Mejor amigo

Estaba sentada en la sala, escuchando música y disfrutando mi copa de vino, cuando escuché que alguien golpeaba la puerta de la calle, llamándome por mi nombre. Apagué la luz de la recamara y me asomé cubriéndome la cara con las cortinas. Era Pedro, un amigo muy cercano, del que la vida me había alejado un poco en los últimos años Borracho irredento, su ebriedad era ostensible y seguramente le había dado por venir a visitarme, por lo que decidí esperar hasta que se convenciera de que la casa estaba sola y se retirara.

Acaso me fue difícil vivir solo las primeras semanas. El conjunto enorme de rutinas se fueron desvaneciendo a medida que organizaba mi nueva vida en soledad. De todas las cosas que podría hacer, vino a mi mente una intención que llevaba años almacenada, oculta a la vista por ese montón de actividades que conforman la vida diaria, añejándose como esos vinos tan finos que nunca bebes porque cada año son mejores. De entrada vacilé y me planteé variadas dificultades e inconvenientes; pero un día mientras conducía de regreso de la oficina, el asunto dejó de parecerme tan complicado y decidí llevar mi plan a la práctica el mismo viernes de esa semana. Así que hice ejercicio, compré una botella de vino tinto, y el día designado me evadí de la borrachera quincenal, pretextando la visita de unos familiares que venían de otra parte de la república.

Llegué temprano a casa y me bañé parsimoniosamente. Una vez que el ocaso se consumó, saqué una maleta del cuarto de servicio y, ahora de sí de manera apresurada, extendí su contenido sobre la cama. Llevaba mucho tiempo sin poder ver con calma lo que había en su interior. A pesar de que tenía bien claro lo que iba a usar me puse a mirar la ropa, como si fuera a cambiar mi selección. Tomé la minifalda negra de likra, una blusa del mismo color y ropa interior blanca; también unas medias negras y un liguero blanco que no me convenció mucho porque resaltaba bajo la minifalda. Peiné la peluca de cabello castaño antes de ponérmela y me senté frente al tocador para maquillarme con ese tiempo que acababa de encontrar. Yo creó que ocupé más de una hora, hasta que estuve a gusto con mi apariencia. Entonces empecé a caminar encima de unas zapatillas con tacón de diez centímetros por toda la casa, descorché la botella de vino, y me serví una copa.

Estaba sentada en la sala, escuchando música y disfrutando mi copa de vino, cuando escuché que alguien golpeaba la puerta de la calle, llamándome por mi nombre. Apagué la luz de la recamara y me asomé cubriéndome la cara con las cortinas. Era Pedro, un amigo muy cercano, del que la vida me había alejado un poco en los últimos años Borracho irredento, su ebriedad era ostensible y seguramente le había dado por venir a visitarme, por lo que decidí esperar hasta que se convenciera de que la casa estaba sola y se retirara. Pero no ocurrió así; comenzó gritar que le abriera, que no me hiciera "pendejo". Me asomé de nuevo y observé que las ventanas cercanas empezaban a investigar el origen de los gritos. De inmediato caí en la cuenta de que, dado el estilo paranoico de mis panistas vecinos, la policía no tardaría en llegar y esto no podría sino empeorar. Pensé en dejar que lo arrestaran, pero era mi amigo; y además, me quedaba la duda de que las cosas se pudieran complicar sin necesidad.

Me quité la peluca, falda y zapatillas. Me vestí de pantalón vaquero, tenis y una chamarra de invierno. Apagué la luz del patio y salí con la idea de convencerlo para que se fuera, quizás con el argumento de que tenía alguien enfermo en casa. El plan no era tan malo, entre la oscuridad y la borrachera no se daría cuenta del maquillaje y le pararía con su escándalo. Apenas abrí la cerradura, la puerta se me vino encima y Pedro apareció tambaleándose a mitad del patio. Ignoro si empujó la puerta o estaba recargado en ella cuando la quise abrir, pero el caso es que cuando me di cuenta, él ya estaba bamboleándose a mitad del patio de la casa.

¿Qué pasó, Manuel? ¿Por qué no me abres? Ya ves como eres gacho.

No, lo que pasa es que estoy realmente ocupado; tengo un familiar enfermo, agarra la onda.

No es cierto; de ser así, me lo hubieras dicho desde que empecé a tocar. Pero no, apagaste la luz. Yo te vi.

Es que ahí está mi tía Rosa y quiere dormir. Ya vete a tu casa y mañana nos la curamos en el mercado. - Se me acercó y traté de esquivarlo caminando de lado.

Siquiera déjame pasar a tu baño, ¿no? Ya no aguanto – y como buen borracho buscó recargarse con la persona con que conversaba-. Oye ¿y tú a qué hueles? ¿Por qué te vas pa’llá? Ya sé, hueles a vieja. – Me alcanzó a sujetar de los hombros y de plano lo aventé y me alejé de él. Resulto peor. – Traes la cara pintada y hueles a chava – me dijo en voz alta y en tono burlón– No me avientes, a ver, acércate.

¡Ya cállate, buey! Vas a molestar a los vecinos y a mi tía.

¡Qué tía ni que ocho cuartos, buey! – Y ya me preocupé por sus gritos.

Mira mejor pásate al baño y te vas.

No primero me dices porque estás pin... – Lo empujé hacía la casa y se calló de inmediato.

¡Que te calles, con una chingada!

Bueno voy al baño. – Aproveche y corrí a la recamara para guardar el resto de la ropa en la maleta cuando recordé que, por las prisas había dejado la falda y las zapatillas en la sala. Cuando llegué allí, Pedro ya las había visto.

  • ¿Y éstas de quién son?

Pues de unai vieja, de quien más buey.

Pero tú sí traes la cara pintada. No me digas que tú eres, de esos.

¡Claro que no! Ya pasaste al baño, ahora vete que mi tía está enferma.

¡Otra vez tu tía! Se me hace que tú eres

¡Qué te vayas!

No, ni te preocupes por mí. A mi no me afecta lo que tú seas; muy tu pedo. Eres mi cuate y ¡es más! traje un pomo para que le demos fuego.

Entiende que es mejor que te vayas. Yo te busco mañana y nos la curamos juntos.

Pero vamos a tomárnosla ahorita; si traje de la marca que te gusta, Manolo. A mí me vale si te pintas la cara, ya ves que cuando andábamos en el grupo, tocando, vimos mucha gente así. Aunque la neta, nunca pensé que tú; si te encantaban las broncas y agandallar a los ojetes con tu Smith & Wesson.

Ya cállate, buey. Mejor vete a tu casa, ya estás muy mal – y se me quedó viendo a la cara; de pronto caí en la cuenta de que era completamente posible que se fuera a beber con otros cuates y se le saliera esto. Yo lo conocía; era mi amigo, pero había que reconocer que era un chismoso.

La verdad, nunca pensé que me corrieras, ¡que gacho! Eres un gacho.

Está bien, quédate y nos tomamos una cuba, pero ¡ay de ti, si vas de chiva! Me cae que sí te parto tu madre, ¡eh, buey! O peor, voy con tu vieja y le platico lo de la Maribel, cabrón.

Ya te dije que no te preocupes. Por mí sigue con lo tuyo, yo soy bien openmain.

¡ Open-mind , pendejo! Mira, siéntate que yo voy a la cocina por unos hielos y por unos vasos ¿qué traes? ¿ron o brandy?

Ron

Buen, entonces traigo Tehuacán y coca.

Regrese rápidamente de la cocina y cuando regresé lo encontré revisando mis discos. Ví la botella y debo admitir que no me había mentido; efectivamente había traído una botella de excelente ron cubano, del tono amargo que yo prefería en mi adolescencia, así que serví un par de tragos bien cargados para no perder el sabor de ese buen licor ilegal en Estados Unidos. Me senté en un sillón contiguo al sofá donde él se encontraba y brindamos por los viejos tiempos. Yo me tomé la cuba cuando mucho en tres tragos, necesitaba relajarme.

Sírvete otra, yo ya tragué un chingo.

Pero tú llegaste de farol con tu pomo; ora te lo tomas.

Pues ya qué.

No, está bien así; no sea que te vayas a poner peor. - Y me serví otra cuba. Finalmente me gustaba esa marca de ron y por otra parte, la necesitaba. Ésta ya la terminé de manera más ordenada con Pedro.- Me cayeron bien las cubas. Demasiado bien, diría yo.

Pues otras dos, ¿no?

Te dije un trago y ya no lo tomamos.

No, yo dije un pomo y todavía no se ha acabado. – se quedo callado por unos momentos y continuó. – Pero si me corres, no hay lío; me voy a chupar a otro lado y a ti te dejo para que sigas con lo tuyo. Ora si podrás ponerte - buscó con la mirada en el sofa - la faldita esa y las zapatillas.

¡Otra vez, que no son mías!

Te maquillaste, no te hagas. Y esas zapatillas son muy grandes para tu esposa, nosotros le regalamos unos tenis una vez, acuérdate. Ya te dije, por mi no hay pedo. Soy músico y a las tocadas siempre van vestidas. Ni modo que me espante. Y además tú eres mi cuate. Ni modo que ande diciendo que eres puñal, yo te conozco desde que éramos chavos y cuando anduviste conmigo siempre te gustaron las viejas.

Sí, ¿te acuerdas de las morras que subimos al Mustang allá en el pueblo? ¡Salieron más cabronas que nosotros!

Sí, por eso no creo que seas joto o me vale madre. Por mí vístete de mujer que yo no digo nada.

Mejor nos tomamos otra cuba, te toca servirlas.

Se fue a la cocina y yo me quede pensando, tratando de encontrar la solución a este embrollo, pero Pedro no tardó en regresar.

¡Salud, ese!

¡Pues salud! – y bebimos una cuba más, platicando del futbol, de la música, de las batallas por el barrio; hasta que, pasados unos minutos, él regresó a lo mismo.

Oye, Manuel, y que se siente vestirse de vieja. Porque fíjate que mi jefa tiene un vecino que tiene show , en el que imita a Madonna y a otras cantantes. Mi mamá y él se llevan bien y nos ha invitado a verlo: es más, hasta nos ofreció presentarnos su espectáculo en la casa; fíjate. Es buena onda, pero pues nunca le he preguntado que pensaba cuando se vestía, que los hombres lo vieran.

Pues quién sabe, es su trabajo; le ha de valer madre.

¿Ya ves, buey? Desde que llegué te dije que le siguieras, si no te ves mal con maquillaje. Me cae que sí pareces mujer, y hasta bonita. Ha de ser por tu cara tan fina; ¡cómo le gustabas a las viejas, buey! Hasta a mi hermana.

¡Estás pedo, buey!

¡Cierto! Ella me dijo textualmente "me voy a chingar a tu amigo". Pero tú andabas bien clavado con tu vieja, ahora tu esposa.

¿Entonces? Deja de pensar pendejadas. Y ya me estoy con ella.

De veras. Pero sigue con lo tuyo. Anda, termina de cambiarte. Mientras, yo me quedo aquí con mi cuba y busco unos discos.

¡No! Mejor cambia la plática.

Bebimos varios tragos más, siguiendo la misma dinámica. Yo buscaba temas de conversación y, tarde que temprano, Pedro regresaba con aquello de que terminara de cambiarme. Y después de escucharlo varias veces hablar de lo mismo, supongo que debido a la gran cantidad de alcohol que tenía en la sangre y que inhibió la parte frontal de mi cerebro; a que ya tenía un plan previo; y a que finalmente, me sentía en confianza con mi amigo, de pronto me levanté el sillón, levanté las cosas que estaban en el sofá, y me metí con ellas a la recamara. Curiosamente, apenas me había terminado de cambiar, la sensación de embriaguez se redujo bruscamente. Regresé a la sala vestida con minifalda negra, un blusa de tirantes, medias, zapatillas y la peluca negra de pelo chino. Me paré enfrente de él y me quede callada.

¿Ya ves? Que linda luces …¿Amanda Miguel?

Barbara, Pedro.

Barbara, está bien. Te ves muy bien, bien buena.

Mmhh, no sé. Ni te creo y, que yo recuerde, tampoco es lo primero que les dices a las chicas cuando las acabas de conocer.

Perdón, lo que pasa es que me confundí; nos conocemos de tantos años.

Pero no así.

Tienes razón. ¿No te quieres sentar, quieres un trago? ¿Bárbara?

Sí.

Siéntate junto a mí, como siempre. – y palmeó el sillón del lado que le quedaba vacío.

No, no, no, no. Mejor me siento en este sillón. Vamos, platícame algo.

Por fin, la conversación fue más fluida. Por una parte, como él ya no regresaba al tema de la ropa que yo ya traía puesta, podíamos profundizar más en otros temas. Era el tipo de persona con la que te gusta platicar porque puedes hablar con él de cualquier tema y siempre tiene material de conversación bien interesante: lecturas, anécdotas, criterios. Además, yo me sentía más relajada. Entre la conversación y el trago, descubrí que, aunque disimulaba, de pronto me miraba las piernas; me incomodaba, pero no protesté; para empezar, ni si siquiera se me ocurría qué decirle. Después se me hizo algo natural, era lo que yo hacía cuando tenía cerca una chica con minifalda. Como ambos habíamos tocado en grupos musicales, el tema de las tocadas salió a colación.

¿Te acuerdas de uno de esos bailes de cumbia, para el que nos contrataron en una colonia de puro malviviente? – Pedro levantó su vaso para beber y al bajarlo se quedó viendo debajo de mis piernas cruzadas.

Sí, si me acuerdo. Pero, Pedro.

Perdón, lo que pasa es que la costumbre, ya sabes. Ves una chica buena en minifalda y no puedes evitarlo. En fin, yo me acuerdo que en los descansos todos en el desmadre, bailando y cotorreando; y tú nomás chupando, casi no bailabas

Pues si no sabía. ¿Qué no te acuerdas que me ibas a enseñar?

Sí, ahora recuerdo. Lo que pasa es que nunca aprendiste a llevar el paso.

¿Cómo lo iba a agarrar, si querías que hiciera el papel de la chica? ¿De qué me iba a servir después?

El chiste era que agarraras el ritmo. Después ya ibas a bailar como quisieras, Pero para poderte enseñar, tenías que hacerla de vieja y que yo te llevara. No quisiste, por eso no aprendiste nunca, y desperdiciabas la oportunidad de bailar en los descansos. ¿Y hoy?

¿Y hoy qué?

¿Ya sabes bailar?

¡No, qué va!

Pues te enseño a bailar. La bronca era que no querías hacerla de mujer, pero ahorita estás vestida, de mujer.

Mhm, no sé.

Órale, anímate.

¡Cómo crees! – le respondí sonriendo.

¿Pues qué tiene? – me dijo con esa mirada que yo ya le conocía y que le envidiaba por la cantidad de chicas que le conseguía. Que mirada tan amigable y a la vez cautivadora.

Déjame pensarlo.

¡Salud!

¡Salud!

Más alcohol y luego pensé, bueno tanto como se puede pensar después de una botella de ron, que no tendría nada de malo que me enseñara a bailar y cedí a su insistencia pero le pedí que empezara con cumbias y vueltas facilitas. Puso unas cumbias viejas y dedicó unas tres o cinco piezas para que yo supiera llevar el ritmo. Realmente era bueno para bailar. Descansamos y tomamos algo de ron. Luego puso otras cumbias más movidas y empezó con las vueltas. Primero muy simples. Tan solo me levantaba los brazos y me hacía girar. Después vinieron las vueltas complicadas. Entre más complicada era la vuelta, él me acercaba más. Finalmente, sacó una vuelta muy difícil. Cruzábamos las manos, levantábamos los brazos y quedaba de espaldas a él, para regresar de nuevo. Luego me sujetó las manos sin cruzarlas, me giró con el brazo izquierdo y me acercó a él, en un solo paso. Tres veces, así es la cumbia; lo sé porque yo tocaba el bajo en el grupo. Solo que la segunda vez sentí algún roce sobre la cadera, y en la tercera ocasión de plano me pegó junto a él; mis nalgas junto a su sexo. Me zafé de inmediato y le reclamé confundida.

¿Qué estás haciendo?

Nada, bailando

No lo hagas de nuevo, ¿me entiendes?

Sí, como tú digas. Lo que pasa es que la cumbia se baila fuerte y rápido. En ésta vuelta en particular siempre se pega el hombre a las caderas de la chica. Por eso me gusta la cumbia, pero no sé. Si quieres, cambiamos de ritmo,

Sí, por favor. – Confirmé mientras sentía sobre la piel de mis nalgas una serie de escalofríos que llagaban hasta las piernas.

Bueno déjame buscar algo entre los discos y mientras tráete otro refresco.

Fui hacia la cocina tratando a la vez de mantener el equilibrio y de caminar como una chica, una pierna delante de la otra. A cada paso sentía la textura de las pantaletas y de las pantimedias rozando mi piel, ahora hipersensible. Realmente nunca había esperado esto. A veces, cuando me había vestido a solas, fantaseaba sobre asistir a un bar y ser invitada por un hombre a bailar, platicar y beber con él hasta terminar juntos en la cama. Pero de la fantasía a la realidad hay una distancia muy grande, desconocida hasta ese día para mí.

Ya en la cocina, abrí el refrigerador y traté de tranquilizarme. Me agaché cuidadosamente para buscar un refresco en la parte baja de la alacena. Como rara vez se consumía agua mineral en la casa, estos refrescos estaban hasta el fondo del mueble y para sacarlos tuve que estirar las manos y para mantener el equilibrio en zapatillas, levantar un poco la cadera. Cuando logré sacar las botellas, tuve la sensación de que me estaban mirando y en efecto, volteé y encontré a Pedro mirándome directa y detenidamente a las nalgas.

Mira – me dijo fingiendo, apenas se vio descubierto – ya puse salsa. Ésta se baila suavecito. – regresé con el refresco y preparó dos cubas. - ¡Salud!

Me sacó a bailar a un ritmo cadencioso, apenas acorde con la borrachera que conducía nuestros cerebros.

¿Te perece mejor?

Definitivamente.

Entonces ya olvidamos lo de la vuelta de cumbia. ¿Ya no estás molesta? - ¡Guau, me dijo molesta!, pensé para mis adentros.

No, ya no.

Bueno, Vamos con las vueltas.

Vueltas sencillas. Bailamos lentamente, suavecito. Media pieza con vueltas en las que siempre quedábamos lejos. Luego la vuelta despacio y lo siento pegado atrás de mí. Su pierna detrás de mis muslos. Su pecho tras mi espalda, de tal manera que podía sentir su aliento fluyendo hacía mi nuca; y su pene erecto justamente entre mis nalgas.

¡Basta! Otra vez lo mismo.

Perdón, lo que pasa es que así se baila, de esta forma- se despega, volteo hacía la derecha y se me queda viendo con eminente cinismo.

¡No te enojes, mamacita! – y me dio una nalgada muy suave. Y luego otra; y esta ocasión dejó pegada su mano por dos o tres segundos.

¡Ya, siéntate!

Okey, perdón.- y aceptó fácilmente mi amable empujón hacía el sofá - Lo que pasa es que te ves tan buena que no pude aguantar las ganas.

Gracias, pero a mí no me gustan los hombres - le respondí mientras trataba de controlar un suave mareo.

Mira, yo creo que una mujer necesita un hombre para ser una mujer completa.

¡No, no creo! Eso es machismo – Y me acordaba de una novia que me dejaba vestirme para venirse frotando su vagina detrás de mí, jugando ella el rol del hombre.

Tranquila, estás nerviosa – se levantó. Me abrazó por los hombros – Siéntate, ahí muere.

Me senté a su lado, mientras él me presionaba suavemente el hombro. Suspiré para controlar mi respiración.

No tiene nada de malo que estés nerviosa. Todas las chicas se ponen nerviosas cuando están con un hombre a solas, por primera vez.

Qué no me gustan los hombres.

Con más razón. Tranquilízate – y tomó mi cabeza para recargarla sobre su hombro.

¡Uhm! – otro suspiro

Y finalmente, la culpa es tuya.

¿Mía? ¿Estás loco?

Estás muy buena, te vistes muy sexy y yo que estoy enojado con mi vieja desde un mes, ya te imaginarás. No he tenido nada.

¿Nada de qué?

Pues nada de nada. Como discutí muy fuerte con ella, se cobró así.

Nada de nada.

Así es, nada en un mes.

No es cierto, yo te conozco. Con alguna otra, si no te faltaban.

Pues aunque no creas. Un mes sin nada, y luego te veo tan rica, con esas nalgas tan paradas, tus piernas tan torneadas y esos senos tan jugosos que

Son artificiales.

A ver, déjame ver – y en un solo movimiento ya tenía su mano apretándome un seno.

Estáte quieto.

Déjame probarlo.

Sí estás loco. Quieres chupar un seno que sabe a plástico.

Demuéstramelo.

No

¿Que te cuesta? Si es de plástico, menos te afecta.

Que lata, que no.

Entiéndeme. No he tenido sexo desde hace mas de un mes – y dicho esto me subió la blusa y el bra, hizo a un lado los senos de silicón y me empezó a besar, a lamer y a mordisquear los pezones verdaderos.

Sabía que debía detenerlo, pero se sentía bien su juego; físicamente, sentía placer y, por otra parte, esto me reafirmaba como mujer. Después añadió el acariciarme las piernas y el decirme cosas como "bizcocho" y "mamacita". Me sentía soñada pero de pronto reaccioné y me levanté de un solo movimiento.

¿Qué pasa, Bárbara? Mi reina. No me dejes así de caliente mamacita. – En mi papel de mujer busqué una actitud de indignación y me voltee a la derecha para darle la espalda. - ¡Ay, qué ricas nalgas tienes, bizcochito! Nada más déjeme tocarlas.- Y acercó su mano hasta su objetivo rozándome suavemente.

No no no no – le respondí con un tono que hasta a mí me sonó a coqueteo.

No desaprovechó mi confusión y apenas le di la espalda, me levantó la falda, me bajó un poco las pantimedias y, como traía tanga, tuvo libertad de besarme y morderme las nalgas, sujetándome las piernas con las manos. Me di cuenta de que estaba perdiendo el control, así que avancé hasta que topé con la mesita de centro. La borrachera y la emoción no me ayudaron a conservar el equilibrio y a punto de caerme tuve que apoyarme en la mesita. No pude ponerme en pie de inmediato, y Pedro apresuró el besuqueo en medio de mis nalgas. Luego se levantó para colocarse justamente atrás de mí. Sentí claramente su pene y sin razonamiento claro, jugué moviendo un poco la cadera para que se quitara.

  • Quí-ta-te, Pedro – y mi piel descubrió que su pene estaba completamente desnudo.

Déjate, ¿sí? Nadie lo sabrá. Estoy tan caliente y tú también, mamacita, no digas que no ¡Oye, qué culo tan rico tienes!

No. – Pero era cierto, yo también me sentía excitada; pero dejarme, eso no.

Anda, ¿que no quieres ser poseída por un hombre, como toda mujer? Considera que no lo he hecho desde hace un mes. Me harías muy feliz. Y tu cuerpo, corazón, tienes unas piernas maravillosas y unas nalgas. Te juró que te lo voy a hacer de tal forma que te va a encantar. – Luego me tomó del pecho para enderezarme y pegarme junto a él.

Bueno. - y respondí sin pensar siquiera lo que debía decir - Si quieres, por encimita.

¿Por encimita?

Sí, rózate en mí y vente. –cómo en un sueño húmedo de mi adolescencia que todavía recordaba y en el que él era precisamente el protagonista principal.

Acuéstate en el sofá, mamacita. - Me tendió boca abajo, se puso detrás de mí y me recorrió la tanga.

¡Por encima, te dije! Déjame las pantaletas en su lugar. – Y las subió, para después bajarlas de nuevo. Repitió esto no sé cuantas veces, y cada vez que lo hacía yo me sentía como si la sangre me abandonara. Aún me preguntó donde estaban mis manos que no hacían nada por detenerlo.

Por favor, déjate, corazoncito – así le decía a las chavas que conocíamos en las tocadas y se llevaba al coche, bien que recordaba yo nuestras aventuras musicales.

A estas aturas ya ni siquiera podía yo hablar. Habíamos llegado muy lejos. Lo hubiese detenido mucho antes. Pero me emocionaba poder lograr que mi mejor amigo satisficiera su deseo conmigo. Ser su mujer por esta noche. Sin proponérmelo, había logrado calentarlo, solo faltaba que terminara. Sin embargo, dejarlo que me penetrara; me aterraba la idea.

Deja que te lo haga bien. Va a ser bonito.

No.

Te juro que lo haré tiernamente, no te va a doler. Y haré que termines rico, como una mujer.

No, por favor, vente así. Rozándome las nalgas.

¡En estas nalgotas! Déjeme entrar en ti. - ¿Qué podía hacer yo? Tenía miedo de que me penetrará y a la vez deseaba tanto hacerlo terminar.

Me incorporé un poco sin separar las piernas y empecé a frotar su pene con las nalgas. Se acostó sobre mí y empezó a moverse como si realmente me lo estuviera metiendo. Yo movía las nalgas hacía arriba y hacía abajo, feliz. Me hablaba al oído cosas como mamacita, que buena estás. Empezó a respirar en mi cuello mientras me agraciaba las piernas y como si no me diera cuenta me iba bajando las pantimedias.

Finalmente se levantó y me llevó mis pantimedias hasta mis tobillos para sacármelas de un tirón. Cuando estaba pensando en suspender esto, me volteó hacía él e hizo realidad mi sueño más secreto: me besó apasionadamente a la vez que me sujetaba con suave firmeza la cintura. En ese momento mes sentí mujer por fin, como la adolescente que da su primer beso al amparo de la oscuridad. Él aprovecho mi sublimación para acariciarme las nalgas y bajarme las pantaletas. No cabía duda que era un experto en estos asuntos; no en balde había sido el conquistador del grupo musical. De pronto se incorporó y me recordó lo que me había hecho en una despedida de soltero a la que llegué tarde. Esa vez como castigo me desnudaron de la cintura para abajo y todos me pusieron su sexo sobre las nalgas; sólo que él abusó un poco del relajo y me abrió las piernas y sentí sin duda alguna la cabeza de su pene justamente en mi ano. Esta vez me separó las piernas mientras yo le decía simplemente por inercia que no. Apenas sentí su pene duro en mi abertura cedí y le acerqué la mayonesa que había puesto para la botana en la mesa de centro.

La rechazó y se inclinó para levantar mis piernas con sus manos y besarme con la lengua el culo, llenándome de saliva el ano. Metió la mano en el frasco y cuando tuvo los dedos bañados en el aderezo, suavemente me insertó el índice. Primero la punta, luego lo movió en círculo y poco a poco fue abriéndose paso hasta que tuve todo su dedo dentro de mí. Yo solamente dejé caer mis pantorrillas sobre sus hombros. Siguió con otro dedo y yo movía hacía adelanta y hacía atrás.

¿Te gusta, mamacita?

Me encanta, Pedro ¡Qué bárbaro!

Bárbara, corazón, ¿te vas a dejar? ¿vas a ser mi mujer?

Ya qué. Haz lo que quieras pero ya, antes de que me arrepienta. Nada más ponte un condón.

¿De dónde saco uno?

Del botiquín del baño.

Sacó los dedos y me untó generosamente el culo con mayonesa y el bañó su pené en el aderezo. Se acostó sobre mí y me besó nuevamente con la pasión que se besa a la primera novia. Coloqué mis piernas sobre sus hombros y lo esperé resignadamente, pero él se acostó y me pidió que me sentara encima de él.

Entonces no soy la primera vestida que seduces, ¡cabrón!.

Acomódate, mamacita, que yo te enseño.

¿Sentada, encima?

Si mi amor, no quiero que te duela sino que goces, bizcocho.

Me sentó encima de sus piernas, yo en cuclillas, con las rodillas abiertas y de frente a él. Después guió su pene hacía mí y yo me lo fui metiendo. Lentamente por miedo al dolor, pero él se deslizaba suavemente hasta que había avanzado la mitad adentro de mi cuerpo. Me le quedé mirando.

Lo lograste. Ya estás adentro.

¿Y que sientes, bizcochito?

Rico, mi vida. Riquísimo.

Medio se incorporó y me sujetó para subirme y bajarme. Cada vez su pene avanzaba más dentro de mí. Una vez que sentí como su cuerpo había topado con mis nalgas, le dije que no lo podía creer, que eso tan grande pudiera estar dentro de mí.

Se movió por un rato dentro de mí hasta que el pene se resbalaba como pez en el agua. Entonces me empujó los hombros hacía atrás y él se sentó para dejarme en ese posición inicial que me tanto me recordaba esa despedida de soltero en la que a la vista de todos y sin que nadie se diera cuenta, me dio una probadita de su pene; solo que ahora sí completó el intento. Comencé a gritar de placer mientras él me mecía con el movimiento de su sexo. Pero yo estaba perdiendo mi erección y le pedí que me hiciera feliz. Que me hiciera gozar como mujer. Me lo sacó y me volteó de espaldas.

Híncate y pega tu pecho, tus senos, contra el sillón – le hice caso y la cabeza de su pene me entró suavemente por el culo. – Ahora tú decides que tanto te entra, mamacita. Ve haciendo tus nalgas para atrás con cuidado hasta que lo tengas todo.

En cuestión de un minuto ya lo tenía otra vez dentro de mí y él empezó a empujarme cada vez con más rapidez y fuerza. En unas de esos me empujó hacía la tela del sofá y quedé toda extendida con las piernas completamente abiertas. Él se tendió sobre mi espalda y me decía al oído las cosas más calientes que se le podían ocurrir: "mamacita, que apretadita y dura estás, me encantas, me gustas porque estás bien buena, estás hecha un bizcocho". Yo estaba bien prendida y rozando mi sexo contra la tela del sillón, mientras él se volvía loco adelantando y regresando su pene dentro de mí. Lo que más me excitaba era tenerlo completamente pegado a mí, con su respiración repartida entre mi nuca y mi oreja. Poco a poco su voz sonaba más entrecortada hasta que apenas me alcanzó a decir:

¡Muévete más, Bárbara!

Giré mi cadera hacía los lados procurando que siguiera subiendo y bajando. Se puso todo duro, no nada más su sexo, y me mordió suavemente el cuello como pretendiendo absorber mi piel dentro de su boca.

  • Eso es un chupetón, me estás marcando – pero no me hizo caso ni tuve fuerzas para impedírselo -. Por favor no te quites de ahí, síguete moviendo, - le pedí desesperada - dime más cosas calientes. Yo también quiero venirme

Bastaron unos treinta segundos más de su ejercicio de bombeo y de presión de su cuerpo sobre el mío, varios empujones de su sexo entre mis nalgas, algunas frases extremadamente ardientes que nunca olvidaré, y terminé en medio de una tensión súbita y violenta en los músculos interiores de las piernas. Creo que hasta mi esfínter tembló varias veces mientras me recorrían espasmos por todo el cuerpo. No pude más y me rendí hasta quedar dormida con él encima.

No recuerdo como salió de mí, pero sí que entre sueños que él se levantó a beber un poco más de la cuba y nuevamente se acostó junto a mí. Así nos despertamos. Me sentí apenada, sin saber que hacer, acostada boca abajo. Él solo se levantó, se vistió, me dio un beso en el cuello mientras me acariciaba la cadera y una de mis piernas; después me besó apasionadamente en la boca y se despidió.

No te preocupes; nadie lo va a saber. A mi me gustó mucho. La pasé de maravilla, de veras. Ojala y pronto lo podamos repetir, Bárbara.

Cuando él salió, me metí a bañar. Lavé la ropa de la noche anterior y pase el resto del día en casa, escuchando música y bebiendo whisky; vestida de mujer, sólo que un poco más seria. Busqué el teléfono de Pedro en las agendas viejas y lo anoté en mi asistente digital.