Memorias de mis 50 años (1)

Mis memorias, mis vivencias.

CUMPLIENDO 50 AÑOS, MIS MEMORIAS SEXUALES 01.

Vivo solo desde que me divorcié hace seis años. Vivo en un chalet a las afueras de Barcelona y mi ex mujer en otro a escasos tres kilómetros de mí. Mi ex mujer y yo nos llevamos divinamente bien, guardamos un gran cariño mutuo, pero descubrimos que, al irse la chispa del amor, lo mejor era que cada uno hiciera su vida; aunque he de reseñar que continuamos asistiendo juntos a cenas, encuentros, comidas y otras reuniones familiares. Nuestros hijos alternan una residencia o la otra, según crean más adecuado.

¿Cuál es el motivo de esta serie de relatos? Pues que he cumplido 50 años y quiero explicar mis memorias sexuales. Cada uno de los lectores es libre de pensar si lo que detallo es cierto o falso, eso es criterio de cada uno de ustedes, reitero que estas son mis vivencias.

Me decido a escribir mientras acabo de apagar un cigarrillo y oigo brincar a mi ahijada Blanca en algún rincón de mi estudio. En mi casa hay zonas comunes en las que el personal de servicio puede acceder a desarrollar su trabajo, pero mi estudio está vedado a cualquier intruso, si no estoy yo presente. Salvo con mi ahijada Blanca, una tormenta adolescente cuyos padres no sabían qué hacer con ella y la mandaron a estudiar a Barcelona. La primera idea de sus padres era internarla en un colegio mayor, pero ella misma les convenció de instalarse en mi casa, y como le dije a ella al quedarnos solos: “Haces conmigo lo que te sale del chichi, casi siempre”.

Blanca es mi alegría desde que nació, no descarto un alto porcentaje que pudiera ser hija mía, su padre es mi mejor amigo y me suplicó hace años que tuviera relaciones sexuales con su mujer, aunque ya llegaremos a eso en su momento.

Blanca está cursando el bachillerato en uno de los colegios más exclusivos de Barcelona, donde aún a esa edad visten de uniforme, le hice confeccionar una decena de uniformes en la sastrería de El Corte Inglés, porque me encanta verla vestida así.

Tío Carlos ¿Qué estás haciendo? – me pregunta antes de empezar a escribir y yo se lo explico.

Se sienta sobre mis rodillas y nos besamos largamente mientras aprovecho para acariciar sus muslos bajo la falda y sus nalgas por encima de las braguitas blancas inmaculadas. Continúo acariciando sus pechos y alargando el beso. Sus labios son especialmente dulces y un veneno para el que no existe antídoto. Sin duda ella es el gran amor de mi madurez y la chispa que enciende mi vida, aunque por la diferencia de edad es más que probable que alguna vez encuentre a alguien con quien compartir su vida y se vaya, pero es calificable como natural.

En mi casa trabajan cinco mujeres, dos cocineras y limpiadoras, una conductora y una operaria de mantenimiento general, todas ellas al mando de Ángela, mi gobernanta. El personal de servicio habita en una casa anexa al edificio principal y cobran muy bien. Todos tenemos un precio y su discreción bien lo vale, además de ser un compromiso contractual con todas ellas.

Las braguitas de mi ahijada ya estaban en el suelo y ella parcialmente estirada sobre mi escritorio mientras le lamía su clítoris y dos dedos se habían introducido en su húmeda vagina, no tardaría mucho en llegar al orgasmo, me apasionaba vagabundear por su cuerpo y paladear el sabor de su sexo.

Los gemidos aumentaron de tono hasta llegar a un prolongado grito anunciando el culmen de su placer; mientras sus piernas enlazaban mi boca a su chochito, me acariciaba la cabeza con sus suaves manos.

Te amo, tío Carlos. No sabes cuánto te amo.

Ojalá Blanca se quede conmigo hasta el fin de mis días, aunque no me hago ilusiones, procuro vivir el momento; más adelante ya veremos que ocurre.

Descubriendo Andalucía y el sexo rural.

Recuerdo masturbaciones a los siete y ocho años, me excitaban sin conocer el motivo, aquellas señoras en bikini que salían entonces en las revistas del corazón. A los once años recuerdo un total de hasta nueve pajas salvajes en una sola tarde, mirando uno de los comics semi clandestinos que circulaban por mi barrio. En casa no se hablaba de sexo y fue un año más tarde mi director espiritual del colegio quien me habló de la eyaculación, el embarazo y el amor santo que debía darse solamente en el vínculo matrimonial. Sí, reconozco que era un pardillo y que a los doce años me enteré como llegaban los niños al mundo.

Con trece años cambiamos nuestro chalet de la costa catalana por unas prolongadas vacaciones en el cortijo de unos amigos que mis padres conocieran antes de nacer nosotros y que no habían visto salvo en algún encuentro breve de fin de semana. Mamá, mis hermanas gemelas y yo, nos fuimos como avanzada en un vuelo directo hasta Sevilla, mi padre vendría más tarde, en agosto. Por suerte había acabado el curso con excelentes notas y me esperaba un verano de absoluta vagancia.

Ese año, en el que cumplí los trece, ya había tenido mis primeros escarceos carnales. Me excitaba mucho ver como a mis primas y otras chicas de mi entorno cambiaban sus cuerpos planos por caderas redondeadas y pechos, en algún caso de extraordinario tamaño. Mi prima Marisa y yo acostumbrábamos a estudiar juntos algunos sábados y la ayudaba en matemáticas e inglés; a mí se me daba bien y ella no llegaba.

Uno de esos días en los que nos quedamos solos, me preguntó por mis novias y yo le respondí que no tenía, cosa difícil siendo mi colegio solo para chicos; aunque el de las chicas estaba solamente a unas decenas de metros. Pero la relación en el ámbito escolar era nula.

Ella me dijo que tenía un novio algo mayor que ella y que hacía “cosas”.

¿Qué cosas? – le pregunté.

Me toca - dijo escuetamente.

Cogiéndome de la mano me llevó hasta mi cama y tras relatarme todas sus andanzas, se empecinó en enseñarme a besar en la boca. Mi pene no se hizo esperar y rápidamente se personó en el lugar de los hechos sin pedir permiso, una brutal erección levantó el fino pantalón de chándal y mi prima pasó a más.

Marisa, sin desvestirse del todo, dejó al aire sus pechos prominentes y con la suya, acompañó mi mano para que la acariciara, yo estaba colapsado. Al cabo de un tiempo que no sabría calcular, me condujo hasta su coñito y al tomar contacto mis dedos con esa deliciosa rajita, supe que yo había nacido para el sexo.

Acaricié por fuera, por encima y por dentro de sus labios vaginales. Algún instinto arcano me dijo que debía lamer y chupar el coñito de mi prima y no tardé nada en hacerlo. Ella se sorprendió y pujo alguna objeción, pero acabó teniendo un orgasmo a los pocos minutos. Me miraba satisfecha, descompuesta y sobre todo sorprendida.

¡¡¡ Caaaarlooos !!! Qué gustito. Mi novio nunca me ha hecho eso.

Yo tampoco lo había hecho nunca, pero me pareció que debía ser así.

Mirando mi erección, Marisa pasó a mostrarme lo que ella le hacía a su novio tras calentarse mutuamente metiéndose mano tras los setos del parque del barrio. Extrajo mi polla y empezó a frotarla hasta que me empezaron a temblar las piernas y mi semen salió disparado contra su jersey. Me estiré en la cama y con la mano extendida le acaricié las tetas, ella besó mi boca durante un buen rato y tras limpiarnos con cuidado me dijo:

Todos los hombres hacéis lo mismo, suerte que mi ropa la lavo yo y no mi madre.

Esa primavera, también descubrí el mundo de los tocamientos, las masturbaciones mutuas y las corridas continuadas con mi prima Roser, un año mayor que yo; pero ninguna de mis dos primas me dejaron acercar el glande a su sexo, tenían miedo a quedarse embarazadas.

Como iba diciendo, llegamos al aeropuerto de Sevilla y los amigos de mis padres nos vinieron a buscar con dos coches, a mí me tocó ir en el segundo acompañado del capataz de la finca, en un Land Rover nuevecito, recordaré siempre que el hombre no dejaba de canturrear al ritmo que marcaba una cinta de cassette con sevillanas y otras canciones de la tierra. Tardamos casi dos horas en llegar al cortijo, en esa época no existían las autovías que hay hoy día. Acostumbrado al paisaje urbano, me hipnotizaron los campos de cultivo que se extendían a uno y otro lado de la carretera.

Salvador y Antonia, así se llamaban los amigos de mis padres, tenían una finca espectacular para la época. Una amplísima edificación dedicada exclusivamente a la familia y otras situadas a bastante distancia de la casa principal. Tenían cuatro hijos, los mayores Juan y Salvador estaban estudiando en el extranjero, Marta era de mi edad y Mariela acababa de cumplir los seis años. Antonia, la madre, era una mujer menuda y de muy buen tipo, los cuatro embarazos no habían dejado marcas en su cuerpo. Aunque me la imaginaba totalmente asexuada, me sorprendió tremendamente cuando pude verla en bañador en la piscina de la casa.

Mi madre repartía sus jornadas con Antonia y el cuidado de las tres pequeñas, Marta había recibido nuestra visita como una invasión de su espacio privado y pasaba olímpicamente de mí, yo me dediqué a la piscina, la lectura y sobre todo a mis masturbaciones. Desde mi habitación podía ver la piscina y a Antonia luciendo tipo en bañador. Cierto día, estando ella sola, se recolocó la parte de abajo y creyendo que algún bello se le podía escapar por el lateral, levantó la tela y se introdujo cuidadosamente su recortada pelambrera, ver ese monte de venus y romperme la muñeca a pajas, fue todo uno.

Pocas semanas más tarde, nos fuimos a ver unas tierras a unos treinta kilómetros, pasaríamos un par de días en el pueblo y aprovecharíamos para comprar no recuerdo que cosa. Tenían una casa de cuatro habitaciones y a mí me tocó el sofá de la sala de estar, no puse objeción alguna. Nada más llegar, me sorprendieron las diferencias entre Barcelona y el mundo rural de la Sierra Sur sevillana, recuerdo a mi padre comentar que no podía comprar el periódico porque llegaba al pueblo con un día de retraso. También me chocó mucho que algunos de mis juguetes de entonces, eran solo conocidos por los anuncios de televisión.

La casa la cuidaba una señora muy alta y gruesa a la que siempre vi ataviada con un vestido de color morado, me dijo que era a causa de una promesa de tipo religioso. Esa señora era muy hacendosa, cocinaba de maravilla y charlaba hasta por los codos, siempre he guardado muy buen recuerdo de ella, pero lo mejor estaba por llegar, su hija.

Reme era casi un año mayor que yo y era preciosa; aún hoy es preciosa. Nos enamoramos los dos desde un primer momento, pero aún nos costaría un poco llegar a entablar conversación porque además del corte y la timidez, Marta se entrometió y casi secuestró a la chica. No dejé de seguirlas con la mirada hasta que se perdieron en la calle, Antonia estuvo al quite y me aseguró que Reme era una gran chica, muy buena estudiante y que ayudaba a sus padres en todas las cosas de casa, tenía otros tres hermanos de los que su madre empezó a presumir, sin callar ni para respirar.

Regresaron unas horas más tarde y tras insistir Marta, Reme nos acompañó a la hora de la comida. Una no cesaba de parlotear y cuchichear mientras la tímida chica de pueblo no dejaba de mirarme discretamente. Yo había perdido toda prudencia y no apartaba mis ojos de ella y de aquel vestido veraniego de un rojo intenso que hacía destacar su figura y en especial sus grandes pechos.

Hacía mucho calor a eso de las tres de la tarde y todos nos fuimos a ver la televisión, no recuerdo que hacían, solo que hube de sentarme en el suelo al no quedar asientos libres y ser el único hombre de la casa. Agradecí siempre esa indicación de Antonia porque mientras Marta y Reme miraban la televisión entre cuchicheos, ésta cruzaba sus piernas sin cuidado alguno y pude apreciar largamente la rotundidad de sus muslos y atisbar el bulto de su monte de Venus tapado por unas braguitas amarillas. No ocurrió nada destacable durante el resto de la jornada y esa noche me masturbé hasta caer rendido pensando en Reme, había nacido en mi la necesidad de poseerla, de llegar a mucho más que unos simples toqueteos o una masturbación mutua, necesitaba follármela sin descanso.

Al día siguiente, Marta se torció el tobillo y tuvieron que llevarla al médico, la torcedura resultó ser más seria de lo pensado en un primer momento y le inmovilizaron el pie. Reme vino a acompañarla casi todo el día y no salieron de su habitación, mis esperanzas de iniciar un contacto más profundo se estaban yendo al traste.

A Marta le dolía mucho el pie, su madre me dio la receta médica, dinero y me rogó que fuera a la farmacia para comprar la medicación, pero yo desconocía la ubicación y pronta llamó a Reme para que me acompañara. Vi la salida del túnel en ese momento.

Reme caminaba junto a mi sin apenas decir nada. Yo no había ligado en mi vida, pero tenía la necesidad de sacar algún tema de conversación, mis errores de dicción en castellano la hicieron sonreír y me dijo:

Hablas un poco raro ¿Todos los catalanes habláis igual? – Me preguntó en su divino acento andaluz.

No lo sé, yo siempre he hablado así. En mi casa hablamos en catalán y el castellano lo hablo poco.

Tienes falta de costumbre – dijo con una sonrisa

Un poco.

Volvió a reír otra vez y decidí lanzarme a la piscina.

Oye

Dime

¿Por qué no me enseñas tú a hablar castellano? Quiero decir a mejorarlo

¿Yooooooooo? – preguntó sorprendida.

Claro ¿Quién mejor que tú?

Marta – me dijo – ella es una señorita, como tú y os podéis entender mejor. Yo soy una muchacha de pueblo.

Anda ya – respondí – prefiero que me enseñes tú. Además, Marta pasa de mí y apenas me habla.

Porque es tímida.

Que va – continué – tiene mucho morro y me ignora como si la molestara.

Llegamos a la farmacia, a la botica como decían allí, e hice lo que me había mandado Antonia, ella había telefoneado previamente y la farmacéutica me estaba esperando. Me llamó profundamente la atención, que en aquel pueblo los teléfonos no tuvieran ruleta, había que llamar a una centralita atendida por una operadora.

Salimos de la farmacia de regreso a casa y apenas charlamos. Marta estaba quejándose de dolor y su madre no dudó en medicarla, nos rogó que nos fuéramos a pasear hasta la hora de comer y así lo hicimos. Reme me llevó, guardando una notable distancia conmigo, hasta un pequeño parque en el que había una fuente y un quiosco en el que vendían golosinas. Compré algunas chucherías y nos sentamos a comerlas.

La tienes loquita, pero guárdame el secreto.

No te entiendo, Reme ¿Qué quieres decir?

A Marta, que la tienes loca por ti, pero no se atreve a decirlo. Y por favor no se lo digas, no quiero que mi madre pierda el trabajo.

No. No se lo diré, tranquila.

Nosotras no somos amigas, pero tengo que hacer como si lo fuéramos para agradarla y que mi madre pueda seguir cuidando la casa de los señores, ese dinero nos va muy bien.

No diré nada. No sabía eso.

Gracias, Carlos.

Pero …

¿Qué pasa?

Me atreví a dar un salto en el vacío, esa chica me seducía de tal manera que olvidé todas mis reservas, mi prudencia y saber estar.

A mí no me gusta Marta para nada – ella se quedó como expectante y aliviada a la vez – me gustas tú.

Sonrojada y no demasiado sorprendida, Reme bajó la cabeza clavando los ojos en el suelo.

Todos los chicos decís esas cosas – me respondió ella – pero solo queréis verme las tetas y tocármelas.

Yo no sabía muy bien donde mirar ni que responder. Sus pechos era parte del encanto de Reme, pero su sonrisa, su boca y su forma de hablar me subyugaban especialmente. No sé si a esa edad tienes claro lo que es el amor, pero realmente sentía mucho más por ella que la mera atracción física.

Supongo que tienes las tetas bonitas – ni yo mismo podía creerme lo que estaba diciendo – pero a mí me gustas toda. Me gustas entera.

Sentía arder mis mejillas. Ella no tardó mucho en coger mi mano y preguntar:

Entonces ¿Somos novios?

Sí – dije sin pensarlo dos veces - ¿Quieres ser mi novia?

Sí.

Y ese fue nuestro primer beso. Nuestra relación de verano aún duraría cuatro años más.