Memorias de África (I)
Mis recuerdos son de un pequeño poblado africano y unas gentes que me introdujeron en un mundo desconocido.
Hoy hace un mes que llegué de vuelta de Ghana. Si al empezar aquel año me hubieran dicho que iba a terminar en ese país, le hubiera contestado a quien me lo hubiera comentado que estaba loco. Cuando mi jefe me dijo aquella mañana que tenía que irme allí al menos durante un año, casi me dio un mareo. ” ¿Pero tenemos una oficina allí? ”, me pregunté a mi misma cuando me quedé sola en el despacho. Pensé que era mejor ver el vaso medio lleno y que me alejaría de Las Palmas, que ya se me empezaba a hacer algo pequeña, sobre todo después de romper mi relación con Sergio.
Aterricé en el aeropuerto de Accra un viernes por la noche en vuelo directo desde Gran Canaria. No llevaba mucho equipaje pues estaba previsto que a los quince días tenía que volver a Las Palmas para una reunión y comentar con mi jefe mis primeras sensaciones. Después de pasar el control de pasaportes y recoger la maleta de la cinta, salgo a la sala de llegadas donde supuestamente me esperaba un conductor puesto por la empresa.Estaba con un cartel y mi nombre escrito a mano.
-Hello!, I am María José, Frederick?
-Puede hablarme en español señorita. Sí, soy Frederick pero puede llamarme Fredi.
-Vaya, gracias. No esperaba encontrarme con alguien que supiera hablar español aquí.
Salimos de la terminal y el calor húmedo me dio una especie de bofetada. Fredi me llevó hasta el barrio donde residen la mayoría de los expatriados, diplomáticos y los ricos del país. Durante el trayecto Fredi me contó algunas cosas del país, como que para entenderme mejor con la gente tenía que usar su lengua nativa, el Twii, aunque para relacionarme en el trabajo y con los clientes de la empresa y hombres de negocios del país, podía usar el inglés sin ningún problema. El apartamento que me había escogido la empresa era amplio, estaba en la tercera planta de un edificio bajo. Un dormitorio, un baño, y un salón cocina bastante amplios. También tenía una terraza espaciosa y unas buenas vistas al mar... pero desde luego no era como mi pisito de soltera de Las Palmas.
Cuando eres una expatriada en un país de éstos, te acostumbras a vivir como si estuvieras en una burbuja. Aquí no hay un Corte Inglés, un centro comercial donde mirar trapitos de marca o zapatitos monos; una terracita como las de la Playa de Las Canteras. Da igual la marca de los vaqueros que lleves, o si te pones unas gotas de Jadore o te conformas con un desodorante rolon de Mercadona... eso a la gente de aquí les da igual. Aproveché los primeros días para hacer como los animales de la sabana, explorar los alrededores de mi apartamento y poco a poco ampliar mi área de influencia. Aprendí a ir cómoda por la calle, es la mejor manera de combatir los más de 35º que hay aquí. Me atreví a meterme en los mercadillos y a vestirme casi como las mujeres del país. Como sabía que iba a ser imposible encontrar una peluquería en condiciones, decidí antes de venir aquí cortarme el pelo y que mi esteticien particular (mi amiga Caro), me diera un buen repaso depilatorio. Fui conociendo gente y me creé un pequeño grupo de amigos. Salvo Fredi, eran todos expatriados, británicos, franceses, españoles y una chica canadiense que trabajaba para Médicos Sin Fronteras. Por Skype hablaba un par de veces a la semana con mi familia, y poco a poco me fui acostumbrando a ese tipo de vida.
Aquella mañana mientras Fredi me llevaba al trabajo en su Peugeot 405 destartalado, me preguntó si me gustaría hacer una visita al interior, a conocer un lago que se llama Volta, ver animales salvajes, algo de la selva... vamos una excursión de fin de semana, el domingo por la tarde estaríamos de regreso en Acra.
-Eso sería estupendo Fredi, claro que me apunto. ¿Es seguro?, ¿no habrá por ahí gente de Boko Haram ni nada de eso, ¿verdad?
-¡Ja, ja, ja! -carcajeò Fredi mientras me miraba por el espejo retrovisor, -no señorita, esto es un país pacífico y estamos lejos de Nigeria que es donde está esa gente.
Eso ya me tranquilizó. En el apartamento preparé todo para el día siguiente. Un chubasquero, unos shorts vaqueros para el calor, una camiseta, zapatillas cómodas, el repelente para los bichos y poco más, ya que Fredi me dijo que pasaríamos la noche en un campamento para turistas y allí tenían casi de todo, hasta duchas.
Fredi fue puntual y a las 7 de la mañana ya estaba tocando al timbre. Cogí la bolsa y me subí a un viejo Toyota Land Cruiser tuneado que más bien parecía una jaula para pájaros con ruedas que un todo terreno japonés. Al salir de Acra circulamos por una carretera bastante buena para lo que eran por aquellas tierras. Fredi aceleró y el aire, aunque cálido, me dio en la cara. Las imágenes que salen en los reportajes de la tele se volvieron reales, ganado caminando por los arcenes, camiones y autobuses atestados de gente, pero sobre todo un paisaje verde y frondoso que casi me hacía daño a la vista. Aprendí que allí el tiempo no vale para nada, que sólo los occidentales convivimos con ese trasto al que llamamos reloj. Por eso perdí la noción del tiempo y ni sé el tiempo que estuve metida en mis pensamientos mientras Fredi conducía. Cuando me desperté estábamos entrando en el campamento. Descargamos el Land Cruiser y Fredi me indicó la tienda donde pasaría la noche. Después de cenar estaba rendida, así que decidí darme una ducha rápida antes de irme a la cama. Camino de la ducha que estaba a unos metros de la tienda escuché ruidos de ramas rotas y no voy a negar que me asustè. Vete a saber que animales habrá ahí, pero ya que estaba fuera y con la toalla, decidí seguir con lo planeado pero atenta a cualquier ruido por si tenía que salir a escape. Mientras colgaba la toalla en una rama que parecía puesta allí expresamente como toallero, sentí un fuerte golpe en la nuca... entonces perdí el conocimiento.