Mediterraneo 4
Que el ritmo no pare...
Aún no he tenido tiempo de meter la llave en la cerradura y ahí está mi madre, sosteniendo la puerta con una sonrisa. "Madres" pienso, casi siempre se anticipan a todo.
- Pero niñas, ¿habéis salido así a la calle? Luego os quejaréis si os dicen guarradas... A Sara y a mí se nos escapa la risa.
-Mamá...-empiezo.
- Estáis muy guapas, yo solo digo que un poco menos descocadas también lo estaríais.
- ¿Pero para qué esta el verano? para ir con poca ropa ¿no?
Mi madre suspira. Sara me sonríe, al final, todas las madres son iguales. La suya, la mía, y la de la vecina.
Sara y yo nos observamos en el espejo de la entrada, yo me pinto los labios, ella se mesa el pelo planchado. Subo un momento a mi habitación para cambiarme el tanga. Lo noto tan encharcado desde que me he separado de aquel nene cachondo que no aguanto más tiempo con él puesto. El enorme espejo que hay en mi cuarto me devuelve mi reflejo desnuda de cintura para abajo mientras escojo otro tanga minúsculo. Ahí están mis piernas delgadas, morenas y para mi gusto excesivamente torneadas. Tengo el vestido subido casi hasta la altura de la cintura y veo mi coño enteramente rasurado. Lo veo hinchado, hinchado de excitación. Me entran enormes tentaciones de masturbarme. Me siento en la cama con las piernas abiertas mientras no dejo de mirar en el espejo mi raja brillante. Me acaricio los labios internos y tengo que cerrar los ojos de placer. Vuelvo a abrirlos. Mi madre y Sara están abajo. Me pongo rápidamente el tanga y los pantalones, me coloco las chancletas y bajo trotando las escaleras.
¿A qué has subido?
A ver si me quedaba en el estuche algo de sombra de ojos azul, pero creo que la tiré el día del cumpleaños de Lola.
Sara y mi madre están sentadas en el sofá, en la mesa de centro hay un enorme plato de aceitunas (a ambas les encantan) y las dos roen el hueso de una entre las muelas. Observo a mi madre fascinada. A pesar de su ausencia de coquetería, es una de las mujeres más hermosas que conozco. Tiene 45 años y cuerpo de adolescente, esbelto, sin un gramo de más. Ya se le notan las arrugas, pero la pérdida de carne en la cara ha estilizado sus rasgos. Ahora sus ojos verdes parecen aún más grandes. El pelo negro, veteado de canas que no piensa molestarse en teñir, le cae sobre la espalda como una cascada que termina en graciosas ondas. Además, su voz es aterciopelada y grave, y su sonrisa dulce y sincera. Nunca entenderé su absoluta falta de interés por explotar sus atributos de un modo más...agresivo, por decirlo de alguna forma.
- Sara, no te apalanques, que tenemos que buscar todavía restaurante y mira que hora es ya.
Mi madre observa a mi amiga un segundo con una sonrisa benévola mientras ésta se despereza en nuestro sofá lleno de cojines. Sarita estira sus largas extremidades y bosteza, parece una gata, la conozco muy bien, y como no le meta algo de presión ya no la muevo de mi casa. Se levanta de un salto, coge su bolso y me sonríe.
- Ya estoy.- y se dirige a mi madre.- Adiós Esther- dice agachándose para besarla.- A veces es tan cariñosa con mi madre que me hace sentirme culpable, yo siempre he sido algo fría e independiente respecto a mis padres, lo que no significa que no les quiera, pero soy así.
- Bueno niñas, pasadlo bien y tened cuidado. Anda hija, dame un beso antes de irte.- casi me dan ganas de reírme, por lo que he pensado hace un segundo. Le doy un beso y un abrazo a mi madre y le digo que no se preocupe, que no vamos a hacer nada malo ("¿Qué entiende una madre como malo para su hija?").
Salimos del restaurante acaloradas y algo eufóricas. Hemos cenado muy bien y el camarero, - un señor sevillano y barrigón con mucho salero,- no ha descansado hasta conseguir que nos bebiésemos cada una tres chupitos de un licor diferente. Gratis. Los andaluces son así, le hemos pedido crema de orujo, y como no tenía, lo ha suplido con mucha generosidad.
Tenemos entradas para una de las discotecas más famosas de la isla, que, casualmente, está en nuestro pueblo. Aunque aquí todo esta cerca. Sólo tenemos que caminar unos 200 metros hasta allí. Unos metros durante los cuales vamos a disfrutar de más miradas de chicos que se van de fiesta como nostras, de algún comentario gracioso y seguramente, de algún contacto visual directo con algún tío bueno, solo por el placer de ponerles nervioso. Como me gusta provocar, a veces pienso que mi vocación está realmente en algún trabajo que conlleve exhibirse tipo "stripper".
Con todas las interrupciones previstas llegamos al fin a la discoteca. Aun es temprano, acabamos de pasar la medianoche, y la cola no es demasiado larga. Los porteros parecen aburridos. Uno de ellos nos observa de reojo. Juraría que acaba de esbozar una sonrisa torcida. No es guapo, pero tiene un cuerpo escultural. Enorme, proporcionado y macizo, de los que te dejan exhausta entre las sábanas con su fuerza casi animal. Sexo salvaje susurro mis fantasías al oído de Sara, que está escribiendo un SMS. Le echa un ojo a ese Hércules y se ríe tapándose la boca.
- Este hombre te destrozaría, demasiado macho para tan poca hembra.- estalla en carcajadas.
- Eres una capulla, quizá le destrozaría yo a él, no te olvides de que el veneno viene en frasco pequeño.- No le digo nada más, en realidad, a pesar de su cuerpazo, se que Sara tiene complejo por su tamaño, le gustaría ser más menuda, algo que no entiendo porque ni siquiera llega al metro setenta y esta buenísima.
Pasamos por la taquilla enseñando las entradas y sin problemas. Mientras entramos, un portero rubio y soso nos guiña el ojo y nos dice:
- No os olvidéis de venir a verme más tarde.- Ninguna de las dos se molesta en contestar, ni siquiera le echamos una sonrisa. Tiene pinta de engreído y parece el novio de una Barbie.
Nos dirigimos directamente a la sala principal, hay bastantes personas, casi todo españoles porque la fiesta de hoy esta pensada para nosotros. La música no está mal, aunque el ambiente no ha llegado ni de lejos a su apogeo máximo. Lo repito, todavía es pronto. Sara quiere ir directa a la barra, pero le propongo que demos una vuelta porque estoy casi segura de que vamos a encontrarnos con caras conocidas. Me fijo en las tarimas, en las dos próximas a la cabina del disc jockey ya hay apostados dos gogos, una chica preciosa con un atuendo muy ligero y futurista y un musculitos en calzoncillos, o lo que a mi me parecen calzoncillos. El resto de tarimas están vacías.
- ¡Sara! una chica morena de unos 28 años se acerca corriendo y gritando, casi se tira encima de mi amiga cuando la abraza.
Sara nos presenta. Se llama Leticia y es su compañera de trabajo este verano. La estudio disimuladamente. Parece simpática, no es una muñeca pero tiene una mirada penetrante un pecho enorme, en conjunto resulta bastante atractiva.
- Estamos allí todos, han venido Rebecca, Adriana, Mario, Julián, Gabriel y la rusa.
La seguimos. El resto del grupo es más o menos de la misma edad que ella, aunque la chica que me presentan como Rebecca, una rubita muy dulce, parece algo más joven que el resto, igual que Sara. Los chicos no son nada del otro jueves, pero todos tienen algún atractivo. Yo no doy mucho pie a conversación, Sarita esta en su salsa porque para ella son todos conocidos y queridos. Oteo mis horizontes, hay muchos hombres interesantes fuera, pero no quiero desaparecer de ese núcleo, además, hemos prometido ser buenas ¿no?
Empieza a sonar un tema bastante conocido, algo antiguo, de los que nunca pasan de moda. Está muy bien pinchado. En vista de que nadie me hace caso, empiezo a bailar.
Continuará