Melinda, infiel por decreto

Siempre tuve debilidad por los hombres mayores...

Mi nombre es Melinda, soy una mujer casada, de 30 años, aún sin hijos.

Trabajo en una casa de antigüedades, desde hace diez años, mi horario laboral es de corrido, de las 9 a.m, hasta las 17 p.m.

Los sábados normalmente no se trabaja, salvo excepciones, que venga un cliente importante, para mostrarle las antigüedades exquisitas y de muy alto precio que posee el comercio.

Les cuento que mi marido es un hombre de 50 años, bastante bien parecido, aún conserva todo su pelo y siempre tuvimos sexo como se dice el tradicional, pero últimamente, no se si por la edad, o porque quizás yo ya no lo atraiga tanto, que nuestras relaciones sexuales, se volvieron aburridas, rutinarias, y lo hacemos porque hay que hacerlo, nada más que por eso.

Tengo muy buen cuerpo, soy alta, bien proporcionada, piernas largas y torneadas, senos grandes, y un trasero importante, de esos que no pasan nunca desapercibidos. Cabellos castaños, largos y lacios, cubren casi toda mi espalda. Piel blanca, ojos azules, boca de labios gruesos, rojos y siempre húmedos.

Estaba con ganas de tener sexo, mi marido se fijaba poco en mi, y yo sentía que estaba al borde de un ataque de nervios, me daba cuenta que mi humor era muy malo, debido a mi falta de orgasmos. Siempre fui una mujer fogosa, insatisfecha, solía masturbarme porque lo que mi esposo me daba no me alcanzaba.

Hacía días que pasaba por mi cabeza la necesidad de tener un macho que me diera sexo a rabiar, y para ser totalmente sincera, ya lo había decidido, le pondría unos buenos cuernos a mi esposo, pero aún no sabía con quién.

Siempre tuve debilidad por los señores mayores, (por eso me casé con un hombre mucho mayor que yo, y también porque su situación económica era buena, gerente de uno de los bancos más importantes del país) sabía de la experiencia, que da la edad, de las cositas ricas que le harían a una mujer como yo, que se dejaría hacer de todo, lo que me pidieran estaba dispuesta a dar y que me den.

Mi primera experiencia con un hombre mayor, fue a los 17 años, un amigo de mi padre, el andaría por los 45 años, y realmente en la cama fue el que más me hizo gozar, su experiencia la aplicó toda conmigo, me hizo desfallecer de placer.

Esa mañana mientras me duchaba antes de salir al trabajo, lo pensaba, quería un amante o dos o tres, pero por favor, necesitaba ya alguien que me llene de besos, caricias y que me de leche, sabrosa y tibia, para tragarmela toda, de sólo pensarlo, sentía como me iba humedeciendo, pasaba la esponja por mi cuerpo, pensando que era la lengua de algún amante, mi excitación llegó a tal extremo, que tomé el tubo de desodorante, y lo introduje en mi boca, lo mamaba como si realmente fuera un pene, lo metía y lo sacaba, desesperada le pasaba la lengua y comencé a masturbarme, introducía lentamente en mi vagina, mis dedos, acariciaba mi clítoris, hasta que exploté en un orgasmo que me dejó calmada por un momento, pero yo señores y señoras, quería verga de verdad.

Como era una persona de confianza, los dueños de la casa de antigüedades me habían dado las llaves del negocio, para que abriera el comercio a las 9 a.m., en punto, los dueños eran dos hermanos y socios, el mayor de 70 años, viudo, se llamaba Cosme y el menor de 68 años, casado, se llamaba Antonio.

Siempre alababan mi belleza, y hacían bromas, pero todo con mucho respeto, no pasaba más que de una inocente broma, a las cuales yo respondía con una sonrisa, nunca se me había ocurrido mezclarme con ellos, cuidaba mi trabajo, pues necesitaba el trabajo, no por el dinero, pero si, para salir de la casa.

Comencé mi jornada laboral como todos los días, pero no dejaba de pensar en el sexo y de cuanto necesitaba un buen trozo dentro de mi vagina, estaba toda mojada pensando y pensando en esto que me estaba trastornando.

Al mediodía de cerraba el local por una hora, momento en que iba a la parte de atrás a almorzar y a relajarme un poco, ya había decidido que iba a masturbarme nuevamente, pues no podía seguir en ese estado.

Cerré el negocio, en la parte de atrás teníamos una pequeña cocina, para prepararnos algo de comer, o tomar café a lo largo del día, había un refrigerador, una pequeña cocinita, una mesa con tres sillas.

En el momento que estaba cerrando para irme a almorzar (con masturbación incluída), llega don Cosme.

-Buen día Melinda, si no has almorzado aún, podemos hacerlo juntos. (Muchas veces lo habíamos hecho).

-En eso estaba don Cosme.

-Pues cerremos y vayamos a comer.

Pasamos a la cocina, sentía la mirada de don Cosme en mi espalda, era una ráfaga de fuego que me subía desde mis redondas caderas, hasta el cuello, me dí vuelta y lo miré fijamente a los ojos, mi mirada, lo decía todo.

-¡Qué bien te sienta ese vestido rojo!, ¿cómo puedes andar? es demasiado apretado.

-¿Le parece don Cosme que es muy apretado?, musité coqueta.

Apoyé mi trasero en el fregadero, y abrí mis piernas, mis pies estaban cubiertos por zapatos altos y negros.

Don Cosme se fue acercando a mi, yo estaba temblando de pasión, mis bragas se iban humedeciendo. Más de uno diría que yo estaba loca, que un viejo de 70 años me excitara con su mirada, pero es que estaba tan caliente, que en esos momentos, me hubiera calentado y cogido el pordiosero más asqueroso y sucio, yo solo quería verga, cualquiera, eso era lo único que me importaba.

Don Cosme se puso frente a mi, apoyó una de sus manos en mi cadera, la subía y bajaba lentamente, mientras su mirada estaba fija en mi precioso escote.

-Siempre lo hablamos con Antonio, que debe ser una delicia poder hacerte el amor, eso si, nos cuidamos en demostrarlo, pues sabemos de la diferencia de edades. Su mano seguía subiendo, hasta posarse en uno de mis senos.

-¡Qué maravilla, Melinda! ¡daría cualquier cosa que me pidas para besarlos, disculpa…si te molesta que este viejo te diga estas cosas, pero es un sueño recurrente tener tus pezones en mi boca, y comerlos, lamerlos, saborearlos de a poquito.

Mi respuesta fue abrir mis labios, y darle un terrible beso en su boca abierta que ya me estaba esperando.

Nuestras lenguas se encontraron, se rozaron, y jugaron en un largo beso, mientras don Cosme, me apretaba contra su cuerpo, sus manos apresuradamente desabrocharon mi vestido, que con su ayuda cayó al piso.

Quedé en ropa interior, don Cosme, sacó el vestido y lo tiró sobre una de las sillas.

-Te ves espléndida, casi desnuda, con tus tacos altos, quiero contemplarte, y por favor no te quites los zapatos.

Me hizo dar una voltereta, me alzó en sus brazos y me sentó sobre la mesa.

-Quiero saborearte, lamerte, no dejar un solo rincón de tu cuerpo sin lamer.

Se sentó en una silla frente a mi y con placer cansino, retiró mis bragas, quedando mi panochita depilada ante sus ojos.

-mmmmmmmmm, qué maravilla, por Dios!, y comenzó a introducir un dedo, luego dos, tres…, sentada sobre el borde de la mesa, con tres dedos de un viejo en mi vagina, gozando de esas caricias y de lo que le despertaba a él, comencé a respirar agitadamente, desprendí mi corpiño, mis duros senos saltaron y se los ofrecí, le pedí, le rogué que los chupara, que hiciera lo que quiera con ellos.

Don Cosme se levantó apenas de la silla, metió en su boca uno de mis senos, los lamió,

mientras sus dedos hurgaban dentro de mi vagina.

Yo no hacía más que gozar y suspirar, y pedir más, más, más.

-¿Quieres más putita?, ya verás lo que te puede hacer sentir mi lengua.

Se sentó en la silla, me tomó de las caderas y me llevó hacia delante, puso su larga lengua en punta y comenzó a transitarme dentro de mi cuevita, ya a esta altura inundada de mis flujos, enrosqué mis pies cubiertos por los altos zapatos en su cuello, de esa forma lo empujaba cada vez más su cabeza entre mis piernas.

Su lengua hábil, larga y en punta recorrió mis labios vaginales, luego se fue introduciendo en mi agujerito, entraba y salía como un pene, hasta que se apoderó de mi clítoris, y comenzó a lamerlo y a succionarlo, mientras cada una de sus manos, se apoderaron de mis pezones, con sus dedos los masajeaba, y los ponía en punta, así estuvo unos segundos hasta que tuve mi primer orgasmo, yo movía mis caderas al compás de sus lamidas, mi orgasmo fue acompañado de suspiros y pequeños grititos de placer. Después de mi corrida, sacó su lengua y comenzó a besarme los tobillos, sacó uno de mis zapatos y besó mi pie, su lengua llegó hasta mis muslos, bajó volvió a calzarme y comenzó el mismo recorrido con mi otro pie, y piernas.

Volvió a mi vagina a darme lengua, y más lengua, estaba loca de placer, no paraba de succionar mi clítoris inflamado de tanto deleite.

Tuve dos orgasmos seguidos, y cuando estaba llegando al tercero, fuimos interrumpidos por los gritos de don Antonio, el hermano y socio de don Cosme.

-Pero…pero…¿qué es esto?, ¡por Dios!, miren con lo que me encuentro, en mi propio negocio.

-Te encuentras con la más maravillosa putita que no creo que vuelas a ver. Esta mujer hermano, sabe gozar del sexo, como lo soñamos siempre.

Yo no sabía que hacer, totalmente desnuda sobre la mesa, con un vejete chupándome la vagina y gozando como una perra, pidiendo más, pidiendo que siguiera, y don Antonio viendo y oyendo todo.

-Por lo menos…, ¿puedo verlos?, me encantaría ver a esta putita como goza.

-Acerca tu silla hermano, y verás lo que es hacer gozar a una hembra.

Don Antonio se sentó, tenía a dos viejitos frente a mi dispuestos a darme lo que tanto me gustaba y que no tenía, ¿por qué no hacerlo con los dos?. Sería mi primera experiencia de un trío, de sentirme penetrada doblemente, ¿por qué no?...

-Vamos princesa, olvídate que está mi hermano y continúa gozando.

Obediente abrí mis piernas, y le ofrecí mi cuevita a don Cosme que comenzó a darme lengua nuevamente y yo a gozar como una verdadera puta, en realidad, como lo que era, una reverenda puta.

Estaba tan caliente con esa lengua en mi clítoris y el otro viejo mirando, que me hacía gozar más, saber que alguien me veía disfrutar como una zorra, don Antonio se puso de pie y sacó su pene duro, me lo mostró, mientras se masturbaba, tenía la verga como dura como una roca.

-¡Ay, Antonio, damela, damela que te la quiero chupar!.

Antonio me dió su verga en la boca, se la chupaba con desesperación, me la metió hasta la garganta, mientras decía:

-Eres una terrible puta, cómo me gusta que lo seas, Melinda.

Después de mi corrida, me arrodillé sobre la mesa, mostrando mi deseada espalda, les mostraba mi trasero, y con mis manos lo fui abriendo, y a balancearme, pidiendo verga, quería sentir un buen trozo de carne dentro mío.

Entre los dos, tomaron mi culito y le metían la lengua un rato cada uno, me manoseaban entre los dos, la lengua de don Cosme se introdujo en mi orificio anal, y fue dilatándolo, un poco con la lengua, otro poco con sus dedos.

Cuando lo tuve suficientemente dilatado, Don Antonio se tendió en el piso, yo lo monté, me enterró su preciada verga, bien dura, saqué mi trasero hacia afuera, y don Cosme me penetró apenas un poquito, después metió más y más, hasta estar todo adentro mío.

Eso era lo que yo quería, lo que tanto buscaba, una buena verga dura dentro mío, juro que nunca había pensado en dos, pero bueno, las cosas se dieron así, y aproveché todo lo que me brindaban, sin ningún tipo de remordimientos, gozando y disfrutando como la más puta del barrio.

Nos cogíamos los tres, recibía verga por atrás y por delante, me puse muy cachonda y muy puta, terriblemente puta. Reitero, la más putísima, ni pensé en mi marido, al contrario, disfruté de cada momento, de cada lamida y no paré de correrme, de tragarme la leche de los dos, saborearla, y untarme todo el cuerpo con esa leche tibia y pegajosa.

De más está decir que esa tarde el negocio permaneció cerrado, pues estuvimos toda la tarde practicando sexo, sexo oral, sexo anal, los dos a la vez o de a uno. No se la cantidad de orgasmos que tuve esa tarde, pero la pasé extraordinariamente bien.

Desde ese día no paré ser infiel a mi marido, no solo con los viejitos, con varios más, mientras tuvieran verga dura, todo me venía bien, si lo desean lectores les seguiré contando siempre y cuando a ustedes les interese saber. Espero sus comentarios en la página o en mi correo.