Mejorando mi inglés (1: La casa de Mrs. Connelly)

Como mi estancia en Inglaterra se complicó por diversas circunstancias gracias a una señora estupenda.

Mejorando mi inglés (1). La casa de Mrs. Connelly.

Por Naomik.

Me llamo Francisco y soy de Madrid. Tengo 22 años, moreno y de complexión delgada. En agosto del año pasado viajé a Londres para mejorar mi inglés viviendo con una familia nativa durante dos meses. Mis problemas comenzaron al llegar al aeropuerto de Gatwick, ya que mis maletas no aparecieron por ninguna parte. Después de presentar la correspondiente reclamación, pasé por el control policial, tras el cual me esperaba Mrs. Connelly, una viuda de unos cincuenta años muy bien llevados. Esta mujer era bastante guapa, rubia, de uno setenta y cinco de altura y con una silueta tan esbelta como una chica de treinta años, en la que destacaba un pecho considerable que amenazaba con romper algún botón de su blusa.

Mrs. Connelly lamentó el incidente de las maletas, y diciéndome que no me preocupara, subimos a su coche. Tras un trayecto de hora y media, durante el cual me puso al día de sus pormenores familiares, llegamos a su casa de campo en Herefordshire. Se trataba de una pequeña mansión de dos alturas, rodeada de una extensión bastante amplia de jardín. A lo largo de la carretera que unía la casa con el pueblo cercano de Longhill se hallaban casas desperdigadas cada doscientos o trescientos metros.

Mrs. Connelly era madre de tres hijas, y vivía con las dos menores, Sarah y Maggie, que tenían diecisiete y dieciséis años respectivamente. La mayor, Jodie, de veinticuatro, vivía en Nueva York, por lo que su habitación quedaba libre.

La planta baja de la casa se distribuía en un hall de entrada, desde donde se accedía a la derecha a un salón amplio con chimenea, que conectaba a través de una puerta corredera con un comedor cuyas ventanas daban a la parte posterior de la casa. Se completaba el círculo con una cocina bien iluminada y un aseo. En la planta alta, mediante una escalera se subía a los tres dormitorios de la casa. El de matrimonio, que tenía su baño propio, donde dormía Mrs. Connelly, otro doble donde dormían juntas las hermanas, y una habitación individual, la de Jodie, que iba a ser mi dormitorio en los siguientes meses. El otro baño debía compartirlo con las chicas.

A la llegada a la casa, la dueña me presentó a sus hijas. Sarah era una belleza como su madre, rubia también, aunque con el pelo corto. Maggie, por su parte, era un poco menos guapa que su hermana, pero resultona y más simpática. Tenía un hermoso cabello castaño que le llegaba a los hombros. Ambas vestían camiseta y pantalón corto, y me recibieron de forma agradable y educada, aunque sin mostrar entusiasmo.

Me enseñaron entre todas la casa, dejándome después un rato en mi habitación para que descansara del viaje. Junto a la cama había una mesita de noche con una foto de Jodie. Era morena y aparecía muy arreglada y con un vestido muy elegante. En una de las paredes se encontraba un gran armario empotrado de tres puertas. La primera puerta daba al espacio que me habían reservado, que estaba vacío. Las otras dos puertas guardaban todo el ropero de Jodie que no se había llevado consigo a Estados Unidos. A esta chica le gustaban los vestidos, ya que estaba lleno de ellos. Los había de día, largos y cortos, así como de noche y de fiesta, la mayoría largos. En los cajones se encontraba la ropa interior y los camisones. El primer cajón era el de las braguitas, casi todas con encajes, muchas de ellas tipo tanga. No pude resistir la tentación de sacar algunas de ellas y observarlas con detenimiento. Su suavidad me produjo una fuerte erección. El siguiente cajón era el de los sujetadores, bodys y corsés, de los que había toda una colección. La mayoría de los sujetadores eran de copa dura y todos eran preciosos: negros, rojos, blancos.

El último cajón estaba reservado a combinaciones y camisones transparentes muy sugerentes, todos de seda y con cortes sexys. También estaban allí las medias, todas con sujeción de plástico en el muslo. Mi excitación iba en aumento y no pude reprimir tocarme el miembro través del pantalón y desear fervientemente conocer a la propietaria de toda aquella maravilla.

Con un par de medias en la mano, abrió la puerta Mrs. Connelly, quien puso cara de sorpresa al verme con el armario de Jodie abierto, pero sonrió inmediatamente tranquilizadoramente, comunicándome con suavidad la mala noticia de que habían llamado del aeropuerto diciendo que las maletas se habían extraviado definitivamente, y que podía pasar cualquier día a cobrar la indemnización que la compañía aérea daba por ellas.

  • ¿Qué voy a hacer, Mrs. Connelly?, no tengo ropa que ponerme.

  • No te preocupes, Fran – respondió- ya lo he hablado con las niñas y todas hemos acordado que lo mejor es que uses la ropa que haya en casa hasta que te compres algo. De hecho, tienes la misma altura que Jodie, por lo que todo su ropero te puede servir.

  • Pero –contesté azorado- toda esta ropa es muy femenina.

  • ¿Y qué?, por nosotras no tienes que tener vergüenza. Acabas de llegar y aquí no te conoce nadie, por lo que te puedes mover con libertad. Además, te tienes que duchar, ya que el viaje ha sido largo y no puedes estar con la misma ropa otro día. Mira, te saco algo para que pongas.

Acto seguido, rebuscó rápidamente en los cajones de Jodie y sacó una braguitas elásticas semitransparentes, un camisón de asillas negro con encaje y una bata de seda rosa.

  • Ponte esto después de ducharte y con la bata no se verá lo que llevas debajo. Te esperamos para cenar a las ocho. Hasta luego – y dándome un beso suave en la mejilla, salió de la habitación sonriendo echando una mirada cómplice al bulto que apenas podía disimular en mis pantalones.

Resignado, no me quedó más remedio que hacer lo que me decían, por lo que me dirigí al baño, y tras ducharme, me puse aquellas prendas. Tengo que decir que el contacto de aquellas telas tan suaves en mi piel me produjo una excitación enorme y al mirarme en el espejo no me disgustó del todo.

Bajé a cenar y en el comedor estaban mis anfitrionas, esperando mi llegada. Cuando entré las tres se acercaron a mí y, haciendo que mi rubor alcanzase cotas altísimas, me besaron tiernamente en la mejilla y me pidieron que me sentara, sin hacer ningún comentario de mi atuendo. La cena transcurrió relajadamente, ya que estuve respondiendo a un sinfín de preguntas sobre España, un país que encanta a todos los ingleses. Después pasamos al salón y tomamos una copa de Jerez, en honor a mi tierra. Tras una conversación larga en la que nos conocimos los cuatro más a fondo, decidimos ir a dormir.

Cuando me acosté, el roce del camisón me impedía dormir hasta que halle la solución quitándomelo. Horas más tarde, no muchas, desperté con ganas de orinar, por lo que me puse la bata y salí a pasillo camino del baño. Toda la casa estaba a oscuras y tuve que recordar la situación de las habitaciones de la casa con el fin de no encender las luces, ya que en esa casa todos dormían con las puertas de los cuartos abiertas. Al pasar por delante de la puerta del dormitorio de las hermanas oí un sonido extraño, una especie de sorbeteo continuo y desacompasado. Me asomé lentamente al cuarto, y cuando mis ojos se acostumbraron más a la oscuridad, descubría asombrado que el sonido procedía de una de las dos camas, donde estaban las dos hermanas, completamente desnudas, lamiéndose una a la otra sus respectivos coñitos. Estaban tan ensimismadas en su labor que no se percataron de mi presencia. Como estaban de perfil, pude contemplar el espléndido trabajo que se dedicaban, y se notaba que eran verdaderas expertas en ese arte. A la vista de aquellas lenguas puntiagudas que se deslizaban lentamente por las lubricadas vaginas, mi mano se dirigió a mi pene, que estaba a punto de estallar, por lo que cuando lo saqué de las braguitas, menos mal que tenía a mano un pañuelo en la otra, porque mi corrida fue tremenda e inmediata.

Si escapó de mis labios algún sonido éste quedo amortiguado por los crecientes gemidos de las hermanas, que estaban llegando a un fantástico orgasmo simultáneo. Los desnudos cuerpos temblaron y comenzaron a arquearse de forma descontrolada. Ante el temor de que me descubrieran, salí del umbral y volví al pasillo, dirigiéndome a toda prisa al baño.

Cuando salí, todo estaba en calma. Sin embargo, me pareció oír un extraño zumbido en el ambiente. De nuevo me paré delante de una puerta, pero esta vez era la del dormitorio de la señora de la casa, y era de allí de donde procedía. Asomé la cabeza por la abertura y asistí a otro espectáculo inesperado. Acostada sobre la cama, con el camisón subido hasta el cuello y las piernas totalmente abiertas, estaba Mrs. Connelly. Se estaba introduciendo en su desnudo coño un vibrador eléctrico de considerables dimensiones. Éste era el origen del curioso ruido. Me quedé hipnotizado con el vaivén de entrada y salida de aquel aparato en su hiperlubricada vagina. La señora tenía los ojos cerrados, lo que me animó a seguir mirando sin miedo, mientras mi instrumento cobraba vida de nuevo ante aquel regalo para la vista. En un momento determinado, Mrs. Connelly deslizó su mano libre hacia la mesilla de noche, extrayendo de un cajón otro vibrador de menor tamaño. Tras chuparlo varias veces, lo digirió a su orificio anal y se lo clavó sin titubeos, en un movimiento que delataba un experto entrenamiento. Una vez dentro, lo puso en funcionamiento subiendo el nivel de vibración gradualmente, llegando al máximo en pocos segundos. Allí estaba aquella estupenda mujer con sus dos aberturas vibrando de un modo salvaje, y yo, con mi pene en la mano, asistí abobado a un descomunal orgasmo que la hizo saltar en la cama dando varios botes. Como aquello se acababa y no podía mas, salí de la habitación mientras me corría de nuevo encima de la bata y el camisón.

Cuando llegué a mi habitación, apeas podía creer lo que había visto ni la situación en la que me encontraba, ya que el desaguisado era grande y no era momento para andar lavando ropa. Muy alterado me acosté, esperando que el día siguiente fuera más tranquilo. El cansancio pudo con la excitación y al poco tiempo me dormí.

A la mañana siguiente un ruido me despertó. Abrí los ojos y encontré a Mrs. Connelly en bata sentada al pie de la cama.

  • Buenos días, Fran. ¿Qué tal has dormido?

  • Bien, gracias, ¿Y usted?

  • ¡Oh!, ¡estupendamente!, tengo dos somníferos que me dejan muy relajada por las noches.

  • ¡Ah! –Respondí viendo de nuevo en mi mente las imágenes de la noche anterior- ¡qué suerte tiene!

  • Sí, pero me gustaría usar algo menos…, cómo decirlo,…artificial. En fin, qué se le va a hacer. Baja a desayunar, que las chicas queremos decirte algo.

Salté de la cama cuando salió Mrs. Connelly de la habitación, y, como tenía la bata llena de manchas sospechosas, no tuve más remedio que buscar algo que ponerme en el armario. Todo eran vestidos ajustados, cada cual más sexy. Opté por uno negro con manga larga que llegaba por debajo de las rodillas, que me pareció el más discreto.

Cuando llegué a la cocina, el desayuno estaba preparado, y las tres mujeres me miraron y se les abrió la más amplia de sus sonrisas, lo que hizo que mi sonrojo fuera más que evidente.

  • Querido Fran, -dijo la madre- las chicas y yo hemos hablado sobre tu pequeño problema con el equipaje, y creemos que es un gasto inútil que te compres ropa para el poco tiempo que vas a estar con nosotras. Si quieres, creemos que podrías usar la ropa de Jodie, ya que es de tu talla, y por tus formas, con unos pocos arreglos, podrías pasar por una elegante señorita, sobre todo en un sitio donde nadie te conoce. Fíjate, lo que llevas puesto te queda estupendo. Mejor dicho, estás estupenda.

  • Creo que la idea no es muy buena –respondí, mientras notaba que mi pene se ponía duro a mi pesar-, a mí no me gusta vestirme de mujer.

  • No te preocupes, déjalo en mis manos. Lo intentamos, y si no sale, pues lo dejamos. Venga, a desayunar.

Tras el desayuno, las dos hermanas debían salir a no se qué sitio, y tras darme un beso en la mejilla, se fueron de la casa. Mrs. Connelly acabó de recoger, y dirigiéndose a mí, me indicó que la siguiera.

Sin creerme todavía lo que estaba pasando, me vi subiendo la escalera camino de mi habitación, siguiendo la estela de mi anfitriona. Una vez en el dormitorio, Mrs. Connelly sonrió tranquilizadoramente y comenzó a sacar braguitas, sujetadores y medias de los cajones.

Veamos que tal te quedan éstas –dijo, mientras me daba unas medias negras de fantasía con bordados transparentes- pruébatelas.

Con un cierto titubeo, empecé calzarme las medias como si fueran unos calcetines, lo que empezó a costarme un creciente esfuerzo.

No, no, así no es. –dijo, mientras me quitaba la media – se enrollan en la abertura y cuando llegas a la punta, entonces metes el pie.

Acto seguido hizo el movimiento correcto y las medias entraron una tras otra con facilidad.

Ahora probemos con el sujetador. A ver, quítate el vestido.

Obedecí a la señora y ésta me puso un sujetador precioso rosa de encaje que tenía las copas duras. Mi erección se hacía patente en las pequeñas braguitas que llevaba, aunque ella no pareció percatarse de ello.

Ahora te pones este vestidito de colores.

Era un vestido de manga corta entallado en la cintura, que llegaba un poco por encima de las rodillas. Una vez puesto, mi entrenadora exclamó:

¡Fantástica!, te queda muy bien, aunque veo que tenemos un pequeño problema- dijo, acercándoseme a mí y tocándome con suavidad el bulto que mi pene en completa erección producía en la parte delantera del vestido.

Esto está fuera de lugar y hay que resolver el problema –dijo a continuación.

Para mi sorpresa, Mrs. Connelly levantó la falda del vestido, y, separando con cuidado las braguitas, sacó con delicadeza mi pene con su mano.

  • Vaya, vaya, veo que el problema es grande- musitó mientras su mirada se volvía lujuriosa. Sin pensárselo dos veces, se arrodillo frente a mí, y sin soltarme el miembro, se acomodó y dirigió su punta hacia su boca. Me dio tres besos tiernos en la punta del glande, pasando a continuación a sacar la lengua y comenzar a lamerlo alrededor. Yo creí que me moría de gusto, y acaricié su rubio pelo despacio. Tras los lametones, pasó a introducirse la polla en la boca y comenzar a mamarla con verdadero entusiasmo, mientras levantaba su mirada para ver mi desencajado rostro. Aquello era más de lo que podía resistir, y en apenas dos minutos exploté en su boca, no sin antes intentar avisarla de que me iba a correr. Ella no apartó la boca, y cerrando los ojos con una expresión placentera, dejó que descargara mi cargamento en sus labios. Se notaba que lo estaba pasando tan bien como yo.

Con mis piernas todavía temblando, Mrs. Connelly se levantó y me llevó de la mano al baño. Tras enjuagarse y limpiarse la boca, de nuevo me dirigió una de sus desarmantes sonrisas – Debemos empezar por eliminar el vello corporal. Aquí tengo un spray depilador que funciona de maravilla. Venga, desnúdate y entra en la ducha.

Después de lo que había gozado, estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera aquella maravillosa mujer, y la obedecí rápidamente.

Muy despacio, me aplicó el spray por todo el cuerpo, y pocos minutos después, me lo fue quitando con un guante de tela que se llevó todo el pelo que tenía sobre la piel. Sólo se salvaron la cabeza y las cejas. No me acordaba de verme tan lampiño en toda mi vida, y la aplicación de una crema sobre mi piel depilada me hizo descubrir nuevas sensaciones. Estaba descubriendo que me gustaba no tener vello en los brazos, en las piernas, en la espalda, en los genitales. Y la suavidad de las manos de aquella mujer por todo mi cuerpo me provocó una nueva erección.

Veo que el problema es recurrente, querido. Ven a mi dormitorio. – ordenó Mrs. Connelly.

Me sacó del baño agarrándome por la polla como si me diera la mano, y yo me apresuré a mantener su paso, sumiso y encantado. Al llegar a su cuarto, quitó la colcha de la cama y me pidió que me echara. Sin darme tiempo a respirar, se quitó el vestido en un instante, dejando ver un sujetador blanco semitransparente y unas braguitas mínimas a juego, que se quitó también rápidamente, sin dejarme apreciar bien los detalles, quedándose como vino al mundo. Acto seguido se deslizó a mi lado, comenzando a masajearme el miembro sin prisa, mientras dirigía sus labios hacia los míos y comenzaba a darme un beso de tornillo con la boca abierta. Mi mano buscó rápidamente su coñito, que estaba completamente húmedo, y fui introduciendo uno, dos y hasta tres dedos dentro de él, logrando hacer crecer los suspiros de la mujer. Cuando sintió que estaba preparada, se montó sobre mí y se introdujo mi polla en su coño con destreza, la cual desapareció en su cuerpo como una exhalación. Su calentura estaba en grado máximo y empezó a cabalgar como una posesa.

Aah, ¡Sí!, me hacía falta…, sigue, sigue…, aahhh – decía mientras se corría estremeciendo todo su cuerpo. Sus movimientos hicieron que me corriera también dentro de ella, lo que no pareció disgustarle en absoluto.

Después de unos minutos de descanso. Mrs. Connelly, dándome un beso cariñoso, dijo – Vamos al baño a asearnos, y pasamos a la segunda fase.

Tras un rápido enjuague de nuestras partes pudendas, y estando los dos desnudos en el baño, comenzó una cuidadosa sesión de pintado de uñas, tanto de las manos como de los pies, de un color rojo intenso que me fascinaba. A continuación me hizo sentar delante del espejo y comenzó a depilarme las cejas. Al cabo de unos minutos las dejó en su mínima expresión, formando un arco fino y perfecto sobre mis ojos. A continuación comenzó el proceso de maquillaje. Tras una base gruesa, comenzó a dar color a mis mejillas, pasando luego por los ojos, con lápiz, rimel y sombras, y terminando con los labios, que quedaron de un rojo carmín muy vivo.

Me quedé asombrado del cambio que aquella experta había practicado con mi rostro. Veía en el espejo a una chica bastante atractiva, por no decir francamente guapa. Mrs. Connelly notó mi asombro, y sin dejarme decir nada, se puso de nuevo la bata y me llevó hasta mi cuarto.

Ahora tenemos que disimular esas caderas masculinas.- y sacó de un cajón un corsé negro con encajes en la parte delantera y que se cerraba con cremallera. – Mete un poco la barriga- dijo, y con un pequeño esfuerzo, cerró el corpiño por detrás, dejándome embutido de la cintura al comienzo del pecho, pero con una figura netamente femenina, salvo por aquella polla indomable que comenzaba a levantarse de nuevo.

Un buen sujetador con relleno, unas medias negras finas con dibujo y unas bragas fuertes que te mantengan ese aparatito ahí debajo.- Me colocó las prendas, que me quedaban asombrosamente bien y me introdujo mi polla entre las piernas hacia atrás, mientras me subía las bragas con fuerza para que se quedara en esa posición.

  • Ahora, estás perfecta. Cuando te crezca un poco el pelo, iremos a la peluquería para que te lo corten como es debido. Ahora, ponte esta peluca, a ver como te queda. La peluca, morena, llegaba hasta los hombros y me estaba fantástica. Acabamos la sesión con un vestido rosa de manga corta ceñido a la cintura, unos zapatos cerrados de tacón alto muy elegantes, unos pendientes dorados de clip y un collar y dos pulseras.

  • Bien, bien, bien. Ahora ya hemos completado la transformación.

Me pasé un buen rato mirándome en el espejo. Estaba viendo a una mujer muy atractiva. Los tacones me daban un aire elegante que me fascinaba. Notaba mi pobre polla, tiesa y doblada hacia debajo, quejándose de no poder salir y unirse a la fiesta de la vista. Estaba literalmente encantado, o mejor dicho encantada, ya que me estaba sintiendo mujer.

Sólo te faltan unos consejos de expresión corporal, modulación de voz y de práctica con los tacones. Empecemos.

Llevábamos unos diez minutos practicando los pasos, la forma de sentarse y levantarse, algunas poses de hombros, de caderas, de cabeza, cuando sonó el timbre de la puerta principal.

¿Esperas a alguien? – pregunté un poco alarmado.

Pues no,… espera… ¿Qué día es hoy?..., ¡ah, es día 30!, sólo puede ser Mr. Jones, el casero, que viene a cobrar el alquiler. Ven, bajemos, y verás como te toma por una chica estupenda.

Cogiéndome de la mano, bajamos la escalera. Me sentó en el sofá del salón y fue a abrir la puerta. Al minuto entraba con Mrs. Connelly un hombre alto, rubio, atractivo, de unos cincuenta años, más o menos, bien llevados, que vestía un traje gris con corbata de color teja.

Ésta es mi sobrina,…Fran.., Francine, acaba de llegar de España.

Encantado, señorita –dijo, mientras se acercaba y me daba la mano con delicadeza. – Luego se giró a Mrs. Connelly- Querida señora, ya sabe para qué estoy aquí.

Mr. Jones, -respondió la inquilina- este mes estoy un poco apretada de dinero, ¿Podemos retomar nuestro acuerdo?

El hombre pareció azorado, - Pero…, ¿Mejor vamos a otra habitación? – dijo, señalando con la mirada hacia donde yo estaba.

No se preocupe,- contestó la señora.- ella es de confianza, y a lo mejor aprende algo.

Muy bien, como quiera.

Mrs. Connelly se acercó de manera insinuante al hombre, se arrodilló frente a él en medio del salón, le desabrochó el cinturón, le bajó los pantalones y unos calzoncillos boxer hasta las rodillas, y sin más preámbulos se metió una enorme polla que ya estaba levantada en la boca, comenzando a mamársela con creciente fruición, igual que me hizo a mí. La inesperada situación hizo que me revolviera en el sofá, ya que mi pene se quejaba de la prisión en que se encontraba, deseando ser liberado para poder estirarse bien, pero este deseo no podía ser satisfecho.

Los labios de mi anfitriona emitían un sonido húmedo y lubricado. Mr. Jones había cerrado los ojos un momento y luego los abrió, mirándome a los ojos con mirada lasciva.

Mrs. Connelly, -jadeó- ¿qué le parece si aumentamos el pago a dos meses si su sobrina me la chupa también?

¡Mr. Jones! – exclamó la mujer con fingida sorpresa – ella no entra en el acuerdo. Pero, bueno, tendrán que ser tres meses, ya que es algo muy especial y no depende de mí.

Se giró hacia mí, y me indicó que me acercara. Yo estaba espantado y no sabía que hacer.

Vamos Francine, ya verás que te gusta, y luego yo sabré recompensarte. No se apure, Mr. Jones, es un poco tímida.

Se levantó, me cogió del brazo y suavemente me llevó delante de Mr. Jones, me hizo doblar las rodillas y me puso de frente a aquella enorme polla que palpitaba de deseo y lujuria. Me empujó la cabeza por detrás y mis labios tocaron la punta del húmedo glande. Dos presiones más por detrás hicieron que me decidiera a dar un par de besito a aquel miembro. Eso no bastaba, y ante la insistencia, comencé a la lamer la punta, luego aquella cabeza grande. Mi lengua empezó a girar alrededor de ella. En un momento dado, Mr. Jones me tomó la cabeza con las dos manos, para asegurarse de que no tuviera escapatoria, y me introdujo la polla en la boca hasta bien adentro. Yo ya estaba resignado y me dejé hacer. Estaba caliente y tenía sabor a la lengua de Mrs. Connelly, por lo que no me desagradó. Comencé a mamar como había visto que las mujeres lo hacían, arriba y abajo, presionando la lengua con la parte inferior del glande. La verdad es que estaba asombrado y excitado de la situación, vestido como una atractiva señorita, arrodillada en medio del salón mamándole la polla a un desconocido y con una calentura tremenda. Lo peor es que me estaba gustando y me hacía sentir muy femenina.

Lo debía estar haciendo correctamente, ya que los suspiros del hombre comenzaron a subir de tono. Mrs. Connelly estaba encantada y sonreía picaronamente. Como aquello iba bien, se arrodilló a mi lado, y su mano se metió por detrás, debajo de la falda de mi vestido, separó hábilmente la braguita y me metió suavemente un dedo en el culo, mientras me besaba el cuello. Aquello me excitó aún más, pero no pude volver la cabeza hacia ella porque seguía aprisionada con aquellas dos manos. La juguetona Mrs. Connelly cambió de dedo al cabo de unos segundos y me metió el pulgar, más gordo, dándome un placer desconocido, mientras que con el índice y el corazón empezaba a acariciar la punta de mi polla, que encastrada al revés, asomaba por detrás. Era la tortura más maravillosa que había sentido nunca.

Cuando el ritmo de Mr. Jones comenzó a subir frenéticamente, Mrs. Connelly me separó, tomo su polla y comenzó a chuparla en el instante en que aquel hombre se corría levantando la cabeza con los ojos en blanco. Con los ojos muy abiertos pude observar como no dejó de chupar en ningún momento, tragándose todo lo que debió salir de aquél pollón hiperexcitado. Sólo cuando todo hubo acabado, se separó del hombre y se limpió los labios con un pañuelo que ya llevaba en la mano.

Bien Mr. Jones, - dijo cuando las respiraciones volvieron a su ritmo normal, nos vemos dentro de tres meses.

Tras despedir al satisfecho casero, Mrs. Connelly me hizo sentar en el sillón

– Debes estar inquieta, querida, vamos a liberar tu pajarito, que seguro que sufre mucho.

Acto seguido, me sacó la polla de las bragas, que se levantó como un resorte y la besó con dulzura.

Pobre pajarito, necesitas un nido donde aposentarse. Francine, querida, anda méteme esta delicia por el culito, que quiero que veas como se goza por ahí.

Sin pensarlo dos veces, me puse de rodillas, me levanté la falda y echando a un lado las braguitas, dirigí la punta del miembro hacia esa angosta entrada mientras ella se colocaba a cuatro patas y se lubricaba el ano con los dedos salivados.

Espera un poco, …, bien,… venga, ahora…, despacio.

No hizo falta que me dijera más y muy despacio, comencé a hacer presión contra su culo. Tras un par de segundos, éste comenzó a abrirse y a engullir mi polla poco a poco. La presión que notaba era algo delicioso, y el rítmico vaivén que Mrs. Connelly practicaba me transportaba a otra dimensión.

Aaaah, así, si, … qué bueno, fíjate como me muevo, Francine, toma nota, aaahh, me corro, aahh.

Los gemidos de Mrs. Connelly y sus frenéticos movimientos hicieron que yo también me corriera en su culo al mismo tiempo. Fue un momento memorable. Cuando nos separamos y repusimos un poco, la señora me acarició el rostro.

Querida Francine, me lo has hecho pasar de maravilla. Creo que vamos a pasar unas buenas vacaciones. Esta tarde vienen un par de amigas a tomar el té y te las voy a presentar. Lo pasaremos bien, seguro.

Nos pusimos en pie, me alisó el vestido con experiencia y tocándome el culo me dio un beso en el cuello que por poco hace que mi fatigada pollita volviera a levantarse.

(Continuará).

A quienes les guste el relato y quieran comentarlo, pueden escribirme a naomik@wanadoo.es . Un beso a todas.