Memorias 1

El inicio de una vida llena de aventuras eróticas

Laura siempre ha sido mi mejor amiga; nos conocemos desde la infancia. Ya de pequeñas jugábamos en el parque y juntas fuimos al mismo colegio. Laura es una chica preciosa. Sus ojos son verdes y expresivos y en ellos descubro todo lo que a mi amiga le pueda pasar. Solíamos estudiar juntas, o bien en mi casa o en la suya, y juntas, cuando no teníamos que estudiar, nos contábamos nuestros secretos, nuestros deseos y pasiones, nuestros amores y desengaños y nuestras penas y alegrías.

Un día descubrí, aunque seguramente hacía mucho tiempo que pasaba, que su padre me miraba de una forma distinta a como me miraban otras personas. Miraba mi pecho aún en desarrollo, miraba mis piernas si me sentaba en la cama de Laura los días que me quedaba en su casa, miraba mi trasero cuando, de espaldas y según me iba a la puerta de salida, le veía en el espejo que tenían en el hall. Yo siempre he sido una chica muy decidida, incluso descarada como me decían algunos, y aquello no solo no me molestaba, sino que acrecentaba mi ego. Por entonces su padre andaría por los cuarenta años más o menos, pelo y ojos castaños y un aire a lo Chris Evans que a Laura siempre le gustaba destacar. Evidentemente yo nunca me había fijado en un hombre de esa edad, salvo en las películas, y menos en el padre de mi mejor amiga, pero aquello picó mi curiosidad y un poco por juego y otro por cierto instinto morboso que siempre he tenido, decidí ponerle a prueba.

El uniforme que usábamos en el colegio incluía una falda escocesa plisada que, como si fuese por descuido, a veces dejaba resbalar por mis muslos mostrándoles en su plenitud; o bien, al sentarme en la cama de Laura, subía un pié sobre ella y dejaba que se me viesen los encantos que las braguitas dejaban intuir. Esos días su padre encontraba alguna disculpa para pasar un rato con nosotras mientras, furtivamente, me devoraba con la mirada.

En cierta ocasión, mientras las dos salíamos de su casa para irnos a dar una vuelta, él nos acompañó hasta la salida y, rozando su cuerpo con el mío, noté que tenía una evidente erección. Me quedé de piedra, había dado un paso que nunca pensé que daría. Era como una declaración de intenciones. ¿Qué podía hacer? Los siguientes días fui recatada, pues aquello me descolocaba completamente. Sin embargo, tras unos días, pensé que seguramente había interpretado mal aquello, o incluso que se trataba de un objeto que llevase en su bolsillo, así que seguí con mi juego.

Poco tiempo después, un día llegué a casa de mi amiga y me abrió la puerta su padre. Me dijo que Laura había salido a hacer un recado, pero que volvería enseguida y que la esperase en el salón. Me hizo sentar en el sofá y me preguntó si quería tomar algún refresco. Tras mi negativa se sentó a mi lado y empezó a preguntarme sobre el colegio, los amigos, que si tenía novio, que si a mi edad había que tener cuidado con los embarazos, que si era muy guapa, incluso me confesó que él se había hecho la vasectomía y si sabía lo que era, que por cierto no lo sabía pero él me lo explicó. Mientras hablaba, como descuidadamente, puso su mano en mi rodilla y yo me sentí muy incómoda y nerviosa. Poco a poco la fue subiendo bajo mi falda, avanzando milímetro a milímetro para no espantarme. Yo apreté fuertemente los muslos y puse mis manos sobre ellos para intentar frenar su ascenso, pero él insistía, suavemente, pero con constancia. No sabía qué hacer, estaba muerta de miedo y todo me temblaba. Solo tenía dos opciones, o me levantaba y me iba corriendo, o le dejaba hacer y que fuese lo que fuese. Tras un rato de indecisión en la que ya casi alcanzaba con los dedos mis braguitas, opté por dejarle hacer lo que quisiese ya que no me sentía con fuerzas de montar una bronca, y además había algo morboso dentro de mí que hacía que me picase la curiosidad, así que retiré las manos y aflojé los muslos dejando vía libre a sus instintos. Esa victoria pareció excitarle doblemente, pues a partir de ese momento fue como un animal en celo. Introdujo un dedo en mi estrecha e inexperta vagina que, por la excitación que me había producido mi decisión y el saber lo que vendría después, estaba completamente húmeda, y la acarició por todos sus recovecos. Me besó apasionadamente aunque me producía, por su edad y ser el padre de mi amiga, un cierto rechazo. Poco a poco me fue desnudando mientras besaba todo mi cuerpo. Mis pezones le entusiasmaron y los recorrió incansablemente con su lengua. Inevitablemente me iba excitando cada vez más, lo que, por un lado me relajaba del miedo que me había producido la situación, y por otro me provocaba ganas seguir. Cuando él se desnudó, vi lo que entonces me pareció una enorme polla; nunca había visto nada igual. Solamente había estado un par de veces con chicos y, aparte de que las dos veces fue un auténtico desastre por nuestra inexperiencia, sus penes no eran ni la mitad de lo que estaba viendo. Pensé que no me cabría o que me dolería mucho. Mientras, él acercó su boca a mi coño y se puso a chuparlo y a meter la punta de la lengua por mi vagina. Para mí era todo nuevo y la verdad es que mi excitación iba en aumento. Cuando su lengua acariciaba mi clítoris me hacía subir al cielo. Quería que no parase, que devorase mi clítoris hasta la extenuación. Había conseguido que desease que metiese ese enorme rabo dentro de mi coño; ya no me importaba si me dolería, solo quería follar. Yo estaba tumbada en el sofá y él, poniéndose encima de mí, acercó su polla a mi coño; la pasó repetidas veces por entre los labios de la vulva y la acercó a la entrada de la vagina. Suavemente la fue introduciendo y, aunque yo estaba temblando, poco a poco la metió hasta el fondo de mi vagina sin, no solo no producirme ningún daño, sino dándome un placer que nunca había sentido. ¡Qué deleite! Me encontraba en el paraíso. Empezó a moverse dentro de mí, al principio suavemente, apretando con firmeza hacia dentro cuando la metía entera y disfrutando de ese instante unos segundos, para después acelerar el ritmo y golpear sobre mi clítoris y hacer que me excitase más aún si era posible. Cada vez iba más rápido y mi coño empezó a contraerse involuntariamente como cuando tienes muchas ganas de hacer pis. Mi excitación era tan grande que todo me daba igual, solo quería follar y follar. De repente noté como una sacudida de placer que recorrió todo mi cuerpo. Nunca había sentido nada parecido. Mi vagina sufrió una serie de convulsiones que me produjeron un placer indescriptible, a la vez que notaba que la polla del padre de Laura también tenía convulsiones y derramaba su néctar en el fondo de mi coño. Poco a poco fue parando su movimiento y nos quedamos quietos durante unos minutos. Yo tenía los ojos cerrados y quería estar así eternamente. Él cogió unos Klínex que había puesto a mano; lentamente fue sacando su pene de dentro de mí, y limpió lo que escurría de mi vagina antes de que llegase al sofá. Me besó, me dio unos pocos klínex más y me dijo que cogiese la ropa y me fuese al servicio a limpiarme y vestirme. Aunque me lavé en el bidé, después de haberme vestido noté como aún resbalaban gotas de semen en mi braguita.

Poco después llegó Laura y me contó que su padre la había mandado a la joyería de un amigo a por un reloj que estaba arreglando. El amigo de su padre la había hecho esperar un buen rato, lo que me dio la pista de que todo estaba preparado para ese encuentro. Evidentemente no le conté nada de lo sucedido y aunque ella sí notó algo raro en mí, cambié de tema y seguimos con nuestras conversaciones habituales.

Esa noche, ya en la cama, pasaron por mi cabeza cientos de fantasmas. ¿Tendría valor para volver a casa de Laura y actuar como si nada hubiese pasado? Repasé mentalmente una y otra vez lo sucedido y una cosa saqué en limpio: había tenido un orgasmo por primera vez en mi vida. Eso me hacía sentir muy bien y me excitaba cada vez que lo recordaba. Toqué mi coño y lo noté, aparte de húmedo, como diferente. Era algo importante; hasta entonces siempre había sido algo secundario, a veces lo acariciaba, incluso me masturbaba, pero nunca había tenido la importancia que a partir de ese día tendría. Lo acaricié pensando en la polla del padre de Laura y me fui excitando cada vez más. Masajeé mi clítoris con vehemencia y, a pesar de mi gran excitación, no conseguía llegar al orgasmo. Seguramente me faltaba una polla dentro de mi coño, pero no se me ocurría nada que la pudiese sustituir. Metí los dedos y apreté con fuerza en la parte superior de la vagina mientras, con la otra mano, frotaba casi con violencia mi clítoris. Después de un buen rato mi vagina se fue contrayendo involuntariamente y, por fin, la descarga de placer llegó junto a las convulsiones que inundaban mi cuerpo de felicidad. Inmediatamente, agotada, me dormí con mi mano aún acariciando mi coño.

La siguiente vez que fui a casa de Laura iba temblando de miedo. No sabía como reaccionaria. Si abría la puerta su padre y me decía que no estaba, saldría corriendo de allí. Llegué y llamé a la puerta. Como me temía, abrió su padre. Sin embargo, fue especialmente simpático; me sonrió, me preguntó que qué tal estaba y me dijo que Laura me estaba esperando. Yo me puse como un tomate y también le sonreí. La verdad es que al verle se me pasó el miedo e incluso noté una cierta excitación. ¿No me estaría enamorando del padre de mi mejor amiga? Me fui deprisa al cuarto de Laura y seguimos con la rutina habitual.