Mejor una travesti desnuda que una mujer vestida

¿Qué harías si descubres que uno de tus cuates es una linda mariquita? Mejor dicho, ¿qué NO le harías?

*Esta historia debe considerarse como una obra de ficción; cualquier parecido con la realidad u otra historia, es pura coincidencia. Como autor, o autora, no condono ni condeno ninguna de las conductas aquí presentadas. Tampoco pretendo exaltar o demeritar ningun estilo de vida. En otras palabras, lo que he escrito lo he hecho sólo por el placer de escribir. No deseo ni necesito ofender a nadie.

  • Perdona por la falta de tildes y diéresis en las “u”; ello se debe a un glitch del sistema.

  • Si algun adolescente lee esta historia, se recomienda la compañía y consejo de ambos o uno de sus padres (Sí, ya vas)

“MEJOR UNA TRAVESTI DESNUDA QUE UNA MUJER VESTIDA” por Karla Lisbeth 22

Empezaba a amanecer ese sábado cuando me infiltré en la casa de Carlos. Aprovechando la oscuridad y con el mayor sigilo, no fueran a confundirme con un ladrón y me metieran unos cuantos balazos, me encaramé por la verja exterior y me dejé caer. Caí de nalgas y me lastimé un poco, pero lo importante era que ya estaba adentro. Deslizándome entre las sombras por un pasillo lateral, llegué a la parte trasera de la casa. Allí, debajo de una maceta, encontré la llave de la puerta de atrás; hacía mucho, pero mucho tiempo, que Carlos me había hablado sobre esa llave, por si algun día se suscitaba alguna emergencia. El ni se acordaba de eso; yo, jamás lo olvidé, en caso esa información fuera a serme util alguna vez. Como ahora.

No escapó a mi razón e inteligencia lo irónico de la situación. Era la primera vez que entraba a su casa y heme aquí, haciéndolo cual vulgar delincuente. Pero esto mismo, me dije, hacía divertida y algo emocionante la travesura. Luego de entrar y pasar por un jardín bien cuidado, entré a la cocina y luego a la sala de la casa. De allí me dirigí a los dormitorios. A pesar de que Carlos vivía solo, se las arreglaba para mantener la vivienda aseada y en perfecto orden. Era un reflejo de su personalidad, sin duda; Carlitos era muy limpio y muy ordenado.

Al principio pensé que, conforme a lo que había planeado, Carlos estaría afuera. Su dormitorio, nítido como toda la casa, se encontraba vacío. La cama no tenía una sola arruga y, de hecho, parecía que nadie había parado allí en días. Eso me hizo entrar en sospechas y buscar en las demás habitaciones, aunque dudaba que fuera a estar en una de ellas.

Uno de los cuartos estaba cerrado con llave; eso me pareció raro y decidí averiguar con mayor empeño qué había dentro. La verdad es que no debí hacerlo, lo que buscaba (entrar al dormitorio de Carlos), ya estaba hecho. Pero quizá lo hice como una especie de venganza inconsciente. Carlos nunca me había invitado a su casa y había ignorado olímpicamente mis indirectas sobre ello. De hecho, nunca me había dado su dirección exacta. Tal vez no había razón para hacerlo, o tal vez no quería que yo, o nadie más, lo supiera. Si no fuera porque su actitud me parecía muy extraña, no habría averiguado por otros medios dónde vivía. A veces, como ahora, me preguntaba si Carlos no ocultaría algun terrible secreto. Todos los tenemos, es verdad, pero algunos secretitos sí son cosa seria (¿no es así, amiguito lector?).

Bueno, conociendo a Carlos sabía que guardaría otra llave en algun lugar. No me tomó mucho tiempo encontrarla en una gaveta de la cocina, que, a propósito, brillaba de limpia (la cocina). Con sumo cuidado, regresé a la habitación y abrí la puerta. Debido a la sorpresa de encontrar a Carlos allí, durmiendo como un angelito, ni siquiera me pregunté qué diablos hacía en otro dormitorio y no en su supuesta habitación.

Ver a Carlos allí, afectó un tanto mi plan. Afortunadamente, no tenía un plan definido, o mejor dicho, tenía varios de los que podía echar mano. Así que cuando lo vi en la cama, no me costó adaptarme a la situación y decidir un nuevo rumbo de acción.

Ese sábado Carlos cumplía 22 años. La noche anterior se había marchado de parranda con unos amigos de la oficina (era día de pago, además) y, con seguridad, me había informado, regresaría ya bien entrado el día, hasta las cachas, se entiende. Debido a la cercanía entre nosotros, yo también quise festejarlo tan pronto como fuera posible. El plan básico consistía en entrar a la vivienda y darle un pequeño regalo si estaba en casa o dejárselo sobre su cama, si aun no llegaba. Era una pequeña sorpresa y una locura (el chico ni se imaginaba que yo pudiera aparecerme por su casa), pero tal vez lo hice porque deseaba que él hiciera algo similar cuando yo cumpliera 21 años, dentro de un par de semanas. Sí, ya sabes, las locuras de la juventud

La sorpresa me la dio él a mí, sin embargo. Por lo que se percibía, un ligero olor a licor, y por lo noqueado que se miraba, se veía que el chico se la había gozado. Pero eso no fue lo que me sorprendió y casi me mató del susto. A pesar de que aun estaba oscuro, pude ver con suma claridad que Carlos, el cumpleañero, Carlitos, el joven trabajador y educado, el chico bien parecido y amable, Carlos, el muchacho a quien apreciaba tanto que hasta realicé una tontería para poder darle un regalito, ese Carlos… sí, ese

¡Era una loca! Un maricón… un joto… un hueco… un amujerado… un trolo… un culero… un pato… un puto… me faltaron sustantivos y adjetivos con qué llamar la ignominia de la que estaba siendo testigo. Carlos era de… los otros

Cuando lo vi, me fui de nalgas. De veras. No sé cómo no se despertó cuando de la sorpresa exclamé: “¡A la gran puta, qué mierdas es esto!”

Allí, sobre la cama, sin sábana ni colcha que lo cubriera, durmiendo sobre su lado derecho y dándome la espalda, estaba la loca más loca que había visto. Tontamente, había pensado que era una mujer la que estaba en la cama, pero después de concienzuda inspección tuve que admitir, con ira y decepción, que la tal sujeta no lo era y que el tal Carlos era un completo mariconazo. La verdad es que no me enojé tanto por descubrir lo maricón que era, sino porque me había engañado con su comportamiento de hombrecito. Yo no sé si ustedes hayan sabido de (o hayan visto y descubierto, como en mi caso) algun amigo que resulta siendo más raro que un político honesto.  No sé cómo habrán actuado, pero yo, aparte de no hacer nada y quedarme observando estupidamente al cuate ese, sentí como si Carlos, en abyecta traición, me había apuñalado. De repente por eso les dicen puñalones a esos tipos en México, mi país vecino del norte.

A pesar de que no podía creer aun lo que mis ojos desorbitados veían, la tranquilidad retornó poco a poco a mí y conforme la luz del amanecer aumentó contemplé mejor a quien consideraba ahora como un extraño. Y no era para menos; el Carlos acostado allí, era totalmente diferente al Carlos que yo supuestamente conocía tan bien.

Para empezar, Carlos estaba desnudo o casi desnudo. Una tanguita, sí una prenda de mujer, llena de encajes y bordados, pero tan pequeña que era casi invisible, medio lo cubría. La verdad es que esas braguitas eran sólo una pobre excusa para no andar en total desnudez. Las pantaletas esas no sólo eran diminutas, sino transparentes. Vaya, el tal Carlos no sólo era un maricón de primera marca, era un maricón sexy. ¡Urgggh!

Muy a mi pesar, y a decir verdad, tuve que admitir que el chico tenía un cuerpo bonito, casi femenino, con alguna que otra curva aquí y allá. No sé cómo pude haber estado cerca de él por tanto tiempo y no darme cuenta, por ejemplo, de esas hermosas nalgas, redonditas y paraditas. Sí había notado que el muchacho era nalgón, pero nunca imaginé que se vería tan bien como ahora, cuando su culito estaba prácticamente desnudo, ya que la tanguita esa era sólo un hilo. Fue por ello que al principio pensé en que era una mujer la que dormía allí. Con la cintura estrecha de Carlos y las caderas que se manejaba, además de ese hilo dental rojo, la imagen era la de una joven, deliciosamente culona.

La verdad es que al ver (por largo tiempo, lo confieso) ese lindo trasero, a pesar de que sabía que era el de un hombre o quizá por ello, el demonio de la lujuria y la perversión se apoderó de mí y sentí una ligera excitación; no, la verdad es que me calenté sobremanera y un poco más y me lanzo sobre ese cuerpo atractivamente femenino. No sé cómo diablos me contuve. Quizá porque esto era tan diferente, tan extraño, tan de otra gente, no de alguien a quien conoces (o crees conocer). Además, la ira, injustificada tal vez, pero ira al fin, me dominaba aun. Seguí inspeccionando al maricón y a cada momento me sorprendía por lo avanzado de su mariconez. Este no era uno de esos chicos indecisos e indefinidos (quizá sea lo mismo) que se ponen ocasionalmente las ropas de sus hermanas y se creen tan lindas como ellas, ah, y encima de todo hacen una gran alharaca. Hasta escriben relatos sobre ello.

No, por lo que se veía (y percibía, el cuarto ese olía a mujer), Carlos era un verdadero travesti, casi un profesional. Si no hubiera conocido la empresa en la que laboraba, habría pensado que el chico, a pesar de sus limitaciones físicas naturales, o era un travesti prostituto o trabajaba en un show de maricones o en un bar de tales, o todo eso. Pero Carlos no necesitaba eso para cuidar todos los detalles que hacen loca a… bueno… una loca.

Su cuerpo, con una piel que se antojaba la de una joven mujer: tersa, suave, lisa, cremosa y sin un solo defecto visible, estaba completamente depilado. A no ser por un puñadito de pelos en su pubis, Carlos no tenía un solo vello en su cuerpo. De nuevo, el deseo sexual se apoderó de mi por unos instantes; un poco más y toco y acaricio y beso esa piel prohibida, esa hermosa y pervertida desnudez… hasta me dieron deseos de darles un mordisco a esas ricas nalgotas… No sé en realidad por qué no me arrojé sobre ese cuerpecito de hombre arrepentido

Por supuesto, era la primera vez que veía algo de piel de Carlos. Supe entonces por qué no le gustaba ir a piscinas o playas y por qué en días cálidos no usaba pantalones cortos o playeras de tirantes. Obviamente, el chico ocultaba su cuerpo libre de los normales vellos masculinos o tal vez escondía las marcas dejadas por el uso o el sol luego de usar ropa de mujer, ya fuera íntima o de baño.

No sé si por la atracción prohibida que el lindo cuerpo de la mariquita ejercía sobre mi débil voluntad o porque al final decidí que cualquiera tiene derecho a vivir como le dé la gana, me di cuenta de que la ira y el sentimiento de haber sido traicionado se disipaban. Ya no lo odiaba y, todo lo contrario, el respeto que alguna vez sentí por él había vuelto y hasta aumentado. Todavía sentía una especie de frustración o de decepción cuando recordaba que me había mentido, o mejor dicho, que no me había dicho toda la verdad sobre él. Sin embargo, podía entenderlo. No todos somos iguales. Lo que no entendía mucho era mi enfermiza reacción lujuriosa. Debí haberme ido de allí hacía mucho y tratar de olvidar esa extraña escena. Pero allí me quedé, contemplando al mariquita de Carlos. ¡Sí que me había engañado el muchachón!

Con más calma, y con más luz natural, noté las bien cuidadas uñas de sus manos, pintadas de un sobrio, y lo que me pareció muy femenino, color rojo oscuro, el mismo tono de las uñas de sus pies. La verdad es que no me sorprendió ver las largas y bonitas uñas de sus manos. Cuando no tienes la menor sospecha de que a alguien dentro de tu círculo se le hace agua la canoa, no le chequeas nada.

Temblando de los nervios, rodeé la cama y en un ataque de audacia me acosté a su lado, sobre mi costado y lo vi detenidamente. Yo creo que hasta deseé que despertara. Si lo hubiera hecho, quizá habría mandado todos mis principios e instintos a la mierda y hubiera hecho el amor con él. Tan lindo, o linda se miraba. Pero Carlos, la travesti rica a mi lado no despertó. Me concentré entonces en verla y hasta admirarla. Eran tan hermosa que se lo merecía.

Sí, todo encajaba ahora que sabía su terrible secreto. Su cuerpo esbelto y pequeño, su pelo semi largo, sus cejas algo depiladas pero que no despertaban suspicacias, los casi imperceptibles hoyuelos de sus orejas (me había dicho que antes usaba aretes para parecer exótico), cosas así que no decían nada por sí solas, pero juntas

Me pregunté cómo se vería el chico con maquillaje. No sabía en qué estado había llegado a casa, pero Carlos tuvo la suficiente entereza para quitarse las pinturas de la cara. En la mesita de noche estaba una botella removedora de esas cosas y unos pads de algodón manchados de cosméticos.

Aun así, tuve que reconocer, quizá por vez primera, que Carlos tenía una carita linda; no necesité de mucha imaginación para ver a una mujer dormida allí, enfrente de mí. Un poco más y poso mis labios sobre las suyos, tan femeninos y carnosos se veían. Mi calentura aumentó cuando me pregunté que se sentiría tener esa boquita… allá abajo… mamándomela… Tal vez si lo despertaba

¡No, no…! Tenía que huir de esos pensamientos… tener sexo con un travesti era inmoral, pecaminoso, sucio… sin mencionar la sal que me caería… sí, coger con un travesti trae mala suerte, dicen los entendidos

Igual continué viéndole todo lo que había que verle, y era mucho. En el pecho, el chico mostraba aun las huellas de haber usado un brassiere apretado. Vaya, Carlos sí que era un gran maricón. Hasta dormía como las chicas. Sin sujetador. Como si el mariconazo tuviera senos. Sin embargo, cual si fuera una maldición degenerada, una vez más me atacó el deseo; al verle esas tetillas rosadas y esos pezoncitos maricones se me imaginó un pequeño busto y me dieron ganas de chupar esos senos de muchacho; cuando me pregunté si algun hombre los habría mamado antes y cuando visualicé en mi mente podrida y enferma esa escena homosexual tuve que tocarme entre las piernas, sí, la calentura ganaba la batalla. Si no le hice a esa rica mariquita lo que quería hacerle fue porque se miraba tan inocente mientras dormía, casi como una niña, y no quise interrumpir sus sueños. Otra cosa sería si despertara

Luego pasé a observar las partes íntimas del mariconcito. La verdad es que esa tanga no cubría nada. Fue así como vi que la loca se rasuraba esa parte. Una delgada franja de vellos pubicos era todo lo que se había dejado. Debajo de ese puñadito de pelos se encontraba lo que debería haber sido su mayor orgullo de hombre: su pene. Con abundante curiosidad y verguenza, y sintiéndome muy mal por estarle viendo la verga a un hombre, un hombre que creía conocer y que resultó ser no tan hombre, me acerqué a su pubis bonito de marica.

Su miembro femenil, de viril no tenía absolutamente nada, era pequeño, muy pequeño. Quizá a ello se debían sus inclinaciones mariquitas, porque la verdad es que esa verguita se veía coqueta y muy de mujer. Pero entonces, como si no había tenido ya suficientes ataques degenerados, una oleada de lujuria me inundó al ver ese inutil pene de maricón. Casi me hago la paja al ver esa cosita arrugadita y sin circuncidar. Hombre al fin, la travesti tenía una erección o media erección, que le levantaba algo la tanga; no sé que hubiera dado por vencer mis prejuicios y fobias y agarrar, acariciar y sobar esa pijita afeminada. Hasta me pregunté, y aquí sí me sentí muy mal (tanto que segundos después me levanté de la cama en disgusto), me pregunté decía, qué se sentiría meterse a la boca un penecito de maricón. Fue tanto el desagrado que experimenté ante esa imagen que decidí dejar de verlo; pero igual, me seguí preguntando qué sabor tendría la linda pijita esa. ¡Dios mío, en qué diablos estaba pensando! Preocupado por mi cordura, no lo vi más y me dispuse a averiguar más de la vida secreta de Carlota, como lo llamaba ya.

La habitación, aunque pequeña y sobria, era eminentemente femenina. Sólo bastaba con ver esa mesita con un espejo y llena de artículos de belleza. Sobre un pequeño sofá, vi un brassiere, rojo y sexy como la tanguita que la travesti llevaba; sin duda, las dos prendas formaban parte de un provocativo conjunto de ropa íntima. En el mismo sillón se encontraba un par de medias negras, una minifalda del mismo color y una blusa roja de manga larga, el vestuario que seguramente la loca llevaba la noche anterior. Las ropas no eran tan atrevidas como la de una putita, pero tampoco eran propias para ir a misa. Si no que lo dijeran esos tacones de aguja al pie de la cama, que bien podrían ser de una chica del oficio. Obviamente, Carlota (¿o se haría llamar Carla?) no había celebrado su cumpleaños con los amigos de la oficina. El mariquita habráse ido a un antro gay con alguna comadre maricona o de repente hasta a algun centro nocturno normal. Si desnudo podía pasar por mujer, imagínatelo con una mini y tacones.

Sabiendo lo que iba a encontrar, procedí a abrir los armarios. La loquita no tenía mucha ropa de mujer pero para ser hombre contaba con lo suficiente. Vestidos, faldas, pantalones, jeans, unos 5 pares de zapatos de mujer, proclamaban la gran mariconez del chico. En un gavetero, encontré abundante ropa íntima de mujer. La primera gaveta estaba llena de calzones (encontré unos numeritos que me sacaron los colores de lo atrevidos que eran); la del medio, de brassieres; y la de abajo, de ropa de dormir, medias y calcetas.

Así que ésta era la habitación de la mujer… obviamente, la otra, la del hombre, tenía poco o ningun uso… ¿Se sentiría mujer Carlos siempre en la casa? ¿Habría veces cuando actuaba como un hombre?

El mariquita interrumpió mis pensamientos, y mi disposición de no verlo más, cuando cambió de posición, quedándose boca arriba. Con una mano se acarició inconscientemente su pequeño y erecto pene y luego continuó profundamente dormido. El muy marica debe haber estado soñando con un hombre.

Ese pensamiento me excitó de nuevo. A pesar de lo repugnante que era pensar en echarse un polvo con esa loca, lo pensé y hasta me sobé la cosa por un buen rato mientras me lo imaginaba. Pero la verguenza y un sentimiento extraño, como de culpa, me agobiaron y esas ideas estupidas se marcharon, aunque la curiosidad se quedó allí, para atormentarme:  ¿Cómo sería hacer el amor con una travesti? ¿Con una marica tan linda como Carlos o Carla o Carlota? Al imaginármelo, un profundo desagrado me inundaba, pero la caliente reacción entre mis piernas me decía que hacerlo con una marica no sólo era muy posible, de repente hasta me iba a gustar

¡No, no y no! ¡So pena de caer víctima de la tentación inicua, tenía que dejar de ver ese hermoso cuerpo semidesnudo de travesti dormida! ¡Tenía que marcharme de allí y de inmediato!

Decidí entonces que nunca iba a saber qué era tener sexo con una marica.

Decidí nunca más ver a Carlos.

Después de borrar las pocas huellas de mi presencia en la casa, salí de ella. Era ya de día cuando, con mayor cuidado que antes, me salté la verja, volví a caer de nalgas y me marché lentamente a casa por las calles quietas y silenciosas de mi ciudad, Antigua Guatemala, con ganas de ponerme una buena borrachera.

No sé, me sentía un poco mal. Como que algo se había roto en mi interior. Pero a pesar del enorme vacío que experimentaba dentro de mí, me sentía, no sé…, feliz por Carlos. El chico tenía una vida secreta y, de corazón, deseé que la disfrutara a plenitud. De seguro, esa vida alternativa como mujer era mucho más satisfactoria que su vida como hombre. Lo juro, hasta recé porque fuera feliz y que le fuera bien.

De todas maneras, ese mismo día comencé a alejarme de él. Cuando me llamó en la noche y yo estaba ya con una resaca de los mil demonios, le deseé un muy feliz cumpleaños y lamenté no poder celebrarlo con él. Algo que ver con mi abuelita enferma, le mentí con total descaro.

Los siguientes días fue lo mismo, alejarme de él a toda costa con una nueva excusa, una nueva mentira… que tenía que hacer… que me iba de viaje… que tenía que estudiar… que la gripe, que esto, que lo otro… cualquier pretexto que endulzara la transición de no verlo nunca más. Luego de unas semanas, mis negativas fueron directas. Al final le dije que lo sentía mucho, pero que lo nuestro no podía ser. Corté definitivamente con él.

No podía, ni debía, ni quería ser más su novia. Le pedí que no me buscara y que me olvidara, así como nuestros planes para el futuro.

Nunca más lo volví a ver. Ni siquiera pasé de nuevo cerca de su casa. Esa casa a la que nunca me invitó y a la que había ingresado para darle un regalo el día de su cumpleaños, una cadena de oro con un dije conteniendo la leyenda: “Sí, acepto”.

No era que no lo amara. Aun siento algo por él, luego de unos meses. Tampoco era que no pudiera aceptar a un novio o a un esposo travesti. Estaba segura de que algun día me iba a confesar su secreto, confiando en que iba a aceptarlo. Y como otras mujeres, bien podría haberlo hecho. ¿No mencioné que la idea de tener sexo con una mariquita era excitante?

Lo que pasó fue que Carlos, mi ex novio, la mariquita, no sólo haría más feliz a un hombre, él mismo sería más feliz con uno.

¿Qué harían juntos una linda marica y una mujer? Nada… sería un desperdicio, para ambas.

La verdad, y punto final de esta historia, es que tanto ella como yo nos merecemos un hombre de verdad

Karlapetite22@hotmail.com