Mediterraneo 8
Discoteca, chico malo, coche de chulo, música máquina e incertidumbre. Esto promete.
Recursos Infalibles
Gabriel y yo nos miramos durante un segundo chispeante. Sonrío internamente aunque hay una parte de mí que tiene el orgullo herido. Las cosas están saliendo a pedir de SU boca: Sarita se va, el me va a "llevar a casa", y yo ya me he dejado caer en su red invisible a pesar de mi soberbia y de mis intentos por aparentar que lo tengo todo controlado. Es mentira, he perdido completamente la dirección de mis acciones y este chico lo tiene todo bien atado. Me arrastra poco a poco hacia su terreno, un lugar pantanoso del que no creo poder escapar.
Una mano de él me invita a acercarme. Quiere hablar conmigo. Me pregunta si quiero beber algo más. La verdad es que me planteo pedir un copazo, algo fuerte que me haga desinhibirme. Ahora que Sara se ha ido no me siento tan segura de todo. Lo reconozco, tengo miedo. Miedo al momento en el que salgamos de esta discoteca. Pero le pido un botellín de agua. Hay que ser valiente. Y no quiero emborracharme y perderme todos los matices de lo que pueda pasar o acabar mal la noche por estar demasiado bebida.
Se va hacia la barra y ahí me deja, sola entre ese grupo personas que cada vez está más disperso. No se si es mi propia conciencia que me hace sentirme culpable de lo que todavía no he hecho, o lo que percibo es real, pero el caso es que tengo la sensación de que las compañeras de Sara me miran de un modo más que extraño y ellos tienen la típica sonrisa que parece decir "qué bien se lo va a pasar esta noche Gabriel con esta zorrita". Suspiro intensamente, es extraño hacerlo sin poder oír el sonido de tu propia inspiración, con la música envolviéndolo todo a mi suspiro le falta algo, me quedo a medias. Noto que tengo ansiedad. No es lo que puedan pesar todas esas personas que realmente me importan poco o nada. Es mi propio miedo el que me hace estar intranquila.
Le veo aparecer de nuevo, caminando muy tranquilo con un botellín de cerveza en una mano y uno de Font Vella en la otra. La botellita de PET refulge entre sus dedos con destellos violetas. En una discoteca las luces UVA convierten el envase del agua en algo muy atractivo.
Bebemos en silencio, ni siquiera nos miramos a la cara, el uno al lado del otro, apoyados en una pared, muy juntos, pero cada uno con sus propios pensamientos. Me pregunto si él se plantea lo mismo que yo en este momento. Pasan unos instantes incómodos. Le estudio el perfil disimuladamente. Definitivamente, no es para nada mi estereotipo, pero tiene algo misterioso e indefinible que me hace desear y anticipar lo que puede llegar a suceder.
Cada vez noto el calor más intensamente, la mezcla del ambiente y la incertidumbre me provocan una intensa sensación de presión en las sienes. Me bebo casi la mitad del contenido del botellín de un gran trago.
- ¿Nos vamos?
Gabriel se ríe con una expresión complacida. Realmente se está riendo de mí. A ratos tengo la degradante impresión de que me lee el pensamiento. Pero la realidad es que ese hecho me pone más a tono aún.
- Espera un poco ¿no? Aunque sea a que me termine esto.
Todavía le queda la desesperante mitad de la cerveza en el botellín. Pongo cara de agobio.
- Es que me estoy empezando a sentir incómoda aquí
- Tranquila, que me bebo esto y nos vamos, en serio.
Asiento y sonrío. Los dos minutos (como máximo) que tarda en acabarse su bebida se me hacen eternos. El resto de sus compañeros de trabajo se han mezclado con la masa humana que baila, bebe, ríe y se desfasa.
- Vamos
Por fin.
No tenemos a nadie al alcance de la vista, así que nos ahorramos las despedidas, menos mal.
Salimos de la discoteca, yo por delante y él a unos cuantos metros. Al pasar por la puerta, ya caminando a la par, el portero rubio e insulso me mira con curiosidad. Le hago un gesto que quiere decir "es lo que hay" y traspasamos el umbral que separa el escándalo de la tranquilidad de una noche bochornosa de agosto. Le pregunto qué hora es mientras noto como la brisa candente me golpea la cara y me invade los pulmones. Parece imposible que ese aire que es como un caldo sea respirable. Me dice que son las cuatro y diez de la madrugada. Le sigo, suponiendo con acierto que vamos hacia su coche, en el pueblo ya no hay nada que hacer. Saca las llaves del bolsillo y aprieta el mando. Un Honda Civic negro nos guiña los ojos. Cada uno entra por su lado.
- ¿Dónde vamos?- lo pregunto yo.
- Me gustaría llevarte a un local que tiene muy buen ambiente, te va a encantar.
Arranca y con ello empieza a sonar la música de un famoso disc jockey que está muy de moda. Desaparecemos del parking con una nube de polvo como estela. Conduce un poco rápido, pero sin hacer el tonto. Me hundo en una espiral vertiginosa de excitación. Estoy reviviendo sentimientos que no experimentaba desde la adolescencia. Discoteca, chico malo, coche de chulo, música máquina e incertidumbre. Esto promete.
Hablamos de naderías, llegamos hasta el lugar pero resulta que está cerrado. Muy tarde. Hacemos un rápido viraje.
- ¿Alguna vez te has bañado de noche?
- Si, pero no tengo intención de hacerlo esta noche.- le digo con una ceja levantada.
- Joder, ¿Por qué?
- Paso de resfriarme.- Y de que me veas desnuda sin habernos acostado juntos.
- Bueno da igual, ya lo decidiremos allí.
Paramos en un aparcamiento improvisado frente a un hotel. Solamente nos separan unos diez metros de la hermosa playa. La verdad es que de noche tienen un magnetismo evidente, el tinte de la arena reflejando la luz de luna, el eco tranquilo del mar y la ausencia de otras personas las convierten en el escenario romántico ideal. Tengo que reconocer que este chico tiene recursos, algo trillados ya, pero siempre infalibles. Lo del paseo por una playa a la luz de la luna es todo un clásico ¿y que?
Bajamos del coche y empezamos a andar tranquilamente, no es de la isla, pero ya ha estado allí antes y me cuenta los recuerdos que tiene de esta playa. El aire se transforma cerca del mar, sigue siendo cálido, pero las refrigerantes notas marinas acarician mi piel intermitentemente y me producen leves escalofríos. Nos sentamos en la arena y empezamos a hablar. Es una sensación muy particular, nunca he conocido a nadie que de primeras me haga sentir tan cómoda a su lado, es casi como si nos conociéramos de toda la vida a pesar de que lo que estamos haciendo es empezar a contarnos nuestras vidas.
Le hablo de Alan, de lo poco que nos vemos le hablo de mi hermano, de mis padres separándose de todo. Él me cuenta una historia muy fuerte acerca de su ex, pero lo cuenta de un modo que no puedo evitar sonreír al escucharle hablar. Hablamos durante un montón de tiempo sin parar, hay una complementación instantánea en comunicación pero a la vez la tensión es más que palpable. Finalmente, decidimos volver a andar hacia el coche, despacio, sin prisas. El cielo tiene una extraña claridad férrea. Se adivina el alba, pero aun queda un ratito. Hay una pasarela de madera en el último tramo que separa la playa del descampado en el que está aparcado su coche. Caminamos por ella haciendo el tonto, me coge en brazos y yo me río. Su cara se acerca a la mía, me besa.
Continuará