Mediterráneo XIII

Las imágenes de los minutos siguientes son de un romanticismo ejemplar, “polaroids” para adornar una historia que cualquier mujer desearía vivir

Allá en La Playa…

Me encantan estos momentos de soledad y paz. Tumbada a sol con los ojos cerrados reflexiono sobre todas las cosas que han pasado en los últimos días, el rumor del mar me relaja, el eco de los turistas es casi remoto pese a que la persona más lejana la tengo a menos de un metro. Solo me falta ronronear…

Por una parte me siento mal, siento que he roto la magia de mi relación con Alan, pero por otro lado no puedo evitar recrearme en cada detalle de aquellas horas de traición, y al hacerlo siento un placer difícil de describir. Es parecido a cuando saboreas el último bombón despacio, porque sabes que ya no hay más, y te quedas con las ganas, pero el deleite de su dulzura permanece mucho más tiempo en tus labios que si te hubieras hartado de chocolate. De igual manera, yo sigo saboreando el recuerdo de la infidelidad.

Creo que lo que más me gustó de estar con Gabriel fue su capacidad para crear morbo, para provocar. Pero me pregunto si realmente era él o fue la situación en si misma la que genero todos esos ingredientes picantes, al fin y al cabo él sabía que yo tenía pareja e insistió hasta que me tuvo en sus redes lo cual me indica que el chico es un buscador de sensaciones, le gusta jugar al filo, le van los retos ¡como a mi!

Ahora me detengo a reflexionar sobre algo que ya he pensado más veces ¿por qué Alan es tan poco morboso? De hecho, alguna vez hemos hablado del tema y su justificación es que él no necesita crear situaciones límite ni extrañas para excitarse conmigo porque sólo con tenerme desnuda ante sí se vuelve loco. Pero no se da cuenta de que las fantasías son una parte muy importante de mi carácter. Suspiro. Al final el viernes me presenté en el Zénit lo más temprano que pude, con miedo de mi propia reacción al verle. Pero Sara hizo un gran trabajo persuasorio mientras nos cambiábamos en mi casa y logró convencerme de que “una gota no ensucia todo el océano”. Además, también me convenció de que contárselo sólo serviría para que los dos pasásemos un mal momento, nos peleásemos, y en el caso de seguir juntos que él viviese dudando de mí. La verdad es que llegué al bar muy entera, mentalizada para actuar de manera natural, cosa que al final me resultó relativamente fácil (por suerte). Lo difícil llegó unas horas más tarde… Cuando Samuel terminó de pinchar, en el bar hubo desbandada general y mi chico ya había convencido a su jefa para no quedarse esa noche hasta el cierre. La verdad es que ella le adora, porque lo único que tuvo que decirle fue que llevaba casi un mes sin pasar una noche conmigo y que el siguiente viernes cerraría él solo, y como los viernes ahí son flojos, Estela le contesto: “venga, vete con tu niña, a ver si lo pasáis bien un rato que últimamente estás un poco tenso”. Antes de las tres estábamos en su habitación.


-          Gloria…- me mira a los ojos de un modo que siempre me llega al corazón – no se si me creerás, porque se que casi nunca digo estas cosas pero este verano te estoy echando mucho de menos, cada día que paso sin verte me siento mal.

-          Ya se acaba el verano, en un mes terminas en el Zénit y luego nos veremos un montón.

-          Ya lo se – me acaricia los hombros- pero no se, tengo la sensación de que te estoy descuidando, y no me gustaría que empezaras a pensar cosas raras. – me agarra de la barbilla, levantándome la cara, mirándome a los ojos de nuevo- Te quiero, te quiero como nunca he querido a nadie ¿lo sabes no?

Me muerdo los labios con fuerza, intentando no apartar la mirada. Tengo ganas de llorar. Claro que se que me quiere, pero no porque me lo diga a menudo precisamente…tengo 21 años, llevo dos saliendo oficialmente con Alan, pero han pasado tres desde que empezamos a liarnos, y la verdad es que ese primer año fue una pesadilla para los dos. Él quería mantener su independencia a toda costa, pero siempre acababa sus noches de fiesta conmigo, en su coche, hablando y besándonos hasta que se hacía de día. Y yo me moría por acostarme con él, me encantaba tenerle cerca, me enteraba siempre de por dónde iba a salir para coincidir, iba a verle con Sara a todos los partidos…pero nunca le dejé ir más allá de besos y caricias por encima de la ropa porque no me fiaba nada de él. Cuando estaba conmigo todo era perfecto, nos reíamos un montón juntos, las horas pasaban volando, cada beso era una explosión de placer y cuando volvía a casa siempre recibía de él un SMS en plan: “Me encantas pequeña, eres una princesita y haces que cada momento que pase contigo sea inolvidable.” Y después no volvía a recibir noticias suyas en toda la semana. Si yo le escribía rara vez contestaba, llamarle ni se me pasaba por la cabeza. Para colmo tuve que soportar enterarme de que de vez en cuando se acostaba con su ex y más de una vez entré en los locales por dónde le buscaba y me lo encontré en situación cariñosa con cualquiera. Aunque por suerte nunca le vi besándose con otra. Además, en cuanto yo aparecía, fuera donde fuera y estuviera con quien estuviera, Alan se iluminaba como una estrella y ya no tenía ojos para otra persona. Pero ¡joder!, cuánto me hizo sufrir hasta que decidió que quería tenerme cerca de verdad. Yo no entendía nada.

Me acuerdo de aquella tarde como si hubiera pasado ayer… yo había ido a verle a un partido con Sara, y perdieron. Sara se tenía que ir y yo me quedé, porque le había visto entrar al vestuario con una cara larguísima y quería al menos darle un abrazo. Así que le esperé a la salida del campo. Cuando salió y me vio allí se le cambió la cara inmediatamente. Me dio dos besos y me preguntó si quería ir a dar un paseo con él. Jamás olvidaré esas preciosas horas. Me llevo a ver la puesta de sol a un acantilado, nos fundimos en un abrazo interminable y al final acabé llorando porque no entendía que él me dijera que yo era su chica perfecta y que después pasase de mí como lo hacía. Me pidió que le perdonase, que sabía que me estaba haciendo sufrir, que le sorprendía que después de todo yo siguiera queriendo pasar tiempo con él porque pretendientes no me faltaban. Pero que él no estaba seguro de querer pareja aún a pesar de que yo fuera su sueño hecho realidad. Yo le escuchaba y seguía llorando… él me abrazaba y no dejaba de repetirme: “Perdóname por favor…no puedo decirte que no llores porque soy consciente de lo que te estoy haciendo pasar, pero aún no puedo ofrecerte nada mejor”.

Aquel día no recibí ningún SMS cuando llegué a mi casa, y creí que aquello era el fin de lo que nunca había empezado. Se había sentido tan mal al verme llorar que seguramente no volvería a liarse conmigo.

A los tres días me llamó:

-          ¿tienes un ratito para verme Gloria? Quiero que hablemos

A mi se me paró el corazón por un segundo. Casi tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para decirle: “Si”.

Poco después estaba en la puerta de mi casa, esperándome. Se sentó en un banco conmigo y me dijo:

-          Gloria, después de lo que paso el otro día estuve pensando muchísimo en ti y en lo que ha estado pasando todos estos meses.

Yo le miraba expectante, sonriendo, porque no se me ocurría qué más podía hacer.

-          He venido a decirte que me he dado cuenta de que… te quiero. El otro día cuando te dejé aquí tuve la sensación de que quizá nunca más volvía a tenerte cerca. Verte llorar con lo fuerte que eres me hizo pensar que tienes que estar muy cansada de perseguirme y de que si no tomo una decisión me mandarás a la mierda muy pronto. Y por eso estoy aquí. Te quiero.- sonrió- renuncio a mi vida de golfo por que quiero que estés a mi lado y no voy a hacerte esperar hasta que te canses. Si tú quieres, claro.

Aquella fue la primera vez que Alan me dio un “te quiero” y en tres años no puedo decir que lo haya escuchado tantas veces como me gustaría.

Así que la noche del viernes las cosas estaban así: Alan diciéndome que me quería y yo con turbulencias en el corazón por la culpabilidad y con las entrañas aún calientes del sexo con Gabriel. Mi mente vuelve al cuarto de Alan:

Una lágrima me resbala mejilla abajo, estrellándose sobre la mano de Alan. No puedo evitarlo, llorar en silencio es mi única forma de no contarle todo.

-          Mi niña…no llores tonta.- Alan me sonríe con ternura, secándome las lágrimas. Y sigue atravesándome el alma con la mirada, con las dilatadas pupilas brillando en la oscuridad de su habitación.

Ambos suspiramos durante un instante de silencio sofocante. Con los ojos cerrados, se que él me observa, y percibo la dulce caricia de su mano de hombre alrededor de mi barbilla. Un sentimiento de amor me nace de lo más profundo de mi ser, como si en el mundo sólo existiéramos él y yo. Asiento inconscientemente, abriendo los ojos. Sonrío.

-          Yo también te quiero…te amo.

Toda la angustia se desvanece en la unión de nuestros labios. Besos de amor, magia inexplicable e incomparable. Las imágenes de los minutos siguientes son de un romanticismo ejemplar, “polaroids” para adornar una historia que cualquier mujer desearía vivir: el beso eterno…una mano peinando mi melena hasta las puntas…mi vestido cayendo suavemente al suelo...una mano acariciando la cintura, la otra desabrochando hábilmente el sujetador…cara a cara, sonriendo, le quito la camisa…mi cuerpo desapareciendo bajo el suyo…expresiones de placer…labios en los que se lee otro “te quiero”.

Meciéndome en ese dulce momento podría pasar horas, es como estar fuera de este mundo, sumergida en un placer lejano que ahora parece irreal. Pero la sensación de amarle es más real que nunca. Pienso en Gabriel y me altero, aunque cierta parte de esa inquietud sea deliciosa. Me acuerdo de Alan y todo es un baño relajante de cariño, siento como mis latidos se calman, mis labios se estiran en una sonrisa inevitable, abro los ojos para encontrarme con el brillo celeste de mi mundo…Él es quién deseo para mis días.