Memorias de la frontera (2)

En esta segunda entrega narro lo que le ocurre a la negrita violada por el comandante.

Para continuar con mis relatos, debo comenzar a decirles que nuestro precioso embarque de detenidas, fue llevado a la cárcel de emigrantes ilegales. Esta cárcel no tiene separación alguna entre hombres ni mujeres, son en toda la extensión de la palabra, dominios de nosotros, los agentes migratorios.

Al otro día de la detención que realizamos, me encargaron que llevara a la negrita violada por el comandante a los servicios médicos. Fui a la puerta de la cárcel y me entregaron a la chica, me dieron su número de control y en la hoja leí que se llamaba Isela, tenía 17 años y era originaría del Salvador. Ella lucía muy mal físicamente, parecía haber llorado toda la noche, sus ropas desgarradas se notaban llenas de tierra y con rastros de sangre, la tomé del brazo y caminamos hacia la enfermería.

Noté que caminaba con mucha dificultad, daba pasitos muy cortos y lentos, se notaba su sufrimiento, mientras la llevaba conmigo, me sentí con culpa por lo que le había pasado la tarde anterior, me sentí avergonzado por no impedir las atrocidades del comandante, pero era como si me hubiera embriagado con esa violencia tan excitante.

Cuando llegamos a la enfermería, una doctora nos recibió, pensé que hasta ahí llegaba mi trabajo pero, la doctora me dijo que me quedara. La doctora fue hasta una esquina de la habitación y accionó una cámara de video que estaba colocada en un tripié, frente a la cámara Isela contestó a las preguntas de la doctora:

–¿Nombre?

–Isela M.

–¿Nacionalidad?

–salvadoreña

–¿Edad?

–17 años

–¿Estado civil?

–soltera

–¿Hijos?

–no

–¿Edad de tu primera relación sexual?

Isela comenzó a sollozar y contestó –soy virgen.

La doctora la vio con enojo, y le ordenó que se desnudara. Creí que me indicaría salir o apagar la videocámara, pero no, sólo le ordenó eso a Isela y se la quedó mirando.

Isela entonces, en medio de esa habitación, indefensa ante nuestras miradas y ante la cámara, fue quitándose sus ropas entre sollozos, primero se desabotonó su blusa, se la quitó y dudó si quitarse el brassier, la doctora le gritó, –Encuérate toda!

Entonces la chica miró hacia el techo de la habitación y se desenganchó el bra, para mostrarnos sus senos hermosos, firmes y levantados, con unos pezones puntiagudos.

Las manos de Isela bajaron al pantalón y lo desabrochó sin mirarlo, como si al mirar hacia el techo pudiera escapar de ese momento, como si abandonara su cuerpo para no sentirse más humillada.

Bajó sus pantalones hasta medio muslo, no llevaba la tanga, se notaban manchas de sangre y de excremento, la doctora se acercó a ella y con unas tijeras cortó el pantalón para retirárselo. Sin guantes, sin tapabocas, con toda la brusquedad posible de imaginar, le preguntó a la niña sollozante.

–¿Cómo te violaron?

La chica no contestó, permaneció en silencio, la doctora agregó –¿Con qué?–

Como murmullo, Isela dijo –con los dedos–.

–Dílo más fuerte, grítalo– Ordenó la doctora, que se notaba disfrutaba de sus malos tratos hacia la niña indefensa.

En pleno llanto, Isela dijo –¡con los dedos¡– Fue un grito desgarrador, tal y como si las palabras entraran otra vez en su cuerpo para lastimarla. Ví en la mirada de la doctora el disfrute de la tortura que ejercitaba, se sonrió conmigo en una mueca de excitación criminal.

Condujo entonces a la negrita hacia un diván de auscultación, ahí la puso boca abajo a cuatro patas. En esa posición quedó por completo abierta a mis miradas, la doctora fue a la cámara de video y la enfocó hacia el culito de Isela, procuró iluminar muy bien el área de la chica y se colocó los guates de látex para proceder a la humillante revisión.

En voz alta para que quedara registrado en el audio de la cinta, la doctora comenzó a decir:

"Tenemos ante nosotros una nena con heridas en su ano provocadas por inserción violenta de algunos dedos".

Mientras decía esto abrió las nalgas de la chica y fue palpando la zona anal. Se veía con un color rojizo por la irritación de la piel, aún emanaba un olor a mierda de ese hoyito y se le veía bastante irritado.

–Veamos si tienes dolor aún. –Dijo la doctora–, y procedió a meterle sin consideración alguna, su dedo medio enfundado en el guante de látex. Isela movió con brusquedad su cuerpo, tratando de retirarlo de esas manos violentas, pero la doctora le dio una palmada muy fuerte sobre las nalgas. Entonces comprendí que los guates los usaba no por higiene sino para incrementar el dolor sobre la piel desnuda de esa niña.

Isela ya no lloraba, sólo emitía gemidos y chilliditos, que me recordaron a las perras en el momento de copular con su macho. La doctora sudaba al momento de explorar a su víctima, se nota muy excitada. Con las nalgadas tan fuertes Isela no se movió más, así se quedó quietecita para soportar la tortura.

Luego de meterle el dedo medio, la doctora lo sacó lleno de sangre, le introdujo otro con igual violencia y se los empujó lo más profundo que pudo, una vez dentro, los removió como si le quisiera rascar las entrañas. Con brusquedad le sacó sus dedos del ano, nuevamente corrió sangre por su orificio tan pequeño; que se comenzó a dilatar. Entonces la doctora colocó sus dedos en los extremos de la abertura y la estiró con fuerza para que la cámara enfocara el interior de esa caverna lastimada.

Mientras el ano de Isela estaba dilatado al máximo, la doctora miró hacia la cámara de video y en sus ojos se notaba el orgasmo que sentía, doctora e Isela gemían; una de dolor y otra de placer. El cuadro de las dos mujeres en ese momento quedó registrado para deleite de los perversos que después verían la cinta, y ante mis ojos se mostró el placer que esa doctora sentía al controlar a su antojo el cuerpo de la nena.

Pasados unos minutos de esa postura tan grosera y excitante, la doctora retiró sus dedos del ano de Isela, sin dejar de grabar cada detalle, fue a su gabinete y trajo una jeringa sin aguja; con una solución acuosa. Puso la punta de la jeringa en el ano de la negrita y le vació la solución, el lastimado culito se contrajo y dejó correr las heces que los intestinos contenían. La mierda pestilente y sanguinolenta cayó al suelo de la pequeña habitación, el olor era sofocante pues se unía al calor, pero la situación estaba en el límite del morbo.

Luego de la lavativa, la doctora le aplicó una pomada grasosa a su víctima, cada movimiento de sus dedos embarrando la pomada en ese anito tan lastimado fue registrado por la cámara de video. La doctora entonces procedió a limpiar con papel higiénico las nalgas de la chica, en el ambiente se percibía el tufo de la mierda, el aroma a desinfectante de la pomada, el olor penetrante del alcohol con que la galena limpiaba las nalgas, y finalmente el sudor y perfume de la torturadora.

Pensé que había terminado todo, pero la doctora le metió una voluta de algodón en el ano, como para dejarlo sellado, aún ahora dudo que esa curación haya sido la correcta, pero al menos la negrita ya estaba más limpia. Le colocó unas pantaletas de las que se proporcionaban a las presas, que para mi gusto estaban muy apretadas, le dio a la negrita un laxante y le indicó que al otro día la llamaría para una nueva curación.

Por fin saqué a la negrita de la enfermería, vestía sus pantaletas blancas, que contrastaban con sus hermosas piernas negras, su trasero se veía levantado y apetitoso, pero su rostro revelaba su sufrimiento. Caminaba muy lentamente, lo que aumentó el tiempo en que su cuerpo delicioso quedó expuesto a las miradas de reos, guardias, funcionarios, secretarias y demás gente que en el puesto de retención estaba. Cuando la entregué al celador del área femenina, éste le dio un pellizco en la nalga derecha a Isela, esa fue su bienvenida.

Tiempo después comprobaría el destino del video de Isela en la enfermería, también vería las aficiones de esa doctora tan especial. En próximas entregas les seguiré contando mis memorias. Agradeceré sus comentarios, gracias.