Memorias de un gigolo (03)

Recuerdos antes de la acción.

Memorias de un gigoló (03). Recuerdos antes de la acción.

A la locutora de radio le gusta que le cuente cosas antes de pasar a la acción.

Gemma, la locutora, me sorprendió pidiéndome una nueva sesión apenas 24 horas después de nuestro anterior encuentro.

El día antes, las situación empezó un poco tensa, cosa habitual, pero acabó bastante bien, sin complicaciones.

Encima el día después de nuestro primer encuentro me llamó. En realidad, me llamó esa misma noche/madrugada, pero me encontró dormido y no hablé mucho con ella.

Repetidoras. Una fauna poco habitual pero no desconocida dentro de mi clientela. Mujeres que una vez probados mis servicios, venciendo miedos y vergüenzas, repetían en los días siguientes, como quien repite de un plato que le haya gustado especialmente. Habitualmente tras una o dos repeticiones, desaparecían para siempre.

Con Gemma volvimos a quedar a la misma hora, por el mismo precio y en las mismas condiciones. Ideal. No esperaba esa nueva clienta, pero reconozco que económicamente me viene bien.

Lo único raro que parece necesitar para excitarse es que le cuente alguna historia, sin detalles personales, de una relación anterior con una clienta.

La puerta del piso de la locutora vuelve a estar abierta, como ayer. Sigo el pasillo, que ya conozco, hasta el fondo.

Gemma vuelve a recibirme sentada en su sofá.

Otra vez viste una falda larga. Tiene la manía de que sus piernas no son atractivas. Por lo poco que yo tuve ocasión de ver ayer, discrepo. La falda esta vez es de color gris oscuro. Parece de lana. Se ajusta mucho a sus formas, cosa que resulta agradable. La camiseta de tirantes que lleva hoy no tiene nada que ver con la blusa cerrada hasta el cuello que vestía ayer.

Está claro que lleva sujetador, porque se le ven las tiras y las costuras se marcan en su camiseta. Sigue teniendo un cierto aire de severa institutriz austriaca. Hoy en plan sexy, eso sí.

Me siento a su lado. Pongo la mano en su muslo y se levanta como si alguien hubiese apretado algún resorte.

"¿Te traigo algo para beber?"

"Lo que tomes tú", se me escapa.

No me había fijado al llegar, pero va descalza. Verla desaparecer en dirección a la cocina, me confirma la impresión que tuve ayer de que no llega al metro cincuenta y cinco de altura.

Vuelve con dos vasos en la mano. Poco líquido de color tostado, cubitos de hielo.

Hostia. Es whisky.

No es que no me guste, pero no me apetece y a menudo no se me pone bien. Peligros de decir eso de "lo que tomes tú". Tampoco es la primera vez que caigo en una situación así. La resuelvo fácilmente.

"¿Puedes darme también un poco de agua fría?"

En un minuto tengo el segundo vaso frente a mí.

Brindamos con su whisky. Me remojo los labios y dejo el vaso para tomar un buen trago del de agua.

Busco una forma de atraerla hacia mí, como hice el día anterior, pero su lenguaje corporal de momento no invita para nada a avances por mi parte.

"Me dijiste que me contarías cosas sobre las veces que rechazaste proposiciones" intenta liarme.

"No. Te dije que te contaría alguna experiencia pasada".

"Pero has rechazado varias veces tus negocios de hacer sexo con otras mujeres. Eso también me lo dijiste".

"Sí. Unas pocas veces".

"¿Por qué?" pregunta tras unos instantes de indecisión.

Le podría preguntar que "por qué, qué" para ganar tiempo.

Como no se me ocurre nada mejor, lo hago.

"¿Por qué, qué?"

"Por qué rechazaste a esas mujeres en tus servicios" su tono de voz es un poco irritado. Más me vale no pasarme de listo, que todavía no me ha pagado.

"La mayoría de las veces fue por cuestiones de higiene" respondo intentando no pensar en esos casos tan desagradables. Higiene del entorno sobre todo.

"¿No por cuestiones de aspecto físico?"

"No. En eso he prestado servicios más allá de lo que se me podría exigir"

Es verdad. No les voy a contar en qué profundidades se ha llegado a introducir mi lengua, pero en su momento fueron muchas las que no la habrían disfrutado si no fuera por esas buenas compensaciones económicas que me iban muy bien.

"¿Y las que no fueron por cuestiones de higiene, por qué fueron?"

Hubo dos veces. Me acuerdo muy bien de las dos.

Principalmente por cambiar de tema, le recuerdo a la locutora:

"No me has pagado todavía"

Inmediatamente, Gemma produce un billete de 200 euros, extraído de algún lugar de su ajustada vestimenta.

"¿No me haces descuento?" pregunta con una sonrisa que deja claro que ya sabe que la respuesta va a ser negativa.

No. No hago descuentos, porque se que pasados estos primeros furores, no va a volver a llamarme o, si lo hace, será de forma esporádica y con independencia de si obtiene algún descuento o no.

"Si te parece voy a vender ‘bono-polvos’"

Se ríe y me entrega el billete que guardo en un bolsillo.

"Venga. Cuéntame por qué dijiste que no" Insiste.

No me apetece. La periodista profesional lo nota en mi actitud.

"Sé escuchar" me recuerda.

"Ya, pero yo no tengo ganas de hablar".

"Era solo curiosidad. Si prefieres cuéntame otra cosa. Alguna anécdota de una situación que aceptaras y resultara curiosa."

"No es por no contártelo. Es que no pasó nada y fue una situación dura. Nada más."

"Como quieras…"

Como un besugo, me trago el anzuelo y le cuento la primera vez en que dije que no a una clienta.

Fue la situación más incómoda que he vivido en este negocio y se me produjo por una llamada nada habitual:

"Hola, soy Eduardo" respondí al teléfono, como ya tenía por costumbre.

"Hola, Sr. Eduardo. Quisiera contratar sus servicios".

Señor Eduardo, de Vd. y además dicho con voz temblorosa. Yo hacía poco más de cuatro meses que me dedicaba a eso, pero no había la menor duda de que para aquella mujer era la primera vez que hacía una llamada de ese tipo.

"Muy bien, para eso estamos" normalmente no era tan pegajoso, pero por falta de referentes me esforcé en dar la mejor impresión posible.

"No llamo para mí"

¿Vaya, llamaba para una amiga?, no sería la primera vez que alguien usaba esa manera de entrar en contacto.

"Es por mi hija. Tiene 29 años y es virgen". Eso sí que era la primera vez que lo oía.

No acabé de entender ni de creerme como una madre sabía que su hija era virgen a los 29 años y además buscaba solución al asunto.

Me convenció para que acudiera a una vivienda en la zona alta de la ciudad. No lo veía muy claro y en lugar de dejar el casco de la moto atado con la cadena antirrobo, me lo subí hasta su piso, por si me acababa haciendo falta algún tipo de instrumento contundente.

Tanto la mujer que me recibió como la decoración del piso, me alejaron mis temores de golpe.

La mujer que me había llamado "para su hija" se presentó como Gloria. Debía estar por encima de los 50 años, pero su aspecto y su elegancia la mantenían, si no atractiva, al menos agradable a la vista.

Me hizo pasar al salón de un amplio piso con grandes ventanales que daban a una de las plazas más valoradas de la ciudad.

Vestía una falda sastre azul oscuro, un poco más larga de lo que sus piernas hubiesen permitido, y una blusa blanca.

Sin decirme nada, me alargó 2 billetes de 10.000 pesetas.

"No, perdone. Yo cobro 10.000"

"Hoy van a ser 20.000. Necesito que dediques tiempo"

No entendí lo que quería decir, pero lo del tiempo era lo que me había hecho triunfar dentro de mis muy modestas limitaciones. Yo no ponía límites de tiempo a nadie para mis servicios. Era una especie de "buffet libre" del sexo. Ya les explicaré el concepto en otro momento.

Gloria no retiró ninguno de sus dos billetes azules. Me confirmó que no iba a haber sexo con ella y me sorprendió, aunque ya me lo hubiese comentado por teléfono, insistiendo en que no buscaba el sexo para ella, sino para su hija.

"Es un poco especial" empezó a contarme.

Con los dos billetes en el bolsillo, me decidí por no hacer nada y escuchar.

"No ha estado nunca con un hombre. Es muy dulce y le gusta todo lo que sea agradable, o sea que seguro que va a disfrutar de esto. Si de entrada le caes bien, te cogerá cariño y va a disfrutar con lo que le hagas".

El discurso de esa madre me puso muy a la defensiva. No sé lo que les parecerá a Vds. lo contado hasta ahora, pero a mí, descartado lo de que "es para una amiga" que usaban algunas clientas que buscaban sexo para ellas, me dio la impresión de que era una bruja viciosa que pretendía hacerme participar en algún tipo de perversión. No me gustaban las sorpresas de ese tipo (había sufrido ya algunas).

Me presentó a su hija unos instantes más tarde.

La madre me tenía que haber avisado.

28 años tenía, le quedaba menos de una semana para cumplir los 29.

Su madre se quedó en el salón el tiempo justo para presentarnos.

"Aída, este es Eduardo"

Estreché su mano entre las dos mías, al mismo tiempo que intercambiábamos besos en las mejillas.

"¿Puedo llamarte Edu?" preguntó.

Mira que me jode, pero sí. Aída podía llamarme Edu.

Gloria, la madre, se excusó y me dejó ante el mayor papelón de mi vida.

Aída llevaba un vestido rojo con flores blancas de pequeño tamaño, un poco por encima de sus rodillas. Sus piernas eran un poco rechonchetas.

Sentí la calidez de su cuerpo junto al mío mientras medio preguntaba, medio afirmaba:

"Mi madre me ha dicho que me vas a hacer mujer de verdad".

Mi mirada clavada en sus dulces ojos marrones, un tanto hinchados, hace que no sea capaz de engañarla.

"No. Yo no puedo hacerte mujer. Ya lo eres".

Me abraza. Cierro los ojos y me cierro a sentir nada.

"¿Me besas?" me pide la voz de Aída.

Mis labios se pegan a los suyos y nuestras lenguas salen a encontrarse a medio camino. Es un beso tierno y lascivo. Me supera.

Mis manos en sus hombros la separan de mi cuerpo. Le acaricio la cara con las dos manos y no digo nada. Salgo de la habitación y allí está su madre, Gloria.

"No puedo" le digo casi en un murmullo.

Aída me sigue fuera de la habitación.

"¿Por qué te vas?" me llama.

No me voy: me escapo.

No tiene nada que ver con sus formas. Las he lamido mucho menos atractivas.

Pero no puedo.

Dejo los dos billetes azules que he recibido de Gloria sobre un mueble.

Aída tiene el síndrome de Down por eso yo no me veo capaz de tener sexo con ella.

Sé que no es menos mujer por eso y las calideces de su cuerpo pegado al mío me han resultado agradables.

Pero no puedo.

Acabo de contarle la historia a la locutora casi con la misma sensación desagradable en el estómago que sentí al abandonar esa vivienda de la zona alta deseando que Aída encontrase alguien con quien descubrir los placeres del sexo como ella merecía.

"¿Estás bien?" me pregunta Gemma tras unos instantes de silencio por mi parte.

Claro que estoy bien. Me jode que me hagan recordar y repetir según que cosas, pero claro que estoy bien.

No contesto.

Esa falda de lana larga y ceñida, hace un poco más difícil la incursión de mis manos acariciándola de lo que me resultó la ocasión anterior.

Quizás para compensar, sin que yo la atraiga hacia mí, esta vez es Gemma la que se sienta sobre mis piernas.

"Perdona. No te ha gustado recordar eso, ¿no?"

Premio para la dama.

Asiento con media sonrisa.

"¿La otra vez que rechazaste una clienta, también fue tan duro?"

Mi primera reacción es una mirada de mucho cabreo que se clava en sus ojos, por atreverse a seguir preguntando.

Ver la sorpresa que refleja su cara me hace contener mi agresividad.

"Diferente. Duro. Prefiero no hablar más de eso. Al menos no hoy". Respondo sin entrar en explicaciones.

Me sorprende con su mano clavándose directamente en mis huevos sin articular otra palabra.

Se lo agradezco lanzando mi boca a sus pechos que reaccionan excitados a mis estímulos.

Desabrochar sujetadores de los más diversos tipos, ya no se me daba del todo mal antes de dedicarme a dar placer a damas a cambio de dinero, pero lo de retirar sujetadores mientras se conservaban otras capas de ropa en teoría superiores, si que fue un arte que acabé de dominar con esas prácticas.

Con el sujetador de Gemma en el suelo, mi boca excitando sus pezones sobre la tela de su camiseta ceñida y mis manos empezando a avanzar desde su cintura hacia arriba, me vuelve a interrumpir su voz, que tan oportunamente se había mantenido callada hasta ahora.

Emite un cruce entre gemido y suspiro y detiene mis manos.

"Me dijiste que me contarías una historia caliente sobre una experiencia con una clienta"

Con lo bien que íbamos. No entiendo por qué me para. Yo hasta la tenía dura y todo.

Tampoco le dije eso. Como no tengo grabaciones de nuestras conversaciones, no se lo puedo demostrar, pero insiste en lo suyo.

"Lo de antes ha sido una historia triste. Perdona si te ha sentado mal recordarla. Yo quería saber algo más real. Algo sin nada raro, que hayas vivido sin problemas y como trabajo así, de gigoló".

"Mira Gemma, es que son todo historias muy largas y al final acaban casi todas igual. Trabajos de gigoló ¿Ayer te lo pasaste bien?" intento dirigirla.

"Sí. Muy bien"

"Pues déjate de historias y déjame que me hunda bajo tu falda".

Me quedo quieto, sin decir nada. Espero a que sea ella la que diga algo. Tarda un momento, pero lo suelta:

"¿Por qué tienes tanta prisa? Dijiste que tenías ‘todo el tiempo del mundo’ ¿No?"

Me ha pillado de lleno. Será en el próximo capítulo donde lo siga contando.