barco pese a su imponente eslora navegaba zarandeado por el mar embravecido, la proa se hundía en los valles de las olas para, al momento, emerger y quedar con el bulbo al aire, yo, estando acostumbrado a malas noches, reconocí que nunca había sufrido una tempestad como aquella, por eso cuando fue amainando las puertas de los camarotes se fueron abriendo y asomaron caras demacradas que buscaban el consuelo anímico al ver a otros pasajeros en sus misma condiciones.

Me acerqué a la cama y vi que Andrea seguía durmiendo, quedé más tranquilo, por lo menos descansaba bien, yo estaba un poco entumecido del sofá y me asomé al pasillo al oír que llamaban, era  Daniel que venía en mi busca.

  • Josu, por favor, ven a ver a Susi, creo que está mal.
  • Ya me imagino, ¿quién no lo está en el barco?
  • Pues tú, creo que eres el único, porque yo estoy fatal.
  • No lo creas, también me mareé un poco, la tormenta ha sido impropia del Mediterráneo, suele ser un mar tranquilo.
  • Pasa si quieres y le das una mirada, yo no entiendo de esto.

En la cama revuelta seguía Susi, tenía unas ojeras que demostraba lo mal que se encontraba,  me arrodillé en el suelo a su lado y pasé la mano por su frente, lo agradeció cogiéndome la otra y llevándosela a los labios, me besó en la palma y noté el frío del miedo.

Intenté calmarla, le puse los labios en su frente y la besé suavemente, su joven marido, al otro lado de la cama, agradeció ver cómo se calmaba, incluso sonrió un poco.  Susi entre sueños llevó mi mano por debajo de la sábana, Daniel estaba muy pendiente de su expresión, se tumbó a su lado y se acercó a su oído para preguntarle cómo se sentía.

La mano de Susi me llevó a su estómago, la apoyó allí y suspiró dejando la suya sobre la mía, noté la piel fría y los retortijones del vacío que sentía, con cuidado la masajeé y se sintió aliviada, ella misma cuando se sintió mejor fue subiendo mi mano hasta que toqué el promontorio de su pecho, pensé que allí se sentiría mejor al no descansarle en el estómago y la dejé.

Daniel apoyó la cabeza en la almohada al lado de la de Susi y se quedó dormido.  El joven lanzaba su aliento desagradable hacia la cara de su mujer y la volvió hacia mí, quedamos tan pegados que la volví a besar en la frente y ella movió la cara para que siguiera besándola, agradecía mis caricias que la relajaban y yo sin moverme fui besando por donde ella quiso.

Al llegar a la comisura de sus labios paró, no me moví pero cuando noté la humedad de su lengua entre mis labios, me acerqué más y pegué mi boca a la suya.  Su mano sobre la mía se estremeció y la llevó sobre su pecho, aún en el mal estado que se encontraba su teta estaba dura y suave, propia de una casi adolescente, me mantuve quieto pero Susi la fue deslizando por su redondez hasta que mis dedos se enredaron en su pezón minúsculo, entre ellos fue creciendo hasta separarme el índice y el pulgar.

Allí dejó mi mano sola, seguí frotando aquel pezón áspero y tierno, aunque su mano no quedó quieta, la noté resbalar por debajo de la sábana hasta acercarse a mi cintura.

Sin dejar de darnos besos cortos y repartidos por los ojos, su mano acertó a encontrar el tirador de mi bragueta, tardó bastante en bajarla pero lo consiguió, dejó caer la mano por el elástico del bóxer hasta llegar a mí, con dos dedos tiró del prepucio y lo retiró, ya con el capullo en el puño fue buscando la salida hasta tenerla fuera del pantalón.

Daniel había caído en buena postura, estaba de lado pegado a ella soplando como un buey.  Susi con la punta de dos dedos cogió mi polla y la fue despejando hasta llegar a los huevos, al volver ya la cogió con la mano entera y lo repitió varias veces.

Mi mano dejó la teta dura y pasó al lado, la gemela estaba escondida debajo de su brazo y Susi se movió para que llegara a ella, tiré del pezón y la liberé, al sentir cómo se desplegaba la punta de su teta se giró hasta quedar un poco de lado en la cama, su marido ocupaba la otra mitad y seguía KO.

Cuando tuvo los dos pezones tan duros que se marcaban debajo la sábana pasé otra vez la mano por su estómago, ya no estaba frío, la tibieza de su piel me animó a seguir, al pasar sobre el ombligo noté un pequeño temblor pero seguí, según avanzaba las puntas de los pies debajo de la sábana se iban separando y al llegar un poco más abajo del ombligo el temblor ya era continuo.

Su mano apretaba fuertemente mi polla, ahora ya completamente dura, la movía en todas direcciones con ansiedad y comprendí que necesitaba relajarse, la noche había sido dura para todos pero para ella posiblemente más.

Al notar que me atrapaba los huevos mi mano se incrustó entre sus muslos, allí el calor era muchísimo mayor, era húmedo y mis dedos resbalaron buscado la fuente que lo ocasionaba.

La encontraron pronto, al separar los labios tocaron el botón que sobresalía entre ellos y eso supuso un gemido en mi oreja, su respiración se agitó cada vez más, su pierna derecha resbaló del colchón y cayó desmayada a mi lado.

Susi tiró de mí, me hizo levantar y me guió hasta cerca de su cara, sin soltarme la polla la llevó pegada a sus labios y sacó la lengua todo lo que pudo para llegar a lamerla.  Mi mano ya hurgaba entre sus labios entrando en su hueco, noté los restos del himen apenas cicatrizado y metí un dedo y luego otro.

Yo esperaba que me chupara la polla pero después de lamerla un par de veces tiró de ella y la acercó al canto de la cama justamente hacia adonde tenía la pierna colgando.  Naturalmente yo la seguía intrigado por su acción, solté mi cinturón y el pantalón cayó al suelo.

Al rozar la polla con su muslo se retorció un poco buscando la mejor orientación y quedó frente a mí, ya no había duda, ahora estaba encarado justamente a su coño y al tirar de mí hacia el centro me dejé llevar y sin ningún esfuerzo entré en ella.

El hondo gemido que se le escapó al sentir cómo la iba llenando hizo que Daniel se removiera, cambió de posición y se pegó más todavía a ella pero poniéndose boca arriba.  Susi me soltó, ya me tenía adonde quería y se volvió hacia su marido.

Lo que vi me dejó asombrado, con su otra mano buscó a su marido y hurgó debajo de su pijama sin apenas rozarle, cuando vi que sacaba su polla dormida no me lo creí pero entonces volvió a cogerme los huevos y sopesó con las dos manos ocupadas.

Daniel, aún dormido no la defraudó, aquel apéndice blando y amorfo fue creciendo entre sus dedos y pronto tomó la forma de una buena polla, no tenía prepucio y al momento el glande tomó volumen y color asomando entre sus dedos cerrados.

Me moví lentamente a la vez que ella me buscaba con su cadera para que me deslizara hasta el fondo, con su mano me imprimía el ritmo que le gustaba, el mismo ritmo que agitaba la de su marido.  Mis manos no quedaron quietas tampoco, una acudió a su teta izquierda y la otra al clítoris que brillaba entre los labios abiertos.

La cama tembló cuando su orgasmo le llegó sin avisar, agitó la polla de Daniel con tanto vigor que se corrió sobre su vientre, yo quise salir para evitar que me viera allí si se despertaba pero con la pierna que colgaba me rodeó la cintura y me retuvo hasta que me corrí sobre su coño.

Salí con el tiempo justo, al cerrar la puerta del camarote vi cómo Daniel entreabría los ojos y ella le preguntaba si se encontraba mejor.


En Santa Fe, Carol me demostró que era muy eficiente, al día siguiente de marchar Osvaldo y Magda, entró en mi habitación, por suerte ya estaba en pie, quería causarle buena impresión y madrugué, ella ya estaba arreglada para salir y me saludó sin reparar que yo aún no tenía los pantalones puestos.

  • ¡Buenos días Josu, date prisa porque vamos con retraso!, hoy te presentaré al profesor de electrónica y habláis, ya verás cómo te gusta, es un señor muy amable, lo único que te pido es que cumplas, porque te puede abrir muchas puertas.
  • Eso dalo por hecho.
  • Sí, ya me dijo mi hermana que eras muy cumplidor…
  • Se hace lo que se puede, no te preocupes.

No quise darle importancia al comentario de Carol, lo hizo con cierto retintín pero preferí ignorarlo.

La Universidad era un edificio blanco y cuadrado, al que se accedía por unos pasadizos, estaba cerca de su casa y fuimos andando con paso rápido, Carol se arreglaba bastante, llevaba zapatos con un tacón mediano que le hacían mover las nalgas con alegría, yo la miraba de reojo, posiblemente fue una casualidad pero al bajar un bordillo de la acera noté que debajo de la camisa se bamboleaban dos bultos que me llamaron la atención pero me contuve de cualquier mirada indiscreta.

Cuando entramos en el hall me sentí orgulloso, me acordé de mi niñez, jamás pude suponer que llegaría a entrar en una Universidad ni de visita y aquel día entraba con muchas posibilidades de estudiar.

Carol iba saludando a diestra y siniestra a chicas y chicos, conocía a mucha gente, era muy popular y eso me gustó, notaba que las chicas se intrigaban respecto a mi aparición y con la familiaridad que me hablaba Carol.  Le salía natural, era muy simpática y desde el primer momento me trataba como si nos conociéramos de siempre.

Don Horacio ya era mayor, bastante más que Osvaldo, pero mucho más abierto, enseguida conectamos, él estaba acostumbrado a tratar con jóvenes y sabía cómo hablarme, me sentí a gusto desde el primer minuto.

  • Mirá Josu, el caso es que necesito una ayuda, aparte de dar clases en la Uni., tengo un pequeño negocio, para completar el salario, ya sabés, la educación no está muy bien pagada, el caso es que me dedico a lo mío o sea a la electrónica, pero, la verdad, la mayoría de operaciones que realizo son reparaciones de aparatos de televisión.
  • Estupendo, no hay problema.
  • El caso es que cada día se me presenta más pesado el retirar y devolver los aparatos a los domicilios, cuando era joven iba a las casas, a los viejos aparatos, los de válvulas, los reparaba “in situ” pero ahora ya pesan demasiado, además la electrónica es más complicada y no puedo demorar una mañana en casa del cliente probando y cambiando módulos, ¿comprendés?
  • ¡Cómo no!  Está claro, mi labor será simplemente la de repartidor, bueno, no es lo que yo ambicionaba, pero…
  • Lo siento, si no te interesa…
  • No, no digo eso, comprendo que no sé de nada… todavía y debo empezar por abajo.
  • Bueno… sí, eso me facilita también para decirte que el sueldo tampoco será… muy elevado.
  • Ya, bueno tampoco puedo pedir la luna, aunque podemos hacer una cosa, usted me paga lo que pueda y de paso me enseña, lo tomaremos como un complemento al sueldo, ¿le parece?
  • Me parece macanudo, a mi me gusta enseñar, es lo mío y si a ti te parece, a mí me encanta, ¿Cuándo puedes empezar?
  • Cuando usted quiera.
  • Perfecto, una cosa… ¿tienes permiso de conducir?
  • Mmm, todavía no, estuve avanzando en Paraná para ir ya preparado cuando tenga que rendir y… si, puede ser… que me cueste menos.
  • Así me gusta, que seas previsor, cuando trabajes conmigo verás que yo también lo soy.

Dejamos al profesor en la puerta de su clase y fuimos a la cafetería, era el momento de descanso y estaba llena, acudimos a una mesa llena de gente joven y enseguida me presentaron a todos, de primeras no recordé ningún nombre pero me fijé en alguna compañera para un futuro.

Por la tarde, ya en casa, entré en la habitación de Carol, le pregunté la forma de gestionar la licencia de conducir y me dijo que debía acudir a informarme al Centro Municipal de Educación Vial, quedamos que iría lo antes posible y como medida de acercamiento pedí unas pizzas y unos refrescos, cenamos entre risas y bromas.

Carol era más abierta que su hermana Magda y no era por la edad, tenía una gracia y una simparía innata que hacía sentirse a gusto a su lado, acostumbrada a tratar con chicos y chicas me demostró tener mucha confianza desde el primer momento, en su habitación y en su ambiente no se privó de mostrarse como realmente era.

Me sentí arrastrado por esa familiaridad y pronto congeniamos, me contó el ambiente que había en la ciudad, ella tenía un grupo de amigos, normalmente eran de fuera de clase que se reunían en casa de uno o de otro, a veces salían de cena o de discoteca, aunque no le gustaba mucho, a mí me pareció ideal, pues entonces yo no era un bailarín precisamente.

Los primeros días fueron de aclimatación, acudí al domicilio de don Horacio, me enseñó el local y como primera providencia me pidió que para poder andar mejor los dos, debíamos limpiar el taller.

Estaba en el barrio de Guadalupe, era un bajo y encima vivía él con su familia, en realidad con su hermana pues era viudo, su hermana también lo era y vivía dedicada a sus hijas gemelas, entre los dos las “malcriaban” pues ya tenían edad para estudiar en serio o buscarse trabajo.

El taller de reparaciones era un caos, acostumbrado a estar sólo iba dejando de un día para el otro el arreglarlo y tirar lo que no servía, pensé que debía de tener algo de “Síndrome de Diógenes”

En estanterías fijadas a las paredes colgaban decenas de aparatos viejos de blanco y negro, de los primeros, él pensaba que algún día podía necesitar alguna pieza y lo guardaba todo, su hermana se puso de mi parte cuando le dije que lo mejor sería tirar todo o casi todo y me ayudó a combatir la “resistencia” a despojarse de tanto “tesoro”.

Lo más insospechado fue que debajo de todo aquel maremágnum de televisores y cajas y cartones apareció el techo de una furgoneta, y según fuimos descubriendo al final apareció un Renault 4L color blanco, o por lo menos así sería cuando lo guardaron allí.

Fue un descubrimiento importante para los dos, él ya no se acordaba siquiera, pues no le gustaba conducir aunque vio la oportunidad que yo lo aprovechara y a mí me dio la idea de que cuando  tuviera la licencia me lo podría dejar a mi servicio.


La predicción de la camarera cubana fue real, cuando oteamos en el horizonte la isla de Mallorca la tormenta había menguado mucho, todavía estaba nublado y de vez en cuando caía algún chubasco, pero en el mar las olas apenas se estrellaban ya contra el barco sin hacerle mella.

Pasamos solos el día, Andrea se repuso bastante bien, cuando llamé a la camarera para que trajera unos desayunos ligeros y cambiara las ropas de la cama, me miró de reojo y me preguntó si no me apetecía también un mojito, le saqué la lengua imitando una lamida de coño y se encogió como si la hubiera recibido.

La vida en el barco resurgió como los caracoles cuando sale el sol tras la lluvia, de todos lados salía gente bien arreglada que ansiaba divertirse, y todos convergían al mismo sitio, en el comedor principal se anunciaba una gran cena, obsequio del Capitán para compensar los malos ratos en la tormenta, quería demostrar que el barco era de lo mejor que navegaba y él, por supuesto, su mejor Capitán.

Andrea se vistió con lo mejor que tenía, quería lucir todos los vestidos que se compró para la ocasión y lo acertó, no desentonaba nada con las más presumidas, habíamos quedado como casi siempre con Daniel y Susi, éstos terminaron antes en arreglarse y acudieron a nuestro camarote, Susi estaba preciosa con su vestido juvenil, había cambiado asombrosamente y su marido también lucía como un galán de noche.

Yo fui el más tardón, cuando vinieron todavía me estaba afeitando, quería dar la impresión de juventud y me esmeré demasiado, aún estaba en el baño en bóxer cuando salí y vi a la pareja, Susi en broma se tapó los ojos y todos se rieron por la ocurrencia, estaban tan impacientes por acudir al comedor que les tuve que decir que se adelantaran para reservar mesa.

Al poco rato oí la cerradura de la puerta, supuse que sería Andrea que volvía por algo y salí en calzoncillos, en realidad era la camarera cubana con unas toallas.

  • ¡Oh… lo siento señor!, creí que ya habían salido, se le va a hacer tarde.
  • Si hago tarde, será por un buen motivo.
  • Uy, no me diga eso, que me acelero.
  • Jajaja, pues imagínate yo.

Le señalé el bulto que aparecía bajo la licra del bóxer y ella abrió los ojos y se relamió.  Le tomé las toallas y las dejé en el suelo a mis pies, luego le señalé mi bulto y ella comprendió al momento, se arrodilló frente a mí y tiró de la prenda hasta los tobillos.

El pelo rizado de la mulata se balanceó como las olas del mar un día antes, era un ir y venir hacia mí, se tragó mi polla hasta la raíz sin respirar, con sus labios gruesos, fue una delicia pues los dientes estaban a buen recaudo.

Ya me iba a correr cuando la tomé de los codos y la empujé a la cama, con los pies en mis hombros le acerté a la primera, ella simplemente ladeó sus bragas blancas y la polla resbaló por los labios mojados como en una pista de patinaje.

Le saqué las tetas morenas del sujetador y las amasé a la vez que me hundía en ella, se corrió entre grandes alaridos, en los pasillos la gente pasaba riendo y gritando de alegría, el peligro había pasado y lo celebraban.

Al verla correrse pensé en bañarle las tetas pero en el último momento recapacité que estaba de servicio y no debía mancharle el uniforme, me propuse llenarle el coño pero ella al sentir mis palpitaciones últimas me gritó.

  • ¡No, en la concha no!
  • ¿Por qué, si ya la tengo dentro, qué más da?
  • No, porque la va a oler mi marido.
  • ¿Tu marido, es que estás casada?
  • ¡Claro, no querrás estar casado sólo tú!
  • La verdad no lo pensé ¿y adonde está ahora tu marido?
  • Tocando en la orquesta, es el contrabajo.
  • Pues yo te voy a echar la leche, así que elije.
  • ¡No, en las tetas tampoco!
  • ¡Entonces, abre la boca!

No le di tiempo a replicar, tenía verdadera urgencia, ya notaba hervir la leche en mis huevos  pidiendo paso, trepé a la cama y le metí la polla en la boca hasta más de la mitad, ella engulló como pudo para no manchar las sábanas recién cambiadas y lo consiguió, cuando bajé de la cama me tuve que sentar porque me temblaban las rodillas, me había vaciado hasta la reserva.

La cubana tosió un par de veces y sonrió, me prometió que se iba a hacer un daiquiri a mi salud, le dije que me guardara un poco si me lo dejaba beber en su coño, ella me lo juró y salió moviendo el culo… y todavía faltaba un día de viaje.

Al asomarme al comedor busqué con la mirada a Andrea y los chicos, entre la multitud de gente en pie y el barullo de mesas me costó mucho encontrarlos,  hasta que por curiosidad miré a la orquesta que amenizaba la cena, allí justo debajo del escenarios estaban mis amigos.

Ellos me vieron buscar, estaban intrigados por mi tardanza y me hicieron sitio justamente debajo del negro del contrabajo.   El decir negro no es por nada, es que era negro de verdad y eso no era lo más importante, lo malo era que el contrabajo en sus manos parecía un violonchelo, el cubano medía dos metros y de ancho ocupaba media orquesta, sus manos parecía que llevaba guantes de baseball,

El músico me miró por un momento y me pareció que me fulminaba, cuando me senté quedé de espaldas a él, sentía sus dedos pulsar la cuerdas del bajo como si fueran las mías, las vocales.

La cena fue lenta pero exquisita, todos aplaudimos al Capitán que se pavoneaba entre las mesas y al llegar a la nuestra y ver a Susi pidió a la orquesta que tocara “My heart will go on” de Celine Dion, la canción de Titanic, Susi se levantó y después de agradecérselo al Capitán, me invitó a bailar.

Andrea aplaudió con fuerza y Daniel se apartó para dejar que saliera de mi hueco, al pasar me palmeó la espalda felicitándome, bailamos en el centro de la pista, coreados por los asistentes, hasta los camareros cantaron, se notaba que todos habíamos pasado unas horas malas.

Miré al contrabajo, él al verme sonrió de oreja a oreja enseñándome la hilera de dientes blanquísimos, esto me tranquilizó mucho, parecía que estaba a salvo pero nada más acabar la canción alguien del público, seguramente mayor, pidió que tocaran la canción “Angelitos negros” de Antonio Machín, yo ya no quería bailar pero todos aplaudieron para que siguiéramos en la pista y lo hicimos, la cara del músico cambió radical, no dejaba de mirarme y me sentí pequeño.

Ya estábamos en el café cuando sentí un peso en el hombro, me di cuenta de que era como si una garra de oso me hubiera atrapado y me apretó el hombro, no me atreví a dar la vuelta, pues no conocía a nadie en el barco pero por el color de los dedos como ganchos de carnicero adiviné quien era.

Mis amigos me miraban esperando que me volviera pero yo estaba como si me hubieran sentenciado a muerte, cuando por fin me volví, una voz más grave que el DO del contrabajo me dijo.

  • Amigo, le sugiero que vaya hacia la borda, ¡ahora!
  • Gra… gracias señor, lo haré, si usted lo dice…
  • Por supuesto, es un consejo…

Me levanté como un robot y de paso invité a mis amigos a que me acompañaran, por lo menos serían testigos de mi salto pero no, no éramos los únicos que nos levantamos, por megafonía anunciaron que fuéramos hacia estribor, la noche era cálida, las nubes habían desaparecido y en el horizonte se veía las luces multicolores de un “castillo ” de fuegos artificiales, era una discoteca famosa de Ibiza que celebraba una fiesta para gente VIP.

Cuando volvimos a la mesa el músico ya no estaba, ni tampoco la orquesta, en su lugar había un disc jockey que en el escenario lleno de luces psicodélicas empezaba a pinchar su música preferida.

Saqué a bailar a Andrea pero sólo bailamos una canción, se mareaba y le daba angustia por lo que le aconsejé que se sentara, Susi aprovechó que a su marido no le gustaba bailar para sacarme y volvimos a la pista, las parejas nos saludaban y nos felicitaban por la canción de Titánic, Susi hizo el número de ponerse en cruz y yo para seguir la broma la sujeté por atrás y el público dejó de bailar y nos hizo corro aplaudiendo.  En un rincón pude ver al músico vestido de “paisano” con su mujer, la camarera, colgando de su brazo, los dos me saludaron al pasar cerca.


La costumbre de cenar juntos se consolidó, Carol agradecía que yo preparara algo mientras ella estudiaba y luego me ponía deberes para que no perdiera el hilo, Gisela e Ylenia me ayudaron mucho pero ahora Carol me orientaba más a mi nueva situación.

Su habitación era grande y la cama también, como era la más antigua escogió la mejor y así disfrutaba de más comodidades, tenía un escritorio y unas estanterías con libros además de un ropero para su uso exclusivo.

Como yo no tenía mucho que hacer todavía, me pasaba por allí casi todas las noches, por no decir todas, con la rutina nos comportábamos como amigos de toda la vida, ella nada más volver de la universidad se ponía cómoda y yo se lo agradecía pues me permitía imitarla.

Muchas tardes, al entrar en su habitación, la encontraba sentada en el suelo rodeada de libros, llevaba una camiseta holgada y un short mínimo, que según la postura le tiraba tanto de la entrepierna que le marcaba los labios del coño, yo procuraba no mirar descaradamente pero más de una vez me pilló embobado, también se fijó que debajo del pantalón se me marcaba la polla que se había salido del slip y bajaba paralela al muslo.

Una noche salió la conversación de los novios y novias, me contó que sólo tuvo una relación seria, estuvo con un chico bastante tiempo, incluso hicieron planes de futuro pero al final él la dejó por otra, ya no le pregunté más para no entristecerla pero sí lo hizo conmigo, me preguntó por mis “amores”, tuve que reconocer que no tuve ninguna novia y se rió incrédula.

Se lo juré mil veces, tanto que en broma me preguntó si no sería gay, me hice el enfadado y le provoqué para que lo comprobara pero ella se rió a carcajadas.

  • Nooo, no hace falta, ya sé que no lo eres.
  • ¿Cómo lo sabes?
  • Pues… digamos que… tienes buena prensa.
  • ¿Quieres decir que…?
  • Jajaja, ¡no pensarás que iba a ser un secreto!
  • Pensé que por lo menos habría discreción.
  • No te apures, sólo lo sé yo.
  • No faltaría más que saliera en el Clarín, jajaja.
  • No quiero decir eso, entre hermanas…
  • No lo pasé bien, ¿lo sabes?
  • Jajaja, ahora me dirás que sufriste.
  • Moralmente sí, bastante.
  • Eso también lo sé.
  • ¿Hay algo que no sepas?
  • Claro, lo principal…
  • ¿Y qué es?
  • Imagínalo pero no quiero parecer curiosa.
  • Mmm, pues no lo parece.
  • Me gusta que las cosas fluyan por su natural.
  • Y a mí también, en eso estamos de acuerdo.

Me gustó la actitud de Carol, pero me propuse que fuera ella la que “encontrara” el momento oportuno y eso no tardaría en ocurrir.  La hermana da Magda no era parecida a ésta, tenía la misma altura, aunque su cuerpo no era tan desarrollado, era una rubia muy linda y en ciertos aspectos muy tímida, estaba claro que Magda la había puesto en antecedentes, aunque no sabía si todos ellos, además, ella no demostraba demasiado interés.

A la semana, ya estando acostado, oí ruidos en la habitación contigua, la mía estaba rodeada por la de Carol y por la de la profesora venezolana, hasta entonces estaba vacía, pues marchó unos días de vacaciones a su país pero parecía que volvió ya tarde y entró las maletas sin demasiado cuidado.

Oí cómo colocaba la maleta sobre la cama y la abría, sacaba la ropa y la colgaba en las perchas del armario, las paredes parecían de papel como las japonesas y me tuvo un rato despierto, cuando ya parecía que me iba a dormir oí que se abría la puerta y salía al baño, supuse que sería lo último pero no fue así, sonó caer el agua de la ducha y el canturreo de una canción del “Puma”.

La imaginaba una señora mayor, con gafas y bastante corpulencia, estuve pensando en cómo sería hasta que me dormí.

No pude conocerla en el día siguiente pues madrugó más que yo, fue una tarde cuando estaba con Carol en su habitación, estábamos estudiando los dos, la rubia me había buscado una escuela para prepararme más y quería que causara buena impresión, yo estudiaba a gusto con Carol porque ella era buena docente.

De pronto se abrió la puerta y en el marco asomó lo que me pareció una aparición celestial, de pronto vi a una mujer joven, con los rasgos típicos caribeños, morena con el pelo rizado hasta la cintura, los labios rojos fuego con los pómulos carnosos y unos ojos inmensos color turquesa, me recordó a la ex miss que conocimos en Cartagena de Indias, pero ésta era mucho más joven y por lo tanto sus carnes estaban mucho más turgentes y bien colocadas.

Me levanté de golpe, tanto por la sorpresa como por educación para presentarme, nuestras miradas se cruzaron por un segundo pero la mía se desvió hacia su escote y la suya hasta mi pantalón mal colocado, fue una fracción de segundo, lo suficiente para que Carol se diera cuenta de todo.

  • ¡Hola, vaya sorpresa!, no esperaba ver un chico guapo en casa, ¿es tu novio?
  • No, es el nuevo compañero, ocupa la habitación que dejó libre Vero.
  • Mmm, me alegro mucho de tenerte como vecino, me llamo María Elena, para ti Elena solamente.
  • Yo me llamo Josu, y estoy encantado de conocerte, me gusta tu acento.
  • Jajaja, tu eres español, no hay duda, yo soy de Venezuela, de una ciudad muy linda, se llama San Felipe de Yaracuy, te gustaría, tienes unos monumentos preciosos.
  • Seguro que sí, con sólo verte a ti me imagino el resto, deben estar buscándote porque serás la escultura más bonita.
  • Mmm, me gustas, Josu presiento que nos vamos a llevar chévere.
  • Lo estoy deseando.
  • ¡Eeey!  Que sigo aquí, parece que se olvidaron de mí, dándose piropos.
  • Perdona Carol, ha sido un impulso.
  • Ya lo veo, un impulso que no para de crecer, ¡fijáte Elena!
  • Ya me di cuenta, nada más entrar me llamó la atención y eso que no había empezado a alzar la cabeza.
  • Me vais a sonrojar, dos bellezas como vosotras sois como un sueño irrealizable.
  • Mmm, nunca digas nunca jamás, jajaja.

Elena hizo todo lo posible para que la admirara por todos los costados, por donde la mirara era perfecta y mi polla lo corroboró, cuando salió, Carol me dio un manotazo en el capullo para que se me pasara la calentura.

  • Ya veo que eres muy sensible, mi hermana tenía razón, me estoy poniendo celosa, jajaja.
  • Perdona, tú también estás muy bien pero Elena…
  • Lo dije por decir, a mí… todo esto…

Lo dijo en broma pero con cierta indiferencia, eso me hizo querer demostrárselo pronto pero primero estaba Elena.


Cuando desembarcamos en Valencia, Susi y Daniel pidieron un taxi que los llevaría a la Estación del Norte y desde allí en tren a Barcelona, nos despedimos en la Terminal Marítima, reconozco que me emocioné un poco, era una parejita de tórtolos que empezaron regular pero que gracias a Andrea y a mi habían encarrilado su matrimonio, Andrea también compartía mi emoción y al verlos tan jóvenes me dijo.

  • No sé, me dan un poco de pena, parecen tan niños, no me gustaría perder el contacto con ellos.
  • No lo haremos, en parte son responsabilidad nuestra.
  • Bien, ahora nos toca a nosotros, volvamos a casa, no me encuentro muy bien.
  • Andrea, jajaja, ¿no estarás embarazada, verdad?
  • ¡Josu, qué cosas dices, a mi edad!
  • Precisamente, estás en la mejor edad.

Todas las mañanas que siguieron empezaron igual, Andrea se levantaba con unas arcadas que me partía el corazón, al principio pensamos que la tempestad le había afectado demasiado pero aquello duraba mucho y decidimos consultar a un médico…

Continuará.

Si les gustó valoren y comenten.

Gracias.