Mejorando mi inglés (2: Una sesión de té)

Cómo pasé una tarde ajetreada en casa de Mrs. Connelly tomando el té y viendo una obra de teatro.

Mejorando mi inglés (2). Una sesión de té.

Recomiendo a los lectores que antes de leer este relato, recuerden la primera parte, titulada "Mejorando mi inglés (1). La casa de Mrs. Connelly" (relato 1036 de transexuales). Así entrarán en materia.

Por Naomik.

Después de los increíbles acontecimientos que viví aquella mañana, Mrs. Connelly me dejó solo en mi habitación. Tras un rato intentando leer una revista inglesa escrita en una jerga ininteligible, decidí dejarla en el cajón de la mesita de noche y ocuparme de otra cosa. De nuevo abrí el armario de Jodie, la hija de la casera que vivía en Estados Unidos, y comencé a mirar con otros ojos los vestidos que colgaban de sus perchas. Eran preciosos. Como ya estaba resignado a vestir de chica en aquel viaje, opté por empezar a probármelos. Primero uno gris con gran escote, con un lazo en la cintura y falda cerrada en las rodillas. Me quedaba fantástico. La verdad es que me estaba gustando aquella experiencia. ¿Por qué no? Nadie se iba a enterar en España y la estancia en la casa de la Sra. Connelly prometía ser de lo más placentera. El segundo fue uno amarillo con cuello plano y asillas en los hombros, con la cintura ajustada y falda abierta, de una tela suavísima que se pegaba al cuerpo y cuyo roce era muy relajante. Después pasé a otro rosa más discreto, con cuello en uve, un poco de hombreras, mangas hasta los codos y la cintura y falda muy ajustados a mi figura. Todos me parecían maravillosos. La verdad es que Jodie tenía un gusto muy excitante.

En ese momento entró en la habitación Mrs. Connelly, a la que ya perdonaba que entrase sin llamar, y al verme, exclamó:

¡Maravillosa!, ¡Perfecta!, la elección del vestido es ideal para tomar el té. Ven conmigo, que ya llegan mis amigas.

Tomándome de la mano, me hizo calzar unos zapatos de tacón de aguja rosas, me puso un collar de cuentas blancas y unos pendientes a juego. Dos pulseras de piedras de colores suaves y me retocó la pintura de labios, de un rojo pasión deslumbrante.

¡Ya está! ¡Vamos, que ya están tocando!

Mrs. Connelly bajó rápidamente a abrir la puerta, mientras yo aguardaba en el salón. Al parecer, llegaban todas juntas y hubo unos minutos de parloteo en la entrada de la casa. Hablaban tan rápido que era imposible entender frases completas. Sólo, entre grititos, algún ¡Maravilloso! ¡Precioso! Y una sola frase: ¿Qué tienes una sorpresa para nosotras?.

A continuación la dueña de la casa las hizo entrar en el salón. Eran tres señoras de mediana edad, en torno a los cincuenta y pocos, y parecían pertenecer todas a un club de fitness, ya que lucían un tipo de treintañeras. Las presentaciones no se hicieron esperar.

  • Querida Francine, ésta es Rosie – de facciones delicadas, rubia, con pelo cortado tipo paje, vestía un conjunto de jersey ligero de manga corta de punto y falda a juego por encima de la rodilla. Una medias negras terminaban en zapatos de tacón puntiagudos de charol. Su sonrisa era franca y sus ojos guiñaban de malicia. Era estupenda. No me costó nada darle los dos besos de rigor en las mejillas, cuidando de no mancharla de carmín.

  • Esta otra es Maggie – más guapa aún, con inicio de alguna arruguilla en la comisura de los ojos, era morena, un poco más corpulenta y alta que las demás, pero muy femenina. Vestía un falda negra elástica muy ajustada que llegaba un poco más abajo de las rodillas y una blusa blanca que se amoldaba a su cuerpo, dejando entrever el dibujo de los encajes de un sujetador prominente.

  • ¿Qué tal estás? – me dijo en español.

  • ¡Ah!, ¿Hablas mi idioma? –pregunté encantado.

  • ¡Oh no! – dijo volviendo al inglés- , sólo sé algunas palabras y frases que aprendí hace años en un viaje a la Costa del Sol, pero me encanta la gente española.

  • Y esta última es Megan – intervino Mrs. Connelly.- Megan está empezando a estudiar español y tenía muchas ganas de conocerte.

  • Gracias, Laura, - respondió Megan, una pelirroja pecosa encantadora que lucía un vestido estampado muy ajustado con un escote que dejaba ver un busto especialmente dotado a nada que se inclinara un poco, movimiento que parecía costarle muy poco. – Francine, me encantaría poder venir alguna tarde para practicar conversación contigo. ¿Es posible, querida?

  • ¡Claro!-. Respondí instantáneamente, - será un placer-.

  • Espero que así sea- dijo Megan, sacando involuntariamente la punta de la lengua y pasándola por sus labios superiores, gesto que pasó desapercibido a todas menos a mí.

  • ¡Venga queridas!, es la hora del té, y en este país hay que hacer honor a nuestras costumbres. A ver, Francine, ¿cómo te gusta el té?

Una vez todas sentadas alrededor de una mesa baja, Mrs. Connelly sirvió el té de cuatro formas distintas, acompañado con unas pastitas que las invitadas royeron con cuidado, dando la impresión de que se cuidaban en extremo. La conversación giró sobre el trabajo de cada una, de sus hijos, y me extrañó que ninguna hiciera referencia a los maridos, algo que yo esperaba de una reunión de señoras. Me preguntaron cosas de España, a lo que respondí como buenamente pude, porque las preguntas comenzaban a hacerse cada más picaronas: ¿Visten las españolas sin ropa interior en verano? ¿A qué edad comienzan sus relaciones sexuales? ¿Cómo pueden soportar el acoso de los machos españoles? ¿Qué porcentaje de adulterios hay en los matrimonios españoles?

Mrs. Connelly trajo otra bandeja con cuatro copas de cristal tallado muy fino y una botella de Oporto.

  • Vamos a brindar por mi sobrina – el dulce vino llenó todas las copas y todas bebieron con gusto. La segunda ronda no se hizo esperar. Y en la tercera ya comenzaron algunas risitas histéricas. Aquellas mujeres no estaban acostumbradas al alcohol y la casera lo sabía. A mí, la verdad, no me importaba. También estaba a gusto con el vino y la conversación y las risas por nada eran contagiosas.

Mrs. Connelly se volvió hacia mí:

  • Querida Francine, nos has caído tan bien que hemos decidido hacerte miembro de nuestra cofradía de la Orden de la Prfensteishion.

  • ¿De la Orden de qué?- pregunté, pues no había entendido la palabra.

  • De la Prfensteishion, querida. Es una palabra medieval en desuso. Es un gran honor que todas compartimos. – Respondió Mrs. Connelly.- Para ello, tendrás que pasar una pequeña prueba de iniciación que te unirá a nosotras espiritualmente.

Si no fuera por el vino ingerido, me habría escamado la historia de la cofradía, pero en aquel momento todo parecía estupendo, así que asentí entusiasmado. Todas se levantaron, y Rosie me dijo:

  • Querida, para entrar en la cofradía hay que seguir el ritual. Debes estar en la oscuridad y luego pasar a la luz. Te vamos a tapar los ojos con esta venda de seda negra, y cuando estemos preparadas, te la quitaremos.

Dicho y hecho, mis ojos quedaron velados por una tupida tela que me impidió ver nada durante unos interminables minutos. Sólo oía los cuchicheos de las mujeres y alguna que otra risita cómplice. Cuando ya empezaba a cansarme, noté como una de ellas se me acercaba y me quitaba la venda de los ojos. El espectáculo que se abrió ante mis ojos era lo último que me esperaba. La cuatro señoras se encontraban de pie enfrente de mí, se habían disfrazado todas iguales, aunque no supe muy bien de qué. Sobre sus hombros se descolgaba una capa roja que llegaba un poco por debajo de la cintura, vestían un corpiño negro de látex brillante que les cubría sólo el talle, dejando ver los hermosos pechos de cada una de ellas, y lo más desconcertante era que en la zona púbica lucían unos descomunales penes de plástico negro adosados a una especie de braga negra que dejaba libre el acceso a los orificios de esa zona del cuerpo. El disfraz terminaba con unas botas negras brillantes que llegaban por encima de las rodillas. Me quedé con la boca abierta, lo que provocó las carcajadas de aquellas mujeres.

Tras este momento de sorpresa, Mrs. Connelly se acercó ceremoniosamente con un cojín plano en las manos, encima del cual se adivina otro juego del mismo disfraz, pene de plástico incluido, que estaba destinado para mí.

  • Ponte esto querida. Queremos que te unas a nuestro grupo.

Yo no sabía si reírme o salir corriendo de allí. Pero si creía que se trataba de una broma, las miradas serias y solemnes de mis compañeras me convencieron de que no era así. Como todas me miraban fijamente, opté por ponerme aquellos ropajes. Comencé a desvestirme. Mi casera me ayudó a quitarme el vestido, las medias y luego el corsé.

  • Tú puedes dejarte el sujetador. Ahora las bragas.

Me di media vuelta para quitarme las braguitas, y al volverme no pude evitar lucir una de las mayores erecciones que recuerdo, lo que provocó un ¡ooohhhh! por parte de las invitadas.

  • ¡Vaya sorpresa! – dijo Rosie- ¡Nos la has pegado, Laura!

  • Sííí.- intervino Megan- ¡y me encanta!

  • Esto está fuera de guión. –concluyó Maggie.- pero podremos arreglarnos.

  • Queridas amigas. – anunció Laura Connelly.- gracias a Francine, podremos conectar el círculo mágico.

  • ¡Ooohh! – respondieron las tres a coro. - ¡El círculo mágico!

  • ¿El círculo mágico? –a penas me atreví a preguntar.

  • ¡Silencio novicia! – ordenó Laura. – ¡Ponte el hábito y no hagas preguntas!

Realmente no sabía si aquello me estaba gustando o no, pero la visión de aquellas tetas preciosas a escasos centímetros de mí terminó por convencerme de seguirles la corriente. Me puse el corpiño, las botas y la capa, con gran regocijo de las cofrades.

¡Te falta el emblema supremo! ¡Debes ponértelo!, está preparado para ti también.

Aquello de llamar a la prótesis de pene el emblema supremo me hizo soltar una carcajada, que tuvo que ser breve por la mirada amenazadora de las cuatro. Intentando no reírme, descubrí que el pene estaba hueco, dejando espacio para que introdujera el mío dentro, como una funda. Una vez colocado, era una más de ellas, con el uniforme completo.

¡Perfecto!- dijo Laura.- ¡Que comience la ceremonia!

Megan se acercó a un equipo de música, poniendo una melodía muy suave, como de película. Maggie apareció llevando en una mano un frasco abierto de algo que parecía mermelada y en la otra un pincel. Con gran pompa, procedió a untar el pincel en aquel mejunje y aplicarlo a cada uno de los penes falsos de las mujeres y al mío.

¡De rodillas, novicia! –ordenó Laura.- Ahora debes recibirnos a cada una.

Dicho y hecho, se pusieron en fila delante de mí, y la primera, Rosie, acercó el apéndice plástico a mi boca y no tuve más remedio que hacer lo que ella quería, que era chupárselo. Sabía a algo así como mermelada de arándanos, y estaba bueno, aunque de una textura aceitosa. Apenas unos segundos después, se separó y se puso de rodillas al lado mío, a un lado. A Maggie le hice lo mismo. Cuando le tocó el turno a la siguiente, Megan, Rosie se la estaba chupando a Maggie. Pero ahí hubo una variante. Después de chupársela, Rosie se puso a cuatro patas, bajando la espalda y apoyando la frente en el suelo, y Maggie cogió con una mano su pene y comenzó a introducírselo con cuidado en el culo. Una vez introducido a tope, Maggie se echó a su vez sobre la espalda de Rosie, colocándose en posición receptora, y fue Megan quien comenzó a metérsela por el culo a ella, con crecientes jadeos de las dos que estaban debajo. El sándwich de tres se completó cuando Laura, después de separarse de mis labios, acertó hábilmente a introducir a su vez su miembro en el trasero de Megan, mientras todas comenzaban a contonearse rítmicamente.

¡Francine!, te toca a ti, vamos.- me dijo Laura, más como una invitación que como una orden.

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Me acerqué a aquel maravilloso amasijo de piernas y brazos en movimiento y allá fui, uniéndome al grupo a través del culo de Laura. Cuando estuvimos todos empalados, de forma natural nos pusimos a balancearnos todas a una hacia delante y hacia detrás, sin parar. Se notaba que lo estaban pasando en grande, y yo, a pesar de aquella funda de goma, también. A los pocos minutos, Rosie dijo:

Ya no puedo más, me voy..-

Un momento, un momento, cuando yo diga- cortó Laura.- A la una, a las dos, y a las tres, ¡ya!.

Y en ese preciso instante, todas se pusieron de acuerdo para dar dos o tres culazos violentos y correrse al unísono, evento al que me uní apenas dos segundos después. El estremecimiento, el temblor y los gritos sofocados de los cinco cuerpos en el momento del orgasmo fue una de las experiencias más memorables de mi vida. Todavía seguimos así todas unidas casi un minuto, disfrutando del momento. Poco a poco, nos fuimos separando, jadeantes.

  • ¿Te ha gustado Francine? – preguntó Rosie.

  • La verdad es que ha sido fantástico.- respondí.

  • Pues es sólo el primer rito de los cuatro de que va a constar el ceremonial- intervino misteriosamente Laura.

  • ¿Cuatro ritos? –pregunté intrigado.

  • Por supuesto, querida, en esta unión eras la última, ¿Verdad?. Ahora te toca ser la primera.

Antes de que repusiera de mi sorpresa, entre todas me agarraron, me pusieron a cuatro patas y en menos de cinco segundo tenía metido el pene de Rosie, la primera, en mi culo. Todo fue tan rápido que no pude reaccionar. Curiosamente, apenas me había dolido aquella violación de mi hasta ese momento virgen culito. La mermelada oleaginosa era la responsable de aquella amable introducción, y, mientras notaba como se iban acoplando de la misma forma las otras cuatro mujeres, sentí como el intruso de plástico se iba acomodando al estrecho espacio donde estaba alojado, o tal vez era yo el que lo hacía a la situación. Aquello comenzaba a ser placentero, y Rosie comenzó a mordisquearme la oreja. Cuando estuvieron todas acopladas, comenzó de nuevo el movimiento conjunto. No había otra opción que seguir el vaivén. Muy suave, adelante, detrás, adelante, detrás, una y otra vez. A cada embestida notaba que me llegaban oleadas de placer, notaba como tenía mi propio pene completamente erecto y, sin tocarlo para nada, a punto de estallar. Esta vez fue Maggie quien dio la orden, y de nuevo el orgasmo nos llenó a todas, yo incluido, o incluida, ya que en aquel momento me sentía, bien empalado como estaba, una más de la cofradía.

Como no podía ser de otra forma, tras unos minutos de respiro, aquellas locas insaciables volvieron a pedir guerra. Aquello era muy excitante, pero es que yo llevaba un día bastante ajetreado, y comenzaba a sentirme fatigado. Ni caso, la cofradía en peso me exigió un nuevo asalto y allá fuimos. En esta ocasión me tocaba estar en el centro, por lo que decidí introducir una variante y con un rápido movimiento me quité la polla de plástico y le metí la auténtica en el precioso y suave culito de Maggie, que no se enteró del cambio. A mí me la metió Megan, que estaba como loca, embistiendo desaforadamente, y todo comenzó de nuevo.

La cuarta y última fue la especial. Ahora se trataba de ponernos de rodillas e intentar encularnos unas a otras en círculo, lo que era bastante difícil, pero después de varios intentos lo conseguimos, formando entre los cinco un círculo.

¡Lo hemos logrado, el círculo mágico! –gritaron entusiasmadas.

Joder con el circulito mágico-, pensé, - ya estoy hecho polvo y como no acabemos rápido me va a dar algo.

Ya fuera por la excitación de las mujeres por haber logrado el ansiado círculo, la última tanda acabó en poco tiempo y nos tumbamos en la alfombra, derrengados.

  • Ha sido una iniciación memorable- opinó Laura.

Y que lo digas, querida – respondieron las otras tres.

Yo, calladito, no fuera que se les ocurriera comenzar de nuevo.

La sesión de té acabó en el cuarto de baño, después de una ducha casi comunal, aplicándonos las unas a las otras una crema suavizante en el culo, que teníamos bastante escocido, por cierto. Laura tuvo que llamar la atención a la viciosilla Megan, que en un momento de descuido, se había arrodillado y había comenzado a chuparme la punta de la polla.

Acabamos vistiéndonos, y tras recogerlo todo, todas ellas se despidieron muy afectuosamente, felicitándome por mi incorporación al grupo. Laura se encargó de llevar a Rosie a su casa, ya que vivía en otra ciudad.

  • Te quedarás sola una hora, Francine - me dijo-. No te preocupes, ya que las niñas están a punto de llegar.

Dicho y hecho, apenas cinco minutos después de haberse ido el grupo, aparecieron la hijas de Laura, Sarah y Maggie, acompañadas de dos chicos, Sam y Pete, presentándolos como sus respectivos novios. Las chicas llevaban uniforme de colegio, una blusa blanca con rebeca roja y una recatada falta azul marino por debajo de la rodilla. Los chicos, ambos rubios y altos, aunque algo delgados, vestían la misma rebeca roja, camisa blanca con corbata azul, del mismo color que los pantalones. Los besos en las mejillas de los chicos, que me tomaban por chica, me produjo un rubor que se debía notar a la legua.

Querida Francine- dijo Sarah-, siempre llegamos cuando mamá ha terminado el té y no está en casa. Por eso dejamos entrar a nuestros novios. ¿No se lo dirás a ella, verdad?

¡Oh no! ¡por supuesto! –dije, tratando de atraérmelas siendo su cómplice.

Queremos que vengas con nosotras, Pete y Sam nos van a hacer una representación teatral.- invitó Maggie.

Intrigado con lo del teatro, seguí a los cuatro escaleras arriba hasta el cuarto de las chicas. Sarah les dio una bolsa de deporte a los chicos, quienes se dirigieron al baño.

Van a vestirse de forma apropiada – explicó Sarah-. Ven, vamos a ponernos cómodas.

Ambas chicas se quitaron el uniforme en un abrir y cerrar de ojos, quedándose en sujetador y braguitas y arrimaron ambas camas enfrentadas a cada pared. Después se sentaron en la cama de la izquierda, apoyando la espalda contra la pared, dejando un hueco entre ellas.

Francine, quítate los zapatos y siéntate con nosotras, que la función va a empezar.

La verdad es que no me costó mucho colocarme en medio de aquellas dos encantadoras jovencitas, que en ropa interior estaban súper atractivas. Todavía me acordaba del espectáculo que me habían ofrecido, sin saberlo, la noche anterior. Pero si creía que las sorpresas de aquel día habían acabado, estaba completamente equivocado. Sam y Pete aparecieron en ese momento por la puerta; iban cogidos de la mano y llevaban puesto cada uno el mismo mini camisón transparente rosa, tipo baby doll, que les llegaba apenas por debajo de la cintura. Aparte de esto, sólo calzaban unas medias a juego con dos ligas color fucsia. Ambos lucían una erección notable, que tensaba la tela.

Mi cara de asombro debió ser única, ya que las chicas soltaron una gran carcajada.

Vamos, vamos, ¡empezad! –corearon, excitadísimas.

Los chicos se pusieron de rodillas encima de la otra cama y se enfrentaron. Comenzaron lentamente a acariciarse los hombros, mientras sus cabezas se acercaban. Después comenzaron a besarse, labios cerrados en un primer momento, que abrieron dejando paso a unas ardientes lenguas poco después.

¡Sí, sí! .dijo Maggie- esta parte me encanta.

Las puntas de sus erectas pollas se tocaban y ambos se subieron el camisón para que el contacto fuera directo, mientras aprovechaban para deslizar sus manos por la espalda, debajo de la tela. Tan absorto estaba en aquello que no me percaté de que mis amigas se habían metido los dedos debajo de sus bragas y se estaban masajeando sus respectivos chochitos, comenzando a jadear. Cuando los chicos comenzaron a acariciarse las pollas el uno al otro, fui consciente del doble juego que se había iniciado en ambas camas. Sarah me miró con lujuria, y sin decir palabra, metió su mano debajo de mi falda y trasteó con mi ropa interior hasta que sacó mi pobre pene de su encierro, que a la luz recobró el estado erecto. Maggie aprovechó el trabajo de su hermana y se tumbó de lado, comenzando a chupármela. Yo, que ya estaba introducido en el tema, no tuve reparo en besar a Sarah, al tiempo que le metía el dedo corazón en la vagina, caliente y húmeda. Los chicos seguían por su lado, y Pete se había tumbado boca arriba, forzándose en esa extraña posición a chupar la polla de Sam, quien tras unos segundos con los ojos en blanco, se dejó caer hacia delante, buscando la polla de Pete, que engulló con glotonería, haciendo entre los dos un precioso sesenta y nueve. Sarah exigió a su hermana que le cambiara el puesto y sus lengua comenzó a juguetear con mi glande, mientras que Maggie se quitaba las bragas, y poniéndose de pie, me ofreció su vulva para que se la lamiera, a lo que me puse con todo afán.

Pete y Sam se cansaron de chuparse, y el primero se puso a cuatro patas, ofreciendo su trasero a su compañero, que tras salivarle el culo con dos dedos, comenzó lentamente a introducirle su brillante polla, mientras éste ponía una cara de gusto increíble.

Las chicas pararon un momento y aplaudieron la entrada de Sam, mientras comenzaban a desvestirme. El vestido salió por la cabeza como una exhalación, las braguitas desparecieron acto seguido, así como el corsé. Sólo me dejaron el sujetador y las medias, tal vez para que no perdiera atributos femeninos. Cogí a Sarah y la tumbé boca arriba en la cama dispuesto a hincársela hasta el fondo.

  • ¡Para, para!, que por ahí no puedes, que soy virgen –gimió la chica. – Espera, que te busco un lugar para meterla.

A una orden suya, Pete y Sam se separaron, y Sarah, llevándome cogido por la polla, me llevó a la otra cama, obligándome a subirme en ella, dirigiendo mi erecto pene al lubricado culo de Pete, invitándome todos, con claros ademanes, a que se la metiera. Yo estaba hipercaliente, y como todos parecían desearlo, pues adentro y no se hable más. La verdad es que el culo de Pete era estrecho y aferraba mi miembro como una ventosa. Empecé a pasármelo bien, y tal vez por el recuerdo de lo que había experimentado apenas horas antes, me sorprendí a mí mismo diciendo:

  • Sam, por favor, métemela.

Sam se reveló como un solícito servidor, y preparándome el ano con un dedo ensalivado, tardó apenas unos segundos en introducirme su polla sin más lubricante, mientras oía los chillidos de placer de las chicas, que estaban gozando del espectáculo mientras una le metía a la otra un dedito en el sexo.

Así unidos los tres, les indiqué cómo debíamos movernos, dada mi amplia y reciente experiencia, lo que pareció asombrarles, pero accedieron gustosamente a obedecer mis indicaciones. Era la primera vez que notaba una polla de verdad dentro de mi culo, y la sensación era maravillosa, sobre todo porque yo estaba a mi vez dentro de otro. El que está en medio es el que se lo pasa mejor. Hay que probarlo. No tardamos más de cinco minutos en corrernos los tres a la vez, lo que fue grandioso. Mi desconcierto sexual era tan grande que no me di cuenta de que estaba compartiendo lengua con dos tíos delante de dos tías, y la verdad es que en ese momento me importaba muy poco.

  • ¡Bravo! ¡Fantástico! – gritó Maggie entusiasmada-, ¡La mejor sesión de viernes que hemos visto! ¡Un aplauso!

Bueno chicos, lo acordado - intervino Sarah-, ahora, a por el premio.

Los chicos se separaron de mí y se acercaron a la otra cama. Las chicas se pusieron a cuatro patas, con la cabeza tocando la pared, y bajando la espalda dejaron sus culitos en pompa, en una clara invitación a sus novios. A éstos la erección les volvió de inmediato, y sin pensárselo dos veces, procedieron a introducirles sus nabos en el culo a las chicas, que los recibieron con gozo.

Querida Francine- explicó Sarah con voz entrecortada por las embestidas de Sam-, tenemos el acuerdo con los chicos de que si quieren poseernos, antes deben darnos un espectáculo sensual entre ellos. Si nos gusta, como hoy, nos dejamos dar por culo. El chocho no se toca, porque nuestra madre nos lo controla de vez en cuando. Es una verdadera estrecha.

Sí, sobre todo eso, pensé. Extrañas costumbres las de estas inglesitas, pero no iba ser yo quien las criticara. Me quedé sentado en la otra cama observando como los novios aumentaban el ritmo de su vaivén, preguntando a las chicas cuando podían correrse. Sarah, se corrió antes y Sam lo hizo décimas de segundo después. Maggie tardó un poco más, y Pete, que aguantaba de forma increíble, también la acompañó al final.

Mientras se recobraban, Sarah preguntó:

¿Qué, Fran? ¿Te ha gustado?

La verdad es que ha sido increíble, chicas. Estoy a vuestra disposición para repetir, pero, por favor, otro día.

Las risas no se hicieron esperar y todos nos fuimos a duchar. Yo decliné el ofrecimiento de compartir la ducha con alguno de ellos y esperé el último. Luego, con tranquilidad, me duché y me fui a mi habitación tras despedirme de los chicos, que ya se iban. Me tumbé a descansar en la cama, y poco después oí que volvía Laura. Llamó a las chicas y se pusieron a preparar la cena.

Me vestí con una faldita de tablas corta y una camiseta ajustada. Pensé en no ponerme el sujetador, ya que iba a estar sólo con mis anfitrionas, pero descubrí que quería ponérmelo. Me gustaba la sensación de notar y ver mis dos bultitos saliendo del pecho. Me puse unas braguitas tipo tanga, pero tuve que cambiármelas porque tenía el culo totalmente escocido, así que las cambié por unas rosas caladitas muy suaves. La peluca bien puesta, me pinté un poco los ojos, y a cenar.

¿Te han dejado las chicas descansar, querida? –preguntó la Sra. Connelly, una vez me senté a la mesa.

¡Oh, sí! Hemos pasado el rato viendo una obra de teatro.

¿Teatro?- dijo extrañada la madre.- Espero que no te hayan puesto una obra de esas postmodernas insoportables.

Bueno, la verdad es que era bastante original –respondí, mientras las chicas sonreían y se miraban entre sí.- pero me gustó mucho.

Bueno, querida, ahora a comer y a descansar, que mañana me vas a acompañar al centro comercial. Te aseguro que lo vamos a pasar bien.

No sabía bien por qué, pero no tenía la menor duda de que, con total seguridad, me lo iba a pasar muy, pero que muy bien..

A quienes les guste el relato y quieran comentarlo, pueden escribirme a naomik@wanadoo.es. Un beso a todas.