Mediterraneo 9

Apenas me ha tocado y me estoy aguantando las ganas de suplicarle que me folle salvajemente y sin contemplaciones.

Dominación inadvertida.

Durante una milésima, el beso me sorprende, pero de inmediato, todo se resuelve en mi lengua y la suya enzarzándose en una lucha húmeda. El beso es pura química, no se puede decir más. Todavía me tiene cogida en brazos, yo me he agarrado a su cuello y se lo acaricio mientras nos besamos. Me baja al suelo y me atrae hacia su cuerpo con una brusquedad perfectamente calculada para que la sorpresa aumente mi calentura. Seguimos besándonos apasionadamente, yo le araño el cuello, él me empieza a acariciar las piernas y por la falta de tela, al meter la mano por la parte del vestido que cubre las nalgas, me quedo literalmente con el culo al aire. Él hace algo totalmente inesperado, un detalle sin importancia seguro, pero a mí se me queda grabado: tras palpar brevemente mis nalgas, me baja el vestido cubriéndome la desnudez con delicadeza. Nos miramos un segundo a los ojos, quiero decir algo, y me separo de sus labios para hacerlo, pero me coloca un dedo sobre la sonrisa y susurra:

  • Shhhh… vamos al coche, mira como me tienes.

Acentuó mi sonrisa y no digo nada, pero ha dicho justamente lo que yo pensaba. Noto su pene completamente erecto presionando mi vientre y casi me relamo de placer imaginándome subiendo y bajando sobre él mientras su mirada lujuriosa me halaga sin palabras. Como a mi me gusta.

Volvemos a caminar, pero ahora es bastante distinto, la necesidad de contacto es tal que él no puedo evitar cogerme de la cintura y lanzarse de vez en cuando a morderme el cuello entre risas. Yo, evidentemente, me dejo hacer. Ya me he entregado definitivamente.

El coche no parecía tan lejos cuando llegamos a la playa, el tiempo es algo tan subjetivo como los deseos, pero al final, todo llega, y llegamos. Lo primero que hace Gabriel tras abrir la puerta es echar completamente hacia delante los asientos del piloto y el copiloto, después, me dice que entre. Me espera ya sentado, y me observa con su característica expresión de serenidad imperturbable, sin embargo, ahora adivino la expectación en sus ojos y su sonrisa. Me subo encima de él y empezamos a besarnos otra vez con fiereza. De un solo movimiento rapidísimo, me quita el vestido. Ahora estoy prácticamente desnuda bajo su mirada (solo llevo el tanga negro), y me mira intensamente sin dejar de acariciarme, pero no dice nada. Coloca sus manos por detrás de mis hombros y me empuja suavemente hacia atrás para empezar a devorarme las tetas. Se me escapan los gemidos de los labios y dejo caer el cuello. La imagen es más que sugerente y aunque tengo los ojos cerrados imaginarme su perspectiva me excita mucho, mucho… tanto que no lo aguanto y me vuelvo a abalanzar sobre su cuerpo para quitarle la camisa blanca que lleva puesta. Le desabrocho los botones con maestría, casi no me lo creo ni yo, uno a uno, sin que mis dedos se entorpezcan en ninguno de ellos. Él ha empezado a enredar por abajo, metiendo dos dedos dentro de la tela oscura que me tapa el pubis. Suspiro…y en el último botón se me nubla la vista de placer, pero lo he conseguido.

  • Túmbate.

Solo dice eso, pero es que en estas situaciones las palabras deberían se las justas e indispensables. Hago lo que me dice en silencio. Mientras, con algunas dificultades por el espacio tan reducido, le veo quitarse el pantalón. Me empieza a besar las piernas, con paciencia y exquisitez, me está volviendo loca. Loca pérdida de cachondez. Sin dejar de besar en sentido ascendente me baja el tanga lentamente hasta que me despoja de él. Este chico tiene un verdadero don, por lo menos conmigo. Apenas me ha tocado y me estoy aguantando las ganas de suplicarle que me folle salvajemente y sin contemplaciones. Pero soy inteligente, así que no digo nada, disfruto balanceándome entre el placer y la tortura, postergando una recompensa que promete ser magnifica.

De rodillas casi completamente frente a mi, para un segundo toda acción para observarme. Yo le sonrío con los ojos entrecerrados, no le pregunto por qué se ha parado, mi cerebro está aun flotando en un mar de caricias, un dulce placer que me ralentiza las ideas. Además, como ya he dicho, prefiero prescindir de las palabras. Sobre la bandeja del maletero hay un sombrero tipo gánster, blanco. Lo coge, tengo que reconocer que hasta este momento no me había fijado en que estaba ahí, pero ahora que lo tiene en la mano le adivino las intenciones, y la verdad, no me complacen ¿de que tiene vergüenza?

  • No, no me tapes, quiero ver

Gabriel sonríe plácidamente y me coloca el sombrero sobre la cara suavemente.

  • ¿Cómo sabías lo que iba a hacer?

Me destapo la cara echando el sombrero hacia atrás, ahora superpuesto sobre mi tupe casi deshecho ya, y yo también sonrío, con bastante malicia además.

  • Simplemente lo he imaginado.- ¿Qué te crees, que eres la primera persona con la que juego?

Me besa en los labios rápidamente y me vuelve a tapar la cara. A través de los miles de pequeñísimos agujeros del tejido de ese nuevo juguete observo la silueta borrosa de su cabeza besándome el pecho descendiendo con parsimonia hacia abajo… no necesito que me tapen, mis ojos se cierran de placer con el reinicio de la tortura a la que me estoy viendo sometida por este nuevo amante impasible. Sus labios resbalan sobre el empiece de mi pubis rasurado, abro los ojos, alerta. A través de la malla de ese tejido me doy cuenta de que ya se ha hecho definitivamente de día. El sol estalla contra el sombrero rompiéndose en miles de reflejos irisados que titilan al borde de mis largas pestañas entornadas.

Después de besar el inicio de mi sexo, sin ninguna clase de preámbulo, Gabriel recorre de arriba abajo mi raja húmeda con su lengua y me obligo a no gritar, pero no puedo evitar largos suspiros a medida que juega con maestría excitando (aun más si cabe) cada terminación nerviosa de mi coño. A los pocos segundos, he respirado ya tantas veces con intensidad que noto la garganta deshidratada.

A pesar de todo, los pensamientos no me abandonan ni un segundo, disfruto físicamente, pero mi mente es incapaz de cortar el flujo de evocaciones en imágenes que esta situación le provoca a mi memoria. Mientras ese chico esta haciendo gala de sus mejores armas para hacerme gozar, yo no puedo evitar recordar todas las veces que Lauro se ha postrado frente a mí para hacer exactamente lo mismo que hace él ahora. Y descubro que hay muchas formas de hacer sexo oral, o muchos estilos, según se quiera mirar. No pienso que mi novio lo haga mejor, simplemente, la diferencia entre ambos me desconcentra. Intento abandonarme a las sensaciones físicas, que en este momento son maravillosas. Me presiona la punta de la lengua directamente sobre el clítoris hinchado, provocándome pequeños espasmos involuntarios. Gimo de placer, pero mis pensamientos son como una nube de minúsculos mosquitos de los que no consigo deshacerme de ningún modo.

La culpabilidad me corroe. En la vida real, la certeza de estar haciendo algo prohibido no suele ser proporcional a la satisfacción que sentimos, me doy cuenta de que quizá me agradan más las fantasías en si mismas que el hecho de llevarlas a cabo. Hay una frase insistente que me golpea las puertas de la conciencia. Estoy poniéndole los cuernos a Lauro

Paradójicamente, el no dejarme llevar completamente por las sensaciones físicas tiene su parte positiva, estoy viviendo unos instantes larguísimos en el límite del placer que antecede al orgasmo. Y eso es lo que yo quiero, no correrme todavía para poder seguir disfrutando. De hecho, cuando me doy cuenta de ello es justo cuando noto su lengua intentando penetrar en lo más hondo posible de mi vagina, y le suplico:

  • Por favor, vale ya, vamos a hacerlo.

Ni siquiera se molesta en contestar, sigue con lo que tan bien está haciendo, pero se que me ha escuchado porque he podido sentir como vacilaba, aunque ha sido durante menos de un segundo. Ahora sí, por unos instantes en mi cabeza no hay otro pensamiento que el deseo de una penetración inmediata que no llega. Me retuerzo entre sus manos que agarran mis caderas, intentando despegar el pubis de su boca un poco, pero él me tiene cogida, aunque en realidad con las manos no me empuja ni un poquito hacia abajo para evitar que me separe de su boca, es su voluntad de que no me separe lo que me impide hacerlo, y no se por qué esta sucediendo esto. Inconscientemente, llevo las manos a su pelo y le doy leves estirones. La suavidad de los cortos cabellos, a pesar del producto fijador que lleva puesto, me sorprende agradablemente. Me quito el sombrero de la cara de una vez y lo lanzo sin mirar donde. Casi no puedo respirar porque los gemidos se me escapan encadenándose unos sobre otros. Con un beso sobre el monte Venus se separa al fin de mi coño y desde ese lugar me mira a los ojos.

  • ¿Hacemos el amor?

Un estremecimiento interno me recorre desde el sexo hasta la nuca y aparto la mirada.

  • Nosotros no vamos a hacer el amor…porque no nos amamos.

Gabriel me coge de las manos y me levanta atrayéndome hacia su cuerpo.

  • No te confundas, Gloria. Yo te voy a hacer el amor porque voy a poner todo el sentimiento en que disfrutes del sexo conmigo.

Touché. Me callo. Una vez más, me ha dejado con la palabra en la boca.

Continuará