Memorias de un chapero (3)

Mi primer servicio.

TRES

Pasé un domingo horroroso. Mis padres se fueron muy pronto a comer a casa de unos amigos en el campo, así que estuve sólo casi todo el día en casa. No podía quitarme de la cabeza los acontecimientos del sábado en casa de David. Cada vez que lo pensaba me ponía cachondo y necesitaba hacerme una paja para rebajar mi excitación. Cuando volvieron mis padres ya había perdido la cuenta de las veces que me había masturbado y lo curioso del caso es que en todas ellas había bombeado una buena cantidad de semen.

El lunes, sólo coincidí con David en el bar de la facultad con un buen grupo de colegas de nuestra clase y no pude hablar con él a solas. Casi me sorprendió la naturalidad con la que nos comportamos después de lo sucedido, pero la verdad es que nos hablamos y nos relacionamos entre nosotros dos y con los demás como siempre lo habíamos hecho. Incluso cuando una compañera, que sabía que yo iría a estudiar con David el sábado, nos preguntó como nos había ido, ambos respondimos casi al unísono explicando lo que habíamos hecho el rato que estuvimos estudiando y obviando lo demás.

Los martes, además de tener menos clases, eran las menos interesantes y siempre éramos pocos. Esperaba tener ocasión para hablar con David a solas, pero fue de los que no vinieron. Así que hasta el miércoles siguiente no pude volver a charlar con él. La verdad es que lo necesitaba. Lo del sábado me tenía obsesionado, necesitaba volverlo a probar y como David me había dicho que aquello se repetía dos o tres veces por semana, no quería dejar pasar demasiado tiempo hasta una nueva ocasión. Me encontré con él al pie de las escaleras que subían hacia los despachos de los departamentos, supongo que se dirigía a ver algún profesor, pero no debía tener cita porque estuvimos hablando un buen rato sin que se preocupara por la hora. Estuvimos de pie en el mismo sitio en que nos habíamos encontrado, mientras por el pasillo y la escalera iban pasando alumnos y profesores a sus quehaceres habituales. Hablamos de las clases, de los profesores, de los compañeros y demás, pero no había forma de entrar en el único tema que a mí me interesaba. No quería parecer un salido, aunque creo que lo era, ni un mentecato. Por fin, él mismo planteó la cuestión con una sonrisa pícara:

  • Oye, ¿por qué no te acercas el viernes por la noche a mi casa? Hacemos una fiestecilla, seremos siete u ocho. No estará mi padre porque está de viaje, pero seguro que te entenderás con todos. Bueno, si tu quieres, claro.

  • ¿Estarán Alberto y Eduardo? - le pregunté yo.

  • No, los viernes por la noche no vienen nunca, ellos trabajan a esa hora.

  • Que horario más raro.

  • Si, no se si se dedican a alguna cosa de reparto de revistas o algo así y los jueves y viernes trabajan a partir de las seis o las siete hasta la madrugada. Lo sé porque nunca podemos hacer entrenos esos días porque ellos no podrían asistir. Pero no te preocupes por eso, toda la gente que viene es muy amigable y siempre hay alguno que se presenta con un invitado adicional con el que no contábamos y al que no conocemos.

  • No se que hacer.

  • Tú mismo. Ya sabes donde vivo hemos quedado a partir de las diez de la noche, habrá un poco de cena fría, baño en la piscina si no hace frío, y lo que se tercie. No aparezcas mucho más tarde de las diez y media porque fastidia bastante tener que ir a abrir la puerta cuando estamos todos de juerga.

  • No te preocupes, no faltaré. Y llegaré puntual para no incordiar.

  • Perfecto, ya sabes que me lo pasé muy bien contigo el otro día. Espero que a ti también te gustase.

  • Por eso he venido a hablar contigo, quería repetir la experiencia.

  • No te preocupes por eso, habrá muchas más ocasiones.

  • Creo que me estaba obsesionando algo.

  • Pues no tienes motivo alguno. El viernes podrás comprobarlo.

Y diciendo esto alcanzó el primer escalón de la escalera y empezó a ascender por ella hacia los despachos. Mientras subía los primeros escalones nos despedimos. Me quedé con unas ganas locas de besarle como despedida, pero el lugar no era el apropiado.

La conversación con David, en lugar de tranquilizarme, me puso en un grado de excitación mayor. Deseaba que ya fuese el viernes por la noche, pero tendría que esperarme. El resto de las clases del día prácticamente no escuché al profesor; sólo pensaba en la fiestecilla con siete u ocho compañeros y fantaseaba pensando en la cantidad de pollas que podría tener a mi alcance y en la inmensa cantidad de posibles posiciones que tal número de gente permitiría. De noche, en la piscina … O en el salón mientras cenábamos. ¿Cómo debían hacer para empezar? ¿Se desnudarían directamente? ¿O por el contrario lo irían haciendo poco a poco, unos a los otros?

  • Le he preguntado a usted, Pedro - oí al profesor que me despertó repentinamente de mi fantasía mientras el resto de colegas sonreían viendo que estaba completamente en babia.

  • Disculpe - musité -, no prestaba atención en este momento.

  • Ya lo he visto, por eso le he preguntado. Haga el favor de reunirse con nosotros.

El jueves decidí no ir a las clases de la tarde. Tenía que comprar algunos libros y aprovecharía la tarde para acercarme a la Gran Librería, en el centro, donde suponía que los podría encontrar. Así también me ahorraría pasar por la misma vergüenza del día anterior, si por un casual, se daban cuenta de que, aunque estaba en clase, en realidad me encontraba muy lejos. Después de comer estuve zanganeando en el bar de la facultad con algunos compañeros. David estaba entre ellos. La conversación giró en torno a los próximos exámenes y la cantidad de materia que teníamos en alguna asignatura. Alguien planteó presentar una protesta, la mayoría dijo que sería inútil; que tal profesor o tal otro eran unos impresentables que todos los años hacían lo mismo, etcétera. Finalmente la conversación del grupo se fue diluyendo en diálogos entre dos o, a lo sumo tres, que poco a poco se fueron marchando sin acordar nada. Cuando se había ido el último par, quedamos Carolina, una compañera morena y muy simpática, y yo. Me animó a ir a clase, pero le dije que había decidido ir a comprar libros al centro y que esa tarde no pensaba ir a clase. Tuve que esforzarme para quitarle la idea de acompañarme, la verdad es que me apetecía ir yo solo.

La librería se encuentra en una calle ancha de la parte antigua de la ciudad, por detrás del ayuntamiento. Unos metros antes de llegar a ella, se abre a mano izquierda un callejón sin salida, al fondo del cual se ve un neón que anuncia la presencia de una sauna para caballeros. El local es uno de los puntos de reunión de homosexuales, tanto de los de nuestra ciudad como de los visitantes. Es notoriamente conocido aunque nadie hable de ello. ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando al acercarme vi como salían del callejón Alberto y Eduardo? Giraron hacia donde yo me encontraba y nos tropezamos frente a frente.

  • Hola - dijo Eduardo parándose frente a mí - ¡qué sorpresa! ¿Te vienes a tomar una cerveza con nosotros?

  • Bueno - valbuceé - iba a comprar unos libros, pero supongo que puedo hacerlo después.

Se pusieron uno a cada lado de mí y, con paso decidido, nos dirigimos a un bar cercano. Nos sentamos en una mesa de mármol rectangular, ellos dos frente a mí. En la calle no me había dado cuenta, pero ahora al observarles frente a mí, me día cuenta de que vestían una ropa muy extremada: sus camisetas, medio transparentes, se arrapaban a su cuerpo como una media, la de Alberto no tenía mangas y dejaba al descubierto sus moldeados hombros mientras que la de Eduardo lucía un gran escote tanto en su pecho como en su espalda; sus pantalones eran de estilo tejano pero en un color verde botella, también muy ceñidos al cuerpo hasta tal punto que sus pantorrilas se perfilaban bajo la tela. Cuando nos hubimos sentado empezó una conversación que yo imaginaba que iba a ser trivial pero que cambió mi vida por completo.

  • Nosotros, - empezó Alberto - trabajamos aquí al lado.

  • Sí, - repuse - ya me dijo David que los jueves y viernes por la tarde trabajabais.

  • Pero no te dijo en qué, porque él no lo sabe.

  • Me dijo que hacías reparto de revistas o algo así -. Los dos hermanos se miraron con una sonrisa pícara.

  • Explícaselo - dijo Alberto dirigiéndose a su hermano. Eduardo me miró algo dubitativo.

  • Nadie sabe lo que voy a explicarte, o sea que tendrás que prometernos que vas a ser discreto. Trabajamos en la sauna esta del callejón. La casa nos paga por estar allí animando el cuarto oscuro y nos permite llevarnos de vez en cuando a algún cliente a un privado para hacerle los servicios que nos pida previo pago.

  • ¡Sois chaperos! - dije sorprendido - Perdón, no quería ser ofensivo, pero me ha salido espontáneo.

  • No pasa nada, es la verdad - continuó Eduardo - y no hay necesidad de esconderla. Nos ganamos un buen pico trabajando sólo el jueves y el viernes por la tarde.

  • Y la noche, supongo - dije yo.

  • Bueno, la mayoría de los días nos vamos a eso de la una. A partir de esta hora empieza a venir la juventud y se marchan los adultos, que son los que necesitan animadores. Además, los jóvenes no pagan por nuestros servicios; los pueden obtener gratis o incluso cobrando.

  • Oye, - dijo Alberto que no había dicho nada mientras su hermano me explicaba su trabajo - no has pensado alguna vez en hacerlo. Por lo que vimos el otro día tienes una buena capacidad de recuperación, seguro que podrías atender a cuatro o cinco clientes cada día, podrías sacarte un buen pico.

Me quedé callado, ellos me miraban esperando mi respuesta. Por mi cabeza cruzaban un montón de ideas pero debo reconocer que me excitó muchísimo la propuesta que me estaban haciendo. Eduardo, que se dio cuenta de lo que me estaba pasando por la cabeza, empezó a explicarme con detalle cómo funcionaba el sistema.

  • Los jueves y viernes venimos sobre las cinco de la tarde que es la hora en que empiezan a venir los clientes. Hoy, como que no había casi nadie, hemos decidido salir a tomar una caña, mientras dejábamos tiempo para que vengan más. Normalmente a esta hora ya hay una docena de personas, son tipos de entre 40 y 55 años en general, aunque hay alguno más joven. Muchos de ellos están casados. Algunos sólo vienen a mirar, a ver a tipos desnudos; luego se deben matar a pajas en los lavabos. La mayoría vienen a por sexo sin problemas ni ataduras de ningún tipo. Nosotros nos metemos en el cuarto oscuro, nos quitamos las toallas y empezamos a magrearnos. Si alguien se acerca lo atraemos hacia nosotros para incorporarlo al festín y, poco a poco, conseguimos que todos los que se han metido en el cuarto oscuro estén sobándose.

  • Pero - interrumpí yo - ¿todo el mundo va desnudo dentro?

  • Sí, claro; - dijo Alberto - al entrar, se pasa por el vestuario y se deja la ropa. Por dentro de la sauna la gente va sólo con la toalla, aunque algunos procuran dejarla caer siempre que pueden.

  • Cuando el cuarto oscuro está bien animado - prosiguió Eduardo - nuestro trabajo ha terminado aunque muchas veces nos quedamos para que nos sigan tocando. A partir de este momento es cuando podemos captar algún cliente para retirarnos a un cuarto privado. Los clientes son tipos mayores, pero algunos están francamente bien; ya sabes, cuerpo de gimnasio y todo eso. La mayoría son pasivos, quieren que les follemos; pero algunos son activos y lo que quieren es follarte en plan bastante salvaje. Otros se conforman con una buena sesión de sexo oral. Si en el cuarto oscuro se paraliza la actividad, el encargado nos llama para que volvamos a animarlo. Nunca podemos irnos los dos al mismo tiempo.

  • Pero, entonces - repuse - tenéis que acostaros con cualquiera.

  • No creas, - respondió Eduardo - en el cuarto oscuro tenemos que aguantar a cualquier pesado, aunque en general no pasan de los tocamientos; pero para llevarnos a alguien al privado tiene que gustarnos mínimamente.

  • Vente hoy con nosotros y lo pruebas, - me suplicó Alberto - ya hablaremos con el jefe y te puedes sacar un dinerillo.

  • No se si me gustaría esta forma de ganarlo.

  • Vamos, no te hagas el estrecho, que ya te vimos el sábado pasado. Y ese día lo hacías sin cobrar.

  • ¿Ha venido David con vosotros alguna vez? - pregunté.

  • ¿David? - contestó Alberto - ¿Por qué? Nunca ha necesitado dinero para nada, su padre está forrado como ya pudiste comprobar el otro día. Nosotros lo hacemos para sacarnos dinero para nuestros caprichos. Con lo que nos sacamos esos dos días nos pasamos un fin de semana de coña y todavía ahorramos para las vacaciones y algún otro extra. Y al padre de David nos lo follamos gratis porque es un tipo encantador que nos deja su piscina y su pista de tenis siempre que se la pedimos.

  • ¿Sabéis que no me disgustaría probar?

  • ¡Lo sabía! - dijo Alberto entusiasmado.

Eduardo empezó a explicarme los trucos del negocio de forma pormenorizada mientras nos acabábamos de beber las cervezas. Nunca provocar la eyaculación en el cuarto oscuro, simplemente calentar al personal lo suficiente para que quieran alquilar un privado, que con eso gana el dinero el establecimiento. Dejar que se te insinúen, pero nunca aceptar a la primera y, sobre todo, establecer el precio antes de entrar en la habitación. Tener claros los precios, cada tipo de servicio tiene su tarifa. A veces te dan más de lo que has pedido, son las propinas por un buen servicio. Si un tipo te da asco, pues ni caso. En las habitaciones hay un timbre para llamar al encargado por si algún cliente se pone muy borde o no quiere pagar o quiere hacer cosas que no estaban acordadas de antemano. Hay que dejar claro que no eres un masajista, la sauna ya tiene sus propios masajistas que hacen eso: masajes. Nosotros sólo hacemos sexo. Las máquinas de condones están por toda la sauna, por lo que no hay motivo alguno para negarse al uso del condón.

Mientras me iba dando todas estas instrucciones, pensaba en el primer día de trabajo del verano pasado en la tienda de unos familiares míos. También me dieron toda la serie de instrucciones propias del negocio, era una enumeración aséptica de las actitudes y comentarios que conviene hacer para que el cliente se gaste el dinero en el establecimiento y salga contento del mismo, después de haberlo gastado.

Eduardo continuaba hablando: hay clientes que son habituales. Nosotros ya les conocemos porque vienen a menudo. Nosotros procuraremos indicarte cuáles son los más convenientes para que te los lleves por tu cuenta. Pero en esto tienes que fiarte de tu instinto, nosotros siempre lo hemos hecho y no nos ha ido mal. Conviene que antes de entrar te pongas un poco de lubricante en el esfínter porque hay alguno que va tan caliente, que nada más entrar te la enchufa sin demasiados miramientos.

Nos habíamos terminado las cervezas y Alberto se dirigió a la barra para pagarlas y cuando lo hubo hecho nos hizo una seña para que nos fuésemos yendo a la puerta. Atravesamos la calle, nos metimos en el callejón y entramos en la sauna. Eduardo se dirigió al hombre que había en la recepción mientras Alberto y yo seguimos hablando. Supongo que le debió explicar la situación porque el hombre asentía con la cabeza a las palabras de Eduardo, hasta que, dirigiendo su mirada hacia mí, me dio la bienvenida y me dijo algo sobre llegar a un acuerdo para otros días si me gustaba.

En seguida nos dirigimos los tres hacia los vestuarios. Las taquillas estaban dispuestas en las paredes con su llave y su número, delante de las taquillas había unos bancos de madera. En ese momento había dos hombres de unos cuarenta y cinco años desvistiéndose, se hallaban alejados uno del otro por lo que supuse que habían llegado por separado. Eduardo se dirigió hacia unas taquillas que se encontraban en medio de los dos hombres y abriendo una que estaba libre me dijo que podía usar aquella misma. Antes de empezar a desnudarme me fije en los dos hombres que nos estaban taladrando con sus miradas. El que se encontraba a mi izquierda tenía un cuerpo de gimnasio como me había dicho Eduardo unos minutos antes, ya estaba casi desnudo y su musculatura se perfilaba por el brillo de alguna crema que se debía haber dado antes de llegar nosotros. El de mi derecha tenía ya algo de barriguita, llevaba barba y era bastante peludo aunque se estaba quedando calvo. Noté que los dos iban notablemente despacio para acabar de desnudarse. Eduardo me dijo a la oreja que los dos estaban esperando que nos desnudásemos nosotros para vernos, por lo que convenía hacerlo rápidamente. Yo me había colocado entre ambos hermanos por lo que eran ellos quienes estaban más cercanos a los dos hombres. El de la barba le susurró algo a Alberto que no entendí y Alberto, que ya se había desprendido de los pantalones y la camiseta, se bajó el boxer ajustado que llevaba puesto mirando hacia el hombre de la barba que, por su cara, parecía estárselo comiendo con la mirada. Al mismo tiempo que se bajaba el boxer le preguntaba si le gustaba lo que estaba viendo a lo que el hombre respondió bajándose sus pantalones junto con la ropa interior y haciéndole la misma pregunta. Alberto le respondió que lo tenía que pensar y le dio la espalda, agachándose para recoger los zapatos y mostrándole su rotundo culo al individuo, que a esas alturas empezaba a ponerse bastante excitado.

Eduardo se puso a meter todos sus enseres en la taquilla y pude ver al musculoso, ya totalmente desnudo, que acababa de darse crema en las piernas. Tenía un pene minúsculo y todo el cuerpo perfectamente depilado, ni siquiera tenía bello púbico. Estaba silencioso, pero nos echaba miradas a hurtadillas como si le diera vergüenza mirarnos abiertamente, al contrario del otro hombre que, ya desnudo, se había acercado a Alberto y seguía diciéndole cosas en voz muy queda. Eduardo cerró la taquilla, se anudo la llave en la muñeca y se ciñó la toalla a la cintura.

  • Vamos a echarnos una ducha, chicos - dijo dirigiéndose hacia nosotros dos.

Alberto y yo hicimos lo propio y salimos del vestuario en dirección a la sala de las duchas. Se trataba de una habitación cuadrada de unos siete metros de lado, totalmente alicatada con baldosas blancas y en cuyas paredes había dispuestas seis o siete duchas, una al lado de la otra, sin separador alguno. Colgamos las toallas de unos percheros que había en el exterior y nos dimos una ducha enjabonándonos uno a otro para empezar a entrar en materia. Siguiendo los consejos de Eduardo me enjaboné bien el culo, y me introduje dos dedos bien enjabonados para lubricar el esfínter. Al salir, entraron los dos tipos del vestuario. Eduardo y Alberto me acompañaron mientras dábamos una vuelta para conocer las instalaciones del establecimiento. En la primera planta estaban, además de los vestuarios, la recepción y las duchas que ya habíamos visto, la sala de video y el cuarto oscuro, así como la sauna propiamente dicha. En el piso superior había un amplio gimnasio con bastantes aparatos y media docena de habitaciones. En todos los lugares había gente aunque no mucha, todos los clientes eran hombres de alrededor de cuarenta años tal como me habían dicho. Cuando terminamos de ver el local, Eduardo dijo que teníamos que ir al trabajo, así que nos dirigimos a la sala de vídeo que estaba conectada con el cuarto oscuro. Se estaba proyectando una película pornográfica en una gran pantalla y sólo había un espectador que se había sentado en una de las butacas de los laterales. Cuando cruzamos la sala para dirigirnos al cuarto oscuro, el tipo se levantó y nos siguió. Alberto me dijo que era un cliente habitual, bastante generoso, por cierto.

El cuarto oscuro tenía un asiento adosado a las paredes de la sala y en el centro, distribuidos de forma aleatoria, varios banquillos. Había dos tipos besándose en el rincón más oscuro, habían dejado caer al suelo sus toallas y su sexo erecto señalaba en la penumbra hacia donde nosotros nos encontrábamos. Alberto me echó una mirada y con una seña me dijo que nos acercáramos hacia ellos. Cuando los tuvimos delante nuestro, Alberto se arrodilló entre las piernas de uno de ellos y empezó a acariciárselas; el hombre ni se inmutó, seguía besando a su compañero con tanta pasión que parecía querer chuparle hasta el estómago. Yo me senté al lado del otro quien inmediatamente puso su mano en mi muslo y, desprendiendo mi toalla, empezó a acariciarlo subiendo lentamente hacia mi entrepierna. Yo, sin dudarlo, empecé a besarle el pezón a lo que él respondió agarrando mi verga que para entonces ya había empezado a coger consistencia. Con el rabillo del ojo pude ver como Eduardo se había dirigido hacia uno de los rincones, seguido por el tipo que estaba en la sala de vídeo que se sentó a su lado. Alberto por su parte ya había empezado a darle un masaje en el sexo del hombre a cuyos pies se había arrodillado, éste habría y flexionaba sus piernas invitándole a acariciar su esfínter.

Llevábamos tan sólo un par de minutos en ello, cuando entró el tipo de barba que habíamos visto en el vestuario. Miró alternativamente hacia donde nos encontrábamos Alberto y yo con los otros dos y hacia donde se hallaba Eduardo con el tipo del vídeo que, por cierto, ya habían empezado a sobarse y besarse. Después de un momento de duda, se acercó hacia donde me encontraba yo y se tumbó en el suelo a mis pies y, cogiendo una de mis pantorrillas, empezó a chuparme el dedo gordo del pie. El hombre al que estaba besándole el pezón, que seguía manoseando mi polla y besando a su compañero, empujó con la otra mano mi cabeza hacia abajo en una clara invitación a que siguiese chupando otras partes de su cuerpo. No lo dude un instante, ya me había fijado en su dura verga y me había parecido muy apetecible. Fui lamiendo lentamente su barriga, deteniéndome por un momento en su ombligo, mientras colocaba mi mano bajo sus nalgas, cosa que el mismo me facilitó levantando ligeramente su cuerpo. Cuando mi boca llegó a su pubis, mi posición se volvió verdaderamente incómoda, por lo que levanté una pierna para ponerla en el banco con la intención de tumbarme en él. El tipo de la barba que me chupaba el pie, se dio cuenta de mi intención y él mismo colocó mi otra pierna sobre el banco empezando a lamer mi rodilla. Al tumbarme, mi otro compañero dejó mi verga porque ya no la alcanzaba y me abrazó la espalda acariciándome desde los hombros hasta donde le llegaba la mano. Yo ya había puesto mi boca junto a su sexo y los dedos de mi mano bajo sus nalgas se acercaban a su agujerito. En ese momento noté como el de la barba, sentado en el suelo, empezaba a lamerme el muslo y, al mismo tiempo, agarraba mi pene y empezaba a masturbarlo. Me corrió un escalofrío por todo mi cuerpo y me metí en la boca la polla del otro. Alberto también había empezado a lamerle el sexo al primer hombre, pero me di cuenta que lo hacia de forma mucho menos apasionada que yo. Recordé las recomendaciones de Eduardo: no provocar la eyaculación en el cuarto oscuro porque de esa forma se pierde un cliente; así que, a pesar de mis deseos, me contuve y soltando la verga que ya había llegado casi hasta mi garganta, empecé a lamer los huevos del segundo hombre mientras intentaba deshacerme del tercero que había empezado a masturbarme con bastante energía. Para ello me tumbé boca abajo en el banco, lo cual dejó mi culo al aire y al tipo del suelo la faltó tiempo para hacerme bajar una pierna hasta el suelo y meter su boca entre mis nalgas. Notaba los pelos de su barba acariciando mi entrepierna y su lengua pugnando por penetrar en mi ano mientras yo seguía lamiéndole los huevos al otro.

Así estuve durante unos momentos sin ver que sucedía a mi alrededor concentrado en las sensaciones que me producía la actividad en la que me encontraba inmerso, hasta que el hombre de la barba, dejando de chupar mi culo, acercó su cabeza a la mía y en un susurro me dijo:

  • Quiero follarte.

Yo levanté la cabeza para mirar a Alberto, quien por la cercanía debía haber escuchado igual que yo la súplica. Alberto me guiñó un ojo sin dejar de lamer la polla de su hombre y me hizo un gesto de asentimiento. Acerqué mi boca a la del barbudo y le besé metiendo mi lengua lo más adentro que pude y luego, acercando mi boca a su oreja le contesté:

  • Y a mi me gustaría que me follases, pero aquí no. Vamos al vestuario.

Nos incorporamos los dos y nos dirigimos al vestuario donde había una ventana que se abría a la recepción y por donde se podían solicitar los privados. Después de pagar el importe del privado y haber recibido la llave, me dijo que se llamaba Francisco y me preguntó mi nombre.

  • Iván - le respondí yo, recordando una de las instrucciones que me habían dado mis amigos de adoptar un nombre de guerra distinto del propio para ejercer el oficio.

A continuación acordamos el precio del servicio, que me pagó en ese momento y yo guardé en mi taquilla y, después, nos dirigimos hacia el piso superior, no sin antes pasar por la máquina expendedora de condones que se encontraba en el vestuario, donde Francisco me preguntó si me gustaba el gusto de fresa y los compró de ese sabor. Nada más cerrar la puerta del privado se despojó de la toalla y pude ver un cuerpo algo barrigudo aunque no gordo, bastante peludo aunque el hombre estaba casi calvo. Su polla se hallaba en estado de semierección, debía medir unos quince centímetros pero era bastante gorda y de color rosáceo, los huevos también eran muy peludos. Sin quitarme la toalla me acerqué a él, todavía de pie, y le besé en la boca. Noté que él se dejaba hacer. Quizá pensaba que yo tenía suficiente experiencia para conducir la situación, cuando en realidad era la primera vez que hacía aquello. Decidí que no debía notar que era mi estreno. Para ello debía tomar la iniciativa en todo.

Al mismo tiempo que le besaba, mis manos empezaron a corretear por su cuerpo. Primero por sus costados y después una por la barriga y la otra por la espalda, procurando que escorase un poco su cuerpo respecto al mío. Fácilmente llegué con mi mano izquierda a su sexo que empecé a acariciar lentamente. Inmediatamente noté que su erección se hacía más intensa y aquel pene que yo había creído de quince centímetros, se hacía bastante mayor con mis caricias. Cuando mi mano derecha le acarició las nalgas e hizo un intento de acercamiento a su esfínter, dio un respingo y me dijo:

  • He pagado para follarte, no para que me folles. ¡Deja mi culo en paz!

  • De acuerdo. Pensaba que también te gustarían algunas caricias en el culo - contesté, intentado simular una seguridad en mí mismo que estaba lejos de tener. - Acaríciamelo tu a mí para irme preparando para recibir esta polla tan rica que tengo en mi mano.

No necesité pedírselo por segunda vez. Con su brazo izquierdo rodeó mi cuerpo, me despojó de la toalla que cayó al suelo junto con la suya y su mano se colocó entre mis nalgas. Yo me abría de piernas y noté como sus dedos se deslizaban hacia el interior de las mismas hasta alcanzar mi esfínter. Para darle a entender que me gustaba me empleé más a fondo en besar su boca y acariciar su sexo, pero sin dejar que introdujera sus dedos en mi agujero. Poco a poco empecé a lamerle los hombros, las axilas, el pecho; deteniéndome cierto tiempo en sus pezones, sin dejar de acariciar su sexo con mi mano y sintiendo sus dedos en la puerta de mi culo. Cuando noté que Francisco empezaba a ponerse tenso, me arrodillé en el suelo, alejando mi trasero de sus dedos que casi habían conseguido su propósito de penetrarme. Su polla quedó a la altura de mi boca; era bastante más grande de lo que había imaginado. Lamí su capullo, mientras manipulaba con mi mano en sus huevos. Su verga, muy dura ya, se levantaba hacia el cielo, rosadita, imponente. Me la metí en la boca lamiendo su capullo con mi lengua mientras me colocaba bien para poner mis manos en sus nalgas rodeando su cuerpo. Cuando mis manos estuvieron sobre sus nalgas empecé a apretarlas hacia mí y su verga se fue introduciendo en mi boca con un movimiento de vaivén que conseguía aumentar el grado de penetración en cada oleada. Cuando se colocó dentro de mi garganta, sentí una pequeña arcada que conseguí disimular sin que Francisco se diera cuenta, y a partir de ese momento el vaivén se hizo más intenso, su polla llenaba mi boca y mi garganta y, cuando estaba todo en mi interior, mis labios lamían sus peludos huevos.

De haber durado mucho esta situación, se hubiese corrido inmediatamente, porque oía cómo se intensificaban sus jadeos. Pero fue él mismo quien, tomando la iniciativa por primera vez, cortó la mamada diciendo:

  • No quiero follarte la boca, sino el culo. Así que, prepárate.

  • Espera, que te pondré el condón - le contesté todavía arrodillado.

  • Sí - repuso inmediatamente. - Pónmelo con la boca, eso me gusta.

Busqué entre las toallas que estaban en el suelo la caja de condones de fresa que había comprado unos momentos antes y abriéndola y rompiendo el envoltorio, me puse el condón en la boca y volví a introducirme su miembro en la misma. Mis labios no hacían suficiente fuerza para desenrrollarlo así que me ayudé con los dedos mientras un delicioso gusto a fresa inundaba mi boca. Cuando el condón estuvo bien colocado, lo que no me había llevado más que unos instantes, me incorporé y apoyé mis nalgas en la cama de masajes que había en el cuarto, no sin antes colocar una de las toallas sobre la misma. En esta posición y con la piernas abiertas, empujé su cuerpo hacia el mío hasta que nuestros sexos estuvieron uno contra el otro. Después de unos rápidos frotamientos, y viendo que Francisco estaba más que dispuesto, me tumbé de espaldas sobre la cama y levanté mis piernas hasta colocarlas sobre sus hombros. Mi culo quedó totalmente abierto frente a su verga y él, sin dudarlo ni un instante, empezó a apretarla sobre mi orificio. No tardó en colarse en mi interior y, al poco, Francisco inició un lento movimiento de vaivén que me hacía sentir como su polla entraba y salía de mi interior con facilidad y produciéndome tan grata sensación que yo mismo empecé a jadear como antes lo había hecho él y ahora volvía a hacer.

Estaba tan salido que no duró ni tres minutos la penetración. Se corrió en seguida, pero dejó que su miembro se fuese relajando dentro de mí hasta que por su falta de consistencia salió de mi ano por sí sólo. Él, con todo el cuerpo relajado, se tumbó en la cama boca arriba como yo sin musitar palabra alguna hasta transcurridos unos momentos.

  • Ha sido cojonudo - dijo. - Tenemos que volver a probarlo.

  • No creo que ahora estés en situación - contesté mirándole de reojo.

  • No, claro - continuó. - Me refería a otro día. ¿Vienes a menudo por aquí?

  • Sí, todos los jueves - dije con aplomo. - Aunque es posible que cambié el día - todavía no había llegado a ningún acuerdo con el encargado y no sabía si me asignarían ese día. - No tienes más que preguntar al encargado por mí.

  • Iván, ¿no? - preguntó. Yo asentí con la cabeza.

  • Pues nos volveremos a ver - dijo incorporándose y quitándose el condón que todavía llevaba puesto y arrojándolo en una papelera que había en el rincón de la sala. Y sin decir ni una palabra más, recogió la toalla que había quedado en el suelo y se marchó.

Yo me quedé por unos momentos tendido en el catre pensando en el dinero que había ganado y en lo bien que me lo había pasado. Creo que fue en ese momento cuando decidí que iba a ser un profesional del sexo. El mejor, si ello era posible.

Cuando volví al cuarto oscuro, estaba muy concurrido. A parte de Alberto y Eduardo la mayoría de la gente eran hombres como Francisco: alrededor de los cuarenta años, con algo de barriguita, con calvicies incipientes o pronunciadas, algunos con barba o bigote, en general peludos, aunque también había algún lampiño. Alrededor de Alberto y de Eduardo se habían formado dos corros de gente que intentaban acariciarles o ser acariciados por ellos, pero sus miembros ya no daban abasto a tantas solicitudes. Alberto tenía en ese momento dos pollas en la boca y una en cada mano mientras tres tipos pretendían chupar su sexo y otro le lamía un pie. A parte de los dos corros había algunas parejas o grupos en otros rincones que también iban a lo suyo. Nadie se fijó en mi entrada y como que a mí me supo mal interrumpir este ritmo frenético de actividad sexual, decidí marcharme, no sin antes hablar con el encargado para establecer mis condiciones de trabajo.