Memorias (1)
Mis inicios en el sexo.
Recuerdo mi primera vez, cuando contaba con doce años recién cumplidos, como una de las experiencias más sabrosas que he vivido, y he vivido unas cuantas…
Previamente tan solo había tenido algún que otro acercamiento al sexo, con leves tocamientos furtivos, que pasó a ser algo más cuando comencé a hacerle pajas a un amiguito, algo más mayor, y al que terminé mamando su polla hasta que se corría en mi boca. Eso fue muy esporádico y aumentando muy paulatinamente, desde los siete u ocho años, hasta esos doce que tenía cuando empieza esta memoria. Mi culo seguía intacto, aunque algún dedo ya se había aventurado por sus profundidades mientras tenía la boca ocupada. Aunque lo deseaba, aún tenía reparo y algo de miedo.
Eso cambió cuando, una tarde en la que estaba absorto mamándole la polla a mi amigo y un par de dedos entraban y salían de mi culo con gran deleite para ambos, Cucho, el perraco de mi amigo, se vino hacia mí y del tirón me montó.
Fue espectacular. Me folló con potencia y avidez animal, menos mal que no la tenía muy grande o me hubiera destrozado, mientras mi amigo me sujetaba con fuerza y se corría en mi boca. Al poco el perro también me preñó el recto y, con su carne abotonada llenando mi culo, yo también me corrí como nunca me había corrido.
Sorprendentemente no me dolió, ni cuando al cabo de un rato el perro se desabotonó de mi culo. Tan solo recuerdo el increíble placer que sentía y las ganas de repetirlo que me habían entrado. Con éste nuevo hambre anal, lo repetimos en varias ocasiones y al final fue mi amigo el que me enculaba cuando quería, para mutuo disfrute.
Una tarde al salir del colegio, pasando por unos locales abandonados que había camino de mi casa, oí que me chistaban:
– Tchiss, tchiss… tú – dijo una voz tras una ventana rota – …ven un momento, acércate.
Con curiosidad y algo de temor me fui acercando y me asomé a esa ventana. Dentro de la derruida habitación, en la cual solo había cascotes y un viejo y sucio colchón, estaban un par de chicos, mayores que yo, con las pollas fuera masturbándose.
–¿Te gusta lo que ves?– me preguntó uno de ellos mientras hacía salir su capullo de su funda una y otra vez.
Yo estaba como hipnotizado mirando esas dos enormes pollas moviéndose al unísono: eran el doble de grandes que la de mi amigo, y una de ellas incluso un poco más.
– ¿Tú eres la “novia” del Manu verdad? ¿Al que le das el culo y le bebes la leche del rabo?– dijo lascivo el otro mientras hacía lo mismo con su verga.
– No soy “novia”– protesté excitado.
– ¿Pero te gusta lo que ves o no?
– Sí… – dije azoradísimo.
– Pues a que esperas. Entra aquí y verás lo bien que te lo vas a pasar .
Yo miré hacia todos los lados, pero no había nadie; luego medio zombi de miedo y calentura me armé de valor y fui rodeando la esquina del edificio hasta dar con la puerta del local.
Me acerqué a ellos que estaban esperando de pie junto al colchón.
– Venga, ven y comienza a mamar – me ordenó el que parecía mayor.
Me arrodillé en el colchón y le cogí la polla con timidez, pero con ganas, y comencé a masturbarle. Seguidamente me metí su capullo en la boca y empecé a chuparlo con delicia. Le fui succionando el rabo mientras me tragaba un poco más cada vez. El se sobaba sus huevos y yo le chupaba la polla sin pensar en nada más que en sentir lo que sentía en ese divino momento: un placer creciente.
Al poco se corrió abundantemente en mi boca y yo, naturalmente, me lo tragué todo, todo, sin dejar ni gotita.
– ¡Ahh, que bien la mamas, putita! Anda, sigue con mi amigo – me dijo.
Yo giré la cabeza y ahí estaba esperándome la otra cabezona, algo más grande que la anterior, tal que casi no me cabía en la boca. Pero me esforcé y al rato también se vino en mi garganta.
Nunca había tragado tanta leche de seguido, pero me gustó. Me fui a levantar, pero me sujetaron por los hombros:
–No, no… Aún no hemos acabado, putita. Sigue chupando y ponlas duras otra vez.
No les hice esperar y pasando de un glande a otro se las fui mamando y chupeteando hasta que estuvieron duras de nuevo.
– Empieza tú, Antonio, que yo la tengo más gorda – dijo el mayor de ellos.
– Vale. Quítate los pantalones y los calzones, o las braguitas, lo que lleves – me ordenó el tal Antonio. Yo obedecí, algo cohibido, más que nada porque hubiera adivinado que llevaba unas braguitas puestas– Mira, ya te dije yo que era una putita de campeonato. Ahora ponte a cuatro y dame el culo .
Yo agaché la cabeza hacia el sucio colchón, que olía a rayos, y levanté mi culo bien ofrecido. Antonio me dio unos lametazos en el ojete y lanzó unos cuantos lapos en mi abierto orificio.
– ¡Que abiertito lo tienes, putona!– me dijo, y yo rebullí orgulloso y excitado.
Comenzó a frotar su capullo por toda mi raja y mi ano, extendiendo la saliva que había allí escupido, y aún tiró algo más con sendos escupitajos, empujó y metió todo el glande dentro de mi culo.
Di un respingo, no de dolor, sino más bien de sorpresa, pues aunque era bastante más gruesa que la de mi amigo entró sin dificultad.
– No te arrugues, putita, que te entra bien – me susurró en la oreja mientras metía y sacaba la mitad de su polla en mi culo.
– No me arrugo, es que quiero más – le dije con picardía. Y el empujo toda hasta el fondo y comenzó a follarme como si no hubiera un mañana, jadeando y gruñendo, cogiéndome de las nalgas y dando unos tremendos empujones que hacían que sus huevos golpearan con fuerza en mi carne.
Yo gruñía de gusto y levantaba más el culo para facilitarle la entrada a ese rabazo hasta el fondo de mi recto. Me sentía lleno y feliz, con un goce que no había sentido nunca.
–¡ Mira como gime la muy guarra! ¿Te gusta que te follen, puta?
–¡ Sííí… – grité– … me gusta muchooo!
–¿Quieres que te siga dando polla, nena?
– Sí, dámela toda.
–Eso, pídelo, guarrona, pide polla…
– ¡Dame polla, cerdo!– dije por primera vez en mi vida, sintiéndome feliz por ser tratada como una nena, una nena viciosa y guarra, una putita– ¡No pares de follarme, dame por el culo con tu rabo hasta el fondo, préñame el culo de lefa!
–Eso es– dijo mientras me enculaba con fuerza – así me gustan a mí las putas. Hambrientas de rabo.
Siguió dándome por el culo, mientras que yo gemía y gruñía de gusto, y me retorcía diciéndole todas las guarradas obscenas que se me ocurrían, hasta que noté como su leche comenzaba a salir con fuerza golpeando las paredes de mi recto. Bajó la intensidad de la follada hasta que paró del todo y sacó su morcillona polla de mi abierto ano.
– Tuya entera, Nano, fóllatela a tope.
– A eso vamos…
Noté el cambio de macho detrás de mí, y noté el rabo de Nano entrando con suavidad por mi dilatado y baboso ojete, poco a poco, pues era en verdad muy gruesa y estaba a tope. Se le notaban todas las venas del cipote como a reventar, y lo fue metiendo, sin prisa, pero sin pausa, hasta que noté los pelos de su pubis rozando mi ano y sus colgones huevos chocar con mi paquetito.
– Así, toda dentro. ¿la sientes? ¿Notas cómo se te ha dilatado el ano? – me dijo con lascivia.
– Ummmpfff…síí… me va a estallar de gusto – le dije toda zorra.
– ¡Pues ahora mueve ese culo y dame gusto, puta!
Y yo moví el culo, adelante y atrás, de lado a lado, circularmente y, si hubiera sabido en diagonal. Toda su polla entrando y saliendo era la cosa más fantástica que había sentido hasta ahora. Estaba gozando como una perra en celo.
Metí mi mano por entre mis piernas y le sobé los testículos, el acrecentó su movimiento de mete–saca y gruñó
– Vas a ser mi putita particular, ¿verdad que sí?
– Síí. .– contesté totalmente entregada a su folleteo– Tú serás el macho que me dome y me folle. ¡Seré tu zorra, tu guarra, tu puta!
– Eso quería oír . – y tirando de mi cuello me arqueó hacia atrás y me besó largamente mientras se corría explosivamente en mi culo.
Yo seguí moviendo el culo, sumisa, hasta que me corrí también sobre el colchón. El saco su rabo de mi interior y me lo puso en la boca. Se lo chupe hasta quedar limpio y brillante, los huevos también los mame con dulzura.
– ¡Ahh, nena, que bien lo haces!
Cuando acabé, vi que Antonio se había ido y que solo estábamos Nano y yo. Nos vestimos y nos fuimos cogidos de la mano hasta salir de los locales. Luego nos soltamos, pero me acompañó hasta mi casa y, en el portal, nos morreamos como dos novios.
Yo quería chupársela de nuevo, pero el, riendo, me dijo que no le quedaba gota de leche. Así que tendría que esperar hasta el día siguiente después de la escuela.
Y lo esperé.