Memorias de un chapero (1)

Mis inicios en el sexo entre hombres.

UNO

Mis primeros meses en la Universidad fueron especialmente difíciles. Ninguno de mis compañeros de escuela había escogido la misma especialidad que yo, por lo que, cuando se iniciaron las clases, yo no conocía a nadie y mi carácter más bien tímido no ayudaba mucho a hacer nuevas amistades. Los contactos con mis antiguos compañeros de escuela se fueron espaciando después de las vacaciones de verano hasta que fueron casi nulos y cada día que pasaba me sentía más sólo. Me dediqué con ahínco al estudio y obtuve muy buenas notas en los exámenes de febrero lo cual me granjeó algunas simpatías entre los colegas de clase que empezaron a pedirme apuntes, a interesarse para estudiar conmigo o, simplemente, a granjearse mi amistad. En realidad éramos muy pocos: en nuestra especialidad sólo nos habíamos matriculado unos cincuenta y a clase sólo asistíamos regularmente unos veintitantos.

Entre ellos se encontraba David, un tipo muy extrovertido, simpático y alegre como ninguno y con un cuerpo de impresión: alto, rubio, ojos verdes, atlético, largo cuello, melena corta y bastante imberbe. Él fue quien más me insistió para estudiar juntos y por fin accedí, así que un sábado del mes de mayo, un mes antes de los exámenes finales, quedé en ir a su casa por la tarde para estudiar un par de asignaturas en las que él tenía más dificultades. Su casa se encontraba en las afueras de la ciudad y, por lo que me había comentado, debía ser un chalet bastante grande con unos amplios jardines en los que había una piscina y una pista de tenis. Al haber fallecido su madre años atrás, vivía sólo con su padre que era un industrial importante, sin problema alguno de dinero, al contrario que mis padres que con sus sueldos de funcionario hacían equilibrios para llegar a fin de mes.

Ese sábado en cuestión, bastante caluroso por cierto, me dirigí a su casa a media tarde tal como habíamos quedado. Estaba situada en una calle en la que todo eran bonitas casas ajardinadas, se notaba que era un barrio elegante, y la suya era la más impresionante de todas. Sobre el muro exterior, detrás del cual había un seto más alto, se veían un par de cámaras de vídeo enfocando a la entrada. Desde la verja exterior casi no se veía la casa y el trozo de jardín que mediaba entre la verja y la casa estaba muy bien cuidado, con el césped cortado y las plantas en flor muy bien podadas. Una voz desconocida contestó por el interfono a mi llamada y, después de decir quien era y que había quedado con David para estudiar, un leve zumbido me indicó que la cancela se habría, mientras la voz decía que pasase hasta la puerta principal.

Mientras avanzaba por el camino de grava que conducía hasta ella, un hombre vestido con un albornoz, habría la puerta y se quedaba en el umbral esperando mi llegada. La casa no tenía ningún piso y estaba hecha de hormigón visto con grandes ventanales. Al acercarme a la puerta pude distinguir bien al hombre que la había abierto y que suponía el padre de David; era un hombre de unos cuarenta y cinco años, muy moreno y bastante calvo, de cara afable. Cuando todavía me encontraba a unos seis metros de la puerta me dijo:

  • Tu debes ser Pedro. David me había dicho que vendrías a esta hora, pero él no ha llegado todavía de su entreno. Me acaba de llamar diciendo que hoy se iba a alargar una media hora.

  • Entonces iré a dar un paseo, ya volveré dentro de un rato - contesté yo un poco vacilante. - No quisiera molestar.

  • De ninguna manera - me respondió con firmeza. - Pasa y espérale aquí conmigo. Yo estaba en la piscina y tú también puedes darte un baño si te apetece. Con este calor

La idea me resultaba sumamente atractiva, porque el calor era abrumador, pero, por otra parte, me resultaba embarazoso quedarme allí en una casa desconocida donde no estaba la única persona a quien conocía. Pero como que seguí andando hacia la puerta, él se acercó a mi y tomándome del brazo me dijo:

  • Anda, pasa. Estoy yo sólo y con este calor seguro que te vendrá bien un chapuzón aunque sólo sea un momento. Por cierto, no me he presentado, yo soy Juan, el padre de David, como ya habrás supuesto.

Y me introdujo en la casa, mientras cerraba la puerta. Sin soltar mi brazo, que tomaba con cierta ternura, me hizo cruzar el recibidor, en el que cabía un camión, y nos dirigimos juntos hacia una puerta que había al final, dejando a nuestra derecha una gran puerta vidriera cerrada que debía llevar al interior de la vivienda. Por la puerta pequeña accedimos a la parte trasera del jardín que descendía desde la casa en varios rellanos, en el primero de los cuales se hallaba la piscina. Era una piscina de unos quince metros con un trampolín en la parte más honda y unas escaleras en el extremo contrario.

  • No he traído bañador - balbuceé en ese momento sin saber muy bien qué hacer.

  • Eso no importa, puedes utilizar alguno mío o de David; siempre tenemos un montón de bañadores preparados para estas ocasiones - y, viendo que yo estaba algo inquieto, continuó: - No te preocupes, nos pasa bastante a menudo.

Más allá del trampolín había una caseta con dos puertas, una a cada lado y, entre ellas, un armario hacia el que nos dirigimos. Juan abrió uno de los cajones centrales del armario y mostrándome su contenido me dijo:

  • Ya ves, hay al menos una docena de bañadores. Coge el que más te guste y cámbiate en ese vestidor - señalando la puerta de la derecha.

Y sin añadir más, se dirigió hacia unas tumbonas que se encontraban sobre el césped, al lado de la piscina, en la parte más soleada. Yo, que todavía no daba crédito a lo que estaba sucediendo le seguí con la vista hasta que llegó a ellas y se despojó del albornoz para tumbarse en una de ellas. En ese momento sentí que mi corazón se aceleraba. Juan tenía un cuerpo perfecto, musculado pero sin exageraciones, con un tórax bien definido por la carnosidad de sus hombros y pectorales, su abdomen se adivinaba firme por lo bien que se dibujaban en él sus músculos, su piel morena estaba sembrada de un vello negro, su estrecha cintura estaba ceñida por un pequeño slip de baño. Por mi cabeza pasó una hola de pasión intensa. Cuando se giró para colocar bien la toalla sobre la tumbona, comprobé que los que había supuesto un bañador tipo minislip era, en realidad, un tanga que dejaba al descubierto unas nalgas rotundas, duras y bronceadas por el sol; también pude contemplar su espalda bien contorneada desde sus hombros poderosos hasta su cintura, ceñida por el tanga negro. Sentí una sensación de deseo sexual como nunca antes había tenido, a pesar de que ya había experimentado algún contacto físico con alguno de mis antiguos compañeros de la escuela aunque sin haber pasado nunca de los manoseos.

Como que noté que me estaba enrojeciendo y para que no me viese Juan, me incliné sobre el cajón abierto de los bañadores para buscar uno, dándole la espalda; y, cual no fue mi sorpresa, al ver que todos los bañadores que había en el cajón eran tangas similares al que llevaba Juan; los había negros, rojos y estampados de colores vivos, pero todos eran de parecida hechura. No sabía que hacer, nunca había llevado un bañador, ni siquiera un slip, como estos. Entre la visión turbadora del cuerpo de Juan y la necesidad de decidirme por una pieza de baño para mí insólita, mi cerebro se bloqueó y seguía moviendo con mis manos los bañadores sin atinar con uno que me satisficiera. No sé cómo, pero finalmente quedó en mis manos uno estampado, en el que predominaba el color verde oscuro que me pareció, no sé porqué, adecuado y, provisto de él, entré en el vestidor sin mirar hacia donde se encontraba el padre de David. Una vez dentro, respiré hondo, intentando serenarme; me senté en el banco de madera y empecé a desabrocharme los zapatos lentamente con la vana pretensión de que pasase el tiempo y llegase David. Pronto me di cuenta de la imposibilidad de permanecer media hora o más en el vestidor sin salir, así que, armándome de valor, empecé a desnudarme pensando cómo me quedaría el bañador que había elegido. Cuando estuve desnudo, vi que la marca blanca en mi piel del bañador de pantaloneta que usaba normalmente, casi no se apreciaba porque estábamos en mayo y todavía no había ido a la playa. La marca era todavía la del año anterior y, como que no soy muy moreno, se desdibuja de un año al siguiente; mi piel, al contrario que la de Juan, estaba bastante blanca. A continuación me puse el tanga; noté como la tira trasera, introduciéndose entre mis nalgas, acariciaba mi esfínter, lo cual me volvió a turbar profundamente y a erizar mis pelos en todo el cuerpo. Al coger el bañador no me había fijado, pero entonces me di cuenta que había cogido un modelo que era sumamente pequeño por delante y mi polla, que se estaba endureciendo por momentos, se marcaba de forma ostensible, pugnando por salirse del slip por su parte superior. No podía salir de esa guisa y no sabía qué hacer.

En ese momento oí la voz de Juan que, desde la tumbona, me preguntaba si me iba bien el bañador o si quería cambiarlo. Yo le contesté que me iba perfecto, que no se preocupase, aunque en mi fuero interno me estaba maldiciendo porque ello me obligaba a salir de la caseta de forma inmediata. Al salir, Juan, que estaba estirado boca arriba en la tumbona, levantó la cabeza y me dijo:

  • Encontrarás toallas en la puerta derecha del armario de los bañadores.

Me acerqué al armario y al abrir la puerta, fuí consciente de que estaba enseñando el culo a Juan. Creo que eso fue lo que me tranquilizó: saber que me estaba mirando y que yo también podía turbarle a él. A partir de ese momento decidí exhibirme sin ningún tipo de inhibición. Mi cuerpo no era tan atlético como el suyo pero era bastante más joven, yo tenía entonces diecinueve años, y siempre había creído que, sin ser un Adonis, era bastante atractivo. No tenía nada de vello y sin necesidad de ir al gimnasio, mi cuerpo se había contorneado muy bien porque me gustaba mucho caminar e incluso, años atrás, había hecho algo de montañismo con algunos amigos de mi familia. Así que, ¿por qué no iba a mostrárselo a Juan? Ya tranquilizado, cogí una gran toalla de baño de color amarillo y me dirigí con paso decidido hacia donde se encontraban las tumbonas. Extendí la toalla sobre la que se encontraba al lado de Juan y me quedé de pie al lado de ella. Juan me miró sin levantar la cabeza y me dijo:

  • Estás muy blanco. Se nota que todavía no has tomado el sol este año -. Y sin dejar que yo respondiera continuó: - Si quieres bañarte, la ducha está al lado de la caseta de los vestuarios.

Se quedó mirándome mientras yo le observaba. Noté que su vista reseguía todo mi cuerpo, fijándose sobre todo en el tanga, en el interior del cual mi polla, algo menos agitada, seguía visiblemente marcada.

  • Te queda bien el bañador - me dijo. - Es de mi hijo. A mí me gustan más de un sólo color; además éste es muy extremado por lo minúsculo. Pero, ya se sabe, en un cuerpo joven todo queda bien.

  • Sí, me gusta - le respondí yo. - Nunca había llevado uno de estos, - continué, tocando con mis dedos la cintura del tanga - yo acostumbro a llevar los de tipo boxer.

Y estirando de la cintura del tanga por ambos lados, la separé de mi cuerpo para soltarla después de forma que la goma golpeara mi piel dando un leve chasquido. Juan hizo una sonrisa maliciosa mirando mi entrepierna y yo, volviéndome de espaldas, me dirigí a la ducha. Cada vez estaba más decidido a provocarle, así que en mi camino a la ducha fui contoneándome, andando con movimientos sugerentes y acariciándome una nalga con la mano izquierda. El chorro de agua fría de la ducha alivió mi estado calenturiento. Mientras me duchaba me puse de cara hacia Juan y acaricié mi torso con ambas manos, mojando al mismo tiempo mis labios con la lengua. Luego me acaricie el sexo, por encima del tanga, y las nalgas para acabar echándome agua en la cara. Juan estuvo observándome todo el tiempo, sus ojos parecían escrutarme con una mezcla de admiración y deseo. En menos de un minuto terminé mi ducha y, como que no quería entrar en la piscina por la parte más honda, me puse a caminar al lado de la piscina hacia donde se encontraban las escaleras de acceso, pasando por delante de las tumbonas. Al pasar por delante de Juan, le dije que iba remojarme y miré su entrepierna. Bajo su tanga se notaba el bulto de una enorme polla que debía estar totalmente erecta.

Empecé a bajar las escaleras de la piscina y al pisar el primer escalón que ya estaba cubierto por el agua de la piscina, Juan se levantó y me dijo que él también se bañaría. Acto seguido se dirigió a la ducha. Pensé que a él también le convenía para rebajar su excitación después de lo que yo había intuido bajo su bañador. Se duchó mecánicamente en un momento y se lanzó a la piscina desde el lado más profundo y en cuatro brazadas llegó hasta donde me encontraba yo que acababa de franquear todos los escalones. El agua nos llegaba a la altura del pecho. Juan que era de una altura parecida a la mía, se puso en pie y me dijo:

  • Está fantástica el agua, ¿no? ¿Por qué no te echas?

  • Prefiero irme mojando poco a poco - le contesté yo, que todavía no me había mojado la cabeza ni los hombros.

Entonces fue cuando él tomó la iniciativa y agarrándome por la cintura quiso voltearme para que me remojase del todo. Yo opuse resistencia y me agarré a uno de sus brazos impidiendo que me tirase mientras procuraba mantener mis pies firmes en el suelo de la piscina para hacer mayor fuerza. Juan continuaba intentando sumergirme y para hacer mayor fuerza se iba acercando más a mí, hasta que se colocó a mi espalda y abrazando mi cuerpo con ambos brazos se pegó a ella como una lapa. Yo sentí su verga entre mis nalgas desnudas y empecé a mover mi cintura de derecha a izquierda acariciando con mis glúteos su apetecible instrumento. Juan, sin dejar de hacer fuerza, fue bajando uno de sus brazos hasta llegar a mi sexo mientras el otro me seguía agarrando por el pecho. Al mismo tiempo que empezaba a pasar su mano por encima de mi tanga, aflojó un poco la presión que hacía con el otro brazo, y yo moví mi culo hacia atrás para sentir su verga entre mis nalgas. Me susurró no se qué al oído, que estaba justo al lado de su boca, pero yo ya no estaba para escuchar. Quería que me tocase, quería sobarlo, quería sexo ... Parece que él tenía las mismas apetencias, porque sin vacilar demasiado, introdujo su mano bajo mi slip por el lado y empezó a acariciar mis huevos y mi polla que se estaba poniendo dura como el acero. Yo no sabía que hacer con mis brazos, así que los desplacé hacia atrás, por debajo del agua hasta tocarle las caderas con mis manos y atraje su cuerpo al mío. Casi instantáneamente, mis nalgas notaron como crecía el bulto que habían estado acariciando hasta ese momento y recuerdo que pensé que su tamaño debía ser descomunal, al menos nada parecido a lo que yo había visto o tocado con anterioridad.

Juan empezó a juguetear lamiéndome las orejas mientras sus manos me acariciaban el sexo y uno de mis pezones. Nunca habría podido imaginarme una situación igual y nada menos que con el padre de un amigo mío. Sin duda no era la primera vez que lo hacía, sus manos eran expertas en buscar los lugares más sensibles y con su cadera me frotaba el trasero con precisión, restregando su verga entre mis nalgas. Él no soltaba palabra pero yo, incapaz de contenerme, empecé a gemir. Finalmente, apartó a un lado mi tanga y dejó salir mi sexo en libertad. La mano que hasta entonces me había estado acariciando el pezón bajó a hacer compañía a la que acariciaba mi verga y se adentró entre mis piernas, después de haber jugueteado un poco con mis huevos, hasta llegar a mi esfínter. Yo seguía presionando con mis manos en sus nalgas para que su cuerpo estuviese totalmente pegado a mi espalda y él había empezado a introducir su lengua en mi pabellón auditivo, cosa que me excitaba enormemente.

Al cabo de un rato de este juego apasionante, me dijo que fuésemos a las tumbonas para estar más cómodos. Volví a poner mi sexo en el interior del tanga, a pesar de que casi no cabía de tan pequeño que era, o de tan grande y dura que se me había puesto, y salimos de la piscina por las escaleras. Juan iba algo más avanzado que yo y se paró en los últimos escalones. Al llegar a su altura, rodeó mi cintura con su brazo y acercando su cara a la mía me besó en los labios. Yo quedé algo sorprendido, pues no lo esperaba, pero él, después de apartarse un poco, volvió a la carga; esta vez con la boca entreabierta. Seguimos andando lentamente unidos mientras me besaba hasta que yo también entreabrí mi boca y dejé que entrará su lengua. Un escalofrío recorrió mi espalda al tiempo que yo también rodeaba su cintura con mi brazo derecho. Nos paramos un momento y, siempre ligeramente ladeados, nos besamos apasionadamente pugnando con nuestras lenguas por explorar cada rincón de la boca del otro. Al separarse nuestras bocas, Juan siguió andando tirando de mí hacia las tumbonas. Al llegar a la que había ocupado él mientras yo me cambiaba, me cogió nuevamente por la cintura y me hizo estirar boca arriba y, arrodillándose en el suelo y a un lado, volvió a besarme con intensidad mientras su mano izquierda recorría mi torso parándose en los pezones para acariciarlos con ligeros pellizcos.

Al mismo tiempo que su mano descendía hacia mi tanga, su boca se desplazó hacia mi pecho y empezó a succionar con fuerza uno de mis pezones. Su mano volvía a separar el tanga por el lado de forma que mi sexo quedase al descubierto y agarrando con su mano mi verga empezaba un movimiento masturbatorio que subía mi excitación hasta el paroxismo. Yo puse mis manos en su nuca y empujé suavemente su cabeza hacia abajo. No se hizo de rogar, él deseaba tanto chupármela como yo que me la chupase. Primero la lamió con la lengua mientras con sus manos me separaba las piernas. Cuando empezó a introducírsela en la boca, una de sus manos se acercaba a mi esfínter y la otra me acariciaba los huevos. Yo sólo podía acariciar sus nalgas porque tal como estaba, arrodillado en el suelo y agachado, su sexo quedaba oculto entre sus piernas y el bajo vientre, pero ya empezaba a tener ganas de tener su miembro entre mis manos. Poco a poco fue introduciendo la totalidad de mi verga en su boca al mismo tiempo que con sus dedos empezaba a jugar con mi agujerito del que ya había apartado la tira trasera del tanga. Como ambos estábamos húmedos de la piscina, no le fue difícil introducir uno de sus dedos por mi culo, cosa que no me habían hecho nunca pero que me causó un placer indescriptible, sobre todo teniendo en cuenta que su boca ya había empezado un movimiento de vaivén sobre mi polla estimulando mi líbido hasta extremos para mí insospechados.

Fue en ese momento cuando, con un espanto terrible, oí voces que se acercaban a la piscina. Era imposible que Juan no las oyera pero no soltaba ni mi polla ni mi culo y yo, tan encendido como estaba, era incapaz de separarlo de mí. Al cabo de un momento aparecieron, con sus uniformes de baloncesto, David y otros dos muchachos. La verdad es que en ese momento quería fundirme, pero ni siquiera ese susto fue capaz de destrenparme, tal era la afición que Juan ponía en su empeño.

  • Veo que ya te has entendido con mi padre - me dijo David sonriendo. Y luego, dirigiéndose a sus amigos continuó, - Vamos chicos que parece que llegamos tarde.

No sabía si lo había entendido bien. Parecía que tanto a David como a su padre les gustaba el sexo entre hombres. Primero casi no podía creerlo, pero casi al instante, pensé en la cantidad de posibilidades que se me habían abierto en aquella tarde casi veraniega de mayo. Efectivamente, los tres chavales se dirigieron hacia el armario de la caseta y empezaron a desnudarse sin tan siquiera entrar en el vestidor. Juan, en todo este tiempo, ni siquiera había levantado la cabeza de mi polla para saludar. Él sabía perfectamente lo que se avecinaba. En ese momento pensé que padre e hijo tenían perfectamente orquestado el plan y, fuese cual fuese, yo estaba dispuesto a seguirlo hasta el final. Uno de los compañeros de David, que se desvistió el primero, se acercó al armario y abriendo el otro cajón, tomó un objeto pequeño de él, que no pude ver por la distancia, y vino corriendo hacia donde estábamos nosotros. David y el otro amigo, se pusieron sus respectivos tangas y empezaron a ducharse acariciándose mutuamente. El amigo que se había acercado hasta nosotros dijo:

  • Esto no vale, haber empezado sin nosotros. Tendremos que recuperar el tiempo perdido. Tú eres Pedro ¿no? Yo me llamo Alberto - y luego dirigiéndose a Juan que seguía chupando mi polla con fruición - Juan, ya veo que estás ocupado y no puedes hablar pero podemos repetir lo del otro día, ya sabes lo que me gusta tu agujero.

Juan no dijo nada pero sin soltar mi polla de su boca ni sacar su dedo de mi culo, elevó su espalda para dejar sus posaderas a mayor altura sin levantar las rodillas del suelo. Automáticamente, Alberto se arrodillo tras él y, sin soltar el pequeño objeto que llevaba en la mano y que yo seguía sin poder ver, empezó a chuparle el esfínter después de haberle bajado el tanga hasta las rodillas. Estaban justo delante mío y podía ver como su lengua pugnaba por introducirse por el agujero. Yo vi entonces la inmensa verga de Juan, era gorda y larga, más de un palmo; y como que estaba al alcance de mi mano empecé a acariciarla. Noté inmediatamente que la excitación de Juan aumentaba prodigiosamente ya que la chupada que me estaba haciendo se intensificó y como que mi agujero se había ido adaptando bien a su dedo empezó a meterme otro. Al tener su polla en mi mano noté que estaba totalmente rasurado y al pasar mi mano por el pubis noté que también tenía el pelo muy bien recortado. Finalmente agarré su polla con mi mano y empecé a masturbarle con fuerza: aquella polla lo merecía. Alberto se iba masturbando mientras le chupaba el agujero a Juan, hasta que se incorporó y entonces pude ver lo que llevaba en su mano: era un condón que se puso hábilmente en su verga ya bien empalmada y sin pérdida de tiempo empezó a penetrar a Juan que ya tenía entretenidos todos sus instrumentos sexuales: su mano en mi culo, su boca en mi polla, su polla en mi mano y su culo penetrado por la polla de Alberto que yo casi no había tenido tiempo de apreciar.

Mientras nosotros tres nos lo pasábamos en grande, David y el otro jugador se habían echado a la piscina después de la ducha y estaban abrazándose mientras chapoteaban en el agua. Jugaban a quitarse el tanga el uno al otro y David fue el primero en conseguir su objetivo. El juego, por lo visto debía tener sus reglas porque inmediatamente después de quedarse desnudo, el amigo de David se acercó a la orilla de la piscina y empujándose con sus manos, de espaldas a nosotros, se sentó en el borde con los pies dentro del agua y las piernas abiertas. Entre sus piernas se colocó David y, a pesar de que desde mi posición no veía nada, no era difícil de imaginar lo que le estaba haciendo.

Yo empezaba a necesitar más guerra para mantener la excitación. Así que empecé a girar mi cuerpo para ponerlo atravesado en la tumbona de tal forma que pudiera llevarme a la boca la polla de Juan sin que él dejara la mía. Juan, que vio mis intenciones, se levantó más sobre sus rodillas sin que Alberto dejara de follarle. Mi espalda estaba atravesada sobre la tumbona y mi cabeza y mis piernas caían al suelo, pero la polla de Juan había quedado frente a mi cara. Empecé a lamerle los huevos perfectamente rasurados, aunque el vaivén que le imprimía Alberto al follarlo, hacía que a veces se me salieran de la boca. Así que cogí su polla con mis manos y empecé a lamerla. Su tamaño era tan considerable que me preguntaba si podría metérmela toda en la boca como él estaba haciendo conmigo. Pero antes de que pudiera responderme a mi mismo ya había metido su capullo en el interior de mi boca y con el vaivén de la follada iba metiéndose cada vez más adentro. Me gustaba la sensación de esa cosa grande y caliente en mi boca y dejaba, para mi propio asombro, que se fuera introduciendo a cada chingada un poco más. En algún momento me vinieron arcadas porque su polla llegaba hasta el fondo de mi garganta, pero, una vez superado ese momento, el placer de tener la boca llena de esa carne caliente era extremadamente agradable.

Alberto me dijo:

  • Juan se corre enseguida, procura no darle muy fuerte si no quieres que se acabe rápido.

Pero su advertencia llegó algo tarde. Ya notaba como un río de leche corría por mi boca y mi garganta. Era la primera vez que alguien se corría en mi boca pero el gusto del semen, dulce y amargo al mismo tiempo, me gustó. Recuerdo que pensé que tenía que beber eso más a menudo. Con toda la boca llena de semen, no pude evitar correrme yo también. A Juan también le gustaba la leche porque no desperdició ni una gota de la mía, como yo tampoco había desperdiciado nada de la suya. Mi cuerpo se quedo en un estado de relajación total, jamás habría podido imaginar el intenso placer que me había producido todo ello ni en mis mejores sueños. Mi polla y la de Juan se empezaban a quedar fláccidas pero ambos seguíamos manteniéndolas en nuestras bocas y él me seguía follando con sus dos dedos y se dejaba follar por Alberto.

Alberto dijo gritando a sus amigos que nosotros ya nos habíamos corrido a lo que ellos contestaron con aplausos. Y el otro amigo de David, girándose hacia mí me dijo:

  • Si tienes buena capacidad de recuperación aquí hay un culo que desea una polla. - señalando a David que estaba chupándole la polla a él.

  • ¿Dónde están los condones? - dije yo por toda respuesta.

  • En el cajón al lado de los bañadores - me contestó.

A pesar de que me gustaba la sensación que me producían los dos dedos de Juan introducidos en mi esfínter, decidí que ya que había probado tantas cosas nuevas en tan poco tiempo, también podía disfrutar de una follada con David que, al fin y al cabo, era en lo que pensaba cuando acepté su proposición de venir a estudiar con él. Con esa idea me salí de debajo de Juan, quien con los brazo sobre la tumbona y a cuatro patas seguía siendo follado por Alberto, y me dirigí al armario donde, efectivamente encontré varias cajas de condones entre otros instrumentos tales como consoladores, pollas de latex, dilatadores anales y demás. Me quité el tanga y lo dejé en el suelo delante del armario y, provisto de un condón, me introduje en la piscina para dirigirme al lugar donde se encontraban David y su otro compañero, del que todavía no conocía el nombre. David estaba chupándole la pija al compañero, pero al ver que me acercaba, se tocó con la mano el culo que estaba bajo el agua en una seña que era un ofrecimiento e, inmediatamente se quitó el tanga que quedó flotando sobre el agua de la piscina, todo ello sin abandonar su actividad en la polla de su amigo.

Me coloqué detrás de David. Mi polla ya había recuperado una notable erección, pero antes de intentar penetrarle con ella, le empecé a acariciar el esfínter con mis dedos mientras le acariciaba el cuerpo con la otra mano. Había quedado de frente a su amigo, quien se presentó:

  • Hola - dijo con una sonrisa y entre los gemidos que le provocaba la soberbia chupada con la que le estaba agasajando David - Yo me llamo Eduardo, encantado de conocerte. Eres tal como David te había descrito. ¿Sabes que hace meses que no para de hablar de ti?

  • No, - respondí - no sabía que tuviese tanto interés por mí.

  • Pues no sabes - continuó Eduardo - la de veces que nos ha explicado las ganas que tenía de encontrarte en esta situación. Yo creo que ha tenido más fantasías pensando en ti que en cualquier otro.

Eduardo hablaba de forma entrecortada, por los jadeos que le provocaba David con su tarea. Y como que su grado de excitación se iba acrecentando por momentos, dejó de hablarme y se tumbó, manteniendo sus piernas en el agua y abiertas y dejando el agujero de su culo a la vista. David llevó una de sus manos inmediatamente hacia el agujero y empezó a acariciarlo con sus dedos. Mientras tanto yo ya le había introducido dos de mis dedos en su ano que debía estar bastante acostumbrado a ello, ya que no me había ofrecido mucha resistencia. Yo volvía a estar totalmente empalmado viendo como David, delante mío, disfrutaba como un loco de su chupada y simultáneamente movía sus posaderas para que mis dedos se introdujesen más en su esfínter. Entonces David llevó su mano izquierda hacia su culo y me hizo quitar los dedos de su alojamiento y enseguida tomó con ella mi polla y la colocó a las puertas de su agujero. Mi polla entró con una gran facilidad hasta el fondo y noté que David exhalaba un suspiro y se estremecía para, a continuación, empezar a moverse rítmicamente pajeando mi miembro que volvía a estar a punto de estallar. Yo le agarré por la cintura para controlar sus movimientos e intentar que durara lo máximo posible mi primera follada con él.

Escuché entonces, el grito de Alberto que se había corrido en el culo de Juan y se dejaba caer sobre su espalda exhausto y satisfecho. Ambos rodaron a continuación por el suelo, sin que milagrosamente Alberto sacase su polla del interior de Juan, y quedaron tendidos sobre el césped, al lado de las tumbonas, sin decir nada y con una cara beatífica, prueba incontestable de su placer.

Mientras tanto, nosotros tres estábamos acelerando nuestros ritmos y yo empecé a masturbar a David quien fue el primero en correrse. Como David y yo teníamos el agua hasta la cintura, su semen quedó flotando entre dos aguas en la piscina: una mucosa blanca con hilillos que se iba desplazando de forma aleatoria. La corrida había sido de impresión porque la cantidad de leche que se veía era muy abundante. Estaba todavía mirando la lefa en el agua, cuando Eduardo levantó un poco la cabeza del suelo y llevándose su mano a la polla empezó a lanzar su chorro de semen en la cara y la boca de David que se había apartado un poco para recibirla como un latigazo en su cara, mientras metía con fuerza tres dedos en el culo de Eduardo. Esta visión hizo que no pudiera contenerme más y también lancé mi semen que se quedo contenido en el condón con el que estaba follándome a David.

Después de sacarme el condón, David y yo salimos del agua y, a la salida misma de las escalerillas, nos besamos profundamente. En su boca todavía quedaban restos del semen de Eduardo que chupé ávidamente y también le chupé sus mejillas y su mentón para limpiarlos de semen. Después de esto, nos quedamos todos tumbados unos minutos alrededor de la piscina para recuperarnos de la actividad que habíamos tenido en los últimos minutos.

Alberto fue quien se levantó primero y dirigiéndose a Eduardo, que seguía tumbado al borde de la piscina con las piernas en el agua en el mismo sitio donde David le había dejado, le dijo:

  • Bueno hermanito, nos tenemos que marchar. Ya sabes que los papas se quieren ir a la casa de la playa y no les gusta salir tarde.

  • ¿Sois hermanos? - pregunté yo algo sorprendido.

  • Sí - me contestó Alberto. - Yo soy el mayor, pero nos llevamos sólo un año. Siempre vamos juntos a todas partes. Nos entendemos bien en todo - añadió de forma pícara agachándose para acariciar el torso de su hermano quien le devolvió la caricia cogiendo sus huevos con la mano que tenía más cerca.

  • Seguro que podemos estar un rato más - dijo Eduardo melosamente. - Ahora me apetecería algo más de guerra.

  • Toma y a mí - le respondió Alberto. - Pero ya sabes como se pone el papá cuando no puede salir a la hora que tiene prevista. Además ya sabías que sólo podíamos venir para un baño rápido y marchar en seguida; o sea, que lo demás ha sido por añadidura.

Y después de decir esto se dirigió a la ducha, desnudo como estaba, y después de ducharse se tiró a la piscina para dar unas cuantas brazadas mientras Eduardo se incorporaba de forma cansina y se lanzaba agua de la piscina al cuerpo, con la mano, para remojárselo. Al levantarse, se volvió a poner bien el tanga y, cuando se dirigía hacia el armario pude observar bien su culo redondo y su espalda bien contorneada y musculosa como corresponde a un jugador de baloncesto. Me dieron ganas de volver a empezar con él, pero fue imposible porque ambos hermanos ya empezaban a secarse y vestirse sus uniformes para marchar.

David, que seguía tumbado en el suelo junto a mí, me toco el hombro con su mano.

  • Nosotros deberíamos ir a lo nuestro también - dijo. - Ya quedan pocos días para los exámenes y estoy un poco verde.

  • Si, - dijo Juan que le había oído - a ver si ayudas a este hijo mío a mejorar un poco sus notas.

Y, después de decir esto, se acercó a la ducha y limpió su cuerpo de los restos de mi leche que quedaban en su cara y al volver a la tumbona se puso nuevamente el tanga y se tumbó a tomar el sol.

  • Adiós chicos - les dijo a los hermanos que ya se iban. - Volved cuando queráis, ya sabéis que siempre me gusta veros por aquí.

Los hermanos respondieron cortésmente y luego hablaron con David del próximo partido que tenían que jugar la semana siguiente para concretar la hora. Cuando se hubieron marchado, David entró en la piscina para recuperar su tanga que había quedado flotando en ella. Se dirigió hacia el armario y recogió los tangas que habíamos usado yo y Eduardo y los tendió en unas cuerdas que se hallaba al lado de la caseta. Se secó con una toalla que había cogido del armario y se calzó un nuevo tanga seco del cajón.

  • Pedro - me dijo desde allí - venga, no te vayas a quedar dormido. Sécate y vamos a mi habitación.

Me sequé con la toalla que había dejado en las tumbonas y cuando me dirigía a la caseta para vestirme, David me dijo:

  • Ponte un bañador como yo. Hace mucho calor y puede que volvamos a bañarnos esta tarde.

Así lo hice, cogiendo otro tanga del cajón. Cada vez me sentía más cómodo con esa prenda. David me prestó unas chanclas y nos dispusimos a subir a la casa. Yo cogí mi mochila en la que llevaba mis apuntes y libros. Después de entrar en la casa y atravesar la gran puerta acristalada que había visto al entrar, pasamos por un gran salón, con muebles modernos y funcionales. En el otro extremo del mismo se habría un amplio pasillo desde el que se accedía a diversas habitaciones; la de David era la última. Era muy grande, la pared frontal era toda una cristalera desde la que se veía la parte anterior del jardín y el seto que separaba la casa de la calle. A la izquierda había una mesa con tres sillas hacia la que se dirigió David sentándose en una de ellas y señalando con su mano en un gesto para que hiciese lo mismo. Dejé mi mochila sobre la mesa y él sacó sus libros y carpetas de un cajón de la cómoda que se encontraba detrás suyo. Nos habíamos sentado frente a frente, de tal forma que la cristalera se habría a mi derecha.

  • ¿Por qué asignatura quieres empezar? - me dijo.

  • Antes de empezar, ¿puedes decirme si esto sucede muy a menudo en tu casa? - le pregunté, algo intrigado por la naturalidad con que habíamos pasado del sexo salvaje al trabajo.

  • Bueno, - contestó, pensando las palabras que decía - supongo que sí; depende de lo que entiendas por a menudo. Unas cuantas veces cada semana.

  • ¡Sopla! - dije impresionado. - Esto es cojonudo, siempre que quieras vendré a estudiar contigo.

  • Alberto y Eduardo son muy majos. Lástima que hoy no se podían quedar por más tiempo - continuó. - Son compañeros míos del equipo de baloncesto. Algunas veces vienen otros, pero ellos son los más cachondos. Además son muy versátiles.

  • ¿Versátiles? - le dije yo no entendiendo a qué se refería.

  • Sí, hombre; que tanto les gusta dar como recibir.

  • Ah! - dije yo sonrojándome por mi idiotez.

  • A los demás del equipo sólo les gusta dar y aunque a mi padre y a mí nos gusta que nos follen, también nos apetece follar.

  • Comprendo - dije yo.

Nunca había hablado con nadie de temas sexuales con tanta naturalidad como lo estaba haciendo en ese momento. Yo mismo estaba sorprendido, pero David empezó a hablar con total soltura explicando sus preferencias y las de su padre, a lo que yo iba respondiendo con monosílabos hasta que me interrogó directamente.

  • Y tú ¿qué tal te lo montas?

  • Pues, la verdad, es que nunca había participado en algo como esto y debo confesarte que lo he soñado en muchas ocasiones. Después de probar he de decir que lo encuentro muy … estimulante.

  • Así que te gustaría seguir probando ¿no?

  • Naturalmente

  • Pues nada, estudiamos un par de horas y después nos volvemos a dar un revolcón aquí en mi habitación, o nos bajamos a la piscina si quieres.