Memorias de un Gigolo (01)

No es oro todo lo que reluce.

"Memorias de un Gigoló: 01. Prefacio"

Hace unos días escuché en uno de esos programas nocturnos de radio a un chico que estaba pensando en prostituirse. Quería "hacer de gigoló" decía.

Preguntaba si alguien tenía experiencia, lo que podía ganar...

Mi primera reacción fue llamar para intentar explicarle que tal vez pudiera vivir de eso, pero que todas esas fantasías de lujo, riqueza y placer que tiene en mente (él no lo había dicho, pero yo sé que las tiene), si no tenía un rarísimo golpe de suerte, no se iban a cumplir ni de muy lejos.

No hice la llamada ¿Para qué? Pensé. En su momento, yo tampoco hubiese escuchado a nadie que me dijera que esa idea de vivir de las mujeres no era mi pasaporte a la felicidad, lujo y riquezas.

Igual a él sí que le salía la cosa bien. Tampoco era plan de estropearle el entusiasmo antes de empezar.

Ganar una fortuna y vivir entre lujo, placeres, felicidad y riquezas. Eso era también lo que yo pensaba que mi decisión de convertirme en "gigoló" (que suena cursi pero tiene más glamour que decir puto) me traería.

Además, pensaba yo, satisfacción sexual plena. Iba a acostarme con mujeres bellísimas y hambrientas de sexo: super-modelos sin tiempo para novios, actrices con miedo a papparazzi, insatisfechas bellezas despampanantes casadas por interés con magnates que no las complacían...

¡Ja!

Puede que ese gigoló glamuroso exista y obtenga todo eso que yo buscaba, pero seguro que no lo ha sacado de publicar anuncios por palabras en periódicos locales.

Me sorprendió que, de nuevo, el mismo chico, al que parece que nadie había tomado en serio la primera vez, volviera a llamar al mismo programa pocos días más tarde.

Ese día debía haber menos temas a comentar y obtuvo algunas respuestas.

Después de oir un par de comentarios que animaban al pobre chico a lanzarse de forma totalmente descontrolada "a la buena vida", decidí llamar, amparado en el anonimato, y contar algo de mi historia, que no es triste en absoluto, pero no cubre las espectativas que yo (y el oyente que había llamado con ganas de iniciarse en el "negocio") teníamos al empezar a moverme por este camino.

Mis ambiciones al empezar, eran las descritas: riqueza, lujos y gozo sexual de propina.

Mi forma de intentar obtener eso, fue el cutre anuncio por palabras en un periódico.

Un anuncio por palabras, perdido entre otros cien, aunque la mayoría eran de mujeres ofreciéndose a caballeros.

El mío decía "Eduardo para señoras, a hotel o domicilio. Alto, musculoso, bien dotado, complaciente. 24 hrs", un precio (en pesetas, todavía no habíamos llegado al euro) y un teléfono.

Si alguna de las lectoras respondió a ese anuncio, que no se preocupe, que ni di ningun detalle en la radio ni estoy aquí para descubrir a nadie. Si tuviera intimidades lo bastante interesantes, las vendería en algun programa vomitivo de la telebasura si pagasen lo suficiente. No las iba a publicar de gratis aquí.

El anuncio no era publicidad engañosa, porque en general los datos eran ciertos.

Con los meses, tras cambiar los textos de los anuncios varias veces para ver si obtenía mejor respuesta, me di cuenta de que, pongas lo que pongas, las llamadas son más o menos las mismas.

No sé si eso también vale para los anuncios de prostitutas buscando al cliente masculino. Sospecho que no, porque en ese caso la competencia es mucho mayor y hay que llamar más la atención.

En el caso de la prostitución masculina dirigida a mujeres, éramos relativamente pocos.

A menudo tuve curiosidad por saber como le iban las cosas a Marcos, superdotado; a Javier, culturista; a Alejandro, 23 cm; a Alberto que tenía más cm de polla que años y a algún otro. Incluso pensé en montar algún sistema de cooperativa, pero eso, como tantas otras cosas, fue tan solo una idea producto de momentos de aburrimiento junto al teléfono.

Ese teléfono que, como le recalqué al gigoló vocacional a través de las ondas radiofónicas, no sonaba a todas horas con llamadas de super-modelos ni de estrellas de cine o cantantes calientes de paso por la ciudad.

SEIS días pasaron antes de que yo recibiera la primera llamada (y el anuncio de marras me costaba casi 2.000 ptas diarias!!!).

Riiing, riiiing, riiiing… (había que dejarlo sonar para parecer ocupado).

"Hola, soy Eduardo" respondí con una voz exageradamente aterciopelada.

Click. Tuuut, tuuut, tuuut.

¡Me habían colgado!

Menudo inicio.

El mismo día, esa llamada cortada al responder se repitió cinco o seis veces. Una tímida. Fauna habitual del negocio, tal y como acabé aprendiendo pronto, pero que en ese momento me frustraba enormemente.

Al día siguiente, riiing, riiiing, riiiiing. Otra vez.

"Hola, soy Eduardo" repetí, con voz hastiada, esperando el click.

"Hola, llamo por el anuncio" me sorprendió una voz de mujer que, al no esperar, no supe identificar con ningun grupo concreto de edad.

Siempre llaman "por el anuncio". Así se distingue a una clienta relativamente fácil. En ese momento no lo sabía, pero también lo aprendí pronto.

Las desenfadadas, confiadas, simpáticas que responden seguras "Hola Edu" (me fastidia que me llamen Edu, pero qué se le va a hacer) "a ver si podemos organizar algo" o cosas similares, la mayoría de las veces acaban con "me lo pienso y te vuelvo a llamar, ¿vale?" Algunas además añaden "Besos cariño" lo que me fastidia todavía más, porque casi parece que las putas sean ellas.

En general, no vuelven a llamar. Supongo que mientras se lo piensan deben acordarse de alguien con quien pueden follar gratis y con quien no corren el riesgo de encontrarse con un asesino en serie/colgado/portador de enfermedades variadas, que es lo que deben creer que soy yo.

Luego están las agresivas, calientes, muy calientes. Casi parece que buscan sexo telefónico. "Eres el Edu del anuncio (afirman, jodiendo con lo del "Edu"). Tengo muchas, muchas ganas de que me coman ¿La lengua hasta dónde me la puedes meter?".

Normalmente esas están en un grupo que va de despedida de soltera. El "click" de colgar solía acabar siendo mío. Ni una sola vez conseguí una clienta de pago de una de estas llamadas de supuestas "ninfómanas".

Volvamos a la llamada a la radio.

Intenté transmitir a ese futuro profesional del sector que vivir del tema, se puede vivir. Al menos sobrevivir. Casi es un "negocio seguro" porque siempre llama alguien, por muchos días que pasen entre llamadas.

Si iba a ir por el camino del anuncio cutre de periódico, el físico es lo de menos. La mayor preocupación de casi todas las clientas es la discreción.

"¿Oye, esto seguro que va a quedar entre nosotros, no?" Fue lo primero que me dijo la que se convirtió en mi primera clienta. Muchas otras, una mayoría, repitieron la misma letanía en los meses siguientes. No tenía nada que ver con que estuvieran casadas o no.

Incluso para las más independientes, en la mayoría de los casos el utilizar servicios sexuales previo pago les daba sobre todo miedo a que se enterase su entorno.

"Seguro. Tú y yo. No lo va a saber nadie más". No fui capaz de decir más. No acababa de entender por qué ella era la que tenía vergüenza.

"Pues vale ¿Cómo lo hacemos?"

Pregunta también repetida infinitas veces. Como profesional, hay que tener prevista la logística.

Más adelante lo tuve todo previsto. Esa primera vez, me pilló por sorpresa.

"¿Quieres que venga a tu casa ahora?" Sugerí.

Ella quería. Pero... me preguntó, cortada: "¿qué pasa si al verte no me apetece acostarme contigo?"

Eso mismo me preguntó la locutora al comentar en general mis inicios en el negocio.

Menuda pregunta. Casi desde que empecé a dedicarme a esto, se convirtió pronto en una de esas FAQ (Frequently Asked Questions), que respondía cómodamente. Esa primera vez, improvisé una respuesta:

"Me pagas 1.000 -(pesetas)- por desplazamientos y tiempo y me voy. No pasa nada". No sé si se me ocurrió porque acababa de pagar una factura al electricista que no había hecho casi nada en casa, pero me había cobrado el desplazamiento.

Luego supe que esa opción de renunciar al servicio que le había planteado instintivamente como opción a mi primera clienta era una fórmula habitual que usaban profesionales de ambos sexos para evitar situaciones desagradables.

El tiempo me demostró que, comercialmente, era una buena idea. Casi ninguna clienta que me hiciera llegar a su domicilio/hotel, superando vergüenzas y tabús, me iba a rechazar. Después de todo este tiempo puedo decir que únicamente fui rechazado 2 veces.

En cambio, yo, que pensaba en dar servicios a super-modelos y demás, he tenido que renunciar, por verme totalmente incapaz de cumplir, a 7 mujeres que me resultaron repulsivas. Ninguna de ellas puramente por aspecto físico. Esto también lo manifesté a pregunta de la locutora y, espero, en beneficio del muchacho que pretendía profesionalizarse.

Conté bastantes más cosas en esa llamada telefónica que duró más de lo que yo había previsto:

Conté que no he vivido ni vivo en el lujo a costa de prostituirme. Tampoco considero haber sido explotado. Ha habido de todo y a mucho de lo malo he podido decir que no.

También ha habido alguna chispa de eso que esperaba al meterme en esto. Propinas extraordinarias y alguna mujer excepcional. Lo colecciono como tantos otros "artesanos" coleccionan clientes que se enamoran de sus obras.

La locutora me hizo muchas más preguntas concretas sobre mi experiencia personal, que no quise responder. Tampoco creo que fueran generalizables.

Al final de la conversación, no fui capaz de recomendar al aspirante a gigoló que renunciara a su idea, pero tampoco le animé.

Yo había trabajado duro, había obtenido buenas experiencias y había salido bastante bien parado en general, pero tampoco podía presumir de haber alcanzado nada parecido a lo que esperaba al empezar.

La segunda parte de estas "memorias" va explicar cómo me he acabado sintiendo inclinado a contar mis experiencias. Recuerdos que, en conjunto, son buenos. Más adelante voy a seguir mezclando experiencias vividas en esa época de servidumbre carnal, con recuerdos y reflexiones mas recientes.

"Memorias de un Gigoló 02: Introducción"

La llamada me pilló casi dormido.

"Hola ¿Eduardo?"

"Sí" acerté a responder con dificultad.

"Soy Gemma. Hemos hablado hace un rato en la radio"

Uff, sí. Recuerdo vagamente haber llamado a la radio. No pensaba haber dicho nada malo. Me da mal rollo.

"¿Te acuerdas de mí?"

Pues la verdad es que no mucho. Lo digo.

"Soy la conductora del programa. Has llamado para contar tu experiencia como gigoló."

No es verdad. Empiezo a despertar y recuerdo mejor. He llamado para responder a un pobre pringado que pensaba que vendiendo su cuerpo a mujeres iba a vivir en el paraiso. Se lo digo.

"Pero has contado algunas cosas de tu experiencia"

"¿Y qué?" respondo.

"¿Todo lo que has dicho es verdad?"

No lo sé. No me acuerdo muy bien de lo que he dicho. No creo haber dicho gran cosa.

"No he dicho ninguna mentira" respondo bastante convencido.

Hace al menos dos horas que he colgado el teléfono, poco antes de quedarme dormido. Había llamado al programa de radio para comentar mi experiencia como gigoló de tercera y para aconsejar o, al menos, informar, a un chico que quería dedicarse a lo mismo, aunque supongo que para él lo de ser "de tercera" no forma parte de su plan inicial.

La locutora ha sido bastante incisiva en su interrogatorio durante nuestra conversación en directo y ahora repite con mayor profundidad su linea de preguntas.

Me avisa de que esta grabando nuestra conversacion. Acepto responder, pero no la autorizo a hacer públicas mis respuestas.

No, ni me he hecho millonario en los años en que me he dedicado a esto ni creo que sea un camino facil para nadie. Ya lo había dicho.

La mayoría de clientas son mujeres mayores, de clase media o media-alta. Casi ninguna deseable de por si, aunque bastantes se conservan correctamente y la mayoría tienen comportamientos amables.

Normalmente tienen más miedo o son más tímidas ellas que yo. Suelen conformarse con que haga que se corran. Me parece que se excitan más por la transgresión que cometen que por lo que yo pueda hacerles.

Solo dos veces me han pedido cancelar. En esos casos solo les he cobrado el desplazamiento. Nunca me pondría violento con una clienta.

Hay veces en que se empeñan en que yo me corra de forma determinada. No es habitual. Me he encontrado en alguna situación incómoda, pero con la costumbre cuesta menos.

La chica de la radio me sigue preguntando. Me empiezo a cansar.

No, casi nunca he tenido una clienta de esas con las que yo "hubiera pagado por acostarme con ella". Lo normal son maduras no muy atractivas, aunque lo puedan haber sido de más jóvenes. Algunas son jóvenes pero poco atractivas.

Repetimos tópico. Yo, igual que el chico que hizo la llamada a la radio, también pensé en su momento que serviría a mujeres impresionantes faltas de tiempo para relacionarse físicamente, pero la experiencia me enseñó que no es lo normal.

Conocidas a nivel popular entre mis clientas, dos.

No. No puedo ni quiero decir ni a que se dedican ni en que campo.

Fueron sorpresas para mí. Una más conocida que la otra. Atractivas. Me dio casi tanto morbo como corte. Buena gente y pagaron bien. No puedo ni quiero decir más.

Actualmente ya no soy como en el primer anuncio. Tengo más años y algunos kilos de más. La locutora insiste en pedirme más detalles. Le digo que tengo sueño y que voy a colgar.

"Espera. Me gustaría que vinieras a mi casa para darme un servicio o como lo llames".

No me lo creo. Le repito que es muy tarde, que ya no tengo el mismo físico que antes y que hace tiempo que no tomo nuevas clientas. Insiste.

No estoy de humor, tengo mucho sueño. "Pues mañana" me dice.

Le arranco la promesa de pagarme honorarios completos, tanto si decide que tengamos sexo, como si no. 200 Euros (antes cobraba menos).

Acepta, demasiado rápido. Insisto en que si voy, quiero el dinero lo primero y luego solo sexo. No voy a hablar. Vuelve a decir que sí y me da una dirección. Quedamos en que iré a su casa a primera hora de la tarde.

Despierto pasado el mediodía y recuerdo la "cita". Pienso que poco tengo que perder. En el fondo, me apetece recordar viejos tiempos y sé que la locutora no me va a poner en apuros, por la cuenta que le tiene.

Llego a la dirección que tengo apuntada en la nota que tomé anoche. Llamo al interfono y un "bbbzzz" eléctrico me flanquea la entrada al portal. Sigo las instrucciones recibidas y el ascensor me lleva al tercer piso.

La puerta, de madera pesada, típica de los pisos de principios del siglo XX, está abierta. Me fastidia que no me esté esperando en el umbral.

Entro y sigo un tenue rastro de luz. Atravieso un pasillo con puertas cerradas a ambos lados. Al final, me recibe un salón no muy amplio.

En postura estudiada, Gemma, la locutora, me espera sentada en un sofá. Velas de diversos colores y aromas iluminan la estancia que tiene las ventanas y cortinas cerradas. Mucho montaje de escenario para lo que estaba acostumbrado. Me parece demasiado preparado.

Me da un cierto corte que, sin ser una belleza, sea atractiva. Eso no sucede a menudo, pero cuando pasa siempre me deja un poco fuera de juego. Con la falta de práctica con nuevas clientas, casi me olvido de mantenerme en un plano puramente profesional. Sin embargo, su actitud vuelve a levantar mis defensas casi enseguida.

"Ven, siéntate aquí" me dice señalando el espacio vacío junto a ella en el sofá de dos plazas.

Viste una falda larga, botas altas y una blusa granate.

Me siento junto a ella y nuestras rodillas se rozan.

"200 euros" me dice, alargándome un billete. Lo tomo y me lo guardo en el bolsillo con una sonrisa. Ser bien pagado antes de empezar es de las gratificaciones que tiene el negocio.

Me empieza a hacer preguntas que ya me ha hecho antes: ¿hace mucho que me dedico a esto? ¿Lo he hecho con muchas mujeres? ¿Quienes son esas otras mujeres "conocidas" a las que he prestado servicios? ¿Me gusta? ¿Qué hago? ¿Qué no hago? ¿Por qué empecé? ¿Por qué sigo? ¿A quién y a quién no se lo haría?

Demasiadas preguntas. A la mayoría ya había contestado antes por teléfono en su programa o en su llamada. A las que no había contestado, tampoco quiero contestar. Así se lo digo. También le recuerdo que ya hace tiempo que no tengo clientas nuevas. Sobre qué hago y qué no, le digo que procuro ser complaciente y le pregunto qué es lo que busca conmigo.

Ella dice que necesita saber más de mí antes de relajarse y dejarse ir. Lo entiendo en parte, pero ni la creo ni me apetece contar muchas cosas.

Ha pagado y yo le hago lo que quiera. Nunca he dicho que no a nada o casi nada fisícamente (y si me he negado a algo que se planteara desde el principio, he devuelto el dinero) pero no estoy para historias.

"Cuéntame al menos la primera vez que lo hiciste por dinero" me pide mientras se separa un poco y se arregla la falda.

Tengo todas las alarmas disparadas. Es una periodista y me hace preguntas. Yo ya ni siquiera me dedico a esto y ni cuando me dedicaba más "en serio" respondía a preguntas.

Se lo digo claramente y ella admite que su principal interés es mi historia. Quiere que le cuente como fue mi primera experiencia y quiere saber más cosas. Dice que la mezcla de reportaje y situación real la excita.

Consigue que, un poco avergonzado, le confiese que en su momento hice casi de todo por dinero. También confieso que me satisfacía proporcionar placer. Me parece que es la primera vez que soy consciente de haber tenido un "orgullo profesional" en lo que hacía.

Sí. Lo he hecho con mujeres mayores, con casadas despechadas, con fetichistas de gustos peculiares, con mujeres que me querían dominar, con mujeres que soñaban con ser dominadas, con amigas en una juerga espectacular, con una pareja muy particular, con... con muchas personas y personajes de muy variados pelajes. Es lo que tiene el oficio, hay que saber acomodarse a la demanda de la clientela.

La locutora, morbosa, insiste en pedirme detalles. Es buena. Me hace hablar aunque no tenía ninguna intención de hacerlo.

Accedo a contarle esa primera vez en la que, casi sin podermelo creer, una mujer me pagó a cambio de sexo.

Será en el próximo capítulo.