Memorias de un chapero (4)

Sigo mi entrenamiento con una fiestecilla.

CUATRO

El viernes sólo tenía una clase, así que decidí quedarme en casa estudiando. Mientras estudiaba, no dejaba de pensar en los acontecimientos de la semana. Tampoco había tomado decisión alguna sobre la invitación de David para esa misma noche. Entre una cosa y otra era muy difícil concentrarme en lo que estaba haciendo; sólo cuando decidí asistir a la fiesta, obtuve una cierta calma que me permitió aprovechar el tiempo de forma satisfactoria. Por la tarde fui a comprarme algo de ropa porque quería presentarme en casa de David de alguna forma que llamase la atención. Me compré una camiseta muy ajustada de algún material elástico y bastante corta, era de un color verde claro y no llegaba a ser transparente pero se podían intuir las marcas del cuerpo a través de la tela. También me compré unos pantalones negros amplios de una especie de loneta pero más suave, de esos que llevan los bolsillos cosidos encima; la cremallera de la bragueta era de esas grandes, y el pantalón no tenía pestaña alguna que la cubriera de tal forma que quedaba a la vista. No descuidé comprarme ropa interior, pensé que ya que pensaba dedicarme a usar mi cuerpo para ganar dinero, necesitaría un buen surtido de slips y tangas sugerentes.

Como que las tiendas estaban muy llenas, las compras me llevaron bastante tiempo y no llegué a casa hasta pasadas las ocho. Le había dicho a David llegaría puntual, por lo que contando que necesitaba algo más de media hora para llegar a su casa, me quedaba alrededor de una hora. Mientras me duchaba no podía dejar de fantasear con lo que podría suceder esa noche, me frotaba el cuerpo con las manos pensando en las manos que me acariciarían. Cuando estaba bien enjabonado, mis dedos se dirigieron a mi esfínter con intención de penetrar en él. Lo hicieron con facilidad gracias a la lubricación del jabón. La excitación que me producía esa penetración hizo que mi polla se pusiera erecta de inmediato. Mientras seguía metiendo tres dedos de mi mano izquierda por detrás, con la derecha empecé a masturbarme. Pero, a pesar de la excitación, me detuve al cabo de unos minutos sin alcanzar el clímax porque pensé que debía reservarme para la noche. Seguí recorriendo mi cuerpo con las manos frotando en las zonas que mayor agitación me producían, pero sin detenerme demasiado tiempo en ninguna de ellas. Finalmente me eché un buen choro de agua fría para desenjabonarme y rebajar la tensión.

Eran las nueva pasadas cuando empecé a vestirme. Tenía un espejo grande en el interior de una de las puertas del armario de mi habitación y aproveché para observarme mientras me vestía. Primero me puse uno de los tangas que había comprado esa tarde mismo. Era negro, muy elástico, con la etiqueta del fabricante en el centro de la costura de la cintura que se cerraba a ambos lados con sendos velcros con lo que posibilitaba quitártelo sin bajarlo por las piernas. Me miré por detrás, mis nalgas quedaban al descubierto bajo el triángulo de tela negra del tanga, mientras la tira de ropa se hundía entre ellas. Abrí bien mis nalgas para que la tirilla se hundiera en el orificio y lo acariciase al caminar. Pensé que sería conveniente que fuese a los UVA que había visto en la sauna para ponerme algo más moreno, eliminar el rastro de las marcas del bañador del año pasado y dibujar la nueva marca del tanga, mucho más excitante.

Después me puse el pantalón. Era amplio, las perneras llegaban hasta media pantorrilla y al ceñir la cremallera, la cintura quedaba muy abajo, de tal forma que se veía la costura del slip. Incluso si lo bajaba un poco más, podía verse que se trataba de un tanga porque asomaba la parte superior de mis nalgas por encima de la cintura del pantalón. La gran cremallera delantera era casi una provocación, con su argolla metálica en el cierre estaba diciendo ¡bájame! Finalmente, me puse la camiseta. Era de una tela que tenía un cierto brillo y como que era tan corta, apenas llegaba a mi ombligo, dejando unos cuantos centímetros hasta la cintura del pantalón por donde quedaba mi piel al descubierto. Me gustaba mi nueva apariencia, aunque llegué a pensar que quizá los otros podrían pensar que era un putón de primera. La idea de que lo pensasen, en lugar de asustarme me excitó todavía más: estaba decidido a ser el principal objeto de uso de la fiesta de David.

Cuando llegué su casa todavía no eran las diez y cuarto. Al verme con esa indumentaria, David dio un silbido.

  • ¡Menudo cambio de look, chico! ¿Siempre te vistes así cuando sales?

  • La verdad es que me he comprado hoy mismo esta ropa. Nunca me la había comprado tan extremada, pero tenía ganas de causar impresión.

  • Pues no dudes que lo conseguirás. Estás tan deslumbrante que tendría ganas de follarte ahora y aquí mismo sin más preámbulos.

  • Todo se andará - le contesté mientras entraba en la casa y él me indicaba que pasase al salón.

Una vez en su interior pude ver que había dos chavales sentados en el sofá y otro tumbado en el suelo. Pensé que yo era el cuarto y que debían faltar tres o cuatro invitados más. David hizo las presentaciones pero yo olvidé los nombres al mismo tiempo que los decía. Los dos chicos del sofá conversaban animadamente mientras el del suelo picoteaba canapés de los platos que había en la mesa de centro. Al sonar nuevamente el timbre, David salió para abrir la puerta y yo me acerqué al que estaba comiendo. Era un chico de unos veinte años, rubio y de ojos verdes, que vestía un pantalón vaquero y una camisa a rayas.

  • ¿Cuales son los mejores? - le pregunté señalando a los canapés, con la intención de entablar conversación.

  • Para mi gusto los de caviar y los de salmón - contestó con acento extranjero.

  • ¿No eres español?

  • No, soy inglés. Estoy en la ciudad por unos meses por cuestión de estudios. Cuando acabe el curso volveré a mi tierra.

  • ¿Qué estudias?

  • Economía.

En ese momento entraba David con dos chicos más. Uno de ellos, el más alto de todos nosotros, debía alcanzar casi los dos metros, era mulato. Me quedé casi con la boca abierta: llevaba una camiseta de baloncesto de algún equipo americano que dejaba ver casi todo su cuerpo de una musculatura perfecta; sus labios, gordos y rojos, destacaban sobre su cara oscura casi tanto como sus ojos, blancos y grandes. El tipo sonreía con una franqueza increíble y hablaba en voz muy alta con acento centroamericano, mientras sus manos, en el extremo de unos brazos larguísimos, no paraban de moverse, ya acariciando su cuerpo, ya expresándose con ellas. Desde luego si yo quería causar efecto con mi vestimenta, este tipo lo había eclipsado totalmente. Como es natural David volvió a hacer las presentaciones y esta vez sí que me quede con el nombre del mulato, se llamaba Max.

  • Sólo falta por llegar Carlos, así que si os parece vamos empezando a comer, - dijo David - aunque veo que Steve y Pedro ya han empezado por su cuenta - continuó al percatarse de que nosotros dos ya estábamos probando los canapés.

Los dos que estaban en el sofá, cogieron sendos almohadones y se dirigieron hacia la mesa de centro sentándose en el suelo a su vera y usándolos para apoyarse. Yo hice lo propio mientras los recién llegados seguían hablando de pie en la puerta del salón. David dijo que iba a buscar la bebida y los vasos, a lo que el otro de los recién llegados dijo que le acompañaba. El mulato se sentó entre Steve y yo, delante de los otros dos que se habían colocado al otro lado de la mesa

Cuando regresaron David y el otro, empezamos a comer y a charlar. Steve explicaba sus experiencias en un país que no conocía y sus visiones de la realidad social eran bastante irónicas. Max, que estaba a su lado, estaba callado, aunque parecía escucharle con atención. En un momento en que estaban hablando los otros, le pregunté a Max de donde era.

  • Soy dominicano, – me respondió – pero vivo en España desde que era pequeñito. Vine con tres años, no recuerdo nada de mi país.

  • ¿Nunca has regresado? – le pregunté.

  • No, mis padres no quieren ni oír hablar de República Dominicana. Supongo que lo pasarían mal allí, nunca hablan de ello. De hecho tanto yo como mis hermanos tenemos nacionalidad española.

  • ¿Son mayores que tú tus hermanos?

  • No, más chicos. Ellos ya nacieron acá. ¿Tienes hermanos tú?

  • No. Soy yo solo.

  • Pues no sabes lo bien que estás. Con los chavales la casa es un tormento, no paran quietos, no se puede tener un momento de tranquilidad.

  • ¿Son muchos?

  • Cuatro: desde los trece a los seis años. Todos muchachos, auténticos torbellinos. Prefiero estar fuera de casa haciendo cualquier cosa que aguantarles. Mi madre anda loca, la pobre.

En ese momento me percaté de que todas las conversaciones se estaban haciendo entre dos, excepto David quien, desde un extremo de la mesa, nos miraba a todos con cara de chico malo. Steve hablaba con el último chaval que había venido y que se había sentado enfrente suyo en la mesa. Yo hablaba con Max y los otros dos que ya estaban cuando yo había llegado y se sentaban enfrente de Max y yo mismo, también estaban charlando entre ellos. Estos dos últimos, más que hablar susurraban, porque acercaban tanto sus caras que casi se tocaban con la mejilla.

Cuando llegó Carlos, el que faltaba, ya habíamos dado cuenta de una buena parte de la comida. Después de saludar, dijo que ya había cenado y se ofreció a preparar el café mientras nosotros apurábamos los platos. David fue con él a la cocina para enseñarle dónde estaban los bártulos y, al regresar anunció:

  • Carlos nos va a traer una sorpresa con el café.

  • ¿Qué sorpresa? - preguntó uno de los de enfrente mío.

  • Si te lo digo ya no será sorpresa – respondió David -. Pero tendremos que llamarle para que nos la traiga, es la condición que ha puesto.

  • Y ¿cómo hay que llamarle? – pregunté yo torpemente.

  • Como se te ocurra. Dice que quiere sentirse deseado.

Yo, por lo poco que le había visto, pensé que no lo necesitaría. Era un tipo guapo, no muy alto, pero bien proporcionado, de ojos azules y pelo rubio, algo que cualquiera desearía. Todos volvimos a nuestras conversaciones y yo intenté intimar algo más con Max, preguntándole por su vida, hasta que llegamos al tema sexual, que era lo que yo deseaba. Él parecía bastante cariñoso y cuando empezamos a hablar de ello, me puso una mano en mi muslo. También me hablaba quedamente a la oreja, como los dos de delante de mí, hasta que en uno de sus acercamientos me la lamió. Ello me sorprendió y sentí un escalofrío al mismo tiempo que se me erizaban mis pelos. Le pasé mi mano por la cintura para acercarle más a mí y el hizo subir su mano por mi muslo acercándose a la entrepierna.

Sin perder el hilo de la conversación, advertí que Steve y el chico de enfrente suyo, se habían acercado al extremo de la mesa y tenían rodeado a David, que les acariciaba a los dos los muslos y besaba alternativamente a uno y a otro. Max debió ver mi cara, porque se giró y al ver la escena me dijo:

  • Veo que algunos ya van empezando.

  • ¿Has venido alguna otra vez a estas fiestas de David?

  • Sí, - me contestó – siempre me invita. Y a mí me gusta venir.

Después de pensar un momento, y al ver que yo no decía nada, siguió:

  • Y a los amigos de David creo que les gusta más que a mí, que yo venga.

  • ¿Y eso por qué?

  • Ya lo verás cuando nos desnudemos – me contestó enigmáticamente.

  • No hace falta tener demasiada imaginación –contesté -. Debes tener una polla descomunal.

  • Es verdad, pero no es solamente eso. Ya lo verás.

Y se giró para mirar hacia David y sus dos compañeros pero sin retirar la mano de mi entrepierna. Yo puede rodear su cintura con mis dos manos, ya que se encontraba casi de espaldas a mi. Él se reclinó ligeramente, apoyando su espalda en mi pecho, y yo aproveché para adelantar mis manos hasta el suyo y acariciarle los pectorales. Al notar mi maniobra, giró su cara y sin ningún preámbulo me besó los labios. Primero fue sólo un roce, pero luego lo repitió estirando su cuello para que el contacto fuera más intenso. En unos instantes nuestras lenguas pugnaban por abrirse camino en la boca contraria y mis manos atenazaban sus tetillas con más fuerza.

Nos interrumpió David, quien al ver que ya nadie estaba comiendo los alimentos, dijo con voz fuerte:

  • Bueno, chicos; habrá que llamar a Carlos que nos habrá preparado unos suculentos suizos.

  • ¡Pues vaya sorpresa! – dijo Steve – Café con nata.

David, sin hacer caso del comentario despreciativo, empezó a corear ¡Caaarlooos! ¡Caaarlooos! Y todos lo hicimos al unísono. La aparición de Carlos por la puerta de la cocina fue memorable. Venía con una bandeja en la que había la cafetera, las tazas y las cucharillas, lo cual, dadas las circunstancias era normal. Lo que no era tan normal es que venía desnudo y que la nata para los suizos la llevaba puesta sobre su cuerpo. Desparramada sobre sus hombros, sobre sus muslos, sobre su sexo, sobre las orejas y sobre cuanto espacio había conseguido que se aguantase, llevaba sendos rollos de nata. Todos rompimos en carcajadas al ver la sorpresa que nos había preparado. Se acercó a la mesa por mi lado, donde había espacio suficiente, y con mucho cuidado para que no se le desprendiera la nata del cuerpo, dejó la bandeja sobre la mesa. En ese momento se me ocurrió una idea.

  • Déjame que te ayude con la nata - dije -.

Y, sin esperar su respuesta y casi dejando caer a Max que se apoyaba en mí, tomé su polla, totalmente erecta y llena de nata, en mis manos y empecé a lamerla. No solamente me la comía sino que también se me depositaba en la nariz y en la barbilla. Cuando se la había retirado toda, trabajo que no me llevó más de un minuto, empecé a chupársela. Tenía una verga mediana, recta y rosadita, totalmente descapullada por la erección que la hacía mantenerse bastante dura. Al empezar a chupar, Carlos se reclinó y vinieron los chicos de enfrente a lamerle las demás partes del cuerpo en las que también había nata. Max no se movió de su sitio y, al ver que yo también me reclinaba, empezó a desabrocharme el pantalón. Notaba sus manos bajando la cremallera del pantalón que me había comprado para que me hicieran precisamente eso: bajarme la cremallera.

Después de abrirme el pantalón, Max empezó a acariciarme el sexo por encima del tanga. Mi verga en esos momentos ya estaba bastante erecta y Max estaba colaborando a que se endureciese del todo mientras yo seguía chupándosela a Carlos. Los otros dos chicos ya habían dado cuenta de toda la nata del cuerpo de Carlos y ahora empezaban a lamerle todo el cuerpo mientras él intentaba desnudarlos. Pero, reclinado como estaba, no le resultaba fácil. Carlos tenía las piernas flexionadas y totalmente abiertas, de tal forma que empecé a descender para lamerle el escroto y los huevos. Uno de los chicos se apoderó de su polla y empezó a masturbarle enérgicamente, por lo que yo, perdida ya la polla que tenía en la boca, me dirigí con mi lengua hacia su ano. Su reacción fue inmediata, abrió más las piernas y con sus manos separó sus nalgas para que pudiera meter la lengua con mayor facilidad. Tenía un agujero precioso, prieto y rosadito; pensé que había de ser una delicia follarlo.

Max me estaba quitando los pantalones y cuando acabo empezó a masajear mis nalgas con sus manos mientras su boca se precipitaba en mi entrepierna, chupándome por encima del tanga. Yo también me abría bien de piernas para que sus dedos alcanzasen mi esfínter con facilidad. ¡Estaba empezando a desear que me follase inmediatamente! Pero, en lugar de eso, apartó la tira del tanga y chupándose un dedo, empezó a meterlo por mi agujerito. La excitación que sentía hizo que metiese mi lengua con más fuerza en el culo de Carlos.

Desde mi posición no veía casi nada, pero escuchaba los jadeos de todo el mundo, por lo que supuse que ya todos empezaban a estar bastante preparados. Entonces recordé lo que me había anticipado Max, así que, dejando lo que hacía, me levanté y con movimientos rápidos me despojé de la ropa que me quedaba y me precipité sobre Max, con la intención de desnudarle. Max se dejaba hacer, así que en un momento lo tuve desnudo tumbado en el suelo y debajo de mi. Efectivamente tenía una verga descomunal: no era gorda pero era larguísima, probablemente más de veinticinco centímetros. Era muy morena, más que la piel de su cuerpo y no tenía absolutamente ningún pelo.

Al ver como la abservaba, Max me dijo:

  • Depilación láser, no vuelve a salir ni un solo pelo.

  • Es una maravilla – le respondí. - Me encanta.

Y sin más preámbulos me la metí en la boca. Ante un instrumento tan largo, no podía ni siquiera meterme la mitad dentro de mi boca, sin que me dieran arcadas, por lo que me limité a lamerle el capullo con fruición notando como se ponía durísima. Con mis manos le acariciaba los huevos que le colgaban dentro de y¡una bolsa también de tamaño gigante. Cuando acerqué una de mis manos hacia su culito, me la apartó con cariño diciéndome que a él no le gustaba por detrás. En ese momento pensé que para qué iba a querer su culo, si lo mejor que tenía era su polla. No lo pensé dos veces y le puse un condón para probarla lo antes posible.

Me puse a horcajadas sobre él y, cogiendo su verga, la apunté directamente a mi culo que ya estaba deseando algo que tragar. Como que tenía el culo ensalivado por el dedo de Max y el condón tenía lubricante, su polla, que como ya he dicho no era muy gorda, penetró con facilidad. Pero pronto me di cuenta de que sólo había entrado la mitad, aunque a mi me parecía tener el ano totalmente lleno. Max ponía cara de estar tocando el cielo y, sin decirlo, me estaba pidiendo que acabase lo que había empezado. Así pues, me incorporé un poco, y me senté con fuerza sobre su polla, notando como algo penetraba en mi interior hasta una profundidad insospechada. Mis ojos se pudieron en blanco porque nunca había sentido esa sensación. Su polla había penetrado en su totalidad en mi refugio y su capullo presionaba con fuerza en mis entrañas. Me dejé caer sobre su pecho y, al mismo tiempo que le besaba, empecé un metesaca que me transportaba a otra galaxia.

Estaba tan ensimismado en estas nuevas sensaciones que no vi como David y sus dos compañeros se habían acercado por detrás nuestro.

  • Pedro tiene uno de los culos más tragones que he conocido – les decía David a sus amigos.

  • Sí, mira: se ha metido toda la polla de Max - decía sorprendido uno de ellos que ya debía conocer el instrumento del mulato.

  • Fíjate como la bombea, ¡qué facilidad! – decía el otro.

  • Estoy seguro de que le cabría otra polla en ese culo – dijo David. -¿Por qué no lo intentamos?

Fue el propio David quien se arrodilló detrás de mí e intentó acompañar a Max en la follada. Como en un primer momento no le fue posible meterla, le pidió a uno de los chicos que trajera más lubricante y después de aplicarlo en el condón y en mi culo, volvió a intentarlo. Yo le ayudé parando un poco el metesaca que le estaba haciendo a Max y, entonces, su polla penetró, no sin cierta dificultad, en mi ano. ¡Tenía dos pollas en mi culo!

Entonces fue David quien empezó a controlar el metesaca. Con movimientos de su cadera iba empujando hacia fuera y hacia dentro y yo me movía con él notando como la polla de Max también iba entrando y saliendo. Mis jadeos se intensificaron porque la sensación se lo merecía. Sólo los detenía para besar a Max; más que besarle, le deboraba literalmente. Cuando dejaba de besarle y levantaba un poco la cabeza, no podía reprimir los jadeos cada vez más intensos. Una de las veces que levanté la cabeza, uno de los chicos que estaban con Max se puso a mi lado y colocó su polla en mi boca. A partir de ese momento se terminaron mis jadeos porque me concentré en lamérsela y chuparla. Tenía una polla corta pero bastante gorda y me llenaba la boca cuando la metía hasta el fondo. Ahora ya tenía a mi disposición tres pollas para darme todo el gusto que quisiera.

  • Menudo putón - escuché que decía alguien; y supongo que se refería a mi.

En un momento que alcé la vista, pude ver como los demás chicos estaban alrededor de nosotros cuatro, masturbándose unos a otros y mirando como me follaban entre Max y David.

Tan intensas eran las sensaciones que me hubiese corrido en un momento si David no hubiese parado y salido de mi interior. No obstante, lo hizo para cederle el puesto a Carlos, quien sin pensarlo demasiado, me ensartó nuevamente acompañando esta vez él a Max en mi bautizo en la doble penetración. Cuando estaba ya nuevamente a punto de correrme, Max la retiró diciendo que no quería correrse tan pronto porque había otros culos que también le gustaban. Yo me incorporé ligeramente y me quedé a cuatro patas mientras Carlos me seguía follando, pero la sensación ya no era la misma: notaba un gran vacío en mi interior, que la polla de Carlos era incapaz de colmar. David, que había visto como Max se retiraba, no tardó ni un minuto en tener su culo en pompa para que Max lo follase. A cuatro patas también, delante de mí, le veía la cara mientras Max, arrodillado a su espalda, luchaba por meterla entera en su ano.

Como que el espectáculo del doble había finalizado, los otros chicos empezaban a desparramarse por el suelo chupándose o follándose de dos en dos.

Al cabo de un cuarto de hora todos nos habíamos corrido al menos una vez y estábamos exhaustos desparramados por el suelo del salón. David propuso tomar una ducha, a lo que todos asentimos y nos indicó dónde se encontraban los dos baños de la casa. David, Carlos y otros dos chicos se metieron en uno de ellos y yo con Max y los otros dos nos metimos en el otro. Los baños, como toda la casa, eran inmensos. Max entró primero en la bañera y yo le seguí; los otros dos chicos estaban tonteando sin decidirse a entrar. Max abrió el grifo de la ducha y el agua se precipitó sobre nosotros. Abracé a Max y le besé con pasión, el me acariciaba la espalda mientras el agua corría por nuestros cuerpos. A pesar de la gran follada que había disfrutado, mi culo seguía hambriento de la gigantesca polla de Max. Me giré para darle la espalda e hice que se apretara contra ella, sintiendo su verga entre mis nalgas. Me recliné ligeramente hacia delante y con mis manos separé mis nalgas para que su polla se colocará en mi agujero. Max no se hizo rogar, embistió con fuerza mi culo y su verga volvió a penetrar hasta mis interioridades más insospechadas. Tan salido estaba en ese momento que ni siquiera me percaté de que me estaba follando sin condón.

Los otros dos chavales nos miraban embelesados.

  • ¿Pero es que no os cansáis nunca vosotros dos? - preguntaron casi al unísono.

Max les miró con una sonrisa en los labios y les respondió:

  • Es lo que sucede cuando se reúnen una polla insaciable y un culo incansable - mientras seguía bombeando en mi culo con movimientos regulares.

  • Desde luego tu culo debe ser fenomenal – me dijo uno de ellos – para poder soportar una polla de este tamaño.

  • Pero si antes ha tenido dos – repuso el otro muchacho. - Debes ser una máquina.

  • No os preocupeis, – les dije entre jadeos – Cuando acabe Max os dejo a vosotros dos.

  • ¿Al mismo tiempo? – me preguntó uno.

  • ¿Por qué no? – contesté.

Max no paraba en su bamboleo y yo notaba el largo recorrido que hacía su polla para entrar y salir. Cada vez estaba más excitado. Cogí de la mano a uno de los muchachos que estaban fuera de la bañera y lo hice entrar delante de mí. Lo abrazaba y lo besaba mientras Max seguía con su trabajo. Nuestras pollas se rozaban, estaban duras y empinadas, pero yo no tenía suficiente; quería volver al doble. Levanté una de mis piernas hasta ponerla en el borde de la bañera y la polla del muchacho de enfrente se deslizó por mi entrepierna acercándose donde ya estaba la de Max. La cogí con mi mano e intenté que se metiese también hacia dentro. Me costó un poco porque la posición no era muy cómoda, pero finalmente conseguí que entrase haciendo compañía a la de Max.

  • Y para mí, ¿no hay nada? – dijo el otro muchacho entrando en la bañera.

Yo, sin decir palabra, tomé su polla con mi mano y empecé masturbarle con energía.

En ese momento, entró David preguntando si todo iba bien. Estaba guapísimo, recién duchado, con el pelo todavía algo húmedo.

  • Pero bueno, ¿no habéis tenido suficiente? – dijo, al ver la posición en la que estábamos.

  • Yo no quisiera que se acabase esto nunca – le contesté.

  • Estás hecho una auténtica zorrita, nunca lo hubiese dicho – me dijo. – Tendrás que continuar dentro de un rato, o sea que será mejor que descanses algo.

  • Enseguida terminamos y salimos, no seas pesado, anda – le contesté.

David salió riéndose y comentando con los otros que no habían entrado que aquello era una auténtica locura.

Cuando salimos del baño nosotros cuatro, ellos ya estaban en el salón. Desnudos, besándose y sobándose.

Estuvimos una hora más. Recuerdo que todos me follaron por lo menos una vez y que yo me follé a Carlos, a David y a otros dos muchachos de los que no recuerdo el nombre. Me quedé con las ganas de follar a Max, pero como que me había dicho que él no quería por detrás no quise insistir. De todas formas, antes de marchar cada uno a su casa, Max y yo intercambiamos nuestros teléfonos. Tanto él como yo teníamos ganas de vernos de nuevo: él porque, según me dijo, nunca había tenido un culo tan tragón y yo porque nunca había tenido una polla de tamaño semejante.