Memorias de juventud

Hubo una época en la que los excesos formaban parte de mi día a día.

Por aquel entonces yo contaba tan sólo con 23 primaveras. Fue la etapa más loca y desinhibida de mi vida. Estaba en el último año de carrera y compartía piso (y algo más) con una compañera de la facultad. Era una relación un poco extraña, en tanto que yo no era una bollera. Empezó como un juego en el que estaba abierta a experimentar cosas nuevas y probar otras delicias, por aquello de decir: “que no me lo cuente nadie”, y con ese juego me involucré en una relación en la que permanecimos todo un curso dándonos mutuo placer.

Al principio era una buena amistad en la que también gozábamos de un buen sexo, aunque mis sentimientos nunca fueron más allá de eso. Por el contrario, para Laura la situación era bien distinta, puesto que ella sí que era lesbiana y se colgó de mí más de lo que cabía esperar, por ello, poco a poco la relación fue enquistándose.

Por mi parte, yo no desaprovechaba la ocasión de disfrutar de un buen filete si se me presentaba la ocasión, pues notaba que solamente el pescado no lograba alimentarme como cabía esperar. Tenía que hacerlo clandestinamente, —eso sí— para no herir sus sentimientos, pese a dejarle claro que no quería que nuestra relación fuese demasiado absorbente. Aun así, el idilio acabó siendo demasiado tóxico por no saber poner los puntos sobre las “ies” como debería haber hecho.

A final de curso, con la relación ya un tanto maltrecha, fuimos invitadas a una fiesta en un piso de estudiantes en Benimaclet (Valencia) en donde el alcohol y otras sustancias eran consumidas como si de caramelos se tratase, y tras muchos cubalibres y demás, la fiesta se desmadró por completo.

Laura y yo no cursábamos la misma especialidad y por consiguiente, ambas dialogábamos con la gente que era más afín a nuestras inquietudes.

Por mi parte, después de varios cubatas estaba bastante aturdida y el exceso de alcohol embotó mi cabeza causándome serias dificultades para seguir el hilo de una conversación que ya me interesaba poco de por sí. Hice un recorrido visual por la sala intentando encontrar a Laura, pero sin éxito, en su lugar, mi vista se detuvo en una pareja metiéndose mano en un sofá sin ningún pudor, ajenos al bullicio y al resto de invitados. Reparé en que la chica en cuestión era una compañera con la cual había coincidido en algunas asignaturas y hasta ese momento había pensado que era una mojigata, en cambio, la mosquita muerta se apoderó de la verga de su compañero después de liberarla del cautiverio al que estaba sometida dentro del pantalón, y se dedicó a trabajársela con la boca, indiferente a las miradas de los allí presentes. Con gran sorpresa para mí, la puritana engulló el miembro con la maestría propia de una profesional, haciendo que desapareciese en su gaznate sin apenas esfuerzo, pese al tamaño —nada desdeñable— que calzaba su compañero.

No tardé en perder por completo el hilo de la intrascendente conversación en la que mi interlocutor se esforzaba por captar mi interés, en cambio, yo estaba más centrada en como basculaba la cabeza de la mamona en cuestión, dándole placer a su Don Juan.

A los pocos minutos se les unió otro joven seducido por la escena, así como por el trasero que asomaba por debajo de su falda cuando perdió su función como tal, mostrando unas nalgas a las cuales se agarró el recién incorporado amante. Sus dedos incursionaron a través del tanga y se perdieron en una raja que a esas alturas estaba igual de encharcada que la mía.

Mi interlocutor se dio cuenta del poco interés que yo mostraba en la conversación y se percató del motivo de la falta de atención por mi parte, mientras el chico que se había unido a la pareja se deshacía de sus pantalones y penetraba a la mojigata. En vista del caso omiso mostrado por mí, se marchó buscando a alguien, quizás más interesante, sin que por mi parte, su ausencia me supusiera un trauma.

A la par, el trio pasó a ser el centro de atención de la fiesta y se formó un coro en torno a ellos, si bien, la escena ganó interés para unos y una falta de atracción para otros. Éstos últimos abandonaron el espectáculo y los primeros se unieron a lo que rápidamente se convirtió en un desmadre.

Algunos se perdieron por las habitaciones buscando algo más de intimidad, a otros les importó bien poco la intimidad y se incorporaron al desenfreno.

Noté unas manos por detrás cogiéndome de la cintura para luego ir subiendo y apoderarse de mis tetas. Pensaba que era Laura, pero el tamaño era mayor y la forma de apretarlas no eran las mismas, como tampoco lo era la protuberancia que hacía presión reiteradamente en mis nalgas. Desde luego no era ella, pero en esos momentos tampoco me importaba quien fuera porque estaba tremendamente excitada y la sensación resultaba de lo más morbosa y placentera.

La música era ensordecedora. Miré a mi alrededor y muchos bailaban como si la cosa no fuera con ellos, otros estaban ocupados degustando una almeja, otras saboreando una barra de carne, algunos otros fornicando, y yo sintiendo como una polla intentaba horadarme a través de mis vaqueros, y en vista de que era harto imposible mi asaltante me los bajó con cierta violencia, arrastrando también mi tanga, me apoyó en la mesa y me la clavó sin permiso, y también sin condón. La verdad es que no estaba yo para remilgos, pues el placer que me producía la verga que percutía en mi coño distanció cualquier prejuicio al respecto.

Volteé mi cabeza para ver quien era mi follador y me cercioré de que no lo conocía, de cualquier modo, estaba gozando de las acometidas que me daba el desconocido agarrado a mis ancas y embistiendo como un toro en celo, mientras me atizaba sonoros cachetes en mis nalgas.

Ahora ya le había puesto cara al usurpador de mis dominios y estaba disfrutando de sus embates apoyada en la mesa, entretanto mi vista era incapaz de enfocar nada. La música ensordecedora enmudecía los gemidos de la sala. La gente que bailaba no quería dejar de hacerlo y la que disfrutaba del sexo tampoco.

Mi cara era un fiel reflejo del placer que me estaba dando mi jinete e inmediatamente un orgasmo se fraguó en mi columna vertebral e inmediatamente golpeó mis entrañas como una corriente eléctrica originando intensos espasmos en mi coño, de tal manera que mientras gemía de gusto me percaté de que unos metros más allá Laura me clavaba la mirada más profundamente que la polla que estaba incursionando en mis adentros, aun así, el clímax no remitió, más bien, al contrario. Parecía no querer abandonar mis bajos, de tal modo que no podía hacer otra cosa que seguir gozando, gimiendo, pero sobre todo, no podía dejar de mirar a Laura hasta que poco a poco el orgasmo fue abandonándome.

En ese momento bajé la mirada como si tuviese que estar arrepentida o sentirme mal por aquello. Noté un vacío en mi interior. Mi follador me dio la vuelta, me arrodilló, y contemplé la formidable verga —lubricada por mis flujos— que acababa de proporcionarme un delicioso orgasmo y que ahora reclamaba mi boca para obtener el suyo y alojar su simiente. Miré a Laura con la enhiesta polla delante de mi cara a la espera de mis caricias, y en vista de mi abstracción, unos fuertes pollazos en la cara me sacaron de mi enajenamiento. Cogí el rabo desde su base y me lo metí en la boca con la intención de darle placer al dueño de aquella magnifica verga y estuve afanada en la tarea durante unos minutos, aun así, parecía que no imprimía la cadencia deseada por él y aceleró el ritmo con movimientos más contundentes intentando follarme la boca. Mientras tanto, busqué de nuevo con la mirada a Laura y no la encontré. En ese mismo instante un chorro de leche se aventuró hasta mi estómago haciéndome abandonar el falo en un arrebato al provocarme una arcada. Mi amante se cogió la polla con una mano, mi cabeza con la otra y echándola hacia atrás y siguió rociándome la cara con su esperma, soltando un trallazo tras otro.

El morbo que suscitaba esa situación fue el summum. Mi rostro estaba completamente impregnado de la viscosa sustancia. Me hubiese gustado aproximarme a Laura, besarla y compartir ambas un húmedo beso, así como a Edu, pero ella ya no estaba, se había ido, de todos modos, era impensable pretender que ella estuviese con un hombre.

Me vestí con la intención de marcharme a casa, pedirle disculpas e intentar reconciliarme con ella, en todo caso, yo sabía que no le debía explicaciones y así se lo intenté hacer ver en más de una ocasión, en cambio, Laura conseguía hacerme sentir culpable por mancillar una relación que para mi no era la misma que para ella.

Edu también se vistió y me propuso que nos fuésemos a un sitio más tranquilo y acepté. La verdad era que él me gustaba y no me apetecía tener que bajar la cabeza ante Laura por unos hechos de los cuales no me arrepentía.

Aunque ninguno de los dos estábamos en condiciones de conducir, nos fuimos con su coche buscando un lugar tranquilo. Aparcamos en un descampado a las afueras de la ciudad. No éramos los únicos del lugar, pero nos dio igual. Cada cual iba a lo suyo y nadie se interponía en los asuntos de los demás.

Esa noche acabamos echando otros tres gloriosos polvos intentando prolongar el tiempo, no sólo por el placer, sino también porque no me apetecía tener que dar explicaciones al llegar a casa. Si no se las daba a mis padres, mucho menos tenía por qué dárselas a ella, y eso es lo que hice, omitir cualquier comentario al respecto, y ese fue el fin de una relación que, aunque no estuvo mal durante un tiempo, ya me pesaba.

Edu fue determinante para quebrar definitivamente el malsano vínculo con Laura y siempre le estaré agradecido, no sólo por eso, sino por haber formado parte de un pedacito de mi vida.

Aquel día rompí con Laura sin demasiadas palabras, tampoco hubo reproches. Aunque yo ya lo sabía, ella también se cercioró de que no estábamos hechas la una para la otra, y fue romper con ella e iniciar una relación con Edu, y aunque fue relativamente corta, también lo fue intensa. Después nuestras vidas se separaron cuando profesionalmente tuvieron que tomar caminos diferentes.

Como nota final decir que sus manos eran prodigiosas, no sólo cuando incursionaban en mi sexo, sino también inventando cachivaches. Estudiaba ingeniería robótica y su talento rebasaba con creces al del resto de sus compañeros. Sea como fuere, estoy segura de que estará en Tesla o Silicon Valley, o algún lugar similar, como mínimo.

Muchas veces pensé en él, no sólo por el buen sexo del que disfrutamos, sino también por saber qué le habrá deparado la vida.