Mejillones para cuatro
Al llegar a cierta edad, en el terreno sexual, es renovarse o morir.
Al llegar a cierta edad, en el terreno sexual, es renovarse o morir. Este es el caso de un amigo mío, pero os lo voy a contar en primera persona.
El verano pasado había llevado a mi esposa a la terraza de un bar. Ella tiene 60 años, es de estatura mediana, delgada, ojos castaños, pelo corto y negro, tiene un gran culo, unas grandes tetas, caderas anchas y cutis bien cuidada, aparenta cuarenta y pocos. Vestía unos vaqueros, una blusa verde y playeras. Vestía totalmente informal. Yo tengo 62 años y los aparento. Mido 1.70. Soy delgado, tengo el pelo canoso y dicen que soy del montón. Vestía unos vaqueros y una camiseta apretada. No es que tenga grandes pectorales, pero ahí andamos.
Sentados a la mesa de enfrente, a escasos dos metros, estaba una pareja de jóvenes ingleses de estatura elevada. Rubia de melena larga ella, rubio de pelo corto él. De ojos azules ella, de ojos azules él. Guapo él y preciosa ella. Vestían camisetas blancas de tiras, en la de la joven se marcaban unos grandes pezones sobre unas tetas redondas algo más grandes que las de mi esposa. En la del joven la tableta. Él llevaba unas bermudas y unas playeras, ella unas playeras y un short que dejaba ver sus perfectas y largas piernas. Eran Jenny y Johnny. La noche anterior, Johnny me hiciera saber que a su mujer le gustaba yo, y que a él le gustaba mi mujer. Me preguntó si me apetecía hacer un "change", o sea, un cambio de pareja. ¡Vaya si me apetecía! Pero mi esposa era de las chapadas a la antigua... Un solo hombre y hasta que la muerte nos separe. De todas formas, hice lo que me dijo Jonny, llevar a mi esposa a la terraza. Lo bueno empezó cuando me dijo mi esposa:
-José, no mires, pero esa chica de enfrente creo que me quiere seducir.
-¿Qué hace?
-Me mira a los ojos. Sonríe. Se pasa un dedo por los pezones y luego lo va bajando hasta llegar... alli.
-¿Te gusta?
-No. Sabes que no me gustan las mujeres.
-Pues no mires para ella.
-Ahora se está chupando un dedo, y me mira, y sonríe....
-Y que guapa es, ¿no?
-Sí. ¡No! Bueno sí, pero...
-¿Te gusta ese juego de seducción?
-No, sí. Es halagador.
-Sonríele.
-Calla que v¡ene hacia aquí.
Jenny llegó junto a mi esposa, le dio una tarjeta, y le dijo:
-Necesitamos dinero para poder seguir de vacaciones.
Mi esposa cogió la tarjeta. La leímos. Ponia: JENNY AND JOHNNY - EROTIC MASSAGES, y debajo había un número de teléfono. Mi esposa, ofendida, o haciéndose la ofendida, me dijo:
-¡Mira para que me intentaba seducir!
-Busca clientes.
-¿Pero por qué yo? Mira que ropa llevo.
-Le gustas. La mujer atractiva lo es con unos trapitos o con un vestido de princesa.
-Tengo 60 años, José.
-Eso lo sabemos tú y yo.
Jenny y Jonny, pagaron su cuenta, se levantaron, nos sonrieron y se fueron. Mi esposa le miraba el culo a ella o a él. Quise saber a quien se lo miraba.
-Vaya culito tiene la rubia.
-Tiene, tiene. ¡¿Qué haces tú mirándole el culo a otra mujer?!
-¿Y tú?
-No se lo iba a mirar a él
-¿A lo mejor es él quien da los masajes?
-¿Tú crees?
-Será a gusto del cliente, supongo.
-Vamos a olvidar el cuento.
Pensé que iba a romper la tarjeta, pero para mi sorpresa, la guardó en el bolso.
Aquella noche, en cama, me preguntó:
-¿En dónde me daría el masaje?
-Esta cama es un buen sitio.
¿Qué te crees que ne haría?
-¿Ella o él?
-Ella.
-Supongo que hacerte cosas para que disfutes.
-¿Mirarías como gozo?
-Si se puede, sí.
-¿Te masturbarías?
-Si estoy presente y se puede, sí.
-Es tentador, pero no sé, no sé.
-Cierra los ojos.
-¿Para qué?
-Ciérralos.
Mi esposa cerró los ojos.
-Imagina a esa belleza con tus tetas llenas de aceite entre tus manos, las acaricia, las aprieta, aprieta los pezones.. Te masturba, te mete un dedo, dos... ¿Lo estás imaginando?
Mi esposa me respondió casi con un suspiro.
-Siiiiii.
Imagina que sientes su aliento en tu almeja abierta... Sus dedos llenos de aceite acarician tu clítoris... Otra vez el aliento. Su boca se acerca...
Mi esposa me iba a sorprender.
-José.
-¿Qué?
-¿Me la comes!
No me lo tuvo que pedir dos veces. Sin besar sus labios. Sin acariciar sus grandes tetas. La destapé. Le cogí las nalgas con las dos manos. Metí mi lengua entre los labios de su almeja y lo encontré como 40 años atrás cuando se lo comí por primera vez, chorreando. Se lo comí... No aguantó nada. Se moría por correrse. Gimiendo, me cogió la cabeza con las dos manos. Era la señal para que no parase de lamer. Aceleré los movimientos de mi lengua sobre su clítoris. Se puso tensa. Apretó mi cabeza con sus piernas y se corrió jadeando como una loca. No se había corrido en mi boca, se haba corrido en otra, se había corrido en la boca de Jenny.
Aún tardó mi esposa una semana en dar el paso, pero al fin se decidió. LLamó a Jenny y le preguntó por el precio del masaje. Jenny le dijo que ya estaban mejor y que la primera vez iba a ser gratis.
Esa misma tarde llegó Jenny a casa. No puso impedimentos para que yo mirase ni para que me masturbase. Lo que no podía hacer era intervenir en el masaje.
Fuimos a la habitación de matrimonio. Me senté en una silla. Jenny, le djo a mi esposa:
-Desnúdate y échate boca arriba en la cama.
Mi esposa se desnudó y se echó sobre la cama. Jenny se había quitado el short, la zapatillas, los calcetines y la camiseta y se quedara en bragas y sujetador. Cogió de encima del aparador el paño blanco y el aceite de masajes con esencia de mandarina que le haba dicho a mi esposa que comprara. De pie, al lado de la cama, le tapó los ojos a mi esposa con el paño y vertío aceite sobre su vientre y sobre aquellas grandes tetas, con areolas negras y bellos pezones. Masajeó, muy, muy lentamente el bajo vientre, la costillas y las tetas... al llegar a las tetas las masajeaba con movimientos circulares, una, y otra, y otra vez...
Masajeó los pezones, detenidamente, apretando, acariciando, pellizcando...
Masajeó el depilado monte de venus y el contorno de la almeja...
Jenny se subió encima de mi esposa. Derramó más aceite sobre el ombligo y sobre las tetas. Volvió a masajear vientre, costillas y tetas...
Quité la verga, tiesa como un palo, y comencé a masturbarme, muy, muy lentamente, a la mima velocidad que las nanos de Jenny recorrían el cuerpo de mi esposa.
Jenny, ahora, masajeaba las tetas de mi esposa y las apretaba con las dos manos, primero una, después la otra, las dos juntas, y esto hacía que los pezones, duros y de punta, pareciesen astas de toro que desafiaban al techo. Estuvo así largo rato, después bajó, echó aceite sobre el monte de venus y sobre la raja, masajeó el monte de venus y pasó un dedo por la raja sin llegar a tocar los labios de la almeja...
Tuvieron que pasar unos diez minutos para que mi esposa soltase el primer gemido. Quitó el paño de los ojos y miró a Jenny y me miró a mí. Su cara era de felicidad.
Jenny se quitó el sujetador. Sus tetas eran grandes, redondas y duras, con tremendas areolas rosadas y grandes pezones. Echó aceite en las tetas y se las masajeó despacito mientras miraba para mi esposa. Luego fue reptando y masajeando con sus tetas desde el monte de venus hasta las tetas de mi esposa. Sus labios y los de mi esposa se quedaban a milimetro pero nunca se llegaron a rozar. Masajeó teta con teta, pezón con pezón...
Se sentó al lado de mi esposa. Le abrio las piernas y le masajeó los muslos y el clítoris...
Le apretó la almeja con dos dedos y le echó aceite. Le masajeó el clítoris...
Mi esposa no paraba de gemir. Cuando estaba a punto de correrse, le dijo:
-Date la vuelta.
Mi esposa se dio la vuelta. Jenny le puso una mano debajo de la almeja, y después, desde un metro de altura, derramó aceite entre sus nalgas.
Masajeó el periné y el ojete con tres dedos y la almeja con los dedos y la palma de la otra nano...
Le metió y le saco del culo un dedo, dos, tres...
Le metió dos dedos en la vagina y con otros tres le masajeó el clítoris...
Jenny se volvió a subir de nuevo encima de mi esposa, esta vez dándole el culo. Echó aceite en el ojete y con el pezón de una teta le folló el culo mientras le masajeaba los labios de la almeja...
Mi esposa ya se deshacía en gemidos. Jenny sabía que se iba a correr cuando ella quisiera, y no la hizó esperar más. Sin masajear sus piernas y sus pies, le metió tres dedos en el culo y otros tres en la almeja. Mi mujer comenzó a mover el culo y un chorro de flujo salió disparado de su almeja, y luego otro, y otro, y otro... Le había encontrado el punto G, cosa que yo nunca habia conseguido. Me corrí al ver tanta maravilla, y mi esposa, mi esposa, se corrió con tanta fuerza que se desmayó y tardó más de dos minutos en recobrar el conocimiento.
Continuará.
Se agradecen los comentarios buenos y malos.