Mediterraneo 7

Caperucita ya no te necesita.

Se devoran, Sarita y mi hermano nos suben a todos la temperatura. Desde el primer beso no han sido capaces de separar los labios ni un segundo. Pienso cuánto puede llegar a durar un beso. Tengo muchísimo calor. Cojo mi bolso y me lo cuelgo al hombro.

  • ¿Dónde vas?- Gabriel me interroga entornando los ojos.
  • Ahora vengo.

Me escapo de allí, antes de desaparecer entre la muchedumbre noto el amago de Gabriel, que ha alargado el brazo hacia mi cuerpo. Le sonrió y desparezco.


Estoy encerrada en uno de los cubículos del baño, respirando agitadamente. Sentada con las piernas separadas sobre la tapa del váter, con la cremallera del short abierta, acabo de meter una de mis manos dentro de mi tanga. Me acaricio el monte Venus lenta pero intensamente. El triangulo de carne es liso y mullido al tacto. Me he rasurado esta misma mañana. Mi mano se interna hacia abajo y hacia dentro. Cierro los ojos.

El dedo corazón se me humedece inmediatamente al acercarse a la entrada de mi vagina. Llevo demasiado tiempo caliente, así que me comienzo a tocarme sin contemplaciones. Aun así, empiezo con delicadeza, acariciándome los labios internos suavemente, extendiendo mi propia lubricación por toda esa zona, suspirando… Ahora hago movimientos circulares sobre mi clítoris, despacio, pero con velocidad ascendente. Me muerdo con fuerza el labio inferior y aumento el ritmo de mis dedos. Abro los ojos. Lo único que veo es una puerta blanca de PVC demasiado nueva para tener las típicas "decoraciones" que los imbéciles escriben en esos sitios creyendo que a alguien le importa qué día se desfasaron y mearon allí. Pero esa puerta reluciente me recuerda dónde estoy. Y, para mi propia sorpresa, me da igual. Yo sigo masturbándome intensamente, cada vez más deprisa. Vuelvo a cerrar lo ojos. Se me escapan los gemidos de los labios entreabiertos. Pienso en el gorila que hay en la entrada y sonrío como una zorra, me tiene que haber oído seguro. Estoy llegando al borde, pero necesito algo mas fuerte, porque sino me voy a quedar durante tiempo indefinido suspendida en el precipicio de mi propio placer. Tengo que caer. Tengo que volver a la fiesta. Me bajo los pantalones un poco, la piel caliente de mis nalgas directamente en contacto con el plástico de la tapa del váter (que está bastante fría) me hacen estremecerme. En un estado como el mío cualquier estimulo se maximiza. Estiro las piernas hasta que los pies me asoman por fuera del hueco que hay bajo el final de la puerta y abro las piernas todo lo que me resulta posible sin despojarme del pantalón por completo. Durante esta operación no he parado de masturbarme con una mano, ahora, algo liberada de las limitaciones de ropa y espacio, dejo que mi otra mano entre en juego. Me meto dos dedos que sin ningún problema llegan tan hondo como es posible mientras las caricias circulares sobre el clítoris me provocan temblores en las piernas. Los dos dedos entran y salen de mí desenfrenadamente. La espalda se me arquea en un reflejo incontrolable y todo se detiene un instante de tensión. Un segundo después, una oleada de placer casi incomodo me hace vibrar como impulsada por una fuerza eléctrica. Por fin.

Me quedo allí un momento bastante largo, con una mano todavía metida dentro del tanga y la otra suspendida a pocos centímetros del suelo. Mi respiración va recuperando un ritmo constante, pero aun es muy intensa. Tengo la espalda apoyada sobre la cisterna y la cabeza ladeada se pega a los azulejos grises de la pared. Mi mirada perdida refleja el brillo esmaltado de la puerta de PVC, pero yo estoy lejos, muy lejos. Veo más allá de esa puerta, incluso más allá de ese baño. Estoy inmersa en la dimensión del placer y no me apetece volver a este mundo.

La música electrónica llega a mis oídos como un eco remoto, poco a poco voy recuperando el sentido del espacio y del tiempo. Lo primero que noto con intensidad es lo fría que esta la tapa del váter, tengo la piel del culo erizada. Veo otra vez la puerta sin escrituras tontas, me fijo en mis pies que se asoman al otro lado. Me entran ganas de reír.

Retiro la mano de entre los pliegues calientes y mojados de mi coño satisfecho, me la miro, esta brillante y viscosa. Estiro del rollo de papel que tengo a la izquierda y me limpio mis propios flujos, primero de la mano, luego de lo que queda en mi raja. Suspiro con resignación. Es hora de ponerse en marcha. Me subo el pantalón, pero cuando estoy a punto de abrocharme el botón superior cambio de idea. Hace demasiado calor, estoy mejor sin él. El vestido me tapa lo indispensable ¿no? Me lo quito y lo guardo bien plegado para que no ocupe mucho, mi bolso no es demasiado grande.

Antes de salir me observo la cara en el espejo: tengo los ojos adormecidos, los labios dilatados y la piel brillante. Definitivamente, me sientan muy bien los orgasmos. Me dedico un beso en el espejo y salgo.

Al cruzar la entrada el portero ni me mira, pero pondría la mano en el fuego por asegurar que me ha oído pajearme en el baño ¡si hasta he gritado!

  • Hasta luego- se lo digo en un tono provocante mientras le sonrió abiertamente.

Ahora si puedo jurar que sabe lo que he hecho ahí dentro. Me dedica una mirada cargada de lascivia, saludándome con la cabeza. "Qué profesional, si hasta casi parece indiferente." Yo me alejo contoneando las caderas exageradamente, pero antes de perderle de vista miro un segundo atrás. Tiene los ojos de viejo zorro clavados en mi culo y una feroz sonrisa torcida expresando lo que no dice "es para comerte mejor…"

Pues ya ves, esta caperucita no necesita que se la coma el lobo para gozar, ha sabido quitarse la capa que le estorbaba sin ayuda y además, no tiene abuela. Bienvenidos al siglo XXI. Por cierto, caminando me han entrado bastantes dudas de que este mini vestido llegue a tapar todo lo que debería, pero ya no me importa.

En la pista me espera Gabriel, con una sonrisa casi aliviada.

  • ¿Qué estabas haciendo? Has tardado la hostia
  • Tenía mucho calor, he salido a la terraza a refrescarme un rato y me he puesto a hablar con un holandés. Muy majo, por cierto.

Me mira con ojos chispeantes.

  • ¿Eres mala eh?

Levanto una ceja y le doy una sonrisa a medias. "No tienes ni idea…"

Se me acerca Sara. Ya era hora de que empezase a respirar aire no subministrado por los pulmones de mi hermano… Está eufórica.

  • Nos vamos…- lo dice casi jadeando- dice Aaron que si quieres te lleva a casa.

Gabriel se me adelanta.

  • Tranquila, la llevo yo, dile a su hermano que no se preocupe, pienso dejarla en la puerta como un caballero, pero es muy pronto para que le cortéis el rollo.

Sarita asiente, me mira, yo asiento también. Nos damos un abrazo y la veo desaparecer cogida de la mano de mi hermano que me lanza un beso alejándose rápidamente.

Continuará