Memorias de un bisexual
A los once años, Sergio conoce a Fran. Con el tiempo, los dos se vuelven inseparables. A los dieciséis, Sergio comprende que sus sentimientos por Fran van mucho más allá de la amistad y descubre que es correspondido. A los veinte, se reencuentran y comienzan una tórrida aventura.
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No es frecuente, pero existen lazos de amistad tan fuertes que comienzan en la infancia o la adolescencia y se mantienen durante el resto de tu vida. A mi me gusta pensar que soy afortunado porque, después de tantos años, aún conservo a mis amigos del instituto.
Fran era un chico muy introvertido y sensible, eso le valió convertirse en un blanco fácil para los matones del colegio, que a falta de otros pasatiempos más fructíferos se dedicaban a meterse con él y a llamarle “maricón” constantemente, y yo por mi parte, a darme de leches con más de uno de esos cabeza huecas por salir en su defensa. Sus padres lo cambiaron de colegio en dos ocasiones, la primera para evitar aquel acoso constante al que lo sometían, y la segunda dos años después porque, en el nuevo instituto, se sentía incluso más solo y desprotegido, así que regresó al mío.
La vuelta de Fran coincidió con la llegada de un chico nuevo, Víctor, el azar quiso que nos sentaran por orden de lista en casi todas las clases y que a nosotros siempre nos tocase juntos. Nos caímos bien desde el primer día, entre otras cosas, porque los dos éramos bastante payasos y nos pasábamos todas las clases riéndonos de cualquier tontería. Lo cierto es que a mitad de curso ya nos habían puesto a cada uno en una esquina diferente del aula, de forma que estuviésemos lo más alejados posible. Víctor además de simpático era un chico bastante atractivo, y lo más importante muy humilde, por lo que pronto se convirtió en el objeto de deseo de todas las chicas, incluida Nerea.
Ésta se nos unió poco tiempo después, decir que era completamente distinta a las demás chicas de clase es quedarse muy corto, parecía una mujer de treinta años encerrada en el cuerpo de una chica de dieciséis. Por alguna extraña razón, se sentía más cómoda en compañía de chicos que de sus compañeras, esto unido a que tenía una meta muy clara marcada para ese curso: ligarse a Víctor, le sirvió para ganarse las envidias y enemistades de las otras chicas, aunque tampoco pareció importarle demasiado, nosotros tres nos habíamos convertido en sus mejores amigos y confidentes. Debo admitir que aunque yo no tenía intenciones “amorosas” hacia ella, porque sabía que estaba interesada en mi amigo, sí que me atraía mucho y pasó a formar parte de casi todas mis fantasías eróticas.
Estábamos a mitad de curso, las técnicas de acoso y derribo que Nerea utilizaba con Víctor no acababan de dar los frutos deseados, para frustración de Fran y mía que ya nos aburríamos de ver tanto intento fallido, y de la propia Nerea que no estaba acostumbrada a que un miembro del sexo masculino se mostrase indiferente hacia sus encantos. Víctor ni ataba ni desataba, no le decía que no estaba interesado, pero, tampoco terminaba por decidirse.
A mí esa actitud me sacaba bastante de quicio, porque daba la impresión de que estaba jugando con ella sin ningún reparo, hasta que un día terminé soltándole eso de “¡Desde luego, hay que joderse, Dios le da pan a quien no tiene dientes!”, Víctor me miró con una sonrisa burlona y me respondió “¡Es que Nerea me gusta, pero, me da miedo, a ver si te crees que todos somos como tú que te follas todo lo que se mueve!” La verdad es que esa respuesta no me sorprendió demasiado, lo conocía bien y sabía que era bastante tímido con el sexo femenino en general, y que una chica como Nerea le diese un poco de “cague” me parecía hasta lógico, creo que le preocupaba no estar a la altura y terminar haciendo el ridículo. Por eso pensé que les vendría bien un empujoncito.
Lo que por aquel entonces no sabía, y no terminaría descubriendo hasta algún tiempo después, es que a Fran le gustaba yo, ahora puede parecer algo muy obvio, hasta yo mismo me sorprendo de no haberme dado cuenta antes, pero, es que por aquella época, ni tenía la total certeza de que él realmente fuese gay, ni tampoco podía imaginarme a mi mismo en ningún tipo de relación amorosa con un chico, y mucho menos con mi amigo de la infancia. La única que lo intuyó fue Nerea, como ella misma me comentó entre risas muchos años después, y no precisamente porque Fran se lo hubiese contado, que él no soltaba prenda al respeto. El caso es que mi amiga tuvo la misma idea que un servidor, la de darnos un empujoncito a nosotros, quizá porque veía algo en mí de lo que ni yo mismo me había dado cuenta aún.
Nosotros cuatro teníamos por costumbre quedar en un parque de Vigo los sábados por la tarde, nos llevábamos tabaco y algunas cervezas, y allí nos pasábamos todo el día hablando y riéndonos de cualquier tontería. Por supuesto no éramos los únicos, mucha gente del instituto hacía lo mismo, algunas veces nos juntábamos todos, pero, ese día en concreto, estuvimos todo el tiempo apartados de los demás. No me acuerdo muy bien cómo empezó la historia, sé que yo estaba intentando liarlos a ellos y, un rato después, Nerea me retaba a que besase en la boca a mis amigos, Fran puso cara de circunstancias, Víctor se rio de la ocurrencia y yo le espeté “¡Vale, lo hago, pero, sólo si después tú nos besas a nosotros!” y ella aceptó.
Con Víctor fue una broma, no paraba de darnos la risa y no éramos capaces, al final se quedó en un leve roce con las bocas cerradas, mientras hacíamos esfuerzos sobrehumanos por contener las carcajadas. Lo de Fran es otra historia muy distinta, ahora me doy cuenta, él me miraba fijamente y no se reía para nada, a mí tampoco me hacía gracia, nos dimos un beso dulce e inocente, sin lengua, pero, que duró algo más de lo que el experimento requería y me dejó con una sensación un poco rara, la cual no comprendería hasta unos cuantos meses después. Y Nerea cumplió su palabra, dejando a Víctor para el final, al que le plantó un morreo en toda regla con el que ya no tuvo más escapatoria. Un rato después, nos dimos cuenta de que varios conocidos del instituto habían estado siguiendo toda la jugada, y algunos hasta empezaron a aplaudirnos y a silbar... ¡Nuestros escándalos solo estaban empezando!
Lo de los morreos en el parque fue un bombazo en el instituto, los cuchicheos corrían como la pólvora y nos salvamos porque, en aquella época, aun no había tantos móviles con cámara como ahora, sino aun hoy seguiríamos colgados en el youtube. La peor parte se la llevó Nerea, como suele pasar siempre en estos casos, y las críticas venían sobre todo de otras chicas que la tachaban de “pendón” por andar besándose con tres chicos, pero, sinceramente, yo creo que ahí lo que había era mucha envidia, no solo porque era y sigue siendo mucho más guapa y más mujer que cualquiera de ellas, sino porque precisamente los tres chicos éramos nosotros, y más concretamente Víctor, por el que a todas se les caían las bragas al suelo. Lo bueno, es que ella tenía mucha personalidad y nada de eso le afectaba. A Fran le costó algún que otro puteo en plan “¡Mira como si que es marica!” , desgraciadamente él se lo tomó bastante peor. Y a mí, una bronca con una medio novia que tenía por aquel entonces, y que casualmente no soportaba a mi amiga, no hace falta ni decir que me importo tres pimientos, y que poco después ya estaba con otra.
La parte positiva fue que el pedazo morreo que se dieron Nerea y Víctor sirvió para que este último finalmente se decidiera a liarse con ella, en consecuencia, Fran y yo por fin pudimos descansar de sus dilemas constantes e intentos frustrados, o al menos por un tiempo. Sobre el beso que nos dimos nosotros dos, aunque en ese momento me di cuenta de que me había provocado una sensación bastante extraña, casi me atrevería a decir que cierta excitación, por aquel entonces no fui, o no quise ser, del todo consciente y preferí no volver a pensar en el tema, centrándome en mis medias novias, los partidos de baloncesto, el instituto y mis amigos.
Poco tiempo después, los cuatro terminamos metidos en otro escándalo peor, todo fue por culpa de los matones de siempre, que no tenía nada mejor que hacer que putear a Fran constantemente, y que después de lo del parque, aun se cebaban más con él. Víctor y yo habíamos ido a comprar unos refrescos a la cafetería del instituto, y cuando llegamos al patio, nos encontramos a Nerea discutiendo con el descerebrado de costumbre, y a Fran tirándole del brazo para marcharse. A mí se me cruzaron los cables, me metí en medio, y después de intercambiar con él dos o tres frases nada agradables, terminé estampándole el puño contra la mandíbula, cuando varios de los amigos del “descerebrado” vinieron a ayudarle, Fran y Víctor también tuvieron que intervenir para que no me zurrasen entre todos, y hasta Nerea les dio alguna que otra leche, que cualquiera diría que la entrenó Mike Tyson o algo. El resultado fue que terminamos los cuatro en el despacho del director, y mi padre, al que sacaron de clase para decirle lo que acabábamos de hacer, entró allí hecho una furia, entre él y el director nos echaron la bronca del siglo y nos expulsaron a los cuatro una semana. Cuando mi padre y yo volvíamos a casa, tuvimos una conversación que no se me olvidará en la vida.
-¿Por qué te peleas? –me preguntó.
-Se meten con Fran, siempre lo están insultando.
-¿Y qué le dicen que sea tan grave como para que tú termines una semana expulsado?
-¿Tengo que repetirlo?
-Si.
-Maricón y cosas por el estilo…
-¿Y qué tiene de malo que lo sea? ¿A ti te supone algún problema?
-No, lo que no quiero es que lo insulten.
-¿Te pide él que te pelees?
-¡Claro que no!
-¡Entonces no des ayuda a quien no te la ha pedido! Fran tiene que aprender a defenderse solo, no sé si es homosexual o no, pero, aunque lo sea, no tiene nada de malo y él debe darse cuenta por sí mismo. Si tú te peleas cada vez que alguien se lo dice, lo único que consigues es que siga pensando que está mal, así no lo estás ayudando para nada.
-¿Y qué hago?
-Nada, sólo estar ahí cuando necesite hablar. Si vosotros dejáis de darle importancia, al final esos chicos se aburrirán y lo dejarán en paz.
-¿Y si no paran?
-Entonces, me lo dices as mi. Por lo pronto, vamos a hablar con sus padres, pero, tú no te metas más.
Siempre he dicho que yo he tenido mucha suerte con mis padres, y esta conversación es un buen ejemplo. Por otro lado, al ver que trataba ese tema de una forma tan natural me hizo reflexionar bastante, estaba convencido de que si realmente Fran era gay no me importaría en absoluto, para mi seguiría siendo el mismo, pero, ¿Y yo? ¿Lo era? Aquel sería un año de muchas dudas e incertidumbres para los cuatro, y solo estaban empezando.
Mis días de expulsión no fueron unas vacaciones en absoluto, mi padre se empleó a conciencia para que aprendiese la lección y, además de no dejarme salir de casa en toda la semana, se encargó de incomunicarme, requisándome el portátil y el móvil, y no solo me traía los deberes de todas las clases a las que estaba faltando, sino que además me daba trabajo extra de su asignatura, Historia, según él “¡Para que no te aburras!”, debo admitir que esa semana fue bastante fructífera para mis estudios. Lo que peor llevaba yo, era no poder hablar con mis amigos, especialmente con Fran, me sentía muy culpable por haber hecho que nos expulsaran a todos, pero, sobre todo, estaba preocupado por lo que había pasado en el instituto y como se sentiría después de eso, la verdad, es que yo siempre estaba preocupado por él.
La relación entre nuestras familias es una historia un poco larga, pero, resumiendo mucho, la madre de Fran es estadounidense, su padre un profesor de inglés español que vivió en Nueva York un tiempo, donde conoció a su mujer y nació su hijo, se trasladaron a España cuando Fran y yo teníamos once años. Nuestros padres, que daban clase en el mismo instituto, se hicieron muy buenos amigos y, puesto que ellos no tenían ningún pariente en Vigo, nosotros nos convertimos en su familia postiza, y los domingos solíamos comer todos juntos. Esa semana en concreto, estuve esperando el domingo con tanta impaciencia, que no fui capaz de pasar por alto que lo que me pasaba con Fran no era normal, y admito que eso me asustó bastante.
Mi padre quería hablar con los suyos sobre lo que sucedía con su hijo en el instituto, así que después de comer, nos mandaron a los dos a mi habitación para que los dejásemos solos. Yo aproveché para disculparme con él por lo de la expulsión, también le conté lo que mi padre me había dicho sobre ignorar los comentarios de los descerebrados y no pelearnos, omitiendo, por supuesto, la parte en la que se especulaba sobre su posible homosexualidad, ya no sólo porque no quisiese herir sus sentimientos, sino porque en el fondo, yo prefería no saberlo. Algunos años después, Fran me comentó que ese día estuvo a punto de confesármelo, y que si yo hubiese insistido un poco más, seguramente hubiese terminado por hacerlo.
Desconozco lo que nuestros padres hablaron exactamente, aunque me lo puedo imaginar, lo único que sé con certeza, es que cuando ellos se marcharon, mi padre estaba muy molesto, hablaba con mi madre y levantaba tanto la voz que yo podía oírlo desde mi habitación “¡Porque son unos irresponsables!” decía alterado “¡Por Ignorar el problema no va a desaparecer, así solo están perjudicando más al chico!” seguía “¡Pues claro que es asunto mío, hemos tenido al nuestro toda la semana encerrado en su habitación precisamente por culpa de esto!” , al final me agobié tanto escuchándolo, que terminé poniéndome los cascos para no tener que enterarme de nada más, y me concentré en mis deberes.
A la semana siguiente, los cuatro volvimos al instituto, me enteré de que mi querido progenitor habló con los padres de todos, y a ellos les habían aplicado castigos muy parecidos al mío, lo cierto es que nos sirvió de escarmiento y, ese año, no volvimos a pelearnos con los descerebrados. Decidimos que lo mejor sería poner toda nuestra atención en la fiesta de cumpleaños de Nerea, y empezamos a hacer planes que incluían una casa sin padres, mucho alcohol, algún que otro porro y, lo más importante, la posibilidad de que Nerea pasase la noche con Víctor, y yo con mi nueva media novia. Unas horas antes de la fiesta, Víctor me confesó que estaba “cagado” de miedo, porque todavía era virgen, y pensaba que Nerea lo iba a tomar por idiota, después de soltar un par de carcajadas, disculparme, volver a reírme y pedirle perdón otra vez, intenté tranquilizarlo, diciéndole que “hacerlo” no era para tanto y que además Nerea era de confianza, me objetó “¡Si, pero, es que tiene más experiencia que yo!” me volví a reír otra vez y le espeté “¡Mucho mejor para ti, no sabes la suerte que tienes!” pero, él no se quedó demasiado convencido. Sin duda, esa noche prometía ser muy interesante, y ya estaba deseando saber cómo iba a acabar el asunto.
-2-
La fiesta de cumpleaños de Nerea prometía y mucho, sus padres no estaban, teníamos un cargamento de alcohol bastante considerable, y ya estaba en marcha la “operación virginidad” , como yo había apodado al inminente estreno de Víctor, aunque admito que a mi amigo no parecía hacerle demasiada gracia mi ocurrencia. El disgusto de la noche me lo dio Fran, cuando llamó para decirme que al final él no podría ir porque sus padres aún lo tenían castigado, yo insistí, e incluso me ofrecí a intentar hablar con ellos, o a pedirle a mi padre que mediase, pero, cuando me respondió con un “ no ” tajante y prácticamente me colgó el teléfono, me quedé helado y con una sensación horrible en el cuerpo, estaba enfadado conmigo y yo no sabía por qué.
Sin embargo, a Nerea no pareció sorprenderle demasiado, me dijo que ya lo sabía, porque también la había llamado a ella, y cuando yo insistí “¿Pero, no te parece raro?” se limitó a encogerse de hombros y a decirme “Si está castigado, yo lo veo normal…”, mucho tiempo después me comentó que lo que realmente le apetecía decirme esa noche era algo así como “¡Gilipollas, que la culpa la tienes tú, lo normal es que no le apetezca ver cómo te enrollas con una tía, a ver si espabilas!” pero, fue lo suficientemente prudente como para no meterse en nuestros asuntos. Después de todo, ya bastante castigo le había caído a la pobre con lidiar con un “novio” virgen que le tenía pavor.
Admito que la ausencia de Fran y aquella forma de colgarme el teléfono, me aguó bastante la fiesta. Aun así, o precisamente por eso, bebí mucho aquella noche. Al final, y según lo planeado, yo me quedé con mi rollo en una habitación, mientras que Víctor y Nerea se retiraron a otra. Nos encontramos todos a la mañana siguiente en el salón, con unas ojeras que nos llegaban hasta los pies y una resaca horrible, ellos parecían bastante contentos, señal de que la “operación virginidad” había dado los frutos deseados, pero, yo, inexplicablemente, seguía desanimado y de mal humor. Acompañé a mi media novia a su casa y, luego, volví a la de Nerea para ayudarles a recoger. “Bueno ¿qué tal?” le pregunté a Víctor en un momento que nos quedamos los dos solos “Pues… supongo que bien…” respondió él encogiéndose de hombros, y yo no puede evitar reírme, no dejaba de ser cómico que un chico tan deseado por la fauna femenina del instituto, al final resultase tan inseguro en esos temas.
Como no, el cotilleo de que Nerea y Víctor se habían acostado después de la fiesta, empezó a correr por el instituto a una velocidad increíble y, como estábamos seguros de que ninguno de nosotros tres había abierto la boca, solo quedaba la posible opción de que fuese mi rollo la que largó más de la cuenta, ya que fuimos los únicos que nos quedamos hasta el final. Tras preguntárselo varias veces y negármelo tajantemente en todas las ocasiones, terminé enterándome de que efectivamente había sido ella, por lo que la mandé, diciéndole finamente, a tomar viento. Acto seguido, lo que se dijo de mi fue que yo era un completo cerdo, que se acostaba con las chicas y luego las dejaba sin ninguna explicación.
No eran imaginaciones mías, de la noche a la mañana y sin ningún motivo aparente, Fran había marcado las distancias entre nosotros. De pronto, pasamos de ser los mejores amigos que siempre estaban juntos, a vernos solamente en el instituto, donde casi ni nos dirigíamos la palabra a pesar de estar en el mismo grupo. Supongo que lo lógico hubiera sido intentar hablar con él y pedirle una explicación por su actitud, pero, no lo hice, creo que me daba miedo la respuesta que me pudiera encontrar. Por eso, decidí alejarme yo también, empecé a salir y a pasar más tiempo con mis compañeros del equipo de baloncesto y menos con ellos, el curso se terminaba y nosotros cuatro nos distanciábamos casi sin darnos cuenta.
Llegó fin de curso, y la verdad es que los “cuatro inseparables” ya no éramos tan inseparables como antes, con Nerea y Víctor si que quedaba de vez en cuando fuera del instituto, pero, con Fran ya no, incluso los domingos, alguno de los dos buscaba cualquier excusa para no tener que ir a casa del otro. Víctor y Nerea intentaron, sin éxito, organizar un reencuentro de los cuatro, pero, ninguno de nosotros dos estábamos por la labor, así que acabaron dándose por vencidos y pasando un poco de nosotros, para centrarse en su idilio, que iba cada vez mejor.
Lo que ni Fran ni yo esperábamos, es que a nuestros queridos padres se les ocurriese la genial idea de alquilar juntos una casa en el Algarve durante todo el mes de agosto. Y aunque en el fondo lo echaba mucho de menos y tenía ganas de verlo, la verdad, es que me daba miedo enfrentarme a él, tenía la sensación de que iba a ser bastante incómodo y que terminarían saliendo cosas a la luz, que por lo menos a mi no me apetecía nada reconocer. No me equivocaba, claro, solo verlo de nuevo ya fue como si alguien hubiese abierto esa puerta que yo intentaba mantener cerrada a toda costa, lo encontré más guapo que nunca, con su sonrisa tímida, y ese característico acento, que a pesar de los años aun hoy no se le ha borrado del todo.
Con aquel panorama tan poco alentador para mi, partimos para el Algarve, y cuando al llegar, me enteré de que la casa solo tenía tres dormitorios, y que dos, como es lógico, los iban a ocupar nuestros respectivos padres, y a nosotros nos tocaba compartir habitación, casi me da un ataque. Obviamente, después de habernos pasado tanto tiempo evitándonos, tener que dormir juntos, durante todo un mes, aunque fuera en camas gemelas, no era lo que más nos apetecía. Aunque, probablemente fue lo mejor que me pudo pasar, porque por primera vez me sentí incapaz de seguir engañándome a mí mismo, y cuando empecé a excitarme por verlo dormir en su cama, medio desnudo y a un metro escaso de mí, no me quedó más remedio que admitir que aquello era pura atracción física.
Reconozco que al principio me costó un poco asimilarlo, fue un shock bastante grande, pero, con el paso de los días, empecé a darle vueltas a la conversación que había mantenido con mi padre y me convencí de que no me pasaba nada malo, incluso estuve seguro de que si algún día necesitaba explicárselo, él lo entendería. Una vez asumí eso, la única duda que me quedó fue si realmente mi amigo era gay, y si esto había tenido algo que ver con su repentino distanciamiento. Quería hablar con Fran, pero, no me atrevía, porque tenía miedo a estar equivocado y a meter la pata, así que las semanas iban pasando y yo no hacía nada.
Si Fran no llega a dar el primer paso como lo hizo, creo que hubiera vuelto a casa sin contárselo y habríamos terminado por distanciarnos otra vez. Fue unos días antes de regresar a Vigo, era de noche y yo estaba tumbado en mi cama, intentando conciliar el sueño sin demasiado éxito. Fran había salido hacia ya varias horas sin decirme nada, y puesto que yo tampoco era capaz de dormir, estaba a punto de levantarme para ir a ver qué hacía, cuando entró en el cuarto dando tumbos y sin encender la luz. Pude oler el pestazo a whisky desde la cama, estaba a punto de recriminarle que no me hubiese invitado a su auto botellón, cuando tropezó y se me cayó literalmente encima. “¡Menudo pedo llevas!” exclamé entre risas, y él me sujetó la cara con las manos y me plantó un beso en los labios que me dejó completamente paralizado y sin ser capaz de reaccionar. Su boca sabía a whisky y tenía la cara húmeda, por lo que imaginé que había estado llorando, “¡Perdona!” se disculpó avergonzado mientras intentaba incorporarse, estaba a punto de irse, cuando yo por fin fui capaz de reaccionar y lo sujeté, tirando de él hacia mí, “¡Espera!” exclamé antes de volver a besarlo.
La verdad es que esa noche yo no tenía ni la más remota idea de lo que estaba haciendo, porque era la primera vez que me sentía atraído por alguien de mi mismo sexo, una parte de mi quería detenerse mientras aun estuviese a tiempo. Sin embargo, otra parte, la más fuerte, sólo quería besarlo y acariciarlo durante lo que quedase de noche.
Ninguno de los dos se atrevía a decir nada, pero, empezamos a besarnos y tocarnos mutuamente, refugiados en la oscuridad de mi dormitorio. Sentí sus manos temblorosas e inexpertas recorrer mi torso y detenerse en mi barriga, justo antes de llegar a la entrepierna, como si estuviese esperando a que le diese permiso. Por toda respuesta volví a besarlo, y el continuó descendiendo, sin que su boca se separase de la mía ni un sólo momento.
Apenas me había rozado, pero, yo ya estaba totalmente excitado, y mi pene luchaba por liberarse de los bóxers. Fran pareció sorprenderse mucho cuando su mano se encontró con mi erección, y noté como se estremecía entre mis brazos. Yo quería decirle muchas cosas “No tengas miedo, estás conmigo, nunca te haría daño, me gustas mucho, te deseo, no dejo de pensar en ti…”, pero, no me salían las palabras.
¿Quieres? –preguntó él con un hilo de voz.
Si –susurré, mientras hundía mi mano en el interior de sus pantalones cortos- ¡Tranquilo, no pasa nada! –acerté a decir antes de empezar a pajearlo.
Él me hizo lo mismo a mí, y en la penumbra de aquel dormitorio, los suspiros de ambos se entremezclaron y confundieron. Nuestras bocas se buscaron con desesperación la una a la otra, mientras la saliva, el sudor y el esperma de nuestros cuerpos se fusionaron. Esa noche supe con absoluta certeza que ya no podría ni tampoco quería echarme atrás, que aquel chico tímido e inseguro era para mí mucho más que un amigo, que por primera vez en mi vida, estaba en la cama con alguien que me importaba de verdad, y que me daba igual que fuese un hombre.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, Fran ya se había levantado, y casi no me dirigió la palabra en todo el día, yo estaba bastante confundido y no entendía por qué se comportaba así conmigo después de lo que había pasado el día anterior. Al final, no pude más y terminé encarándolo cuando nos quedamos los dos solos en nuestro dormitorio.
-¿Qué te pasa ahora? -quise saber yo
-¿A ti te gustan las chicas? -preguntó mirándome muy serio, aunque por su tono de voz, más bien parecía una acusación.
-Si -respondí, sin entender muy bien a qué dónde quería llegar.
-¡Eso no puede ser, Sergio, o eres una cosa o la otra, no juegues conmigo!
-¡Que no estoy jugando! Mira, yo tampoco lo entiendo muy bien, y ya sé que suena raro, pero, a mí nunca me habían atraído los tíos antes, lo he pensado mucho y creo que es una cosa que sólo me pasa contigo, me gustas, y hace tiempo que me sucede, aunque no lo quería reconocer…
Se me quedó mirando sin decir nada, parecía que no me creía, y yo estaba cada vez más impaciente y nervioso por su silencio, ya no sabía qué más decir o hacer para demostrarle que estaba diciéndole la verdad.
-A mi también, desde hace años… -dijo por fin- No se lo cuentes a nadie, no quiero que mis padres se enteren ¿Sabías que después de que tu padre hablase con el mío, me lo preguntó abiertamente? Parecía tan molesto y decepcionado por tener un hijo “marica”, que terminé diciéndole que todo era mentira. También, tengo miedo de que tú te arrepientas y yo termine pasándolo mal, porque tú a mi sí que me gustas de verdad, y ya sé que eso tendría que haberlo pensado antes de besarte, pero…
- No lo sabía, yo no voy a decir nada. Respeto a nosotros, ya te he dicho que me gustas y que no me arrepiento de nada de lo que pasó ayer.
Pasamos los pocos días que nos quedaban en el Algarve durmiendo los dos juntos en una cama de noventa. Hasta esa fecha, yo había estado con bastantes chicas, pero, nunca me tomé a nadie en serio, aquel verano me enamoré, por primera vez, de mi amigo de la infancia.
A ninguno de los dos nos apetecía regresar a Vigo, pero, las vacaciones estaban acabándose y pronto tendríamos que volver a la más cruda realidad. Nos reencontramos con Víctor y Nerea en el instituto, a simple vista todo parecía igual que siempre, volvíamos a ser los cuatro inseparables del curso pasado, pero, las cosan habían cambiado mucho, Fran y yo nos comportábamos como amigos delante de los demás, pero, teníamos que vernos a escondidas de todo el mundo. Al principio, no me importaba, me conformaba con estar con él cuando podíamos escabullirnos, pero, eso implicaba mentir a todos, estar siempre escondidos como si fuésemos delincuentes, disimulando constantemente, midiendo nuestras palabras y gestos en público, obsesionados con la idea de que alguien pudiese llegar a sorprendernos o a desconfiar algo sobre nosotros. Y a mediados de curso, esa situación ya era demasiado asfixiante para mí, necesitaba contárselo a alguien, pero, Fran se negaba en rotundo, y yo empezaba a cansarme de tanto secretismo.
Por su parte, Víctor y Nerea tenían sus propios problemas, la inseguridad de él y la falta de confianza hacia su chica, ya les habían acarreado varias peleas sonadas, la situación estaba muy tensa entre ellos, y solo hizo falta otro rumor mal intencionado sobre Nerea para que las cosas fuesen a peor. En ese momento, los cuatro éramos una bomba de relojería a punto de estallar.
La relación de Nerea y Víctor terminó de irse al traste, cuando ella salió un sábado sin él porque habían vuelto a discutir, Fran y yo no la acompañamos en esa ocasión puesto que, como de costumbre, estábamos escondiéndonos, y al día siguiente, algunas chicas de clase, se dedicaron a contar que mi amiga se había enrollado con otro chico aprovechando la ausencia de su novio. Nerea nos juró que eso era mentira, que lo único que había hecho era hablar con un amigo, y que todo lo demás se lo habían inventado ellas con la intención de malmeter entre los dos. Yo la creí, la conocía bien y sabía que quería demasiado a su novio como para serle infiel, y mucho menos delante de gente del instituto, ella era demasiado inteligente como para cometer ese tipo de deslices en público. Sin embargo, Víctor prefirió creer a aquellas cotillas despechadas, antes que a su propia chica, tuvieron una bronca de las que hacen historia, ante la mirada perpleja de media clase y satisfecha de la otra media, y para cuando Víctor quiso recapacitar y pedirle perdón, ella ya había roto con él por inmaduro.
Por mi parte, la situación con Fran se volvía cada vez más agobiante, lo quería mucho, pero, odiaba tener que mentir y engañar a todo el mundo de ese modo, y aquello se fue convirtiendo en una losa cada vez más pesada. Yo siempre había sido bastante “putón”, mis amigos estaban acostumbrados a verme con la media novia de turno, y ese curso mi actitud cambió radicalmente, pasé de “tirarme todo lo que se movía” como siempre me decía mi amigo Víctor, a ignorar a cualquier chica que se me acercase, porque, aunque no pudiese contarlo, tenía una relación y estaba completamente enamorado de mi pareja.
Víctor estaba un poco sorprendido y, alguna vez, me había hecho algún comentario al respeto; Nerea, por su parte, ya se olía algo y nunca me dijo nada; pero, eran mis compañeros del equipo de baloncesto los que más bromas me gastaban sobre el tema, y cuando uno de ellos me soltó algo así como “Oye ¿Tú no te habrás vuelto de la acera de enfrente?”, yo exploté y le solté “Pues tú lo dices de broma, pero, es verdad”, este primero se echó a reír a carcajadas porque pensaba que le estaba tomando el pelo, pero, cuando comprobó que yo no me reía, se me quedó mirando muy serió “Estarás de coña… ¿No?”, yo negué con la cabeza. Llevaba meses deseando decírselo a alguien y, sorprendentemente, estaba mucho más sereno de lo que nunca hubiera imaginado, no sentía ni una pizca de vergüenza, sólo una reconfortante sensación de liberación, como si me hubiera sacado un gran peso de encima. Mi amigo no respondió nada más, se quedó en una especie de estado catatónico, fruto del shock que le causé.
Al día siguiente, lo sabía todo el equipo de baloncesto. A la semana, todo el instituto, claustro de profesores incluido. He tardado años en reconocerlo en voz alta, pero, lo cierto es que lo hice a propósito, me estaba asfixiando dentro del armario y esa fue mi particular forma de salir e intentar sacar a Fran conmigo, lo cual debo admitir que fue un fracaso rotundo. En aquel momento, interpreté el papel de indignado, actué como si esa persona hubiese traicionado mi confianza y desvelado un secreto que yo le había confiado para que se llevase a la tumba, pero, la verdad es que ni siquiera me molesté en pedirle que no se lo contase a nadie y, aunque lo hubiera hecho, eso no habría cambiado nada, puesto que tampoco éramos tan amigos. Hoy, soy plenamente consciente de que si realmente yo hubiese querido seguir manteniendo mi orientación sexual en secreto, se lo habría contado a Víctor o a Nerea, quienes realmente eran de confianza, y no a un “coleguita” cualquiera.
Las reacciones no se hicieron esperar: asombro general, caras de asco, bromas crueles, traiciones dolorosas de algunas personas que hasta ese momento consideraba mis amigas y que, después de eso, no volvieron a dirigirme la palabra, la expresión de sorpresa de Víctor cuando se lo confirmé, seguido de un “¡Esto no cambia nada!”, el abrazo de Nerea mientras me susurraba al oído “¡Yo ya lo sabía, ánimo que estamos contigo!” , y la mirada de miedo mezclado con rabia que me dedicó Fran, estaba asustado porque sabía que las mentes maliciosas del instituto no tardarían mucho en relacionarlo conmigo. Después de ese día, las cosas entre nosotros fueron de mal en peor.
Continuará.
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