Memorias de mis 50 años (2)
Mis memorias, mis vivencias
CUMPLIENDO 50 AÑOS, MIS MEMORIAS SEXUALES 02.
Durante todo ese verano de mis 13 años, Reme y yo aprovechábamos cualquier situación para estar juntos y ocultos de cualquier inspección de los mayores o de su amiga Marta. A ésta se le complicó la lesión en el tobillo y al verse postrada, consiguió que su madre contratara a Reme para que estuviera con ella en el cortijo y la ayudara en todo, hasta recuperarse.
Esta situación sirvió para mantenernos cerca, ya que la familia iba al pueblo en escasas ocasiones. Reme me pidió mantener oculta nuestra relación por miedo a que los padres de Marta prescindieran de los servicios de su madre, ese dinero venía muy bien a la economía familiar.
Reme y yo nos perdíamos por la finca a cualquier hora, especialmente durante los periodos de más calor del día, en el que unos echaban la siesta y otros aprovechaban para estar al fresco entre las gruesas paredes del cortijo o sus edificios aledaños. Marta hacía pucheros o entraba en una especie de sopor malhumorado al no poder acompañarnos en nuestros supuestos paseos, incluso había dejado de bajar a la piscina con el resto de la familia. Reme procuraba ayudarla tanto como era posible, pero la madre de Marta sentó las bases de la asistencia a la lesionada, tras observar como su hija se propasaba. Una sonora bronca dejó los términos claros y Marta, tras hartarse de llorar, tuvo que acatar la decisión materna.
El primer beso tardó en llegar un par de días. Habíamos decidido ir a las caballerizas para, con la excusa de ver los caballos, poder estar solos y hablar; los establos para vacas, gallinas y demás animales estaban aún más distantes del cortijo familiar, aunque los aproximadamente tres kilómetros de caminata, y bajo un sol abrasador, no nos los quitaba nadie.
Debo reconocer que ese primer amor adolescente resultó tremendamente discreto, a diferencia de la mayoría de relaciones que observé más adelante. Los niños de mi época éramos totalmente ignorantes de las cuestiones sexuales y cuando de la noche a la mañana descubríamos ese mundo, nos lanzábamos a lo bruto sin tener sensibilidad alguna hacia la chica que se convertía en nuestra novia.
Reme y yo hablábamos mucho. Todos los años de nuestra relación fueron así. Nos veíamos durante dos meses al año y el resto del tiempo nos comunicábamos por carta, dos cartas extensamente escritas cada semana, sin fallar nunca. En una época sin teléfonos móviles, en la que las llamadas de fijo a fijo eran carísimas y en la que no existía internet, nuestro noviazgo a distancia, gozó de una solidez impropia en estos tiempos.
Reme, camino de las caballerizas, me explicaba sus anhelos de convertirse en pediatra, le apasionaban el mundo de la medicina y los niños. Sin pena, pero con resignación, me explicaba como leía cuanto libro llegaba a sus manos, en el pueblo no había biblioteca, pero tanto la farmacéutica como el médico local, le regalaban revistas y libros que a ellos les llegaban semanalmente. Reme los leía con deleitación, diccionario en mano.
Cuando nos casemos me gustaría tener cuatro o cinco niños – me dijo ajustándose el sombrero de paja y deteniéndose para mirarme.
A mi me gusta la idea. Incluso podemos tener más, si tú quieres – esa respuesta le agradó y mirando hacia todos lados para cerciorarse que no había ni un alma en los alrededores, me besó fugazmente en los labios.
Los chicos que quieren ligar conmigo se asustan cuando les digo esto.
A mí no me disgusta – acerté a decir intentando disimular el temblor de piernas.
Porque no eres como los demás.
No sé como son los demás, pero a mi me gustas mucho y me importas.
Desconozco si estaba inspirado, lo cierto es que venían a mi boca algunas palabras a las que no estaba acostumbrado y que transmitía con total sinceridad, a Reme le encantaba verse tratada con formalidad, con una promesa de compromiso.
Llegamos a las cuadras. En el patio central se proyectaba la agradable sombra de los edificios con paredes de sesenta centímetros de grosor. Tan solo estaba por allí el capataz, a punto de marcharse a dar su ronda por las otras propiedades.
Los muchachos llegarán en una hora, señorito – me dijo por si requería sus servicios para ensillar algún caballo, pero decliné su invitación, solo habíamos ido a pasear – Pues si no se les ofrece nada, me voy a dar la ronda. Saluda a tu padre de mi parte, Reme. A la paz de Dios.
Reme, siempre he dicho que las mujeres tienen más picardía que los hombres, me pidió dar un paseo por las cuadras y alrededores. Apenas se detenía unos segundos en cada box, para inspeccionarlo, y continuábamos hasta llegar a la casa que hacía las funciones de oficina y punto de encuentro. En esos años y en esos lares, las cerraduras no se usaban. Había en el salón principal una nevera, frigorífico decían ellos, del que extraje dos refrescos. Apenas me dio tiempo a dejarlos sobre la mesa cuando Reme me dijo:
No hay nadie – y se lanzó a besarme los labios. Por eso estaba tan interesada en revisar todas las dependencias, para dar rienda suelta a su, nuestra, pasión.
Rodamos por el suelo besándonos labio contra labio, hasta que nuestras lenguas se encontraron, más por instinto que por conocimiento. Parecía que el mundo se nos iba a acabar porque no nos separábamos en ningún momento.
Nuestras manos iniciaron las caricias, la cabeza, el rostro, la espalda… las caderas, los culos y ante su entrega me atreví a acariciar sus pechos con extrema prudencia y suavidad. Reme aceptó la caricia con un gemido y un aumento de la presión en nuestros labios.
En pocos minutos se puso en pie para quitarse aquel vestido rojo de mis sueños. Me llamó la atención su ropa interior, era negra y con algunos encajes; yo estaba acostumbrado a ver ropa interior blanca o color carne, pero jamás negra.
Reme me miraba con deseo, pero sin articular palabra. En ese momento supe que debía despojarla de su sujetador y al quedar ante mi aquellos monumentales pechos, mi boca se dirigió a ellos. Besaba sus tetas sin prisa, con ardor y pasión, pero sin prisas. Años más tarde, Reme me dijo que los catalanes somos prudentes y eso le gustaba, yo lo dudo aún a fecha de hoy. También supe que debía lamer y estimular aquellos grandes y durísimos pezones, así lo hice mientras con una mano la acariciaba y con la otra empecé a perderme por sus nalgas.
Poco a poco nos tumbamos en un sofá de piel para estar más cómodos, sin cesar en nuestras caricias y besos. Al cabo de bastante tiempo le bajé sus braguitas mientras besaba todo su cuerpo.
Carlos, respétame por favor que soy virgen. Nunca lo he hecho.
Ascendí hasta sus labios y la besé con extremo cariño, eso la calmó y ella misma me empujó hacia abajo.
Su pubis estaba bastante poblado, aunque muy cuidado y recortado. Mis manos navegaban por la totalidad de su cuerpo, lenta y suavemente, mientras mis labios dibujaban el contorno de su vientre, su pubis y sus muslos. Reme abría las piernas instintivamente y sin brusquedad llegué a acariciar su entrepierna, la vagina estaba en extremo húmeda. Tiempo más tarde, ella me confesó que sintió vergüenza al pensar que se había orinado, pero en ese instante no le importó.
Lleve mi boca al interior de sus muslos, ascendiendo por la ingle, perfilando la cintura, lamiendo el ombligo y bajando por el otro lado e igual camino. Ella no se esperaba que mi lengua acabara llamando a las puertas de sus labios vaginales y el gemido se convirtió casi en un grito. Desde que la primera vez lo hiciera con mi prima, supe que había nacido para el sexo.
No sé cuanto tiempo estuve lamiendo, chupando y tocando el sexo de Reme; tan solo sé que tuvo muchos orgasmos continuados y llegó un momento en el que me pidió parar. Volvimos a besarnos y se dirigió al baño. Yo me encontraba muy excitado, pero sentía más necesidad de satisfacerla a ella que de correrme.
Reme no tardó mucho en salir, arreglada y con la cara refrescada. Se vistió y salimos tras beber los refrescos. Nos besamos nuevamente y tras deambular por las cuadras, tomamos el camino de vuelta al cortijo. Tres Land Rover se cruzaron con nosotros, saludándonos al pasar.
Ambos estábamos en silencio. Ella me reconoció que nunca había sentido ese “gustazo” (sic) y que estaba muy satisfecha de que hubiera respetado su intimidad. Me preguntó sobre mí, quería saber qué hacía yo para obtener placer. Le expliqué como me masturbaba, lo mucho que me gustaba y como salía por mi pene el semen.
Eso si lo sé. Y como se hacen los niños. Lo que no sabía era que daba tanto gusto.
Continuamos charlando de sexo hasta llegar a un tramo del camino en el que se alzaban una treintena larga de viejos, altos y frondosos eucaliptos, allí nos detuvimos para guarecernos del Sol y de cualquier mirada. Reme empezó a besarme y poco a poco extrajo mi inflamado pene del corto pantalón. Yo estaba flotando. Miró, estudió, frotó y lamió mi verga durante una adorable eternidad a la que ninguno queríamos renunciar. De repente se alzó para besarme y mi pene quedó aprisionado entre sus piernas, alcé levemente aquel vestido rojo de mis pecados y empezamos a frotarnos como dos locos enamorados. Desconozco el tiempo que estuvimos así, solo recuerdo que ambos estallamos en un escandaloso orgasmo, sus braguitas y la trasera del vestido absorbieron tantos sus flujos como mi semen. Tuvimos que dar por finalizados los besos al ver la polvareda levantada por un coche que venía del cortijo, como si nada anómalo hubiera ocurrido entre nosotros, nos situamos uno a cada lado del camino y continuamos caminando con una animada charla. Antonia y mi madre habían salido a buscarnos, temiendo que el calor nos hubiera afectado. Subimos a la trasera del coche y continuamos charlando ante la atenta mirada de las dos mujeres.
Llegamos al cortijo en un momento. Yo fui a refrescarme en la ducha de la piscina y Reme a ver si su amiga necesitaba algo.
Antonia y mi madre charlaban distendidamente, tras hacer unos largos en la piscina, me tumbé en una de las hamacas y me hice el dormido. Antonia le decía a mi madre que dejara de sufrir: “Ya has visto que formales son. Cada uno por un lado del camino y charlando luego en el coche. Reme es una chica muy responsable”. Con una sonrisa disimulada, cambié de posición y cerré los ojos para recordar la intensidad de ese, mi primer día de novios con Reme.
Es tarde, dejo para mañana una nueva entrega de mis memorias, aunque he regresado a mi estudio para rematar este relato. Mi ahijada Blanca, como siempre, estaba durmiendo en mi cama, apenas tapada por el cómodo edredón nórdico. Siempre he dormido desnudo, ella usa un pijama veraniego porque en casa la temperatura está completamente regulada y a todos nos gusta ir con ropa ligera durante todo el año.
He besado a Blanca en la frente antes de ir a mi lado de la cama, quiero mucho a esa chica, tal vez demasiado. Nunca quise tanto a nadie. Al notar como me he estirado, se ha acurrucado como siempre pegada a mi y sin poder, ni querer, evitarlo la he acariciado.
Blanca me ha sonreído con los ojos entreabiertos y ha empezado nuestra danza amorosa, apenas ha tardado unos segundos en desprenderse de su ropa, salvo las braguitas que siempre quiere que sea yo quien se las quite. Se ha puesto a horcajadas sobre mi y hemos hecho el amor apasionadamente, con una extrema dulzura y sin separar apenas nuestras bocas. Siempre he sabido aguantar bien la eyaculación y no ha sido hasta el tercer orgasmo de mi amada ahijada cuando me he regado el interior de su matriz con mi simiente.
Me gustaría tener hijos con ella más adelante, ya veremos que ocurre con el paso de los años, ahora sí, cierro el ordenador y regreso a la cama, Blanca me espera despierta y no quiero dormirme sin volver a saborear sus labios.