Memorias de un gigolo (04)

Asiáticas.

Asiáticas

Durante el tiempo en que tuve anuncios ofreciendo mis servicios en los periódicos locales, varias veces me encontré con llamadas de turistas de paso por la ciudad.

Como casi siempre, esas clientas tampoco eran lo que yo hubiese deseado: rubias despampanantes, sajonas de figuras extraordinarias ni impresionantes latinas del Lazzio ardientes de deseo.

Lo normal es que fueran más o menos como las clientas habituales del mercado nacional. Mujeres del montón, buscando un poco de trasgresión durante sus vacaciones. Yo les proporcionaba la aventura para luego contar en secreto a sus amigas de vuelta a sus lugares de residencia.

Hubo una ocasión en que la llamada de una de esas turistas, pese a que ya tenía un poco de experiencia, consiguió excitarme ante la idea de quizás un servicio especial que fuera especialmente placentero para mí.

La llamada fue casi como una entrevista de trabajo. Hubiese colgado el teléfono si no hubiera sido por la rapidez y concreción de las preguntas, que solo me dieron tiempo a responder una detrás de otra.

Creo que dije que sí a todo. Hacía todo lo que la clienta pedía (nada especialmente original).

Eran dos. Japonesas ¿Era un problema?

No. Ningún problema. Vamos, qué va. Descuentos no (nunca, ni en estos casos, si la clienta quiere el servicio, no va a decir que no por el precio).

Total, que una vez comprobado con la centralita que el nombre y número de habitación del hotel coincidían con el que me había dado la clienta, me fui hacia allí, con una cierta ilusión de que ese día lo del dinero sería lo de menos.

No fue así, claro.

Me abrió la puerta de la habitación una morena de cabellera muy larga y piel blanquísima con cara un poco de susto.

La conversación fue en inglés y tampoco la recuerdo exactamente, pero voy a poner los diálogos aproximados en castellano.

Nos observamos por unos instantes, con expresión de una cierta decepción los tres y poniendo la mejor cara posible.

Dos japonesas.

Pues sí.

La que llevaba la voz cantante creo que se llamaba Garashi o algo similar, no me acuerdo muy bien. Bastante alta, muy delgada.

Su compañera de habitación y de travesura se llamaba Oca. De esto me acuerdo por la evidente imagen que el nombre evoca. Muy bajita, con gafas, sonreía.

No eran las geishas supereróticas que me hubiese gustado encontrarme, pero a esas alturas ya tampoco me podía sentir especialmente decepcionado.

Intentando buscar lo mejor de la situación, las repasé de arriba abajo. No eran nada especial, la blusa negra de Garashi se le ceñía a los pechos y entre sus botones se abrían resquicios que dejaban adivinar un poco de piel muy blanca. Oca llevaba una falda corta que mostraba unas piernas muy agradables.

El conjunto no parecía una mala forma de ganar algo de dinero.

Me pagaron las dos la tarifa completa. Me guardé el dinero y me dispuse a empezar a jugar con ambas.

Garashi me detuvo. Hablaron un momento entre ellas y Oca desapareció metiéndose en el baño de la habitación.

"Primero yo" dijo Garashi.

No acababa de tener claro qué hacía Oca en el baño, pero me concentré en su compañera. Sus pequeños pechos reaccionaron endureciendo sus pezones como respuesta a mis caricias.

Una lengua que me pareció inexperta devolvió los embates de la mía en su boca mientras mis manos seguían recorriendo su cuerpo.

Cuando empecé a concentrarme en sobarle el coño por encima de los pantalones, su respiración se volvió más agitada. Le desabroché la blusa negra y aparté el sujetador del mismo color. Mi lengua fue recorriendo su cuerpo, recreándose en los pezones que se endurecían con las caricias que recibían.

Sus gemidos de placer se intensificaron cuando empecé a desabrocharle los pantalones.

Mis dedos se hundieron en la humedad de su coño. Le bajé también las bragas y me puse a lamer su rajita poco poblada de pelo. Con cada caricia de mi lengua a su clítoris ella soltaba un gemido de placer. Me atreví a jugar con un dedo en su ano y casi gritó de gusto. Pronto la forma en que se estremeció me dejo claro que había empezado a correrse. Sus gemidos ahogados se intensificaron y su coño se apretó con fuerza contra mi boca mientras gozaba.

Cuando se recuperó me sonrió y me dio las gracias muy educadamente. "Espera, ahora Oca" me dijo. Y sin más se fue al baño y poco después entro su compañera en la habitación y se sentó en la cama.

Me sonrió.

No dijo nada, pero tampoco hacía falta. Me senté a su lado. Se quitó las gafas y mis labios buscaron los suyos. Fue un beso de pez. Succionaba a gran velocidad. Los intentos de mi lengua de buscar la suya fueron en vano.

Empecé a subir mi mano por sus muslos, bien formados. Debajo de su falda llegué pronto a acariciar unas bragas húmedas. Al sentir el contacto de mis dedos en su coño, soltó una pequeña exclamación de sorpresa. Me detuve un instante pero hundiendo su cara en mi cuello y dirigiendo mi mano con la suya me dejó muy claro que quería que siguiera por ese camino.

Me arrodillé a los pies de la cama y empecé a lamerle las pantorrillas y a subir recorriendo sus rodillas y sus muslos mientras mis dedos no dejaban de entrar y salir de su coño.

Cuando mi lengua llegó a su vagina, aparté las bragas mojadas antes de empezar a bajarlas.

Le follé el coño con mi dedo mientras ella soltaba gemidos de placer a cada entrada en su intimidad. Le arrimé mi boca y mi lengua sintió su clítoris endurecido mientras no dejaba de meterle y sacarle el dedo en el coño.

Cuando se empezó a correr gritó de gusto de una forma que no había oído nunca antes. Sus menudas piernas aprisionaron mi cabeza asegurándose de que mi lengua no abandonaría mis caricias a su coño y con su menuda mano casi me rompió la muñeca forzándome a ir más y más deprisa en la follada de mi dedo en su coño.

Una vez estuve seguro de que no le quedaba dentro ni un solo estremecimiento de placer, me volví a sentar a su lado. Ella me sonrió, se levantó y se fue hacia el baño a decirle a su amiga que ya había terminado.

Me dieron las gracias y una propina.

Ni una ni la otra ni siquiera me metieron mano, ni por probar. Reconozco que aunque no eran lo que yo hubiese deseado, me fastidió un poco que no quisieran hacerme nada.

Así van las cosas. A veces van mejor, a veces peor.

Desde ese día, tuve algunas llamadas de turistas japonesas a las que les habían dado mi teléfono. Siempre clientas muy agradables, pero casi nunca nada especial. No creo que aparezca ninguna de ellas en futuros capítulos de estos recuerdos.