Medieval (1)

Primer capítulo. En un ambiente a caballo entre lo medieval y lo actual, la dominación, la sumisión y la obediencia son algo muy común...

El día se presentaba claro y firme cuando la ceremonia dio comienzo. La boda, oficiada en la iglesia principal de Oniera, representaba la toma de posesión del cargo de señor del feudo de la ciudad de doscientos mil habitantes por parte de Alberto, el joven hijo del antiguo señor, fallecido por enfermedad.

El chico, de tan sólo dieciocho años de edad, miró con lascivia a la que en unos instantes sería su esposa, heredera del feudo de la población de Santa Bárbara, de veintiocho mil habitantes. La chica contaba los mismos años que él, aunque parecía más pequeña. Era bajita, metro cincuenta y siete; la piel muy morena y una larga melena negra; los ojos grandes y oscuros, de mirada cautivadora y sensual; los labios carnosos, los más excitantes que Alberto hubiese visto nunca; los pechos no muy grandes, aunque tampoco pequeños y un culo de infarto.

La chica estaba nerviosa al decir el "sí quiero", pero Alberto no dudó un instante, y, ante la bendición del sacerdote, la besó en los labios cortésmente, como le habían enseñado que debía hacer, guardándose sus oscuros pensamientos para la noche.

Hubo un gran banquete al anochecer y, como dictaban las normas, Alberto se sentó al lado de su esposa, Ana, aunque no les estaba permitido hablarse. Él se dio cuenta que de vez en cuando ella le echaba una nerviosa mirada, sin duda estaría pensando en el papel que debía desempeñar por la noche, en lo que sus criadas y sus institutrices le debían haber enseñado, que debía abrirse de piernas y sonreír en todo momento. Bueno, las cosas serían un poco diferentes, aunque eso ella aún no lo sabía.

Después de mucho comer y mucho beber se terminó la fiesta y, siempre según las costumbres, el novio y la novia entraron por dos puertas opuestas a la habitación donde tenían que pasar la noche, apartada de todo y de todos, en medio de vítores, carcajadas y bromas obscenas.

Cuando Alberto entró, ella estaba de pie delante de la cama. Le sonrió con nervios.

-No sé muy bien qué hacer –dijo-. Tendrás que enseñarme.

-Bien –dijo él-, acércate. Muy bien.

Le quitó la ropa que llevaba dejándola tan sólo en ropa interior. Se puso detrás de ella y empezó a magrearle el culo con fuerza, era tan increíble como lo había imaginado. Se notó empalmado, así que se pegó a ella para que sintiese la polla contra su culo, y con la mano izquierda le manoseó las tetas, mientras bajó la derecha hasta su pubis. Ella temblaba sin decir nada. Metió la mano por dentro de sus bragas y empezó a separar sus labios y a tocarle el interior del coño, notando cómo empezaba a mojarse. Luego retiró las manos y la giró hacia sí.

-Desnúdame –le ordenó.

Ella, que había sido educada en la obediencia hacia su padre y hacia su futuro esposo, le obedeció, y le quitó la ropa hasta dejarle completamente desnudo, y no pudo evitar mirar con horror la enorme polla que la señalaba directamente. Debía medir por lo menos un palmo.

-¿Qué? ¿A caso estás asustada? Pues espera a que te la clave hasta el fondo… -los ojos de la chica se abrieron aún más, prácticamente presa del pánico, eso no podía caber de ninguna manera en su interior, y él sonrió-. Cógela –le ordenó.

Ella cogió el enorme palo con la mano extendida, y él le cogió su mano y le obligó a cogérsela con fuerza, y luego empezó a moverla hacia delante y hacia atrás.

-Esto es una paja –le informó- no pares.

Y mientras ella le hacía la paja, él bajó su mano y metió un dedo en su coño, ante lo que ella dio un respingo. Luego lo sacó, y, sin previo aviso, metió tres de golpe, haciéndola gritar de sorpresa y dolor. La veía sufrir, pero poco lo importaba. Sacó los tres dedos y, cuando vio que ella ya empezaba a aliviarse pensando que eso había acabado, metió cuatro rudamente y empezó a entrar y salir con fuerza, viendo como su cara se contraía en un esfuerzo por contener las lágrimas mientras seguía pajeando el enorme rabo.

-Tienes un buen coño, muy estrecho aunque muy elástico. Pronto te va a caber mi mano entera, y luego mi polla… vamos a ver si tu culo es igual.

Ella al principio no comprendió lo que quería decir con eso, pero se asustó igualmente. Él sacó su mano de ella y la llevo a su boca, ordenando que chupara sus dedos empapados con sus fluidos. Cuando estuvo satisfecho, la giró y se arrodilló detrás de ella, le separó las nalgas y empezó a lamerle el ano. Ella volvía a llorar, de humillación esta vez.

-No te preocupes –dijo él entre lametones-, en unos días no te quedará ya ni dignidad para llorar por esto ni por cosas peores.

Y enseguida, con fuerza, le clavo un dedo dentro hasta que este empezó a entrar y salir con facilidad. Luego la arrojó sobre la cama y le puso un cojín debajo de la barriga. Preparó su polla en la entrada de su coño y embistió de una sola vez, rompiéndole el hímen que demostraba que hasta ese momento aún era virgen. Ella, una vez más, gritó de dolor, pero él no se detuvo y empezó a embestirla mientras le golpeaba las nalgas con una mano y mantenía dos dedos dentro de su culo.

Siguió así por veinte minutos, y cuando se notó cerca de correrse, salió de ella de golpe y la obligó a arrodillarse en el suelo. Luego le ordenó que abriera la boca y empezó a embestirla allí, follándosela, mientras ella sufría arcadas. Finalmente le cogió la cabeza por detrás y la atrajo hacia sí todo lo que pudo, provocando más fuertes arcadas aún en ella, mientras se corría abundantemente, y vio como parte de su corrida empezaba a salirle por la comisura de los labios. Cuando terminó, salió de su boca, que aún tenía llena de su semen.

-Trágatelo todo –ella lo miró con ojos llorosos moviendo negativamente la cabeza, suplicando -. ¡Te he dicho que te lo tragues todo, puta de mierda! –ella no hizo nada. Cabreado, Alberto le cogió por la boca impidiendo que la abriera y le dio un fuerte bofetón -. ¡Traga!

Ella, finalmente, tragó su semen y él aún le obligó a lamerle la polla por completo en busca de más. Cuando terminó, la tiró sobre la cama mientras ella se deshacía en llantos, y él se acercó a la ventana a contemplar la luna. Qué bien se lo pasaría con ese nuevo juguete, pensó.

Al cabo de el rato, cuando los llantos de ella se convirtieron en un leve sollozo, se acercó a la cama y la tiró de los pies hasta dejarla con la cabeza a media cama. Luego se tumbó.

-Quiero que te metas mi polla en la boca, y quiero dormirme así. Y más te vale que cuando despierte te encuentre en la misma posición. ¿Entendido?.... ¿¡Entendido!? –ella asintió-. Bien.

Y así, sin más, le metió su polla fláccida en la boca e inmovilizó su cabeza entre sus piernas. Ella tenía dificultades para respirar, pero ¿qué más daba? Y así se durmió, sonriendo y realizado.