Mediterraneo 11

Dorado, azul y verde: un paraiso para mi amante.

Dorado, azul y verde.

Mi amante me lanza el vestido y el tanga, que me coloco apresuradamente a la vez que él hace lo propio con su calzoncillo y pantalón. Busco mis chancletas, que con todo el movimiento han ido a parar debajo del asiento del copiloto. No dejo de escrutar a los voyeurs del hostal, que siguen espiando, pero ahora con bastante disimulo, haciendo como que continúan con sus tareas. A mi lado, Gabriel se está terminando de calzar.

Salimos del coche y volvemos a entrar para sentarnos delante. Tengo una sensación de cosquilleo muy insistente en la entrepierna y unas ganas irrefrenables de estallar en carcajadas. Le miro, creo que más o menos siente lo mismo que yo. Tiene una sonrisilla sospechosa, y un notable bulto en el pantalón. Me observo en el espejo retrovisor, a pesar de llevar casi veinte horas sin dormir mi aspecto sigue siendo encantador. Mis iris absorben los rayos de sol, transformando el color castaño en un ámbar con reflejos de oro, que contrasta con la negrura de mis cejas y pestañas. Estoy un poco pálida, pero tengo las mejillas y los labios de un vivo escarlata. Mi tupé no esta tan deshecho como yo pensaba.

Arrancamos, mirando hacia el hostal, me despido con la mano de un señor de mediana edad uniformado (tiene pinta de conserje), le guiño un ojo y le veo pestañear varias veces con la boca abierta. Cuando estamos ya a varios metros de allí, a ambos nos da un ataque de risa incontrolable.

  • Que fuerte Gloria, que fuerte, veo que en una semana estamos dando la vuelta el mundo en youtube
  • Cállate… por favor- le contesto sin poder contener las carcajadas.
  • ¿Dónde vamos ahora?

Me lo pienso por unos segundos, tengo ganas de continuar con la marcha pero noto que me mareo por momentos. La falta de sueño está haciendo mella en mi organismo. Me acuerdo de lo que le he oído decir muchas veces a una tía mía que nunca deja de comer: "el alimento puede sustituir las horas de sueño cuando uno está cansado". Se me enciende la bombilla.

  • Vamos a desayunar.

Gabriel asiente.

  • Te voy a llevar donde un amigo.

Son casi las diez de la mañana, acabamos de desayunar con muchas ganas, la verdad es que los dos teníamos bastante hambre. Volvemos al coche. Al mirar el reloj digital que se ilumina cuando Gabriel enciende el motor por tercera vez durante las horas que llevamos juntos, me alerta una punzada de culpabilidad…las 10: 57, y no he llamado a mi madre ni siquiera para decirle que estoy bien. Sacudo la cabeza, ya le daré las explicaciones necesarias cuando por fin llegue a casa.

Mi amante enfila su Civic a través de la carretera, me mira de reojo, suelta la mano derecha del volante y la dirige a mi entrepierna, no se como se las apaña, pero sin ninguna clase de forcejeo levanta la tela de mi tanga negra y recorre mis labios internos. A mi se me cierran los ojos de placer, me muerdo los labios, arqueo la espalda.

  • ¿Te gusta eh? Para que no se te olvide de que aún tenemos que terminar una cosita, preciosa.

Suspiro asintiendo.

  • Bueno, y ahora, ¿dónde quieres que te lleve?
  • Sigue hacia adelante, yo te indico.

Mientras le dirijo en su conducción hacia un lugar muy, muy especial, Gabriel me vuelve a poner a su amado disc jockey de moda y así, solo con un poco de música de discoteca, me devuelve al universo inestable del morbo.

Voy a su lado, analizando sus rasgos con disimulo a la vez que doy indicaciones despreocupadamente.

  • Ahora, es todo recto hasta arriba, aparca donde puedas cuando lleguemos.

Asiente y pega un acelerón, sin decir ni una palabra. Más le miro y más me gusta. Sus facciones son asombrosamente masculinas: la profundidad de sus ojos rasgados y algo tristes, su nariz estrecha y curvada, pero no demasiado grande, su barbilla cruel, sus labios finos pero bien perfilados…destila virilidad por todos los costados.

Mientras yo reflexiono acerca de la atracción fatal que me provoca, Gabriel ha parado el coche. Nos bajamos y caminamos unos metros hasta acercarnos al borde del pequeño precipicio sobre el que nos encontramos. Le digo que mire lo que hay abajo, que se fije bien. A simple vista solo hay mar, una extensión calma y azul cuyos efluvios salados llenan a ráfagas todos mis sentidos. Pero la isla es muy pequeña, y los ojos no se encuentran con el horizonte sin tropezar antes con las pequeñas curvas que delinean algunos quilómetros de costa, y así vemos una de las playas mas concurridas desde esa posición privilegiada. Por fin, le oigo reprimir una exclamación a mi lado. Lo ha visto.

Abajo, a la derecha, hundida bajo la gran extensión de roca que hay bajo nuestros pies, hay una minúscula cala bordeada de rocas planas y adornada por los raíles de un típico embarcadero mediterráneo, raíles de madera natural reforzados con varas de hierro que marcan el camino del bote desde la caseta del pescador hasta el mar. Desde la distancia se aprecia incluso la transparencia del agua y través de ella más rocas salpicadas de musgo marino refulgen como esmeraldas.

  • ¿Se podrá bajar?- me lo dice asiendo mi mano caliente.
  • Pues claro…vamos.-

Tiro de él, para que me siga y poco a poco empezamos a bajar por un escarpado "camino" con bastante pendiente. Las chancletas no me ayudan a mantener el equilibrio, y Gabriel va detrás de mí preguntándome a cada segundo "¿vas bien?". Ni siquiera me molesto en contestarle, he crecido aquí, andando descalza entre erizos y rocas resbalosas, no soy una de esas chicas sedentarias, aburridas y torpes que jamás se ha subido a un árbol. Así que, aguantando su preocupación innecesaria y sus bromas tontas con la boca cerrada, llegamos al pequeño cacho de paraíso que le he descubierto a este amante afortunado.

Estamos aquí. Sólo puedo pensar que el mundo se ve con otros ojos. Todo es dorado, azul y verde. El jugueteo del agua que se mece entre las rocas produce un dulce sonido que cautiva, hace olvidar otra cosa que no sea la belleza de un momento en el que, una vez más, las palabras se hacen innecesarias. Así permanecemos él y yo, callados, con los ojos semicerrados por la luz cegadora del sol, perdidos en el fondo de nuestros sentimientos, de la mano.

Inspiro con todas mis fuerzas, cerrando los ojos. Le suelto la mano y me siento sobre una roca caliente. Él me imita.

Los dos estamos tan envueltos en la magia de este rincón que no nos atrevemos a romper el silencio. Pero al cabo de unos minutos, Gabriel vuelve la cara hacia mí para decir.

  • Esto es precioso, es justo todo lo que yo esperaba sentir en esta isla.

Sonrío, acercándome a su rostro poco a poco para agarrarle de la barbilla. Nos damos un beso cálido. Unos segundos más tarde cada uno vuelve a sus reflexiones.

  • ¡Qué calor!- de nuevo, es él quien distorsiona la armonía, pero se lo agradezco, no le he traído hasta aquí para sumirme en mis pensamientos, si no para que juntos disfrutemos del lugar.
  • ¿Nos bañamos?- no he terminado de decirlo y ya tengo el vestido subido a la altura del pecho y al instante siguiente arrugado sobre la roca. Me deshago el peinado acercándome al agua con lentitud. Se que está detrás de mi, observando mi desnudez que le da la espalda caminando hacia el mar. Aun estoy en tanga, aunque hace más o menos una hora estaba desnuda sobre su cuerpo, no se por qué, quitarme absolutamente todo en este momento me parece un detalle de mal gusto. Detrás de mí le oigo despojarse también de la ropa, yo interno un pie en la orilla de esa agua pura y vislumbro su sombra aproximándose. Ahora acerco el pie izquierdo, los ligeros embates del mar hacia esta calita apenas llegan a cubrirme el empeine en cada nueva corriente, el sol me abrasa los hombros y cada vez tengo mas ganas de zambullirme. Estoy a punto de hacerlo pero Gabriel me abraza por detrás.
  • Estas ardiendo- me susurra apartándome la melena del cuello. Me muerde y toda la piel de mi cuerpo se electriza irremediablemente. Qué le voy a hacer, tengo un punto débil demasiado expuesto. Sus pequeños mordiscos se alternan con dulces y húmedos besos que peinan toda la piel aterciopelada que va desde el final de mis orejas hasta mis hombros brillantes. Me dejo excitar, la verdad que la posición que ha tomado me permite muy poco margen de acción, pero tal y como he visto que funcionan las cosas bajo su control, no me preocupo de nada más que de disfrutar sin dejar de mirar el horizonte azul eléctrico

Con el cuello ladeado bajo su mandíbula feroz, parezco una presa, y lo soy, la presa que ha escogido para torturar de mil formas durante un día lujuria inolvidable. Levanto los brazos para asirme de espaldas a su cuello, para tener una mínima ilusión de que participo. Mi amante aprovecha el momento para llevar las dos manos a mis pechos que tienen la piel erizada y por los que a la vez caen hacia abajo desde su nacimiento finas gotas de sudor. Apretándome ambos senos se pega a mi cuerpo con fuerza, entonces lo noto, él si que esta completamente desnudo, noto su glande tirante rozando la suavidad de mis caderas. Dejo escapar un débil gemido cuando una de sus manos desciende hundiendo desesperadamente las yemas de sus dedos en mi carne desde el pecho hasta los límites de mi tanga negro. Entonces, despreciando la frontera de la tela, su mano llega hasta el centro y todo vuelve a empezar.

Continuará