Melodía a piano.
Nada, no le quedaba nada. Estaba sólo.
Nada, no le quedaba nada. Estaba sólo. Cerca del final del año, dos mil trece, había llegado lejos, nadie podría negarle eso. El agua de los charcos le empapaba los zapatos, la luvia su cuerpo, aunque no importaba, ya nada importaba. Caminaba a paso acelerado a través de estrechos y oscuros callejones, siempre evitando la luz de las farolas. Su elegante traje negro, empapado y arrugado ahora, incluso presentaba un llamativo desgarro en la chaqueta, pero como todo, daba igual.
De pronto, un pinchazo en el costado le hizo tropezar y chocar contra un muro.
El joven se dobló, abrazando su pecho con dolor. El rostro contraído, apretando los dientes, los ojos cerrados con fuerza. Llevaba prácticamente veinte horas si detenerse.
Otro estruendoso relámpago cruzó el cielo, anulado por completo el sonido de la lluvia, incluso el ruido de su jadeante respiración. Entonces, justo en el momento en que el trueno callaba y antes de que la lluvia volviera a invadir sus oídos la oyó. Fue una nota tan clara que llamó la atención de todos sus sentidos, la vista, que se le había empezado a nublar a causa del mareo volvió a enfocarse. El bello de su cuerpo se erizó porque a aquella nota, siguieron después dos, y tres, ahora las oía con claridad entre la lluvia. Su pecho aún le dolía al respirar, pero no pensaba en ello. Aquellas pocas notas se habían convertido en una lenta melodía que algún piano le brindaba desde alguna de las casas cercanas. ¿Era posible, que mientras su vida se desmoronaba a una velocidad vertiginosa, hubiera en algún lugar alguien dispuesto a tocar una melodía lenta y hermosa como aquella? El joven se levantó con torpeza y alzando la barbilla buscó el sonido. Caminó en su busca, girando la cabeza para no equivocar la dirección. Casi al final del callejón se vio obligado a detenerse ya que un automóvil cruzó a gran velocidad, hundiendo sus ruedas en un enorme charco que salpicó hacia todos lados. Pero no le importó nada al chico, que escuchaba ahora mejor las notas de aquella canción haciéndole mover la vista hacia una ventana de la acera opuesta. Desde dentro, un débil resplandor anaranjado atravesaba unas cortinas.
Caminó a pasos cortos hacia el borde de la acera, concentrado y embrujado por cada nota.
-¡Eh!¡Eh! ¡Chico! - Oyó de pronto. Venía del otro lado de la calle. El hombre le había gritado durante unos segundos hasta que al fin le oyó.
El joven giró la cabeza hacia la voz y encontró a un anciano protegido con un paraguas en la entrada de la casa frente a cuya ventana se encontraba.
-¡¿Cómo andas por ahí así con la que está cayendo?! ¡Vamos! - Exclamó alzando una mano y indicándole que se acercara. Tras esto, sacó las llaves que guardaba en la chaqueta y abrió el portal.
Dudoso al principio, el joven se miró a los pies enfundados en zapatos negros, calados y encharcados por dentro. ¿A dónde había llegado? ¿Qué lugar era aquél en que le brindaban cobijo? Un nuevo pinchado le hizo llevarse la mano al pecho. Al ver aquello, el hombre saltó a la acera y cruzó la calle, cubriendo al joven con el paraguas y empujándolo hacia la puerta entreabierta de la casa.
A más de un metro de distancia de aquel umbral ya se apreciaba el confortable calor del interior.
- Dios, hijo, ¿cómo vas tan empapado? ¿Cuánto tiempo llevas ahí fuera? - Preguntó el anciano detrás de él. Cuando cruzaron la puerta el hombre la cerró, cerrando también hábilmente el paraguas y apoyándolo dentro de un elegante paragüero de forja.
El joven se quedó inmóvil, dejando que el calor le envolviera mientras disfrutaba ahora más de la melodía que indudablemente salía de aquella casa.
- Ven, trae tu chaqueta. Madre mía, dudo que ese traje que llevas vaya a servite otra vez, está echado a perder – comentó el hombre cogiendo por los hombros la prenda y quitándosela al joven, que ni se inmutó.
La camisa en color plata que llevaba debajo, estaba también empapada, transparentando la piel rosada de la espalda. El viejo anunció que volvería con algo de abrigo seco, pero nadie le escuchó.
Cerrando los ojos, y disfrutando de aquel placentero momento el joven se olvidó por un momento de todo.
Imagina que llevas horas y horas caminando sin parar, no porque no quieras, si no porque detenerte sería peligroso. Y llevas meses asustado, mirando tras cada esquina, sin descansar ninguna noche. Y llega un día en que afrontas tu final, al borde del colapso, lo has intentado, pero no puedes más, todo empeora, y cuando parece que nada puede salir peor, peor se ponen las cosas. Y de repente, una suave nota de un piano te lleva hasta una bella melodía, y en menos de cinco minutos estás en el interior de una confortable casa, llena del hogareño calor de una chimenea, recibiendo la preocupación y atención de un desconocido.
Las notas, largas y suaves, alzan y bajan el todo a cada rato, haciendo erizar la piel del chico.
- Toma ponte esto y ve a sentarte junto a la chimenea – dijo el anciano trayendo un albornoz bastante grande de algodón. Era de color blanco y se notaba que no era del hombre, ya que este era demasiado bajo y le quedaría grande.- No puedo decir que no vallas a enfermar después que cómo ibas, pero te ayudará entrar en calor. Ven – dijo abriendo unas puertas altas que había en la pared izquierda de aquel recibidor.
Dudoso, el joven optó por seguir con cautela al hombre, que le llevó hasta el salón contiguo. Desde la calle no había parecido una gran casa, pero aquel salón tenía el techo más alto que el de la entrada. También tenía unas altas cortinas tupidas a ambos lados de la ventana. Una alfombra gigante recorría de lado a lado el suelo del salón, incluso había una impresionante lámpara de araña llena de cristales que reflejaban el fulgor anaranjado de la chimenea. Y justo al final de aquel salón se encontraba el piano, con el pianista de espaldas, moviendo lentamente los brazos.
El joven no se movió. Observó la escena durante unos segundos que se le hicieron eternos. Las notas invadían la sala, rebotando en las paredes con suavidad.
- Ven , acércate a la chimenea – le dijo el hombre dejando el albornoz en el brazo de una butaca tapizada. Después se acercó a la figura sentada al piano y le dijo algo al oído sin que este dejase de tocar, luego el anciano pasó junto al joven de camino a la puerta.- Ponte cómodo, traeré algo de comer ya que el señor no ha cenado aún.
Y tras decir esto, el hombre salió por la puerta abandonando al joven en aquel salón.
Sin querer hacer el más mínimo ruido, se acercó a la chimenea y cogió el albornoz. A pesar del calor de la sala estaba empapado y sentía escalofríos. Abrazó el algodón de la prenda mientras contemplaba la figura que tocaba al piano. La melodía había aumentado el ritmo y ahora tocaba más alegre y rápido hasta que fue decreciendo rápidamente hasta cerrar el acto con unas lentas notas, cada vez más separadas, hasta quedar el pianista inmóvil y el salón en silencio. Cuando se dio cuenta, el joven notó cómo una lágrima resbalaba por su rostro. Se apresuró a secarla cuando las manos del pianista cerraron la tapa que cubría las notas.
La figura se dio lentamente la vuelta, mirando al joven con curiosidad. Era un hombre joven, no tendría más de treinta y cinco años. Tenía el pelo rubio y ligeramente largo. El rostro era varonil, llevaba sin afeitarse un par de días, eso lo notó en seguida ya que a él mismo le sucedía. Los ojos eran oscuros, pero reflejaban las llamas de la chimenea y su mirada era amable. Llevaba puesto un albornoz blanco como el que el joven apretaba contra sí mismo.
- No te va a abrigar mucho abrazarlo. Deberías ponértelo – dijo de pronto. Su voz era grave aunque sonaba amable.
El chico no se movió. Estaba algo avergonzado, se sentía incómodo allí, una casa de alguien que no conocía de nada, con una prenda de vestir del dueño empapada entre sus brazos.
¿Cuál es tu nombre? - Le preguntó el hombre, aún sentado junto al piano.
Marco – mintió. Los últimos meses había aprendido a mentir con facilidad.
Encantado, mi nombre es Samuel – dijo levantándose y tendiéndole la mano. Tras el saludo, el hombre se sentó en la butaca tapizada que había al otro lado de la chimenea, frente al joven.
-¿Cómo has acabado tan empapado? - Le preguntó mientras el chico seguía con el albornoz en brazos. El verlo estremecerse a causa de un nuevo escalofrío el hombre se levantó de la butaca y le quitó la prenda de las manos.- Vas a enfermar si sigues llevando ese traje tan húmedo. Al menos quítate la camisa y ponte esto, Franco nos traerá la cena y podrás entrar en calor – dijo mientras dejaba la prenda doblada sobre la butaca. Tras esto, Samuel se alejó de la chimenea, caminando hacia alguna otra parte de la sala.
Algo resignado y avergonzado, el chico se desabotonó la camisa dejándola sobre el asiento, y cogiendo el albornoz se cubrió con él, sintiendo lo suave y confortable que era.
Justo cuando otro relámpago resonaba en la calle, volvió Samuel junto a él, con otras ropas dobladas sobre sus manos.
Ten, te traigo algo más de ropa para que puedas poner a secar la tuya – dijo entregándole la prendas. Una de ellas era un pantalón, y al verlo, el joven se sintió aún más incómodo, porque no quería quitarse sus pantalones en la casa de un extraño.
No, gracias, así estoy bien.
Lo sé, pero la alfombra no podrá absorber todo el agua que cae de ti – dijo con tono amable, sin querer ofenderle.
El chico miró hacia abajo y vio sus pantalones realmente empapados y sus zapatos aún escupían agua al moverse. La alfombra presentaba un enorme círculo oscuro alrededor de él.
Lo.. Lo siento.
No te preocupes por la alfombra. Ella no va a enfermar – dijo con una sonrisa. Dejó la ropa y se volvió a alejar, dando tiempo al joven para quitarse los zapatos y los pantalones del traje. Los calzoncillos estaban también empapados, pero a esas alturas ya no le preocupó quitárselos ya que sólo tenía que esconderlos para que no vieran que se los había quitado, y si se quedaba con ellos acabaría mojando también los pantalones secos.
Cuando se hubo cambiado y escondió su ropa interior en los bolsillos del pantalón del traje volvió al gran salón el anciano que le había hecho entrar. Llevaba una gran bandeja de acero con algunos platos encima. La depositó en el centro de una larga mesa de madera que había al otro lado de la habitación y cuando se encendió la lámpara de araña en el techo el chico pudo ver que la mesa estaba rodeada de numerosas sillas y que frente a dos de ellas habían colocado cubiertos y copas de cristal. No Cabía ninguna duda de que Samuel era una persona adinerada, tal vez un famoso pianista de fama mundial. Prefirió no pensar en ello.
Enfundado como estaba en aquel albornoz blanco descalzo sobre la alfombra y con el pijama de un desconocido, ya había olvidado prácticamente el largo paseo bajo la lluvia.
Samuel se acercó a la mesa e invitó a acercarse al chico.
Come algo. Tu cuerpo seguramente haya perdido todas sus defensas bajo la lluvia. ¿Cómo has acabado aquí? En días como hoy es mejor no salir de casa. - Dijo colocando su servilleta de tela sobre sus rodillas. El chico le miró con atención. Aquel hombre tan joven y atractivo era extraño que viviese en aquel lugar sólo. Seguramente hubiera alguien más en aquella mansión aparte del anciano sirviente.
Mmm.. Está bueno – dijo Samuel sonriendo. Los ojos se le entrecerraron al hacerlo, lo que le hizo parecer el hombre más simpático y tranquilo que había visto en mucho tiempo.
Gracias por dejarme...
No tienes por qué darlas. Si esperas más se acabará enfriando – dijo señalando su plato.
El chico miró el humeante plato y olió el delicioso aroma que desprendía. Se llevó la cuchara a la boca. Hacía mucho que no probaba una comida así.
Degustó cada plato con educación pero sin privarse un momento de disfrutar de cada bocado. Seguramente no se acordaba ya, pero hacía bastante que no comía algo que estuviera cocinado.
¿Dónde vives? ¿Queda lejos tu casa?
En... el centro. Cerca del centro de la ciudad – mintió con rapidez. En ese momento Samuel se atragantó con una cucharada y se cubrió la boca con la servilleta.
¿En el centro? Pues espero que no hallas llegado andando desde allí.
-¿Porqué? - Se extrañó el joven.
- Estamos prácticamente en los límites de la ciudad.
El chico se sorprendió enormemente, pero no dejó que lo notase. ¿Tanto había huido? Ahora sí que podía decir que había llegado lejos, lo que le dio un rayo de alivio.
La cena transcurrió tranquilamente, hablaron de temas sin importancia, y disfrutaron de la compañía mutua. Samuel era un hombre de voz grave pero se mostraba simpático y tranquilo a la vez. Y el chico era silencioso pero relajado ahora que no bagaba bajo la lluvia, lo que tranquilizó al hombre.
Lamento decir que no tengo coche ni modo alguno de acercarte a tu casa, pero podemos llamar a quien sea para que te acerque o venga a buscar. Igualmente te recomiendo que aceptes pasar la noche aquí. La casa es muy grande, puedes elegir habitación – sonrió. Aunque agradecido y tentado, el chico no deseaba quedarse allí abusando de la hospitalidad de aquellas personas, a pesar de que se sentían mejor que nunca.
Señor, después de recoger la mesa me marcharé a casa. La noche se está poniendo cada vez peor – dijo el anciano al acercarse a la mesa. Samuel se levantó y fue hasta la butaca.- ¿Te encuentras mejor? - Le preguntó al chico.
Si, muchas gracias, estaba muy bueno – declaró dejando la servilleta junto al plato.
Sin saber muy bien qué hacer, fue hasta la butaca donde había dejado su ropa, comprobando lo húmeda que seguía.
Quédate. Si quieres llamar a alguien hay un teléfono – dijo Samuel acercándose a una vitrina de la que cogió una pequeña botella.- Está en hall de entrada.
Gracias... No es necesario – dijo el chico acercando sus manos a la chimenea. No podía evitar desconfiar de aquella situación, pero el calor de la chimenea, la cena, y el mismo algodón que ahora le cubría le hacía dudar sobre si debía marcharse de allí.
Samuel había sido simpático. Era raro, pero el echo de haberle oído tocar así el piano le hacía parecer una persona amable a ojos del chico, aunque no podía bajar la guardia.
Sin saber tu edad no te ofreceré – dijo el hombre sirviendo de la botella en una redonda copa de cristal.- Aunque parece que tengas unos veinte años – volvió a dejar la botella en la vitrina y fue a sentarse en la butaca.
Veintidós – se limitó a contestar. Esta vez no mintió, le salió solo, ¿había sido un error hacerlo?
-
Kirschwasser
– dijo señalando la copa con la otra mano.- Brandy. Casi sabe a cereza.
No, gracias – declinó el chico, aunque efectivamente, comenzó a percibir el suave olor afrutado.
¿Te gusta la música?
Si, usted toca muy bien el piano.
¿Has tocado alguna vez? - Preguntó interesado el hombre. El chico negó con la cabeza y Samuel se levantó, acercándose al piano y levantado la tapa negra que cubría las teclas. Indicó que se acercara con un mano y dejó la copa sobre el mismo piano.
No sé tocar.
No pasa nada, que no sepas no significa que no puedas – comentó el hombre. Le ofreció al chico la silla del piano. - Toca algunas notas, no es lo mismo oír desde lejos que sentarse frente a las notas.
El chico se acercó con cierta timidez. Siempre había tenido ganas de tocar un piano. No sabía ninguna canción pero le atraía el sonido que producían las teclas.
Increíblemente blancas, las teclas reflejaban casi como un espejo las llamas del fuego. El chico reposó sin palmas sobre el teclado.
- Primero toca una única nota, la que sea. Si una persona que nunca ha tocado un piano, la primera vez que lo hace, pulsa unas sin sentido de golpe, nunca tendrá gusto por aprender – explicó Samuel colocándose de pie tras el chico. Alargando una mano, señaló una de las teclas.- Ésta es la nota central. Desde aquí hacia la izquierda las notas son cada vez más graves – explicó.- Hacia la derecha más agudos.
El chico decidió empezar por la tecla central. La pulsó durante unos segundos, muy atento al sonido tan claro que producía y cómo llegaba a sus oídos. Luego tocó otras notas con la mano derecha y más tarde usó también la izquierda, intentado imitar los pianistas de la televisión. Aquello distaba mucho de sonar bien, pero se entretuvo largo rato comprobando cada sonido, pulsando varias teclas a la vez, hasta que decidió hacerlo con un ritmo fijo, cada segundo tocaba una tecla y así. Sonrió sin poder evitarlo. Tocó las teclas una a una, desde la izquierda hasta la derecha del todo imaginado una escalera. Al cabo de un rato Samuel, que había observado con detenimiento cómo tocaba el chico, se sentó a su lado frente al piano.
- Mira, pon los dedos sobre estas tres notas – dijo cogiéndole la mano derecha y colocando sus dedos.
Cuando soltó su mano, el chico pulsó sobre ellas a la vez, descubriendo con asombro el buen sonido que produjeron.
En aquel momento, Samuel comenzó a tocar lentamente una canción en el lado derecho del teclado mientras el chico le acompañaba pulsando teclas al mismo ritmo. Aquello le encantó, era como si estuviera tocando él.
Ya no sentía frío, sólo notaba el suave calor del fuego y el inconfundible olor a Brandy de cereza que se mezclaba con un débil aroma que desprendía la ropa de Samuel.
El chico empezó a imitar torpemente los movimientos del hombre en el teclado, pero sonrió al ver que sus notas se parecían bastante.
- Muy bien – sonrió Samuel apartando la vista de sus manos, aunque estas seguían tocando.
El hombre dejó de tocar, dejando al chico que lo hiciera sólo. Éste estaba encantado. No dejaba de sonreír. Parecía hipnotizado con el resultado, no dejaba mirar las notas, blancas negras blancas negras.. Sus manos se movían con soltura ahora. Samuel se levantó, aunque el chico continuó entreteniéndose con el piano sin darse a penas cuenta, cuando notó una mano apoyada sobre su hombro derecho. Se sobresaltó un poco, pero vio que era la mano de Samuel, que ahora alargado el brazo por encima del suyo hasta encerrar su mano en la del chico, guiándola por el teclado, haciéndola tocar las teclas correctas para hacer una melodía. El chico se sorprendió de lo fácil que parecía, aunque le estuviera llevando la mano, los movimientos parecían tener sentido.
Al estar inclinado detrás del chico, este notó el olor de Samuel ya que la cabeza de está estaba junto a la de él, mirando también las manos del los dos subir y bajar por las notas. Su mano era caliente, y algo más grande que las suyas. Notó mientras tocaban, como su pene crecía lentamente bajo su pantalón, no sabía si por el entusiasmo de estar tocando o por el gustoso calor que envolvía la sala, pero lo que estaba claro es que no podía controlarlo. Avergonzado, rezó en silencio para que Samuel no lo notara. Aunque no soltó su manos de las suyas hasta que terminaron de tocar aquella improvisada melodía.
Vaya, tienes aptitudes para esto – le dijo.
Gracias, a sido increíble – confesó el chico sin apartar la mirada de las teclas.
Notó entonces las manos de Samuel en sus hombros, moviéndose lentamente por sus brazos acariciando con suavidad el algodón.
El chico llevó una de sus manos hasta una de las del hombre pero al tocarla se detuvo. Iba a apartar la mano pero en cambio se quedó con su mano sobre la de él, casi acompañando las caricias sobre el albornoz. Entonces notó el caliente aliento del hombre sobre su cuello, sintiendo un enorme escalofrío que le hizo erizar la piel y agradar su erección bajo el pantalón.
Mientras los chasquidos de la madera en la chimenea rompían aquel silencio, el chico notó el contacto de los pequeños pelos del rostro de Samuel sobre el cuello. Le besó con suavidad, provocándole otro escalofrío, que esta vez le hizo cerrar los ojos. Sin dejar de recorrer lentamente sus brazos, Samuel le besó poco a poco, hasta rodear el cuello del chico y llegar a su mejilla.
Cuando el chico se giró el rostro, el hombre besó sus labios y usó sus manos para acariciar su cabello.
Se besaron durante unos segundos hasta que el hombre le levantó de la silla y se quedaron frente a frente, sin dejar de besarse, cada vez con más pasión.
El chico se abrazó a la cintura de Samuel mientras este volvía besar su cuello, agarrando el albornoz y retirándolo poco a poco de los hombros.
El chico no tenía ya la camisa, por lo que sintió el calor de la respiración del hombre bajando por su pecho, ahora al descubierto.
Le besó el pecho, los pezones, el cuello. Recorrió su torso hasta que llegaron hasta la butaca tapizada, donde Samuel sentó al chico y se inclinó sobre él, para seguir besándole.
Mientras la lengua del hombre acariciaba uno de sus pezones, el chico fue quitándole poco a poco el albornoz también, y después la camiseta, descubriendo su torso y su espalda adulta, mucho más musculosa que la suya y la acarició y hundió sus manos en el cabello rubio sintiendo lo sedoso que parecía.
Notó como la mano de Samuel agarraba su pene sobre el pantalón y lo acariciaba y apretaba con deseo mientras sus besos bajaban desde el torso al ombligo y desde allí, su lengua bajó hasta llegar a los vellos que cubrían el inicio de su entrepierna. Al sentir el calor del aliento de Samuel en aquella zona, el chico agarró la cabeza del hombre y la empujó sobre él, sintiéndose cada vez más excitado.
Con ambas manos, el hombre bajó el pantalón hasta el suelo, liberando el pene erecto que se irguió con fuerza, mostrando las primeras gotas en la punta, que brillaban cerca del fuego de la chimenea. Cuando Samuel encerró en su mano el miembro, el chico cerró lo ojos de placer al sentir el tacto en aquella zona. El hombre jugó con su mano en la poya del chico mientras con la otra le acariciaba las piernas y los huevos.
Cuando abrió los ojos, el chico vio durante un segundo la mirada de Samuel, que estaba arrodillado entre sus rodillas, justo cuando este se introdujo la poya en la boca, que estaba llena de saliva, lo que hizo disfrutar al joven, que no pudo evitar agarrarse con fuerza a los brazos de la butaca.
Le chupó la poya y acarició su cuerpo durante un tiempo incalculable. Ahora ya no oían el viento ni la tormenta, todo lo llenaban los gemidos de gozo de ambos.
Samuel se levantó y dejó caer su albornoz al suelo, sin dejar de mirar al chico. Después se desnudó por completo mostrando un pene viril y erecto que apuntaba hacia el chico. Este no dudó en agarrarlo y probó a chuparlo y lamerlo, y meterlo en su boca, subiendo y bajando el prepucio mientras Samuel gemía ahora más de placer. También le acarició las piernas peludas y culo igualmente cubierto de pelos rubios. Sus cuerpos ardían a causa de la pasión y la lujuria. El chico notó cómo Samuel le sujetaba la nuca y le embestía la boca a la vez, notando como la poya del hombre le golpeaba en el paladar. Al sacarla de su boca estaba empapada en saliba.
Sin poder controlarse ninguno de los dos, ambos tenían el pulso tan acelerado que casi les nublaba la vista.
- Ven – le dijo Samuel mientras le ayudaba a levantarse.
Fueron hasta el centro de la habitación entre besos, enlazando sus lenguas y su saliba con pasión. El hombre fue agachándose hasta tumbarse en el suelo boca arriba.
- Ven, baja – le indicó el hombre.
Accediendo a aquella petición, el chico se agachó y dejó que Samuel le colocara sus pies a ambos lados de su cintura, y le fuera agachando hasta tener el culo encima de la gruesa poya del hombre que seguía empapada y brillaba reflejando las llamas del fuego.
Cuando la punta de la poya entró en contacto que el agujero, el chico notó la fría saliba que lo cubría y lo grande que era.
Samuel le agarró la poya y comenzó a masturbar lo mientras el chico hacía pequeños movimientos arriba y abajo para que no le doliera la penetración. Aunque tardó un largo rato, al final Samuel notó como su poya comenzaba a entrar en el trasero del chico, que empezaba a gemir con cada enrtada y salida.
El hombre se llevó las manos al rostro y se cubrió mientras jadeaba, luego cogió la cintura del chico y le ayudó a terminar de meterla.
- Aaaaaahhhh.... - Gimieron los dos.
Tras esto, Samuel folló el culo del chico con lujuria. Sus rostros estaban ya empapados en sudor. Lasgas gotas recorrían el pecho erguido del chico que, mientras se movía con placer, notaba como una mano de Samuel lo masturbaba.
- Aaaahh...
-Aaahh... Sii...
Al mirar el cuerpo tumbado de Samuel, el chico se excitó mucho más. El hombre tenía los ojos cerrados y enseñaba los dientes apretados mientras las gotas de sudor hacían que se le pegaran los cabellos rubios a la frente. Su pecho tenía todos los músculos tensos, notándose perfectamente cada abdominal y pectoral, como si de un perfecto Eros se tratara.
AAAaaahh...
Aaahh...
El chico se valanceó a más velocidad, haciendo que por un momento el hombre bajo él abriera los ojos de par en par. Luego Samuel volvió a cerralos y sus gemidos fueron cada vez más altos y rápido, la espalda del hombre se encorvó de placer, los muslos del chico resbalaban ya por encima del hombre cuando de pronto y estallido pareció anunciar el nirvana, el éxtasis. El chico notó cómo la gran poya de su amante explotaba dentro de él, inundándolo su interior de calor. Al mismo tiempo, la poya del chico pareció engrosarse un instante antes de liberar un brillante y espeso látigo de semen blanco que cruzó el aire hasta caer sobre el rostro del hombre, que lo notó aún con los ojos cerrados.
El chico notaba un calor fuerte en el pecho, y las manos le temblaban a causa del extremo gozo. Durante unos segundos no sintió nada más, hasta que un pequeño pinchado le hizo abrir los ojos a causa del dolor, sobre todo porque había estaba un buen rato sin notarlo, aunque los pinchazos no los había sentido en el costado derecho como en aquel momento. Abrió los ojos al notar como algo caliente se resbalaba por su ombligo y entonces lo vio.
Era un agujero con los bordes quemados, y chorreaba sangre sobre el pecho de Samuel, que aún se encontraba con los ojos cerrados.
Asustado y cada vez más dolorido, el chico alzó la vista, estupefacto, viendo como el cristal de la ventana tras la que había intentado mirar, se había rajado hasta el techo, a partir de un imperceptible agujero en la parte baja.
Intentó coger aire y se horrorizó al comprobar que cada vez le era más difícil.
Dolorido, el chico se tapó la herida de bala y con la otra mano se apoyó sobre el pecho de Samuel, que respiraba ahora con mayor facilidad.
- Sa.. Samuel.. - Logró decir con infinita dificultad. El hombre giró el rostro mirándole extrañado.- Di.. Dispa... - Intentaba decir.
Pero no hizo falta, el hombre dirigió su mirada a la mano ensangrentada que el chico tenía en el pecho y pareció alarmado. Tan sólo unos segundos. Luego sus labios se relajaron mientras cerraba los ojos, como si intentara regular los latidos de su corazón. Cuando volvió a abrirlos mostró una tímida sonrisa que en cualquier otro momento le habría hecho parecer amable, pero el chico se espantó, encogiendo el rostro mientras el dolor le llenaba por dentro.
- Valla – dijo Samuel con tranquilidad mirando al chico a los ojos.- No pensé que fuera a ser tan difícil atraparte, querido Gabriel.
Tras esto, el hombre cerró los ojos, relajado y apoyó de nuevo su cabeza sobre la alfombra mientras los primero hombres uniformados irrumpían en el salón.