Melisa, mi esposa, su puta!
Capitulo 3: Resignación. Mi esposa se convirtió definitivamente en su puta. ("La confesión de mi esposa" PARTE 3)
Estimados nuevos lectores, los invito a leer la primera y segudna parte de esta serie "La confesión de mi esposa" (
https://todorelatos.com/relato/137284/
https://todorelatos.com/relato/137822/ - PARTE 1 y 2 respectuvamente) para disfrutar de una lectura mas placentera. ¡Disfruten!
Lógicamente, después de esa experiencia, esa satisfactoria experiencia, pensé que toda esa locura de querer que mi mujer me fuese infiel, desaparecería. Sin embargo, cuando la veía sentarse lentamente, cuando la veía caminar lentamente y de manera extraña, y recordaba que el motivo de aquello era porque la noche anterior se la habían cogido muy duro, me di cuenta que mi morbo no había desaparecido. Mi fantasía seguía viva, probablemente incluso más que antes. A pesar de eso, decidí no volver a pedirle a Melisa que repitamos esa experiencia. Tenía miedo que las cosas se saliesen de control.
Estuvimos como en una “luna de miel” por las siguientes semanas, Melisa ya se había recuperado del todo físicamente de aquella cogida y con ello sus ganas de tener relaciones. Estábamos teniendo una de nuestras normales sesiones de sexo, en la posición del misionero, cuando ella de repente me tumbó sobre la cama, se puso encima de mi insertándose mi pene, apoyó sus manos a los lados de mi cabeza y empezó a moverse.
- ¿Te han gustado mis regalos de aquella noche? – Me preguntó con una voz tenue y dulce, emitiendo un leve gemido.
Fue suficiente esa pregunta para sentir la reacción física de mi cuerpo, mi ritmo se aceleró al igual que mi respiración.
- Me masturbé viéndolos, y no solo esa noche. – Le confesé con mi voz entrecortada.
- ¿Te gustaría recibir más? – Preguntó otra vez con una voz dulce y un gemido un poco más fuerte.
¿A qué se refería? ¿Tenía más fotos de esa noche? Nunca había visto a Melisa tomar la iniciativa de esa manera. Nunca había escuchado esa voz dulce pero traviesa, acompañada de esos gemidos. Realmente el tema le interesaba mucho. Cuando vio que no le respondí, continuó.
- ¿Te gustaría que lo repitamos?
Ese era el meollo del asunto. A eso era a lo que quería llegar cuando inició con sus preguntas.
- Me encantaría. – Le dije sin siquiera pensarlo.
Era obvio que en ese momento, cono esa excitación, mi respuesta iba a ser esa. Melisa aceleró aún más su movimiento sobre mi pene, su cabello rozaba mi cara con el vaivén de su cabeza. Entre gemidos y jadeos intensos me preguntó:
- Y, ¿Te gustaría que lo repitamos cuantas veces queramos?
Que fuera ella la que me pidiera que hagamos semejante locura era una cosa, que me pidiera que lo hagamos una sola vez era otra cosa, pero que me lo pidiera que lo hagamos todas las veces que queramos era algo que iba más allá. La excitación de Melisa cuando formuló la pregunta era más que evidente, y su expectativa a mi respuesta, también. Sin embargo, semejante pregunta no podía ser contestada con una respuesta visceral, pensada con el pene y no con la cabeza. No era el momento para decidir algo tan comprometedor, aunque muy en el fondo mío, ya sabía cuál iba a ser mi decisión, por más que lo hubiéramos hablado en otro momento. Pensé en la influencia positiva que tuvo esa experiencia sobre nuestra relación después de haberla llevada a cabo, pero, para ser sincero, pensé sobre todo en lo mucho que me excitaba la idea.
- Sí, quiero que me seas infiel las veces que quieras.
Acababa de resignar mis derechos como único compañero sexual de Melisa. Acababa de decretar mi estado de cornudo consentido. No me importó. A mí me gustaba, a ella le gustaba y la influencia sobre nuestra relación era positiva, ¿Por qué no hacerlo? Solo había un punto sobre el cual no estaba dispuesto a ceder: no quería que Melisa volviese a tener relaciones con Alex, ¡Yo lo seguía odiando!
Al escuchar mi respuesta, Melisa emitió un profundo gemido, arqueó su espalda, cerró sus ojos y levantó su cabeza. Con las manos apoyadas en mi pechó empezó a moverse alocadamente. Realmente estaba disfrutando ese momento. A pesar de eso, intenté concentrarme en el punto importante que quería discutir. No quería que las cosas acabasen sin por lo menos intentar decirle que no quería que lo repitiésemos con Alex. Pero no tuve tiempo de hacerlo. Ella empezó a hablar antes que yo.
- Gracias por esto mi amor. Gracias por regalarme esta libertad. Gracias por regalarle mi cuerpo a Alex.
Bueno, estaba claro, su amante iba a ser Alex. No iba a poder cambiar su opinión. Sobre todo, no después de que ella llegara al orgasmo con la imagen de Alex cogiéndosela y gritando su nombre. Quise ver el lado positivo, no gritó mi nombre, pero por lo menos pude darle un orgasmo.
Por única vez, era ella la que había llegado al orgasmo mientras que yo seguía excitado. Ahora le tocaba a ella retribuirme el placer que, supuestamente, yo le había dado. En fin, era su turno. Lo hizo, aunque no de la manera que esperaba. Me dijo que estaba cansada para seguir teniendo relaciones, se extrajo mi pene, se echó a mi lado, apoyó su cabeza sobre mi pecho y empezó a masturbarme. Le pedí que me sacara el condón, pero no quiso hacerlo porque no quería ensuciarse los dedos cuando eyaculara. Repito, no era lo que esperaba, pero por lo menos me hizo eyacular.
No estaba seguro de que la decisión tomada la noche anterior fuese la correcta. Tal vez era mucho para nosotros. Ni siquiera discutimos nuestras reglas y prohibiciones, aunque me quedó claro que ella igualmente no las respetaría. Yo estaba viviendo un subibaja de sentimientos. A veces me arrollaba una sensación de arrepentimiento pero que era aplacado rápidamente por el morbo de saber que en cualquier momento recibiría un mensaje de Melisa diciéndome que pasaría la noche con su amante. Fuera de eso, nuestra vida continuó con suma normalidad, incluso me atrevería a decir que éramos un poco más felices.
Era nuestro tercer aniversario de casados. Por supuesto, quise llevar a Melisa a cenar a un lugar bonito y pasar una linda velada juntos. Era sábado en la noche y nos vestimos de manera muy elegante. Yo con una camisa dentro de un pantalón de tela y unos zapatos de vestir a juego. Ella con un vestido espectacular. Estilo corsé, muy pegado, tanto que no quiso usar sostén para que no se le notase por debajo del vestido. Su culo era envuelto perfectamente por ese vestido que era más corto de lo usual. Usaba unos tacones color “nude”, unos pendientes largos, maquillaje más intenso que lo normal pero no exagerado y un peinado especial para la ocasión, hecho en peluquería. Esa noche, una noche tan íntima de una pareja casada, me invadió el sentimiento de arrepentimiento del que hablaba antes. Empecé a cuestionar nuestra decisión, a pensar que tal vez llegaríamos a una situación incontrolable. No estaba dispuesto a arriesgar mi relación con Melisa por una banal fantasía. Decidí que esa era la noche perfecta para decirle que era mejor olvidarnos de todo ese asunto de la infidelidad consentida. Estaba seguro que ella compartía una manera de pensar similar a la mía respecto a eso.
Cuando entramos al restaurante, noté las miradas de hombres posándose sobre el cuerpo de mi esposa. Incluso algunas mujeres la miraron, seguramente no por atracción, sino por lo llamativa que es esa mujer, mi mujer. Comimos delicioso, tomamos un vino a la altura del restaurante y la comida, y charlamos toda la velada. Realmente nos estábamos divirtiendo, tanto que la invité a un bar a tomar unas copas y seguir festejando nuestro aniversario. En el bar aprovecharía para decirle lo que tenía pensado a cerca de nuestra fantasía. Ya había pedido la cuenta para irnos, cuando su celular emitió el tono de “mensaje recibido”. Ella no es de esas personas pendiente de sus redes sociales, necesitada de mensajear en cualquier momento y lugar. Es lo que me llevó a pensar que ignoraría ese mensaje y lo leería después. Sin embargo, en cuanto escuchó el tono, buscó su celular en la cartera y lo leyó. La anormalidad de su reacción despertó mi curiosidad. Intenté leer de reojo que decía ese mensaje y lo logré. Era de Alex. “Katherine esta por irse, voy a estar solo en casa, ¿Quieres venir?” La expresión de Melisa había cambiado, me miró a los ojos y con la cara de quien realmente siente lo que dice, me dijo:
- Lo siento amor, continuamos nuestra velada otro día, me tengo que ir.
Sin más explicaciones, se levantó, me dio un beso y se fue.
El mensaje era muy claro, aunque no sabía quién era Katherine. Tal vez la hermana de Alex. Melisa no paraba de sorprenderme, con cada actitud y cada palabra usada en sus relatos, descubría una parte de ella que no conocía, una parte que Alex le sacaba.
No podía quedarme en esa mesa sentado para siempre, así que pagué y me fui. Debería haber estado furioso, ¿Cómo era posible que me dejara plantado en una velada tan importante? Pero no lo estaba, era mi culpa. Era mi culpa por no poner reglas, era mi culpa por no haberle hablado antes sobre mi arrepentimiento. Decidí ir solo al bar que debería haber ido con Melisa. El alcohol fue mi acompañante, mi consejero. Intenté ver la situación desde una perspectiva más distante, sin enfocarme en los pequeños detalles. Llegué a la conclusión que la situación no era tan grave. Claro, me había dejado plantado por Alex en nuestro aniversario, pero ella comparte conmigo la mayor parte del tiempo. Ese razonamiento me recordó que en ese momento, Melisa estaba gimiendo para su amante. Como siempre sucedía, el morbo de ese pensamiento derrotó al sentimiento de arrepentimiento y en algunos segundos, ya sentía mi pene erecto en el pantalón. Incluso pensé en volver a casa a masturbarme, pero hubiese sido un error hacerlo sin que antes Melisa relatara los pormenores de su encuentro sexual. No fue hasta después de algunas horas de seguir tomando, que decidí ir a casa, a esperar a Melisa.
Llegó a la misma hora que la otra vez. Su peinado de peluquería era irreconocible, ya ni siquiera era un peinado. Lo que si reconocí fue su forma extraña de caminar, la caminata post-sexo con Alex. Supongo que iba a tener que acostumbrarme a esa imagen de mi esposa después de sus encuentros, por lo menos hasta que ella se acostumbrase al tamaño de Alex.
Me besó y lentamente se dirigió al sofá, donde se sentó y se sacó los tacones.
- ¡Ay, qué alivio! Estaban mojados y mojaron todos mis pies.
¿Los tacones mojados? Pero si no llovía, además, ¿Mojados por dentro? En fin… Estiró sus piernas sobre el sofá y apoyó su espalda en una de las reposaderas del sofá. Yo me senté al lado de la reposadera opuesta, donde estaban sus pies. Los levanté, me senté y los volví a apoyar en mi regazo. Giré mi cabeza hacia ella y con mirada de súplica, le deje entender que estaba esperando el comienzo de su relato. No pude evitar notar que debajo del vestido otra vez no llevaba bragas y lo que es peor, la luz reflejaba los líquidos frescos saliendo de su vagina, seguramente sus fluidos vaginales.
- ¿Me haces un masaje de pies mientras te lo cuento todo? Realmente me vendría bien.
A mí los pies de las mujeres me gustan, no soy precisamente un fetichista de pies, pero me parecen sensuales, ni hablar los de mi esposa. Mejor dicho, ni hablar los de mi esposa después de una noche de sexo con otro hombre. Empecé a masajearle los pies que, efectivamente, estaban muy mojados pero no entendía con qué. Melisa ya había comenzado a contar su nuevo encuentro.
- Después de tomar la decisión de hacer de esto una cosa habitual, algo dentro de mí cambió. Sentir tanta libertad sexual, la misma que sentí la otra vez, pero de manera indefinida, terminó de despertar mi sexualidad. Alex había logrado despertarla en gran parte, pero faltaba este paso final. Me hacía falta sentirme sin ataduras. A partir de ese día me sentí como una hembra en celo y eso me enloquecía.
El paso a seguir, era hacerle entender a Alex que ahora estaba disponible, que podía hacerme suya cuando, como, donde y las veces que él quisiera, sin necesidad de formalizar o comprometerse conmigo, sabía que eso a él no le gustaría. Decidí decirle simplemente la verdad, es decir, que cuando tuve relaciones con él, despertó una parte en mí que ni yo sabía que existía, que me había regalado las dos experiencias sexuales más placenteras de mi vida y que, a raíz de eso, tú ya no eres capaz de satisfacerme sexualmente. Le dije que el único capaz de hacerlo era él y que cuando él tuviese ganas yo estaría disponible. Esa situación, a los dos nos caía como anillo al dedo. Él no iba a entrar en una relación formal, no iba a tener ni obligaciones, ni restricciones, ni nada de eso. Me podía tratar como una de las tantas mujeres que se llevaba a la cama por una noche, como Katherine por ejemplo. Por mi lado, simplemente me sentiría afortunada de que me escogiera para pasar la noche y si me escoge, no perderé ni a mi esposo ni a él como amigo.
El problema era que el probablemente pensaría que era una broma, por lo que sabía que iba a ponerme a prueba por lo menos una vez para comprobarlo. Esa prueba fue anoche, es por eso que no pude rechazar a pesar de nuestra velada. A decir verdad, no rechacé también porque tenía ganas de volver a estar con Alex. Había pasado mucho tiempo desde nuestra última vez, además que esta vez era especial, era la primera vez como su amante definitiva.
El edificio donde vive Alex es a escasos cinco minutos del restaurante en que el cenamos. En realidad, ese fue el motivo por el qué escogí pasar la velada en ese restaurante. Intenté apresurarme lo más que pude, si no hubiera estado con tacones, hubiera corrido. Parecía una adolescente con todo el revoloteo hormonal que tenía; parecía una niña pequeña, ansiosa por que le den su caramelo. En el ascensor me encontré con un chico, de nuestra edad aproximadamente, al cual simplemente saludé al entrar. Curiosamente, era el vecino de Alex. Subimos hasta el piso quince, el entró a su departamento y yo me quedé esperando en la puerta del de Alex. Al cabo de algunos minutos, todavía no abría la puerta y se escuchaban algunos ruidos extraños en el interior, como si fuesen gemidos. Decidí entrar sin esperar a que me abriera. No había nadie en la sala, fui por el pasillo hasta du dormitorio y lo encontré ahí. Alex estaba sentado en el borde de su cama, con las manos hacia atrás apoyadas sobre la cama, con un condón puesto y con el pene erecto. Mi primera conclusión fue pensar que ya me estaba esperando, así que me quité las bragas desde la puerta mientras caminaba hacia él. Sin embargo, cuando ya estaba en frente suyo, escuché ruidos en el baño, agaché mi cabeza y me di cuenta que ese condón estaba lleno de semen y recubierto de fluidos. Acababa de hacerlo con Katherine y ella seguía en el baño.
“Discúlpame, no te esperaba tan pronto” me dijo mirándome a los ojos. Debería haberme ido, ofendida y enojada, pero no lo hice porque no me sentía así. Lo que hace Alex antes y después de mi no me importa, solo me importa que, cuando esté con él, me coja duro como a mí me gusta, solo me importa darle placer cuando él me lo pida. Me arrodillé inmediatamente, le saqué el condón y antes de meter ese pene lleno de semen en mi boca le dije: “No me importa, solo quiero que sepas que a partir de este momento puedes hacer lo que quieras conmigo, estoy completamente entregada a ti Alex, soy tu puta.” Empecé a chuparle el pene como nunca. Me ordenaba que se lo limpiase, que me tragara el semen. Fue tanto el morbo que sentí que terminé agradeciéndole por dejarme limpiarle el pene después de coger con Katherine. Lo estuve chupando por algunos minutos cuando escuché que la puerta del baño se abría. Era Katherine, me había olvidado de ella. Cuando me vio arrodillada frente a Alex se quedó muda, creo que ella tampoco esperaba verme ahí, así. La miré a los ojos, por mi boca chorreaba un poco de saliva y algunos restos de semen y mi mano sostenía el pene de Alex. ¿Qué se puede decir en una situación así? Alex se encargó de que no dijera nada. Se quedó con una sola mano apoyada sobre la cama y la otra la puso detrás de mi cabeza, la cual guió directamente a su pene. Me olvidé de Katherine que presenciaba toda la escena, saqué mi mano del pene de Alex y abrí mi boca para que entrara su erección. Empezó a moverme tan fuerte que apoyé mis manos sobre la cama, a los lados de sus caderas y recibí ese pene que chocaba contra mi garganta. Con el pene de Alex en la boca, no pude despedirme de Katherine que ya se había ido. Emitía ruidos fuertes, propios de una felación tan feroz, pero a mí me encantaba, tanto que cuando Alex soltó mi cabeza, yo seguí sola, con el mismo ritmo y profundidad, tragando ese delicioso pene. Por el placer que me provoca chupárselo a Alex, mi sexo ya estaba húmedo, listo para tener el mismo destino que mi boca: ser cogido por Alex.
Agarré su pene con las dos manos, lo apoyé sobre todo mi rostro y lo lamí hasta llegar a la cabeza la cual lamí por más tiempo. Cuando terminé, me eché boca abajo, abrí mis piernas, empiné mi culo y literalmente rogué para que me cogiera. Se puso un condón mientras se paraba detrás de mí y en menos de 10 segundos, ya tenía ese pene adentro que parecía llegar hasta mi estómago. La sinfonía de mis gemidos comenzó. Gritos, jadeos, súplicas, me sentía insaciable. Me agarraba de las caderas y me ensartaba con la fuerza bestial que solo Alex tiene. Por unos segundos dejó su pene erecto dentro de mi sexo sin moverse, para recuperar la respiración, pero yo no quise esperar. Empecé a moverme sola. Movía mis caderas de adelante hacia atrás y me metía ese pene en lo más profundo. No era el mismo placer que Alex me provocaba pero por lo menos me aliviaba mientras él se recuperaba. Cuando se recuperó, sus fuerzas estaban renovadas y mi excitación estaba llegando a su pico. Volvió a cogerme con la intensidad de antes y en menos de un minuto tuve mi primer orgasmo. Mientras lo tenía, me puse de cuatro y me seguí moviendo sola, agitando mi cabeza y gritando de placer. Realmente ese hombre me estaba enloqueciendo. Me saqué por completo el vestido, me tumbé sobre mi espalda y abrí mis piernas lo más que pude. Se puso encima de mí y empezó a embestirme otra vez.
Empezó con un ritmo lento pero en pocos segundos ya estaba dándome duro otra vez. Me daba tan duro que me empujó hasta el borde de la cama y mi cabeza quedó colgando. Me tomó de los tobillos y abrió mis piernas aún más. Cuando me soltó, dejé mis piernas en esa posición ya que era la que más placer me daba. Ni siquiera me di cuenta cuando él tomó una foto del reflejo que ofrecía el espejo en frente de nosotros. Sus embestidas empezaron a acelerarse aún más, tanto que otra vez tuve miedo que el condón se rompiese. Esta vez mi miedo se hizo realidad. Cuando se rompió el condón, el paró inmediatamente y con cara de tristeza me dijo: “Este era el último, el otro lo usé con Katherine.” Esa noche no podía acabar ahí. Necesitaba sexo. Me levanté y lo tumbé en la cama, me puse encima de él y mientras me sentaba sobre su pene le dije: “No me importa”. Me senté por completo y su pene desapareció dentro de mí.
Mientras me movía, pensaba como había sido posible no darme cuenta que ser cogida sin condón el placer era aún mayor. Mientras mis manos apoyaban sobre su pecho, gemía como poseída. Mi excitación era demasiado alta. Entre jadeos, gritaba su nombre y agitaba mi cabeza con los ojos cerrados mientras el tocaba mis senos. Me jaló hacia el de manera que nuestros pechos quedaron pegados y mientras nos besábamos fue el quien tomó el control de la penetración. Sus manos tocaban mi culo y lo nalgueaban de vez en cuando, nos besábamos con pasión y me penetraba lo más fuerte posible. Cuando el paró para recuperar su aliento, yo ya estaba al borde del orgasmo, así que seguí moviéndome sola. Lo cabalgué como una verdadera puta, gritaba, rebotaba sobre el hasta que terminé en otro violento orgasmo, esta vez mucho más intenso y duradero.
Me moví tan intensamente que mientras yo seguía disfrutando de mi orgasmo el me advirtió que estaba por eyacular. La idea de tener pene de Alex explotando dentro de mí, eyectando su semen en lo más profundo de mi sexo, me excito aún más. Me moví más intensamente mientras le gritaba “Lléname de semen Alex, ¡Estoy para eso!” Al cabo de algunos segundos sentí el semen caliente invadirme las entrañas. Disminuí inmediatamente mi movimiento, disfrutando todavía por algunos pocos segundos el pene erecto de Alex. Cuando sentí que el perdía la erección, me tumbé a su lado dejando que el semen que había en mi interior escurriese. Tumbada con las piernas abiertas y el semen de Alex escurriendo por mi vagina, le agradecí otra vez por cogerme. El me besó y se durmió. Yo me limpié, me puse mi vestido, mis tacones y me fui. Había subestimado la cantidad de semen que Alex había dejado dentro de mí, pensé que con la eyaculación previa con Katherine, su cantidad disminuiría, pero no fue así. Mientras caminaba hacia la puerta de salida del departamento de Alex, sentí escurrir por mis piernas restos de su semen, los cuales llegaron hasta mis tacones mojándolos todos y mojando mis pies.
Al salir del departamento, me encontré otra vez con su vecino quien estaba saliendo a trotar, supongo por su ropa deportiva. Bajamos juntos en el ascensor. Me había visto llegar al departamento de Alex alrededor de las 11 de la noche y me veía salir a las 5 de la mañana. Estoy segura que había escuchado mis gemidos y todas mis súplicas de más sexo, mas encima, me veía caminar de manera extraña debido al tamaño del pene de Alex que me había penetrado toda la noche, me veía con mi cabello despeinado, restos de semen chorrear por mis piernas aunque tal vez irreconocible, mi vestido mal acomodado y con el anillo de bodas en mi mano izquierda. La imagen era más que clara, yo a ese departamento había ido por mi propia voluntad a dejarme coger, obviamente por un hombre que no era mi esposo. Estoy segura que eso fue lo que ese hombre pensó durante el descenso. Ese hombre pensó que yo era una puta, una mujer cualquiera. Sinceramente, hice todo para que siguiese pensando eso, porque yo, efectivamente, era una puta, me había convertido en la puta de Alex. Yo había ido a ese departamento para que me cojan, que supiera que el encargado de dejarme en ese estado, era su vecino, Alex.
Cuando Melisa terminó su relato yo tenía su pie derecho en la boca, se lo lamia, mientras ella con el izquierdo frotaba mi erección por encima del pantalón. Cuando empecé a lamerle el pie a mitad del relato, no sabía que el motivo por el cual sus pies estaban mojados, era por el semen de Alex. Pero cuando lo descubrí, no pude evitar excitarme aún más y encargarme de limpiárselo con más vehemencia. Melisa se dio cuenta. Ella era la que movía su pie por mi rostro y lengua y me vio tan excitado que al acabar su relato me dijo:
- ¿Te gusta? ¿Te gusta limpiar el semen de Alex?
No pude responder, simplemente seguí lamiendo con fervor su pie.
- Hay más en mis tacones, ¿quieres?
Solo pude asentir con la cabeza. Puso sus dos pies en los tacones, se encargó de mojarlos otra vez y los puso en mi rostro para que los lamiera.
- Límpiame todo el semen de Alex de los pies. Se nota que te gusta. – Me dijo mientras restregaba sus pies por mi rostro.
Los lamí por varios minutos y Melisa parecía disfrutarlo. Ella lo volvió a hacer, volvió a sacar semen de sus tacones y dármelo a través de sus pies. Yo ya había sacado mi pene y me estaba masturbando mientras los lamia. No tardé en tener el orgasmo más erótico de mi vida. Cuando terminé, me dejó con mi pene flácido en la mano, mi semen en el abdomen, me tiró el condón roto que había usado Alex y se fue a dormir. Desde el dormitorio me envió la imagen que Alex le había sacado mientras se la cogía. Ella con su cabeza cayéndose por el borde de la cama, sus ojos cerrados y su boca abierta, supongo que gimiendo. Sus piernas elevadas, con tacones e increíblemente abiertas. Él delante de ella, con su torso robusto y musculoso, sosteniéndola de un tobillo con una mano y con la otra tomando la fotografía. Se notaba que ella lo estaba disfrutando. Me excité tanto que quise volver a masturbarme, quise volver a lamer sus pies mojados, pero mi pene no reaccionó.
Continuará...?
Espero que les haya gustado. Recibiré con gusto cualquier comentario, crítica constructiva, cumplido, sugerencia aquí o a mi correo: m_s_10_85@hotmail.com