Melinda, infiel por decreto (el mecánico 1)

Así empezó mi debilidad por los maduritos, mmmmmm, ¡qué rico!.

Melinda

Gracias a todos los correos recibidos,  por si no me reconocen les sugiero que por favor lean los relatos de Melinda,  infiel por decreto.

Muchos de los correos que recibo,  me piden que les cuente algo de mi adolescencia,  pues bueno,  cumpliendo con esos pedidos, les cuento...

A los 18 años,  ya era toda una mujer,  en todos los aspectos. Tenía un físico exuberante,  piernas largas y torneadas,  mi cabello largo, pasaba mi cintura, piel blanca, ojos celestes, labios carnosos rojos y siempre húmedos, en definitiva era una diosa.

Mi padre era viajante, solía llevarnos a mi hermano, a mamá y a mi, con él, pero como ya tenía 18 años, y me hermano 23, cada uno con sus estudios, mis padres decidieron salir juntos por unos tres días.

Mi padre tenía un auto último modelo,  por supuesto estaba prohibido intentar salir a pasear sola en su auto,  así que fue una oportunidad única, para usarlo yo y salir con las amigas en su auto, total papá no estaba en la ciudad y nunca se enteraría que su niña, se lo había robado durante su ausencia.

Por la tardecita,  ya había quedado con tres compañeras de mi clase que las pasaría a buscar y nos iríamos a alguna disco.

Fuimos a la disco,  nos divertimos mucho calentando pollas (ese era nuestro deporte favorito), la pasamos bomba, a la vuelta dejé a cada una de mis amigas en su casa y me dirigí a la mía.

Cuando intentaba entrar el auto al garaje de la casa,  hice una mala maniobra y choqué la parte derecha contra un árbol, fue uno de los momentos más desesperantes de mi corta vida,  mi padre me mataría o no me dejaría salir más por un tiempo largo. Y yo tenía mi novio, mis amigos y mi amante casado de 30 años, que estaba enloquecido con mi cuerpo.

Mientras me follaba, me lo decía continuamente, que nunca tuvo una mujer tan hermosa entre sus brazos, mi amante, solía abandonar cualquier cosa para estar conmigo, se perturbaba demasiado, pensando que yo era una mujer preciosa, demasiado joven, apenas 18 añitos, era muy, pero muy cachonda, apuntaba a ser la más puta, pues él conmigo en la cama hacía de todo y yo lo dejaba porque me gustaba mucho, pero mucho, todo lo que me hacía.

Se ponía celoso pensando que yo hiciera o sintiera con otro, lo que hacía y sentía con él. Yo lo conformaba diciéndole que no había nadie mejor que él, cosa que era mentira, cuando tenía alguna oportunidad, (cosa que no me faltaba nunca, calentaba, comía y disfrutaba diferentes vergas)

Volviendo a esa noche, no sabía que hacer, no pude dormir pensando, en el castigo y las reprimendas de mi padre. Cuando se enojaba, era muy duro.

Esa mañana me levanté más temprano, desayuné y antes de ir al colegio,  subí al auto de mi padre y me dirigí al taller mecánico al cuál mi padre iba desde hacía muchísimos años.

El mecánico me conocía porque muchas veces había ido con mi padre cuando debía reparar algún auto,  Desde los catorce años, empezó a mirar y recorrer mi cuerpo, libidinosamente, eso a mi me daba placer, morbo…, el hombre hacía toparme con diferentes sentimientos, me calentaba su deseo animal y a la vez me daba una sensación de repulsión, no se muy bien que era eso, pero el tipo me calentaba, y mucho, era mi fantasía, nunca había estado con un hombre mayor a mi papá

Cuando me vió vino a mi encuentro.

-¿Qué pasó Melinda? ¿qué has hecho?

-He chocado el auto de papá, y me va a matar, por suerte está de viaje,  quería hablar con usted,  necesito que me ayude.

-Pasa a mi oficina Melinda, y cuéntame en que puedo ayudarte.

Fuimos hasta su oficina,  la cual no era muy grande,  tenía una ventana que daba al taller, y desde allí se podía ver a sus empleados trabajando,  un escritorio lleno de boletas,  tres sillas,  una en la que se sentaba el mecánico a hacer sus cuentas y dos frente a su escritorio.  Me senté en una de ellas.

-Mi padre vuelve en 48 horas, necesito pedirle dos favores.

-Dime Melinda en que puedo ayudarte,  mientras hablaba sus ojos libidinosos, se posaron en mis abundantes y jóvenes senos,  duros y parados.

-Bueno..., lo primero que quiero pedirle, es si puede arreglarlo y pintarlo antes que vuelva mi padre,  y lo segundo..., es más difícil.

-Dime Melinda, dime.

-Bueno, es la cuestión del pago,  ocurre que no tengo una entrada fija, usted sabe,  soy menor, no trabajo,  quiero ver si puedo pagarle de a poco.

-Melinda,  eso depende.

-¿De qué depende?

-Mira niña,  la mano de obra es cara, la materia prima es cara, la pintura que necesitaré, es cara...

El mecánico, se puso de pié.  Era un hombre de unos 50 años,  alto, calvo, estaba pasado en unos diez kilos,  todo su peso extra se había acumulado en una prominente barriga.  Tenía los ojos más claros que vi en mi vida,  usaba un bigote abultado,  que tapaba sus labios, que cada tanto mojaba con su lengua.

Me convidó con un cigarrillo,  lo acepté, mientras se acercó para darme lumbre,  me tiré un poco hacia adelante,  dejando que vea el inicio de mis senos,  siempre me gustó calentar pollas,  sin importarme edad, condición social, obeso o flaco, viejo o joven, para mi no había diferencias, sabía que estaba rebuena, era joven y sexi, me aprovechaba de eso. Nadie se resistía a mis encantos femeninos,  yo lo sabía muy bien,  y haciéndome la inocente,  los volvía más locos aún.

-Todo tiene un precio Melinda, ¿lo sabes verdad?

-Pues, si, lo se, pero yo voy a pagarle,  con mis ahorros...,  le doy mi palabra.

-Jajaja, no seas inocente Melinda, ¿tienes ahorros?

-No, pero, a partir de ahora ahorraré todo el dinero que me den mis padres para ropa, salidas, etc, se los daré a usted.

-No alcanza Melinda, cuánto tiempo te llevará eso?

Su mano regordeta acarició mis largos cabellos, con suavidad.

-Todo tiene un precio, niña...¿cuál es el tuyo?, ¿cuánto vales Melinda?

-No entiendo a que quiere llegar.

-Melinda..., no te hagas la inocente,  eres una hembra encantadora y lo sabes, y tú, lo explotas muy bien.

Su mano fue bajando por mi cara,  llegó a mi cuello, y siguió bajando,  hasta llegar a uno de mis senos,  mis pezones ante ese contacto,  se pararon, se pusieron duros,  el mecánico,  siguió acariciándome, por sobre la fina tela de mi camisa,   con voz y respiración entrecortada, me decía.

-Eres tan bella, tan joven,  si usas tu cabeza, no hace falta que yo te diga, lo que debes hacer.

Sus manos ya estaban desabotonando mi camisa,  soltó un botón,  luego otro,  hasta que la desabrochó toda,  mi corpiño blanco de encajes y puntillas quedaron ante su vista,  corrió la corbata azul de mi uniforme escolar,  la llevó hacia un costado,  y su boca se abrió y comenzó a besarme la piel de entremedio de mis senos.

-Si eres una buena chica,  (susurraba muy quedamente), y me dejas gozarte,  te regalo el arreglo del auto, y  me quedo trabajando toda la noche,  para ayudarte. Te prometo Melisa, que tu padre ni se dará cuenta que el auto fue chocado.

Sentí por momentos repulsión que ese hombre de 50 años manoseara a una chica de 18,  pero a la vez alimentaba mi morbo hasta lo indecible. Mi humedad estaba haciéndose aflorar.

Me corrí hacia atrás, pegué un salto y  rápidamente abroché mi camisa,  mientras le decía:

-Debo ir a clase,  ¿puedo dejar el auto aquí?, me tomaré un taxi.

-Déjalo Melinda,  piensa en mi propuesta,  y no olvides que en la vida todo tiene un precio,  aprovecha tu juventud y belleza, para conseguir lo que quieras, aquí me tienes a tus pies,  una sola palabra tuya,  y el auto será refaccionado,  pero,  como te dije,  todo tiene un precio, nada es gratis. Si eres amable…, ya sabes.

Salí del taller corriendo,  tomé un taxi y llegué justo a horario para mi clase de matemáticas.

En el recreo,  fui con mi mejor compañera y confidente a tomar una gaseosa.

-Claudia, estoy desesperada.

-¿Qué te pasó Melinda?, cuéntame!.

En pocas palabras le comenté lo del accidente del auto.

-Tu padre te matará,  con lo que él ama a su auto, ¿qué harás ahora?

Le conté que lo llevé al mecánico,  que era de confianza de mi padre.

-Sabes, desde que tengo uso de razón, él señor Carlos es el mecánico de papá.

-Y te ayudará?, ¿cómo le pagarás?,  ese arreglo debe ser carísimo, pobre Melinda!, en que lío te has metido con tu papá,  no te dejará salir más, te castigará.

-El mecánico,  me hizo una oferta.

-¿Sí?, ¿te ayudará?

-Me dijo que de la única manera en que me ayudará, es que le pague con sexo,   de esa manera arreglará el auto y mi padre ni se enterará de lo sucedido.

-¡Qué viejo cochino!, ¡cerdo! y qué tal está el viejo? ¿Es por lo menos un viejo lindo?

-No, es un viejo con barriga, sin cabellos como todos los viejos a esa edad.

-Asqueroso.

-No es tan asqueroso, hay peores, ¿dime, Claudia? ¿qué harías tú en mi lugar.

Claudia era una putita terrible,  ella se acostaba con la mayoría de los profesores y de esa manera sacaba las mejores notas,  sin estudiar nada, creo que ustedes me entienden, lo que quiero decir.

-Mira Melinda,  tú eres mi amiga,  y sabes las cosas que yo hago y seguiré haciendo para estudiar lo menos posible, jajaja.

-Sí, lo se, don Carlos me dijo que debo aprovechar mi belleza y mi juventud,  para conseguir lo que quiera.

-Yo si estuviera en tu lugar ni lo pensaría Melisa, si acostarme con un viejo,  dejarlo que me toque, me salva la vida,  lo haría sin dudarlo.

-No se que hacer, por un lado me muero de curiosidad por saber que me haría, me da morbo, me excita, pero pienso en su barriga y me da...no se...

-Mi consejo: cierra los ojos,  disfruta de sus caricias, no pienses en su barriga,  piensa en su pene, piensa que te puede hacer cositas ricas, los mejores amantes, son los maduros, tienen experiencia, oye Melinda, por práctica sexual con maduritos, se lo que te lo digo, te hacen ver el cielo con sus caricias y sus lenguas inquietas, mmmm ¡qué rico me lo hacen! Y lo principal, ¡piensa que te salvará la vida!

Estuvimos toda la mañana hablando sobre qué decisión tomaría,  al salir del colegio,  cuando llegamos a la esquina,  le dije:

-Claudia,  me decidí,  voy por el viejo a que me salve la vida, como dices tú, me dejaré hacer lo que quiera hacerme y haré como tú me dijiste, cerraré los ojos y trataré de disfrutar.

-Muy bien Melinda,  el viejo de literatura,  no es un Adonis,  pero..., pero...tiene una polla encantadora,  que me hace gozar mucho y encima, me regala las notas, ¡aprovecha esta oportunidad amiga!, no tienes nada que perder, tienes mucho para ganar.

Bajé del taxi y me dirigí directamente a  la oficina de don Carlos,  en un costado se veía el auto de mi padre, tal cuál lo había dejado yo.  Los empleados se habían retirado a almorzar,  golpee la puerta, una voz desde adentro dijo que pasara.

Entré, don Carlos estaba en su escritorio,  tomando una cerveza.

-¡Qué gusto verte Melinda!, la niña más guapa que he visto en años.

Me senté en la silla frente a él. La falda de mi uniforme, era tableada, cortita, con cuadros azules y blancos, la camisita estrecha, casi transparente, era blanca, bien ajustada, lo que dejaba ver era la curva peligrosa de mi cintura, las medias tres cuartos blancas de algodón, llegaban justo a la mitad de mis pantorrillas fuertes, me senté con las piernas un poco abiertas, apenas un poco, sus ojos fueron directos desde mis senos a mis piernas, mientras me recorría con su mirada lasciva, esperé a que sus ojos se encontraran con los míos, y lo miré fijamente, con mis labios entreabiertos, saqué mi lengua y la entré, en un gesto sugestivo y coqueto.

-Eres menor, pero nadie se enterará, te invito Melinda, con una cerveza helada que tengo en el refrigerador, ¿la deseas?

-Gracias, es usted muy amable.

Fue hasta el refrigerador,  sacó la lata de cerveza helada,  se volvió hacia mi,  mientras se acercaba,  sus ojos seguían recorriendo mis piernas,  cuando don Carlos se puso de espaldas, subí mi falda bien hasta arriba de los muslos,  las piernas las tenía abiertas para que viera mi tanguita blanca y con puntillas, como había visto antes mi corpiño, haciendo juego.

-Eres terriblemente bella, Melisa, ¿lo sabías?, me vuelves loco, muero por tocarte y por sobre todas las cosas que me aceptes con muchas ganas.

Se acercó y por atrás tomó mi cuello entre sus manos, enredando mis largos cabellos entre sus dedos, se agachó detrás de mi, y comenzó a besar mi nuca, me llenó de besos suaves, bordeando su lengua lanzada bajaba por mi espalda, sobre la tela de mi camisa, pensé en Claudia, y sus consejos, este viejo me salvaría la vida.

Corrió la silla hacia atrás y se puso delante de mi, su cuerpo se apoyaba en la mesa. Dejó la lata de cerveza helada en un costado de la mesa.

Se agachó nuevamente, de rodillas en el piso, entre mis piernas, yo sentada con las piernas casi abiertas, la espalda tensa tras el respaldar

-Melinda…mmmmm, Melinda

Su boca se acercó a la mía, recibí su beso con un poco de timidez, no era lo mismo que hacerlo con mi novio o mi amante casado, o alguno de mis amigos, esto era un señor mucho mayor que tranquilamente podía ser el padre de todos ellos.

Como me dijo mi amiga Claudia, que cerrara los ojos, y me dedicara a disfrutar, nada más que a disfrutar de sus caricias, y sus besos, y lengüetazos, y eso era lo que estaba dispuesta a hacer, a olvidarme del mundo, de su edad, y de su barriga, solo quería disfrutar.

Ya que tenía que pagar con algo, por lo menos que me diera placer. Era tan sencillo lo mío, y tan confortable mi pago, sin ningún sacrificio, ¿qué más podía pedir?, pagaría dando y recibiendo placer. Ya estaba decidido.

Mi lengua se encontró con la suya, abrí mi boca, recibí su lengua juguetona, se la refregué con la mía, don Carlos respiraba agitadamente.

Sus dedos comenzaron a desabrochar mi camisa, mientras lo besaba y dejaba que me bese lo ayudaba, cuando terminó con el último botón, yo misma me quité la camisa, quedándome con el corpiño. Le ofrecí mis senos jóvenes y parados.

Tomé unos de mis senos y se lo acerqué a su boca, cuando su lengua estaba por lamer mi pezón, me retiré hacia atrás, dejando su lengua en el aire, cerré mis piernas en torno a su espalda, lo apretaba mientras le decía ya caliente y con mi conchita húmeda.

-Te gustan?, ¿quieres besarlos?

Don Carlos suspiraba.

-Con locura, Melinda, nena, no me hagas sufrir así, me muero de ganas.

-¿Qué me darás a cambio de comerte mis tetas?

-Lo que pidas, lo que quieras.

-Tú sabes lo que quiero, dímelo, viejo cabrón.

-Arreglaré el auto de tu padre y nadie se enterará.

-Ok, cuál es el pago qué debo hacer?

-Dejarte coger como una puta, quiero chuparte, gozarte, lamerte entera, putita hermosa.

-Mi padre, no se enterará?, júramelo!

-Te lo juro, perra, te cojo como quiero cogerte desde los catorce años, y nadie se enterará. Quiero cogerte como a una perra caliente, come pollas, puta…, traga rabos, ¿si?, ¿te gusta el rabo?, pues te daré el rabo que quieras, zorra.

Sus palabras me pusieron más calientes aún.

Arranqué mi corpiño, mis senos abundantes se desparramaron ante sus ojos, yo misma, tomé uno de mis pechos y se los puse en su boca hambrienta.

-¡Qué belleza!, ¡el mejor regalo que me ha dado Dios en mi vida!.

Metió dentro de su boca uno de mis senos, los besaba, luego fue a mis pezones, los chupaba como un hambriento, con sus labios los mordía, los sacaba para afuera, los estiraba, y volvía a arremeter sin piedad.

Comencé a sentir placer con semejante chupada, nunca me habían sobado así mis pezones, y realmente era una delicia, pasaba de uno, luego a otro, mientras con sus manos me acariciaba la conchita húmeda por sobre las puntillas de mi braguita, casi invisible.

Me pidió que me parara, sin dejar de magrear mis pezones, quería arrancarme la tanga con sus dientes, era un viejo salvaje, ladino, pero que me trataba como a una verdadera puta y eso me excitaba, me daba más ganas de que me cogiera.

Fue bajando su lengua a lo largo de mi cuerpo, se detuvo en mi ombligo por unos minutos, mordió con sus dientes la tirita del costado de mi tanga, y fue bajándola

lentamente hasta mis pies, era muy excitante que un vejete te desnudara arrancándote la tanga con sus dientes, mientras con su otra mano ayudaba a que la tanga llegara al piso.

Luego me quitó los zapatos y mis medias de colegiala, quedé totalmente desnuda ante su vista, sus ojos no podían creer que tanta belleza y juventud estaban en sus manos, para hacer con mi cuerpo lo que quisiera.

Rápidamente empezó a desnudarse, mientras yo lo ayudaba dándole pequeños lengüetazos a lo largo y ancho de cuerpo.

Una vez desnudos ambos, fue a la ventana y bajó la persiana, cerró con cerrojo la puerta de su oficina, prendió todas las luces, para contemplarme y manosearme a su gusto.

Me tomó de las nalgas y me sentó sobre el escritorio, mis fuertes y largas piernas quedaron colgando, don Carlos se sentó en la silla, abrió mis piernas, introdujo su dedo índice en mi rajita, lo entraba y lo sacaba, lento.

-Te voy a comer el coño perra, lo devoraré, te juro putita, que lo haré por horas, y muchas veces, te apuesto que nadie te lo comió ni te lo comerá nunca como yo.

Recostó mi espalda sobre la mesa, se acomodó en la silla, y enterró su cabeza en mi entrepierna, su lengua en punta recorrió mi coño húmedo, lo transitó entero, hasta que llegó a mi clítoris, y lo sobó, estiró sus brazos y me pellizcaba los pezones, mis caderas comenzaron a subir y bajar, mi cuevita estaba entera dentro de su boca, era terrible el placer que me estaba dando, llegué a pedirle que siguiera, que me gustaba mucho eso y don Carlos siguió y siguió, hasta que tuve mi primera corrida. Y otra simultánea, suspiraba y gemía como una perra alzada.

Sacó su cabeza de mi coño empapado y me dio la lengua salada y húmeda en mi boca, nos besábamos desaforadamente.

Bajó nuevamente a mis pechos, me decía que mis tetas eran una maravilla, tan duras, grandes, paradas y por sobre todo jóvenes.

No paraba de jugar con mis pezones que estaban duros y parados de tanta manoseada, tomó la lata cerveza que se estaba descongelando a un costado de la mesa, y empezó a frotarla sobre mis pezones, ese frío hizo que mis pezones se pararan más aún, luego los calentaba con sus labios, y volvía a pasarla por mis senos, yo suspiraba como una perra.

Volvió a mi entrepierna y comenzó a chupármela nuevamente, hasta hacerme correr varias veces, don Carlos me lo había prometido, antes de darme una buena cogida, me haría correr las veces que quisiera con su lengua, mi clítoris estaba inflamado y ancho de tanto goce.

Me dejó descansar unos segundos, me besaba entera lascivamente, en forma lujuriosa, luego se sentó nuevamente en la silla, me mostró su pene duro y erecto. Lo tomó entre sus manos.

-Mira Melinda, es para ti, te lo comerás como la zorra que eres.

Me puse en cuclillas y se lo tomé, lo llevé a mi boca, y se lo empecé a chupar, quería darle el mismo placer que me había dado él.

Tenía un pene importante, no me había dado cuenta del tamaño notable que tenía pues su gran barriga se lo tapaba, pero al estar sentado, con la espalda para atrás, pude ir apreciando su tamaño y grosor para nada despreciable, su verga era más grande y gruesa que la de mi novio, y la de mi amante casado.

-Adoro esta verga, nunca vi una así.

-Trágatela, nena, vamos hazme feliz con esa boca de putita que tienes.

A medida que iba avanzando con su pene en mi boca, me daba cuenta que esa verga no tenía desperdicio, era suave, y húmeda, le pasé la lengua de punta a punta, le besé sus huevos hinchados y peludos.

El vejete no paraba de gemir y de darle gracias a Dios por poder cogerse a esta nena de 17, más puta que una madame de 80.

Le pedí que se tendiera en el piso, quería sentir su falo dentro mío, se acostó a lo largo de la alfombra, antes de subirme arriba de él, se la besé para que tuviera la dureza bien firme, fui enterrando su pene lentamente hasta tenerlo todo adentro.

-Dios!, que pedazo de verga me estoy comiendoooo!!!! ,mmmmm, mmmmm, ¡qué rica es!

-Qué puta eres, lo que serás a medida que vayas creciendo, serás una tragapollas descomunal, puta!

Mientras me hablaba, yo disfrutaba de esa verga, más guarradas me decía más me calentaba y más disfrutaba, con el dedo gordo de su mano me friccionaba el clítoris, y con la palma de la otra mano acariciaba mis pezones, tuve una corrida y luego otra.

Me puso en cuatro patas, abrió mis nalgas y me sepultó el pene en mi conchita dilatada, por atrás, comenzó a bombearme tomado de mis caderas.

-Toma puta, toma, devoradora de penes, putona, yegua! –Quieres rabo!, pues aquí lo tienes, yegua putona!

Sentí como su chorro de leche entraba a mi conchita y salía por los costados de mis piernas.

Untó sus dedos con la lechita que me caía por las piernas y los metió en mi boca, le chupé sus dedos trangándome restos de su semen.

Quedamos los dos tendidos en la alfombra de su oficina, acariciándonos y besándonos.

-¿Pagué mi deuda?

-Sólo el arreglo, ahora debes pagarme la pintura.

-Usted es muy pícaro, me hace pagar por adelantado.

-La pintura la pagarás con ese culo de puta madre que tienes, lo quiero para mi, ¿me lo darás? Y tu deuda quedará saldada.

-mmmmm, es muy grande tu polla.

-El idiota de tu novio, ¿no se come este culito?

-Él no, se lo come mi amante.

-Vaya, vaya con la niña, eres muy puta para ser tan joven.

Me levanté sin decir palabra, pero para que negarlo me gustaba que me cogieran y mucho.

-Ahora debo volver a mi casa, mi hermano se preocupará por mi demora.

-Y cuándo me pagarás la pintura?

-Me dijo usted que iba a trabajar por la noche, para terminar el trabajo.

-Pues si, es cierto.

-Ok, vendré por la madrugada, cuando mi hermano esté dormido, te llamo y me pasas a buscar, y nos venimos por aquí, de paso, veo como va el arreglo del auto.

-Una idea excelente.

Escribió en un papel su número telefónico, y quedamos que lo llamaría después de medianoche.

Así empezó mi debilidad por los hombres mucho mayores que yo, lo que pasó esa noche, lo dejo para otro relato, dónde entregué con deleite mi trasero descomunal.

Si les interesa saber como sigue esta historia, por favor, haganmelo saber y les aseguro que no pararan de tocarse mientras lo leen.

Besos a todos.

Melinda.