Melinda, infiel por decreto (4)

Me había penetrado por todas partes, y su lengua no se privó de chuparme cada milímetro de mi piel.

Melinda, infiel por decreto. (4)

El domingo a media mañana apenas me levanté, fui a la cocina a preparar el desayuno, lo más probable era que mi marido y suegra siguieran durmiendo la mona hasta después de mediodía.

Mientras preparaba el desayuno, empecé a recordar paso por paso la tremenda cogida que me había dado Arturo, el marido de mi suegra.

Me había penetrado por todas partes, y su lengua no se privó de chuparme cada milímetro de mi piel, recorrió toda mi osamenta de punta a punta, sin ningún tipo de prejuicios, ni miramientos, su lengua era experta y lujuriosa, sabía muy bien dónde atacaba, me hizo estremecer de placer, recordaba vivamente que no dejó de lamerme en ningún momento, mientras me cogía, seguía sin parar de sobarme cualquier parte de mi cuerpo.

Su verga era del tamaño y grosor perfecto para hacer palpitar a cualquier hembra. Más a una hembra caliente y deseosa de polla como yo.

Mientras daba rienda suelta a mis recuerdos vividos hacía apenas unas horas, sentía como me iba humedeciendo, en ese momento sentí que Arturo se acercaba y por atrás me abrazaba, rodeándome con sus largos brazos, acercó su boca a mi oído y me dijo:

-Buen día putona, ¿cómo haz amanecido?

-Estaba pensando en tí, en el placer que me haz brindado, no paré de correrme, perdí la cuenta de mis orgasmos.

-Es que se cómo hay que tratar a una putilla, tragapollas como tú, eres toda una hembra, quieres más y más, eres insaciable.

Mientras me hablaba muy quedamente, sus manos me acariciaban, con la yema de sus dedos recorría mis brazos.

Como estaba dispuesta a tenerlo caliente todo el día, me puse un liviano minivestido de algodón, sin ropa interior, porque sabía de sus roces delante de cualquiera, a lo largo de todo el día.

Arturo seguía detrás de mí, me apoyé en su bulto, pasó una de sus manos por mi entrepierna y comenzó a tocarme la rajita, metiendo sus dedos, bien adentro, ya estaba desbordada de humedad.

-¿Ves que no me equivoco cuándo digo que eres una putona colosal?, te has venido preparada y sin ropa interior, estás siempre dispuesta en cualquier momento y lugar para que te cojan.

Pasó su lengua por sobre mi liviano vestido y fue bajando, bajando, se agachó y metió su cabeza en mi entrepierna, abrí las piernas lo que más pude, para darle la bienvenida a su lengua saltarina.

Empezó a recorrer mi vagina, lamía, hurgaba, salía de mi conchita y me sobaba las nalgas, me besó el ano, su lengua fue a mi vagina nuevamente, llegó a mi clítoris, chupó ese botoncito por varios segundos, hasta que una ola de calor me invadió y mis espasmos anunciaron mi primera corrida.

Esperó unos segundos a que me calmara, levantó mi vestido hasta la cintura, sacó su pene del pantalón y de un solo empujón me penetró, sentí como sus testículos se toparon con mis nalgas, enterró su pene hasta el fondo, sentía su verga dura y gorda, como latía dentro mío.

Al segundo empezó a darme estocadas, sus movimientos por momentos eran en círculo, luego la sacaba y la volvía a poner.

Me tomó de la cintura y comenzó con un mete y saca, primero suave, luego sus movimientos fueron más veloces, uno dos tres, uno dos tres… me retorcía de calentura y gozaba, no podía resistirme a esa verga rica.

En ese momento que estábamos llenos se lujuria, sentimos que alguien bajaba la escalera (en el entrepiso, están las habitaciones).

Arturo rápidamente sacó su pene y lo guardó, y se sentó en la silla, como esperando el desayuno, yo bajé mi vestido de un tirón, cuando mi marido entró a la cocina, era como que… señores y señoras…, ¡ aquí no ha pasado nada!

Arturo sentado esperando el café y yo parada frente a la cocina preparando el desayuno. Esa era la imagen que cualquiera hubiera visto en ese instante.

-Buenos días, saludó mi esposo y fue directo al congelador a tomar agua, para apagar el incendio de su estómago.

Se quejaba de un terrible dolor de cabeza.

-¿Por qué has bebido tanto querido?

-Supongo que por idiota.

-Tómate este café bien fuerte.

-Si, gracias.

Le serví el café a mi esposo, poniéndole mi trasero a Arturo, casi en su cara, lo provocaba, lo quería caliente todo el día.

-Tomaré sólo café y me iré a acostar de nuevo, no soporto más el dolor de cabeza.

-Toma tu café y unos analgésicos, te calmarán algo.

-Sí, eso haré.

Mi esposo tomó su café y disculpándose se retiró a nuestra habitación a seguir descansando.

Arturo y yo seguimos desayunando como un suegro y su nuera.

Nos rozábamos las piernas por debajo de la mesa, nos acariciábamos, subí mi pie descalzo y empecé a frotarlo sobre su pene casi muerto por el sofocón que tuvimos al sentir pasos en la escalera, me encargué con mi dedo gordo a levantarlo rápidamente. Estuve unos cuantos minutos, frotándolo, los suficientes para darle tiempo a mi marido a acostarse de nuevo y saber que no volvería a interrumpirnos.

Me levanté de la mesa, me acerqué y le di un beso en la boca, abrí mis labios, metí mi lengua dentro de su boca, nuestras lenguas se encontraron, se relamieron,  se frotaron.

Mientras iba besando su rostro, bajé mi mano hacia su pene erguido,  lo acariciaba, con voz ronca y baja le preguntaba:

-¿Tu esposa te coge como yo?

-¡Nooo!

-¿Te chupa la polla como yo?

-Nooo, nadie es como tú,  tú eres la más puta y la mejor chupapollas que tuve en mi vida.

-¿Se traga tu leche como yo?, ¿te chupa los huevos como yo?

-No!. Nadie es como tú.

Me agaché a su costado, le saqué el pene, me lo tragué sin decir nada, se lo mamé hasta que llegó a la dureza que a mi me gustaba, le lamía el glande de punta a punta, mi respiración estaba entrecortada, estaba ardiendo y deseando que ese macho me diera verga hasta dejarme desmayada de placer.

Me incorporé, sus dedos empezaron nuevamente a tocarme la conchita, corrí un poco la mesa hacia atrás, me senté sobre su pene erecto, lo monté, lo enterré bien adentro, ¡mmmmm, qué rico se sentía!.  Subía y bajaba, Arturo levantó mi vestido hasta casi mi cuello, comenzó a lamerme los pezones.

-Ahhhh!!!, dame verga Arturo, dameeeee!. Le susurraba en su oído. –No pares de darme, quiero verga, esa verga me vuelve loca. ¡Dame, dame, dame!

-¿Quieres verga, zorra?, aquí tienes.

Me pidió que saliera de arriba de él, fui retirando su aparato despacio, disfrutándolo,  sin dejar de tocarnos me acomodó, sobre el piso de la cocina me puso en cuatro, y me penetró. Sólo eran señas y susurros, todo con voz muy queda, los oídos atentos al menor indicio de ruidos provenientes de la escalera, para no despertar ni llamar la atención de nuestras respectivas parejas.

Empezó a darme una cogida descomunal, me embestía como un toro salvaje, sus huevos se estrellaban contra mis nalgas, tuve otra corrida, sacó su pene me sentó en el piso, él se incorporó y me acercó el pene,  con ambas manos lo tomé, lo lamía como una niña lo hacía con una golosina, comenzó a cogerme por la boca, sus manos tomaron mi cabeza, y la empujaba al ritmo de mi mamada, comenzó a bombearme, dentro de la boca.

-¡Qué rico la chupas!

-¡Puta!, cómete mi verga, vamos así mamita, asiiii!

-Ahhh! ¡ahhhahhh!.

Sentí como derramaba su leche en mis labios entreabiertos, la tragué toda, saqué su hermoso pene, lo relamí por fuera, lo tuve entre mis manos acariciándolo y dándole suaves besitos hasta que poco a poco fue decreciendo.  Me levanté y nos abrazamos, besándonos como salvajes en la boca.

Poco a poco nos despegamos, nos habíamos cogido mutuamente, sin pensar que estábamos en la cocina de mi casa y mi marido, y su esposa descansando a pocos metros. La situación era morbosa, pero eso alimentaba mucho más mis ganas de coger con él, ser casi sorprendidos por mi esposo, o suegra, me calentó más aún, Arturo, sintió lo mismo que yo.

Cerca del mediodía madre e hijo, Arturo y yo estábamos en la sala.

Arturo bastante enojado le decía a su esposa.

-¿Me explicas por qué bebes así?, es necesario perder la noción de todo?.

-Ya; Arturo, me duele la cabeza, basta de sermones.

-¿Basta de sermones?, ¿acaso no sabes que vine con la idea de ir a las carreras de caballos?, eres una egoísta, sabes que me gusta ir a los caballos. En ese estado no puedes ir ni a la esquina.

-Ok, ok, Melinda te acompañará.

-¿Melinda?, tú no puedes dirigir la vida de Melinda.

-Es que me duele mucho la cabeza y el estómago.

-Te aguantas mujer.

Ahí intervine yo.

-Arturo, dejala en paz,  yo te acompaño,  te llevo yo al hipódromo. Me encataría ir, nunca fui.

-¿Tú vendrías conmigo?

-Si, ¿cuál es el problema?,  siempre me gustó montar.

-¿Haz montado alguna vez Melinda?

-No, caballos no he montado,  pero a mi marido a veces lo monto, jajaja.

La risa fue de todos por mi picardía.

-Mira Melinda que eres descarada!, -dijo mi marido, jajaja.

-Te invito a almorzar en algún restaurant cercano del hipódromo, -me dijo Arturo. -No creo que ustedes estén en condiciones de comer.

-No, no, respondieron madre e hijo al unísono.

-Entonces no se habla más, prepárate Melinda, ya salimos a comer y luego al hipódromo.

A la media hora estábamos sentados Arturo y yo en un restaurant, saboreando un rico pescado de mar, con distintas ensaladas, más un sabroso vino blanco.

Sentados frente a frente, nos rozábamos las manos, Arturo me acariciaba como a una novia, yo lo provocaba con mi escote, lo miraba fijamente y le decía:

-¿Te gustan mis tetas?

-Son adorables.

-¿Qué harías con ellas ahora?, y tomaba un trago de vino, sin dejar de mirarlo a los ojos.

-Las besaría, te mordería con mis labios los pezones, no pararía de chuparlas.

Me imaginaba la situación y me excitaba.

-Quisiera que me estés chupando todo el día, me gustaría tener muchísimos orgasmos con tus lamidas.

-Los tendrás Melinda, ¿acaso crees que iremos al hipódromo?, no mi vida, iremos a un hotel y pasaremos buena parte de la tarde alli, ¿para qué quiero caballos teniendo a esta yegua puta, toda para mi?.

-Eso esperaba oír, que me cogerás y chuparás toda la tarde.

-Melinda, tesoro, no solo te cogeré, también te chuparé toda, te lameré tres o cuatro veces más que anoche.

-Arturo, ya me dieron ganas!

-Pues, manos a la obra.

Pagó el almuerzo y nos fuimos a un hotel muy cerca del hipódromo.

Ya dentro de la habitación, me tomó en sus brazos y me desnudó,  fue sacando mis prendas lentamente,  mientras me besaba.

Yo lo ayudé a sacarse la ropa, en ningún momento dejamos de besarnos y tocarnos.

Me senté totalmente desnuda en la punta de la cama,  Arturo parado entre mis piernas, me dijo:

-¿Le dás una chupadita con esa lengua de ramera que tienes?

Esta vez cambié la táctica sexual, metí uno de sus huevos en mi boca,  luego el otro,  mientras sentía sus gemidos de regocijo,  puse mi lengua al final del pene, ya durísimo, y comencé a lamerla hasta llegar a la punta, lo iba haciendo por fuera,  al llegar a su cabeza húmeda,  la introduje dentro de mi boca,  la tragué hasta el final,  lentamente la fui sacando,  al llegar a la punta volvía a entrar, mientras tanto le iba tocando el ano, Arturo estaba como enloquecido,  sacó su pene de mi boca,  recostó mi cuerpo en la cama,  dejando mis piernas colgando,  las abrió, metió su boca en mi vagina y empezó a besarla largamente,  me daba lengüetazos a lo largo y ancho de mi rajita de putona,  ponía dos dedos dentro, entraban y salían,  yo me curvaba hacia adelante,  lo que hacía que toda mi conchita quedara dentro de su boca, podía gemir y gritar a mis anchas, ya no había peligro de que nuestras parejas pudieran oírnos o interrumpirnos.

-¡¡Asiii, así Arturo, sigue así y me corro!,  cabrón, cómo me haces gozar!

So obscena lengua se apropió de mi clítoris inflamado,  y lo enroscó y dominó todos mis sentidos.

Mis uñas largas se enterraron en sus cabellos ya ralos, y mis movimientos de víbora anunciaron mi orgasmo,  me corrí dentro de su boca,  sacó su lengua,  se fue expandiendo por mi cuerpo, subía lentamente hasta mis senos,  se apropió de mis pezones, los succionaba y los mordía con sus labios,  yo le iba arañando la espalda,  su lengua con extrema lujuria, no paraba de lamerme, como la noche anterior, fue recorriendo todo mis recovecos, no dejaba lugar sin lamer,  hasta que nuevamente se metió en mi conchita y me hizo correr una vez y otra más,  sus labios estaban húmedos de mis flujos vaginales,  yo lo relamía o sea que me chupaba desde sus labios mis jugos.

Estaba tirada en la cama toda húmeda mi vagina.

-Quiero verga, Arturo dame tu verga, la quiero por todas partes.

Me dió vuelta y me tumbó en la cama, empezó a lamerme la espalda toda, las caderas,  me puso de frente nuevamente y me chupó las tetas, mientras chupaba una,  me pellizcaba los pezones de la otra,  yo no daba más de calentura, pedía verga, y verga.

-¿Quieres verga?, chúpala, puta, chúpala.

Y se la chupé como me pedía,  nuevamente me la tragué todita por la boca. La dejó apenas unos minutos,  controlaba su eyaculación,  pues sabía perfectamente que una vez que se corriera,  no tendría más por un buen rato la verga dura,  así que me daba lengua y dedos,  no se las veces que me corrí,  pero quería sentirla dentro mío, bien dura.

-Dame tu verga Arturo, dámela no me hagas sufrir más, por favor dámela, por dónde sea, pero dámela.

Sin decir nada me la dió, entró dentro mío de una estocada y me penetró haciéndome saltar de placer,  elevó una de mis piernas hasta su cuello,  luego la otra,  Arturo entraba y salía,  soltó mis piernas y se acostó de espaldas,  me pidió que ahora lo montara yo.

Me subí arriba de él, enterré su pene todito, sus dedos fueron a mi ano,  introdujo uno,  luego dos,  lo iba preparando para penetrarme por atrás,  mientras su boca experta lamía mis senos,  tuve una nueva corrida.

-Te he hecho gozar?

-¡Cómo a las más puta. -mientras me hablaba seguía con sus dedos en mi ano haciendo travesuras.

-Ahora quiero gozarte yo,  con lo que más me gusta, ¿me dejas putona?

-Quiero que me hagas de todo y lo que te guste,  soy toda tuya. Y le dí un beso en la boca interminable.

Me puso en cuatro patitas,  él se puso detrás mío y comenzó a lamerme el ano,  su lengua lujuriosa recorría todo mi culito,  sus dedos entraban y salían de mi culito,  lo dilató perfecto,  para que su pene duro, grande y jugoso se hiciera una fiesta.

Me penetró por el ano muy lentamente, cuando sus huevos tocaban ya mis nalgas,  comenzó a fregar mi clítoris,  mi vagina empezó a lubricar con ese contacto, ahí comenzó a cogerme el culo sin piedad, sus dedos en mi clítoris, su pene en mi ano y su lengua en mis orejas me hicieron llegar de nuevo al cielo,  otra vez,  mientras me corría, su verga entraba y salía de mi culito plácidamente,  sentí que su chorro caliente de semen inundaba mi ano y corría por mis piernas.

Nos quedamos un rato dormitando en el hotel,  decidimos partir hacia el hipódromo,  pero antes de eso,  me mamó la vagina nuevamente.

Espero que hayan disfrutado como yo de este relato, ¿quieren saber más de mis aventuras extramatrimoniales?, solo pidanlo en mi correo o en sus comentarios que me encanta leerlos. Besos y gracias a todos.

Melinda.