Medio-pensionista (9)

Vicisitudes de un medio-pensionista en 16 trozos.

MEDIO-PENSIONISTA

(9-16)

ESCRITA POR: SALVADOR MORALES

© Todos los derechos reservados.

Al llegar a casa, aparqué en el garaje y puse las cosas mías en el ascensor, frenando la puerta con una de las cajas. Luego subimos al Tercero A, mi vivienda.

Volví a frenar la puerta del ascensor con otra caja, abrí la puerta de la casa y la dejé entrar.

. - mientras meto mis cosas, échale un vistazo tú misma.

. - gracias.

Entró y se perdió pasillo adelante. Yo me dediqué a meter la compra. Una vez todo en casa, cerré la puerta y llevé una de las cajas a la despensa. Ella estaba mirando la zona donde estaba la lavadora, yo no le hice caso y coloqué en su sitio el material, uno a uno. Luego fui donde ella.

. - ¿y bien?, ¿qué te parece mi humilde morada?

. - de humilde, nada. Es más moderna que la casa donde vivo ahora-.

. - claro, solo tiene unos 6 años de construida. El solar era mío y el contratista me dio dos viviendas a cambio del solar. Los dos salimos ganando.

. - vaya suerte. Debió ser antes de la burbuja económica.

. - ya lo creo. Un año más tarde y todavía tendría el solar más limpio que una patena. La otra vivienda es idéntica a ésta y como te dije, la uso para alquilarla y sacar unos euros extras.

. - me gusta. Acepto tu oferta.

. - me alegro. Voy a bajar y subir tu compra. De nada vale llevarla y volverla a traer, ¿no te parece?

. - me parece. ¿Te ayudo?

. - no, por favor. Considérate en tu casa. Puedes elegir la habitación que quieras, menos la mía, claro –sonreí-.

. - ya le eché el ojo a una. Está bien ventilada y es muy cómodo el colchón.

. - me alegro. Pues lo dicho, voy a subir tus cosas.

Una vez subida sus cosas, marchamos donde vivía antes a recoger el resto de sus propiedades. Era una casa terrera, de las de toda la vida. Al abrir con su llave, me presentó a la dueña de la casa. Era una mujer gordita y baja. Tenía más ojeras que Drácula.

La mujer no lo dijo, pero dio a entender que se alegraba que Pepita se fuera de su casa ya de una puta vez.

Al salir de allí, el auto iba lleno de ropa y otras cosas de Pepi. Casi no nos lo traemos todo. Ella se disculpaba por tantas cosas que tenía que trasladar, pero es lo que hay. Siempre estamos arrastrando cosas, muchas cosas, en esta perra vida.

Al llegar a casa y descargar el material, acabamos ambos derrengados y sudorosos. En otro momento los colocaríamos, ahora tocaba darse una ducha.

. - dúchate tu primero, Pepi, luego lo hago yo.

. - no, tú eres el dueño. Hazlo tú primero.

. - Pepi, Pepi. Ahora no vale eso de que soy el dueño. En la práctica, somos iguales. Tú con tus cosas y yo con las mías. En cuanto al baño, no hay dueño. El primero que se mete, ese se ducha. Anda, ve tu primero. Déjame ser un caballero, por favor.

. - bueno, está bien y gracias por lo que estás haciendo por mí.

. - déjate de tantas gracias y vete a ducharte ya, que no me gusta oler a lo que huelo.

. - me daré prisa.

. - no, eso tampoco. Sin prisas, pero sin pausa. ¿Pero todavía estás aquí?

. - ya, ya me voy. Mira que eres pesado –dijo sonriendo-.

Yo también sonreí y me senté frente al televisor mientras Pepita cogía unas ropas y se marchaba al baño.

Allí se metió en el plato de ducha con una pastilla de jabón especial para pieles sensibles como lo era ahora su cuerpo.

Se echó agua encima y con la pasta de jabón, se empezó a enjabonar el cuerpo, con tan mala suerte que se le resbaló la pastilla, cayendo al suelo, sobre el plato de ducha.

. - mierda… –dijo inclinándose para cogerla, pero su estado se lo impedía- mierda…, mierda…- volvió a quejarse.

Por más que lo intentaba, no llegaba y solo estaba medio enjabonada. Así que pensó cogerla desde fuera del plato de ducha. Se salió y se inclinó, pero nada de nada. No había manera. Tragó saliva y pensó en qué hacer.

Miró hacia la puerta, pero se lo quitó de la cabeza.

. - no, imposible… –se dijo-.

Lo cierto era que necesitaba esa pasta de jabón en particular o su piel se llenaba de ronchas. Eso ya ella lo sabía. Le dijo el médico que una vez pariera, la cosa volvería a la normalidad. Ella no se lo creía, pero eso dijo el matasanos. En fin, de momento tenía que lidiar con aquella extraña afección que cogió al quedar preñada.

No podía pasarse todo el día en el baño a medio enjabonar. Al final capituló y se metió en el plato de ducha y gritó.

. - Salvador…, Salvador...

La oí perfectamente. Aunque era una casa grande, tampoco era un castillo y le respondí.

. - dime, Pepita. ¿Qué ocurre?

. - ¿puede venir un momento, por favor?

. - voy enseguida –dije extrañado de tal petición. ¿Querrá sexo?, no creo. Por lo menos, de momento-.

Al llegar al baño, toqué en la puerta y me dijo que entrara.

. - ¿qué ocurre, Pepita?

. - es una estupidez, pero es que se me cayó la pasta de jabón especial para mi piel y no puedo alcanzarla. Lo he intentado de mil maneras, pero no puedo. ¿Me la puedes alcanzar, por favor?

. - claro, no hay problema. ¿Está dentro del plato de ducha?

. - sí, aquí dentro. Por favor, procura no mirar mucho. Estoy desnuda.

. - mujer, que no eres la única mujer preñada que he visto desnuda.

. - por favor…

. - vale, descuida. Miraré lo menos posible.

Me llegué hasta la puerta, que, por cierto, era traslucida, así que ya la había visto bastante. Lo único que no veía bien eran sus pezones y su pubis, ocultos ambos por sus manos.

Me agaché y cogí la pastilla de jabón. Estaba junto a sus piernas. Una vez la atrapé, se la di sin mirarle los ojos, pero no pude evitar ver buena parte de su anatomía por debajo de la barriga. Tendría que ser ciego.

Una vez en sus manos, cerré la puerta.

. - gracias, te lo agradezco.

. - a mandar –dije y salí del baño-.

Ella acabó de enjabonarse y terminar de ducharse. Luego se secó y se puso ropa seca. Una vez fuera, me avisó.

. - el baño está libre, Salvador.

. - gracias, ya voy.

Me metí en el baño, me duché rápidamente y me puse mi bata. Rápido y conciso. Nada de una hora como las tías. De allí fui a la cocina. Ella estaba trasteando.

. - ¿qué haces, Pepita?

. - intento localizar los huevos. Pensaba hacer una tortilla para los dos.

. - te lo agradezco, pero tengo fideos de este mediodía y me gusta sancochar unas papas para comérmelos con la salsa que también hice. Si tú quieres fideos, los comparto contigo y si no, hazte esa tortilla solo para ti.

. - no, si hay fideos, yo también los comeré si sobran para mí.

. - sí, hay para los dos. Los tengo en el microondas, en el plato que voy a usar. Así me ahorro cacharros que limpiar.

. - bien pensado. ¿Dónde están las papas?

. - no te preocupes, yo me encargo de todo. Ya mañana podemos repartirnos las faenas, pero déjame que hoy sea yo tu anfitrión.

. - como quieras, pero no me mal acostumbres. Ya sabes, estoy embarazada, pero no enferma.

. - sí, no me lo recuerdes, por favor.

. - vale. Oye, ¿cómo es que vives solo?, ¿No tienes a nadie con quien compartir la casa?, unos padres, una novia…

. - estoy soltero y sin compromiso. Mis padres murieron hace tiempo. Solo tengo un par de tíos que vivieron unos días conmigo. Ahora viven donde papá nació, fuera de la ciudad. ¿Y tú?, ¿qué es de tu vida?, ¿Dónde está el padre de la criatura?

. - mis padres sí que viven, pero me echaron cuando quedé embarazada. El que me embarazó vive su vida ajena a la mía. Estará por ahí quemando los euros de papá. Ya ves, tengo una suerte que no veas. He vivido gracias a la beneficencia y los pocos amigos que me quedan. No sé cómo voy a mantenerme a mí y al pequeño David en los próximos meses.

. - no es por nada, pero prefiero mi vida a la tuya. Si, lo tienes verdaderamente crudo. Pero no te preocupes, aquí estoy yo para ayudarte en lo que pueda.

. - ¿por qué lo haces? No me conoces.

. - ¿nunca te ha dado por hacer algo que ni siquiera tu habías pensado en hacer? Te vi y vi el carro vacío y me dije, ¿por qué no?, tengo espacio y de paso, me hace compañía.

. - dime la verdad. ¿Qué estás buscando de una mujer en mi estado?, no me creo que sea por altruismo. Los cuentos de hadas los creía de niña, ya no.

. - mira que eres desconfiada.

. - a fuerza de recibir leñazos. Sí, lo soy. ¿Qué quieres de mí, Salvador?, ¿Sexo?, ¿sexo con una embarazada?

. - ¿se puede tener sexo con una embarazada? La verdad, nunca lo he tenido. Será anal, supongo.

. -  sí, tú quieres sexo anal conmigo. Pues estás listo. Si es eso, me vuelvo de donde vine. Aunque no sé si me querrán de nuevo. No importa, ya buscaré algo –dijo levantándose del asiento.

. - ¿a dónde crees que vas, Pepi?, no seas tonta. ¿Te he pedido yo algo?, Todo te lo has dicho tú.

. - ¿entonces no quieres sexo?

. - te diré la verdad. No había pensado en ti para tener sexo. Solo vi alguien que necesitaba mi ayuda y se la ofrecí. Coño, ahora empieza a llover –dije mirando por la ventana. Caían gotas de a litro y el ruido que hacía en el techo era ensordecedor. Hasta Pepi se acercó a la ventana-.

. - joder…, y viene con rayos y truenos. ¿Este edificio tiene pararrayos?

. - pues ahora que lo dices, no lo sé. Otras veces hemos tenido rayos, pero nunca ha habido problemas por eso. No te preocupes, seguro que no nos cae ninguno.

. - no sé yo, nunca me han gustado los rayos y los truenos. Desde niña los temo.

. - seguro que tenemos pararrayos, seguro que sí.

. - ¿estás seguro…? ¿Seguro…?

. - bueno, mujer. ¿No querrás que salga ahora con la que está cayendo a comprobarlo?

. - no, claro que no.

. - tranquilízate. Comeremos calentito los fideos y las papas con la salsa y nos acostamos.

. - en camas diferentes, supongo.

. - pero qué guasona eres. Claro, mujer. Tú en la tuya y yo en la mía. Será mejor que te vayas a ver la tele un rato mientras preparo la comida. Ya te aviso. Mira a ver si dice algo del tiempo, así te tranquilizarás un poco.

. - sí, será lo mejor. Perdona por lo de antes.

. - si me enfadara por lo que me has dicho, no sería yo. Anda, vete y déjame pelar las papas, tranquilo.

. - vale, ya me voy y perdona.

. - hale…, hale...

Se fue y me quedé con las papas y el cuchillo de pelar papas de cerámica que era todo un portento. Me costó 8 euros, pero eran mis 8 euros mejor invertidos. Lo tenía desde hacía la tira y cortaba como el primer día. Por eso sería que tenía los dedos con infinidad de cortes. Aun así, lo usaba siempre que podía y como las papas en casa eran algo casi diario...

Pepita encendió la tele y buscó un canal donde hablara del tiempo. No, a aquella hora solo ponían películas, series y reálity shows. Del tiempo que hacía, nada.

Se contentó con un reálity show de maricas cantando sevillanas. De vez en cuando se levantaba y miraba por una de las ventanas y veía los relámpagos en el cielo a lo lejos. Sentía escalofríos solo de verlos.

Media hora después llamé a la preñada. Se sentó y le serví la mitad de mis fideos, le eché salsa y las papas y para adentro con un par de refrescos.

No hablamos durante la cena. Sin duda tenía hambre, porque no dejó ni los restos.

. - estaba bueno. ¿Hiciste tú la salsa y los fideos?

. - no, que va. Fue mi madre. Me hace la comida desde el más allá. Pues claro, ¿quién si no? No se cocinar gran cosa, pero algunas comidas sí que las hago. Por ejemplo, sé hacer judías, se hacer lentejas, sopa de pollo y cosas así. Ni hablar de potajes de berros o rábanos, los odio cordialmente. No me los comía ni con mamá, así que ahora que estoy solo conmigo, menos.

. - solo contigo. Esa es buena.

. - así estoy yo, solo conmigo. Bueno, ahora estoy con una desconocida embarazada que es de lo más desconfiada.

. - ya te pedí disculpas antes.

. - olvídalo, es una manera de hablar. Si has terminado, déjame los platos.

. - yo los friego, déjame hacer algo.

. - bueno, lo haremos entre los dos. Yo friego los cacharros y tú recoges la mesa.

. - bueno, vale.

El trabajo en equipo dio como resultado acabar enseguida. Luego salimos de la cocina.

. - ¿prefieres irte a dormir ya o ver alguna película? Tengo todo un videoclub privado.

. - estoy cansada, si no te importa, me iré a dormir.

. - claro, mujer. Además, en tu estado, seguro que te cansas el doble. Lo digo por el peso extra que llevas.

. - sí, es verdad. Las piernas es lo que más me duelen.

. - si quieres te doy un masaje. Sin compromiso.

. - te lo agradezco, pero me voy a dormir.

. - que duermas bien. ¿Tienes de todo en la habitación? No me ha dado tiempo de revisarla, pues no esperaba invitados.

. - le he echado un vistazo y para esta noche hay de todo. Ya mañana haré algunos cambios. Buenas noches.

. - que descanses. Yo veré alguna peli que tengo atrasada. Me pondré los cascos para no molestarte con el sonido.

. - no tienes que hacerlo. Estás en tu casa.

. - y tú en la tuya, ya te lo dije. De todas maneras, me pondré los cascos. Que descanses. Hasta mañana.

. - gracias de nuevo.

. - no las merezco.

Me fui hacia la tele y ella a su habitación. Cogí los cascos e introduje la clavija jack en su hueco. Luego saqué de mi videoteca una del oeste, que ya la había visto, pero no sé por qué, quería verla de nuevo, “La diligencia” de John Ford con John Wayne. Era como algo que necesitaba para desconectar.

Hora y media después llegó el final feliz. Apagué la tele y eché un vistazo por la ventana. La lluvia arreciaba y los truenos también. ¿Que si tenía pararrayos?, pero qué tontería.

Me dirigí al baño, eché una meada y me fui al dormitorio, pasando al lado donde dormía la preñada de Pepita. Estaba abierta la puerta, así que la cerré sin hacer ruido. Luego me llegué a mi cama y me metí dentro. Yo también estaba cansado y me quedé dormido enseguida. Fuera, el ruido de los rayos y truenos se sucedían intermitentemente. Aun así, me quedé grogui.

No sé cuánto tiempo pasó, pero algo me despertó. Pepita, porque no podía ser nadie más, se metió bajo mi manta y se acurrucó junto a mí, despertándome.

. - ¿qué ocurre, Pepi? ¿No tendrás miedo a los truenos?

. - es más fuerte que yo. Déjame dormir esta noche contigo, por favor.

. - no hay problema. Acurrúcate mejor. Estas fría como el hielo.

. - no he pegado ojo.

. - serás miedica. Anda, pégate a mí y caliéntate. No haré nada, te lo prometo.

. - gracias.

Se pegó a mi cuerpo. Le eché el brazo por encima de los hombros y nos pegamos cara con cara.

. - ¿estás bien así?

. - sí, gracias. ¿Estás desnudo o me lo parece?

. - lo estoy, pero no te preocupes. Soy un caballero. No pienses sino en dormir, yo haré lo mismo.

. - bueno, vale.

Me coloqué mejor y rodeándole las piernas con las mías para darnos calor mutuo. Cuando encontré la posición adecuada, cerré los ojos y pronto me quedé dormido. Ella tardó más, pero al final cuando vio que me había quedado dormido, también cogió el sueño.

Amanecía y desperté. Allí seguía acurrucada sobre mi pecho, Pepita. Su respiración acompasada me decía que no estaba soñando, sino durmiendo plácidamente.

Tenía que levantarme. Necesitaba dar un paseo y despejar los muslos, pues los tenía engarrotados. Intenté salirme de debajo de ella, pero se despertó.

. - vaya, te he despertado. Lo siento. Quédate durmiendo, yo tengo necesidad de hacer un poco de footing por las calles. Tengo los músculos engarrotados.

. - es por mi culpa. He dormido encima de ti.

. - no seas tonta. Sigue durmiendo todo el tiempo que quieras. Estaré una hora fuera. Traeré churros y chocolate para desayunar. A no ser que quieras otra cosa.

. - no, eso está bien. ¿Qué día es hoy?

. - sábado 25.

. - entonces ya me habrán ingresado la ayuda en el banco. Necesito pagarte el dinero que me faltó en la tienda.

. - no hay prisas. Luego hablamos. Duérmete.

Me senté desnudo en la cama y me puse la ropa de hacer deporte. Ella no perdía detalle. Luego me calcé y salí con una botellita de ½ litro de agua para el camino.

Cuando oyó la puerta, Pepita se arropó mejor y cerró los ojos. Tardó en dormirse, pues tenía pensamientos que debía ordenar.

La mañana amaneció fría y toda mojada. Había charcos por todas partes. Algunos sitios hasta se habían inundado y había gente achicando agua de algún garaje que otro.

Una enorme palmera yacía en el suelo. Tenía que haber hecho bastante viento para derrumbar una palmera de aquel tamaño. Cuando me fijé mejor, vi que la palmera tenía un corte extraño por la mitad y estaba negro. Sin duda, un rayo. Si se lo contaba a Pepita, no iba a dormir en días, así que me lo callaría. Aunque pensándolo mejor…, no, no podía hacer eso.

Iba al trote y después de unos cuarenta minutos, llegué hasta un bar donde hacían churros. Tuve que esperar cinco minutos, pues no era el primero. Una vez con los churros y el chocolate, adquirí el periódico. Le eché un vistazo por encima de regreso a casa. Allí decía que lo peor estaba aún por llegar. Una borrasca de las gordas nos iba a tocar esta tarde-noche y había alerta naranja. No recordaba si era la máxima o aún podía ser peor, pero sin duda, más que anoche, seguro que sería. Las televisiones darían noticias de lo sucedido anoche y de lo que iba a suceder esta tarde-noche y Pepita se iba a enterar. Con eso no podía hacer nada. Tendría que acostumbrarse.

Con los churros aun calientes, entré en casa. Los puse en la mesa de la cocina para comérnoslo de inmediato. Así que me fui al dormitorio a despertarla antes de que se enfriaran.

El espectáculo que me ofrecía Pepita era maravilloso. Estaba estirando la manta de la cama subida a ella. Su bata se había subido tanto que sus nalgas estaban a la vista.

. - ¿qué haces, Pepi?

. - Dios, qué susto me has dado –cuando se dio cuenta que tenía su trasero al aire, dio un grito y se tapó rápidamente.

. - no mires, cochino.

. - mujer, que culpa tengo yo que dejaras el trasero sin tapar. Anda, vamos a comer los churros, que se enfrían y no te preocupes, ya he visto otros traseros de mujer.

. - sí, pero yo no soy de esas.

. - ni ellas tampoco. Anda, deja la cama, luego la arreglamos, que los churros fríos no saben lo mismo.

La dejé arreglándose la bata y me fui a la cocina. Aunque estaba sudado, quería comerme los churros antes de que se enfriaran y empecé sin ella. Estaban deliciosos con el chocolate caliente. De paso le eché un vistazo al periódico colocándolo a mi lado. Hablaba sobre todo de las inundaciones y poco más.

Pepi llegó con cara de pocos amigos y se sentó a la mesa. Cogió chocolate y un churro.

. - tenías que haberme avisado de que habías llegado.

. - mujer, supuse que estarías durmiendo. No le pongas más importancia de la que tiene. ¿A que están buenos los churros?

. - ¿dejé algo sin enseñar?

. - poco, la verdad –dije riendo-.

. - encima te ríes. Serás…, serás…

. - oye, que tú también me viste a mí el trasero y no me quejo.

. - no es lo mismo.

. - ¿ah, no…?, y eso ¿por qué? ¿Acaso tu trasero es mejor que el mío?

. - no es eso, sino que…, bueno, dejémoslo. Fue culpa mía de todas maneras.

. - ahí te doy la razón, pero no te preocupes, lo tienes muy bonito. Bueno, ya lo dije. Ahora come y calla, que no puedo leer el periódico.

. - ¿qué dice del tiempo?

. - poca cosa, inundaciones y más inundaciones.

. - déjame verlo.

. - espera, coño. Lo estoy leyendo yo.

. - ¿seguirá lloviendo?

. - joder, Pepita. Mira que eres pesada. Toma, ya lo leeré yo después.

Le pasé el diario y buscó con los ojos lo que quería buscar.

. - joder, alerta naranja. Esta noche más de lo mismo.

. - no será para tanto. Cuatro gotas.

. - ¿cuatro gotas?, si con lo que cayó anoche se inundaron muchas casas, con lo que viene esta noche, salimos en balsa.

. - pero serás exagerada. Estamos en un tercero. Seguro que aquí no llega el agua, eso te lo puedo asegurar.

. - ¿y si no aguanta el techo? Nos inundaríamos por arriba.

. - sí, cuando los elefantes vuelen. Anda ya. Déjate de majaderías, esas cosas solo pasan en Filipinas y por allí donde las casas son de paja. Tú lo que quieres es volver a dormir en mi cama, ¿a qué sí?

. - ¿no puedo?

. - sí, mujer, claro que puedes. Siempre que quieras. Hay espacio suficiente para un regimiento entero.

. - gracias. Es que no me gustan los rayos y los truenos.

. - sí, ya me lo dijiste anoche.

. - ay…, ay...

. - ¿qué te pasa ahora?

. - me está dando patadas el bebé. ¿Quieres oírlo?

. - bueno -dije y rodeé la mesa. Luego puse el oído- no oigo nada-.

. - pon la mano y lo sentirás.

La puse y sí, allí había alguien moviéndose.

. - es verdad. Será cabroncete el tal David. ¿Te duele mucho?

. - no, solo a veces. Ay…, ay…

. - ¿que?, ¿otra patada de David?

. - no, creo que he roto aguas.

. - coño, no puede ser.

. - ¿cómo que no puede ser, joder? He de ir al hospital.

. - sí, claro. ¿Cómo lo hacemos?, ¿Vamos, así como estás?

. - sí, recoge la bolsa donde tengo todo preparado para cuando pasara esto.

. - ¿cómo es la bolsa?

. - azul y tiene dos asas negras. Es así de grande –hizo con las manos el tamaño de dicha bolsa, luego se agarró la barriga, como si se le fuera a caer-.

Corrí como un condenado a buscar la bolsa. La tenía sobre una silla. Salí de igual manera hasta donde estaba, que no era otro sitio que el salón.

. - oye, ¿vas a ir sin bragas?

. - mierda, es verdad. Trae aquí el bolso. Ahí tengo de repuesto.

Cogió el bolso y sacó unas bragas XXL para la ocasión.

. - ayúdame a ponérmelas, por favor.

Se apoyó en el respaldo del sofá y me dio las bragas. Le levanté una pierna y luego la otra hasta subirle las bragas.

. - no mires, coño.

. - joder, tengo que mirar para saber lo que estoy haciendo.

. - vámonos ya, joder. Que no llegamos.

. - no jodas. Aguanta, tu aguanta.

Del brazo salimos de la casa. Cogimos el ascensor hasta el garaje. La ayudé a subir al auto en la parte de atrás. Luego subí como una exhalación y después de darle al mando a distancia de la puerta, salí zumbando al hospital materno-infantil.

. - corre más, joder. Qué dolor.

. - tu coge aire y respira como te han enseñado.

. - ¿qué enseñado ni que echo cuartos?, no he ido a ninguna sesión de esas.

. - vaya, lo siento. Enseguida llegamos.

Llegamos diez minutos después. Aparqué en urgencias y tocando el clácson como un loco, comencé a sacar a Pepi. Una camilla llegó junto a nosotros. No hubo preguntas, solo la pasaron a la camilla y para adentro.

. - no te separes de mí, por favor –me dijo mirándome como si fuera su marido del alma-.

. - ¿es su marido?

. - no, es…

. - entonces no puede pasar con nosotros. Son las normas del centro, lo siento. Dele la tarjeta sanitaria, ha de rellenar sus datos.

. - pero…

Ni peros, ni gaitas, debió pensar la enfermera. Abrió el bolso y buscando, me entregó los papeles de Pepi.

. - vaya a admisiones y rellene la entrada, por favor.

No pude decir ni pío, desapareció tras una puerta de vaivén, tipo oeste.

No tuve tiempo de llegar a admisiones, un guardia jurado me obligó quitar el auto de la entrada de ambulancias. Tuve que llegarme al aparcamiento privado, porque no había donde dejarlo. Ya sabía dónde estaba porque una vez ya traje a una mujer a revisión, madre de una amiga sentimental, como se suele decir. Vamos, que me la tiraba día sí y día también. A la hija, solo a la hija.

Una vez el auto en el garaje y los papeles de admisión rellenados por el empleado de turno, no tuve más remedio que esperar en la sala ídem.

Estaba nervioso, como si yo fuera el padre de la criatura. Hasta me ofreció un chicle uno que esperaba a su tercer hijo.

. - tranquilo. Esto es como montar en bici. Una vez se aprende, las próximas veces como si nada –dijo sonriendo, como si tener un hijo, aunque no fuera el mío, sucediera todos los días-.

El tiempo pasó y pasó. Tres horas estuve de aquí para allá. Casi acabo con la máquina del chocolate caliente y con mi fondo para urgencias.

El altavoz por fin sonó y nombró a Pepita.

. - los familiares de la señora Josefa… pueden visitarla en la habitación 524, letra A. Los familiares de la señora Josefa… pueden visitarla en la habitación 524, letra A.

Oído el aviso, enfilé hacia los ascensores y pulsé la quinta planta.

Una vez allí fue fácil encontrar el 524. Toqué y asomé la cabeza. Allí estaba Pepi con un bebé dándole de mamar.

. - ¿se puede?

. - pasa, Salvador.

. - Jo, cacho mocoso –dije según pude verle el cabezón- pero que feo es el cabronazo-.

. - calla, coño. Mi David es guapísimo.

. - claro, mujer. Es una broma. Como mama el muy cabroncete.

. - sí, tiene mucha hambre.

En eso se pasó al bebé de pecho, visualizándolo perfectamente.

. - te gotea el pezón.

. - ¿puedes darme unas servilletas de esas de ahí, por favor?

. - enseguida.

Le alcancé las servilletas y se limpió. Luego se guardó el pecho, mientras sonreía. Era una madre feliz. Daba gusto verla. Hasta había cambiado su semblante.

. - se te nota feliz. Ya no tienes esa cara de amargada.

. - sí, soy muy feliz. Pero bueno, ¿cara de amargada?, ¿será posible?, ¿y en mi propia cara?

. - has de reconocer que estabas algo arisca y más cuando te vi el trasero esta mañana.

. - bueno, eso fue un pronto. Pero ahora estoy muy feliz. Gracias por traerme tan rápidamente.

. - o eso o lo tenemos en casa y no es plan, créeme.

. - sí, la cosa se hubiera puesto buena si paro en tu casa, en el suelo de la cocina –dijo riendo-.

. - ¿para cuánto tienes en el hospital?

. - depende, pero no menos de dos días, ni más de cuatro, según me dijo la enfermera. El niño está bien y yo también, que es lo más importante.

. - me alegro por los dos. David…, David…, deja ya de mamar, que la vas a dejar seca.

. - no te preocupes, tengo de sobra. ¿Quieres probarla?

. - anda ya.

. - que menos, eres mi salvador. Ah, si te llamas Salvador. Bueno, ¿quieres o no quieres?

. - ¿aquí?, ¿ahora?

. - no, dentro de una semana. Pues claro.

. - bueno. Nunca la he probado, así que será la primera vez.

Me acerqué, no sin antes mirar hacia la puerta y la cama vacía de al lado. Luego me tragué el pezón que se había vuelto a descubrir. Mamé como el David. Joder, sabía raro, la verdad.

Cuando dejé de mamar, vio en mi cara lo que me había gustado.

. - ¿te ha gustado, ¿verdad?

. - bueno, no es la mejor leche que he probado.

. - vaya. Ah…, ya sé por qué es. Es la primera leche, no recuerdo cómo se llama. Es para que el niño refuerce sus defensas. Más adelante, ya será normal. Te la dejaré probar cuando deje de tener ese tipo de leche. Seguro que te gustará más. O eso, creo.

. - ya veremos. Ahora lo importante es que estáis bien los dos.

Toc-toc, sonó la puerta. Asomó una enfermera.

. - cinco minutos más y debe marchar. Las horas de visitas no empiezan hasta las 13 horas.

. - gracias, enseguida me voy.

. - ¿vendrás luego?

. - ¿quieres que venga?

. - claro, quiero que David conozca al tío Salvador.

. - de tío nada. Salvador a secas, si no te importa.

. - como quieras. ¿Vendrás? Aquí se está muy sola.

. - vendré un rato. Pero no te acostumbres. Nunca me han gustado los hospitales.

. - vaya, algo que no te gusta. A mí los rayos y truenos y a ti, los hospitales. Para que veas que no somos tan diferentes.

. - no comparemos. Bueno, tengo que marcharme.

. - me puedes dar un beso de despedida, por favor.

. - ¿tan necesitada estás?

. - serás jodido... Bueno, ¿me lo das o no?

. - vale, te lo daré.

Me acerqué y le besé los labios. Un par de segundos, pero me gustó cantidad. Ella sonrió.

. - no te olvides de volver.

. - que no, majadera. Hasta la vista, David el gnomo.

Le di un beso en la frente a Pepita y me fui de allí.

(Parte 9 de 16)

FIN