Medidas disciplinarias. Capítulo 8
El que juega con fuego...
CAPÍTULO 8
Daniel abordó a Rosa en mitad del pasillo, durante el primer cambio de clases. No se habían visto desde el día anterior por lo que Daniel no tenía forma de saber si su plan había funcionado. Tal vez debieran intercambiar números de teléfono para poder hablar fuera del instituto. No, qué tontería, ni que fueran una pareja. Porque no eran nada de eso, claro. Lo que había entre ellos… era otro tipo de relación, ¿no? Bueno, ciertamente de profesor y alumna no era. Tampoco de amigos. Así que... ¿qué eran?
-Suéltame. Queda de lo más sospechoso. – dijo Rosa fríamente.
Daniel volvió a la realidad bruscamente y soltó el brazo de Rosa. Ni siquiera se había dado cuenta de que la había agarrado en primer lugar. Tenía que centrarse, esto era importante. Sin embargo, apenas había dormido la noche anterior y notaba que sus pensamientos fluían lentos y torpes.
- ¿Y bien? ¿Lo conseguiste? - preguntó en un precipitado susurro.
Habría sido más seguro esperar a estar solos, pero no sabía cuándo se daría esa oportunidad y la ansiedad lo corroía por dentro. Rosa simplemente sonrió con suficiencia y asintió levemente. El alivio inundó a Dani y le dejó una sensación de agotamiento tal que temió que las rodillas le fallaran. Esbozó una sonrisa cansada, respirando tranquilo por primera vez desde que Miriam se presentara en su despacho. Recordar el incidente hacía que el rubor inundara sus mejillas así que apartó esa imagen de su mente. Sin embargo, pensar en Miriam también le llevó a evocar el momento en el que, ayer mismo, había devorado su coño con la devoción con la que se adoraría a una diosa. El bulto delator de sus pantalones le hizo enfadarse consigo mismo. Agitó la cabeza como para librase de sus pensamientos y se encaminó a su siguiente clase.
- Reúnete conmigo luego- le dijo Daniel a Rosa, cuando ya le daba la espalda, y desapareció por el pasillo contiguo.
Rosa, a la que no le había pasado desapercibido el desfile de emociones que habían cruzado por la cara del profesor, frunció el ceño.
…
Al final del día, Rosa se dirigió al despacho de Daniel. Abrió como siempre, sin llamar, y se lo encontró sentado tras su escritorio. Al abrirse la puerta, Daniel levantó la vista alarmado, pero se relajó al comprobar que era su alumna y no una Miriam sedienta de venganza quien entraba por la puerta. Sonrió abiertamente, contento de verla. Era una sonrisa sincera, que le alegraba los ojos y le hacía parecer un niño travieso. Rosa sintió que el corazón le daba un vuelco.
- ¿Has traído el móvil? –preguntó él mientras se levantaba y se acercaba a ella
Asombrada y azorada por su propia reacción Rosa contestó con más frialdad de la acostumbrada:
- ¿Te crees que soy idiota? ¿Por qué iba a traerlo aquí? No, está en mi casa a buen recaudo. Y pensar que de los dos yo soy la sensata. Menudo profesor estás hecho.
Rosa vio una expresión de pesar atravesar fugazmente el rostro de Daniel y se arrepintió de haber sido tan dura. Sin embargo, ya no podía desdecirse. Para ocultar su incomodidad continuó hablando.
- Fue una pesadilla conseguirlo. Menos mal que la sala de profesores estaba vacía. ¿Cómo hiciste para entretenerla tanto tiempo?
- Eeeeh… hablamos sobre… las clases.
Ante la escueta respuesta de él una sospecha comenzó a tomar forma en la mente de Rosa.
- ¿Sí? ¿Durante media hora?
- Claro. Ser profesor es un trabajo difícil y es necesaria una gran coordinación entre compañeros.
Rosa lo miraba inquisitivamente mientras que Daniel evitaba establecer contacto visual.
- Qué curioso. Pensaba que no compartíais alumnos. Y desde luego impartís diferentes materias – dijo Rosa mientras se acercaba lentamente al profesor.
Este retrocedió inconscientemente hasta topar con su escritorio. Rosa tenía un brillo peligroso en los ojos.
- Bueno… -balbuceó él torpemente- también hablamos de otras cosas. El mundo de los adultos es complicado. Lo entenderás cuando seas mayor.
Aquella respuesta enfureció a Rosa casi tanto como saber que la estaba mintiendo.
- Ya claro. Y seguro que esto no intervino en ningún momento – gritó Rosa mientras le agarraba el paquete a Daniel.
- Pues técnicamente… - pero Rosa le apretó con fuerza y a Daniel le fallaron las palabras.
- He visto cómo eres con ella. Pareces su marioneta. Hace contigo lo que quiere.
Rosa escupía las palabras con una rabia que hasta a ella misma la sorprendía. Imaginar lo que fuera que habían hecho ellos dos la sacaba de sus casillas. Siempre había tenido un temperamento fuerte pero normalmente sabía controlarlo. Sin embargo, ahora sentía que el enfado la dominaba y tampoco le importaba. Se sentía dejada de lado. Y esa alusión a que era demasiado pequeña para comprenderlo… simplemente la sacaba de quicio.
La polla de Daniel comenzaba a ponerse dura. No sabía si era por el contacto con Rosa, por sus evidentes celos o por el recuerdo de Miriam, pero un gran bulto comenzaba a destacarse en sus pantalones.
- Tu problema es que piensas con esto – dijo Rosa furibunda señalando a su entrepierna y acto seguido levantó una mano para golpear la mejilla de él.
Sin embargo, Daniel detuvo su mano en seco. Ella se debatió frustrada, intentado soltarse y unas lágrimas amenazaron con resbalar de sus ojos. Daniel se sintió conmovido por esa visión y sin ser del todo consciente de lo que hacía, besó a Rosa, lentamente al principio, con pasión creciente después.
En ese momento se abrió la puerta del despacho de golpe, haciendo que la pareja se separara y mirara con terror hacia la persona que acaba de entrar en la estancia.
- ¿Interrumpo algo, queridos?
Miriam cerró la puerta y se dirigió tranquilamente a la silla situada tras el escritorio. Daniel y Rosa la miraban petrificados.
La profesora se sentó y les dirigió una amble sonrisa.
- Oh, sentaos por favor - dijo señalando las sillas de la pared.
Actuaba como si el despacho fuera suyo y parecía tener el control absoluto de la situación.
Ni Daniel ni Rosa se sentaron. Esperaban, hipnotizados, como quien ve venir un desastre natural: fascinados e incapaces de pararlo.
- Bueno – prosiguió Miriam- creo que debemos hablar de lo que sucedió ayer. Aunque he de reconocer que lo que hiciste fue delicioso, querido. Creo que aún estoy a tiempo de hacer de ti un buen esclavo.
Daniel sintió que enrojecía hasta la raíz del cabello. Percibía la mirada de Rosa que lo taladraba, pero se negó a mirar en su dirección.
- Sin embargo, - continuó – no puedo decir que apruebe el robo de mis pertenencias. Además, ¿para qué?
Miriam los miraba con una falsa expresión de decepción. Como una madre ante dos niños que se han portado mal.
- Para librarnos de tu extorsión, vieja bruja – dijo Rosa fieramente, cediendo a su provocación. -Sin fotos, no hay pruebas.
La risa de Miriam resonó, alta y cristalina como de costumbre.
- Ay criatura. ¿De verdad crees que las fotos solo estaban guardadas en el móvil? Por supuesto, tengo copia de todo. De hecho, estoy tentada de hacer públicas algunas de las imágenes. Esto que habéis hecho no me ha gustado nada.
De nuevo, adoptó una expresión de tristeza sobreactuada, haciendo un pequeño puchero. Esta vez, Daniel y Rosa compartieron una mirada de pánico.
- Anda, compruébalo. Mira en tu correo. – le indicó a Daniel.
Este cogió su móvil con manos temblorosas y comprobó sus emails. Allí había un mensaje de Miriam, mandado a su cuenta del colegio. Adjunta, había una de las fotos delatoras. Daniel se lo mostró con desesperanza a Rosa.
- En fin – suspiró Miriam – me dais pena. Vamos a hacer una cosa, ¿de acuerdo? –dijo mientras entrelazaba sus manos y apoyaba en ellas la barbilla – Mañana a primera hora, quiero el móvil en mi despacho. Y espero por vuestro bien que no tenga un solo rasguño.
Miriam les dedicó entonces una mirada glacial mientras ladeaba la cabeza. Parecía una reina de hielo, hermosa y autoritaria. Si necesidad de elevar el tono de voz, subyugándolos con su sola presencia. Toda una ama.
- Responded – dijo Miriam con dureza, olvidado el tono cantarín del que normalmente hacía gala.
- Sí, ama. – respondieron al unísono Daniel y Rosa, agachando la cabeza el primero y con evidente furia la segunda.
- Así me gusta – dijo Miriam recobrando la sonrisa. –Pues todo arreglado. Venid –dijo extendiendo los brazos en su dirección – hagamos las paces.
Daniel y Rosa permanecieron en el sitio. Miriam chasqueó la lengua y frunció ligeramente el ceño.
- He dicho, venid.
Profesor y alumna se miraron y Daniel se acercó a Miriam. Esta se levantó de la silla y le cogió la cara entre los dedos índice y pulgar. A continuación, le dio un beso, profundo y apasionado, asegurándose de poder ver la expresión de Rosa mientras lo hacía. Los ojos verdes de Miriam chispearon con malicia. Transcurridos unos largos segundos Miriam empujó lejos de sí a Daniel, que jadeaba, e indicó con un dedo a Rosa que se acercara. Esta se acercó, lentamente, como venciendo una fuerza invisible y Miriam volvió a sentarse en la silla.
- Creo que hemos comenzado con mal pie, querida – dijo Miriam mientras volteaba a Rosa y la obligaba a sentarse también en la silla, entre sus piernas.
Rosa dio un pequeño gritito de asombro.
- De verdad quiero que nos llevemos bien – dijo Miriam con voz seductora en el oído de la chica y mordió suavemente su lóbulo.
Rosa permanecía quieta, con la espalda muy recta como para evitar lo máximo posible el contacto con la profesora.
- Oh, estás muy tensa – ronroneó Miriam mientras dibujaba formas con su dedo sobre la espalda de Rosa.
Esta sintió que un leve estremecimiento la recorría y que el vello de sus brazos se ponía de punta. Miriam continuó con sus caricias mientras le dejaba un reguero de besos por el cuello. Daniel, mientras tanto, observaba toda la escena, apoyado en la pared opuesta. Rosa podía notar su erección desde donde estaba.
Las manos de Miriam abandonaron su espalda y comenzaron a recorrerle el estómago, para subir lentamente hasta sus pechos. Los acarició suavemente, masajeándolos, dibujando su contorno sobre la fina tela de la blanca. Después, sus manos volaron cual mariposas para posarse cobre el cuello de la camisa y comenzaron a desabrochar uno a uno los botones de la prenda. Rosa permanecía quieta, pero su respiración se aceleraba. Miraba hacia el frente y podía ver como la erección de Daniel se hacía más pronuncia con cada botón desabrochado. Aquello hizo que su sexo comenzara a humedecerse.
Miriam terminó de desabrocharle la camisa, pero, en vez de quitársela, la dejó sobre sus hombros. El modesto sujetador de Rosa quedó a la vista.
- Me encanta – dijo Miriam mientras acariciaba los senos de Rosa con ambas manos y aspiraba el aroma de su larga melena negra– creo que refleja tu personalidad inocente.
Rosa se mordió la lengua para no contestar y apretó los puños. Con un diestro movimiento de la mano, Miriam desabrochó el sujetador, dejando las tetas de Rosa al descubierto. Como la camisa estaba aún puesta, el sujetador quedó enganchado, dando a Rosa una apariencia de desaliño mientras que Miriam se erguía tras ella, elegante y calmada. Miriam agarró entonces los pezones de Rosa y los retorció, haciendo que esta gimiera de dolor. Al separar las manos, los pezones lucían duros e hinchados, totalmente sensibilizados. Miriam se lamió las yemas de los dedos y se dedicó a trazar suaves círculos sobre ellos, haciendo que se endurecieran más si cabe. Continuó alternando pequeños pellizcos con caricias sosegadas hasta que los pezones de Rosa adquirieron un fuerte tono rojizo. La tensión en la espalda de Rosa iba desapareciendo y poco a poco se dejó caer hasta apoyarse sobre el pecho de Miriam. Esta hizo descender sus habilidosas manos hacia abajo hasta llegar a la falda de tablas y recogerla. Fueron visibles entonces unas braguitas color malva, con un pequeño lazo adornando la parte superior y una mancha de humedad resaltando la zona que quedaba entre los muslos. Miriam comenzó a acariciarla sobre el punto tan amablemente señalado y Rosa dejó escapar breves quejidos. En contra de su voluntad, las caderas de Rosa comenzaban a moverse, siguiendo el movimiento de las manos de Miriam, buscando su contacto. Entonces Miriam detuvo el baile de sus dedos sobre su ropa interior y, con un pequeño azote sobre las caderas, le indicó que las levantara. Rosa obedeció sin proponérselo: elevó las caderas arqueando la espalda y apoyando los pies en el suelo, mientras permanecía semirrecostada sobre Miriam. Entonces, la profesora deslizó las braguitas de Rosa hasta el suelo y tomándola de la cintura la hizo sentar de nuevo. Abrió las piernas de la chica y comenzó a masajear su clítoris, ahora ya sin el impedimento de la tela. Los gemidos de Rosa se hicieron más fuertes y sus jugos comenzaron a manchar el borde la de silla.
Daniel asistía al desarrollo de la escena sin perder detalle. Su pene estaba durísimo y deseaba con toda su alma masturbarse, pero se contenía. La visión de la vagina de Rosa expuesta ante él y sus gemidos de placer, eran más de lo que podía soportar. Sin darse cuenta, llevó su mano derecha a su entrepierna y se acarició levente antes de ser consciente de lo que hacía y retirarla. Tanto Rosa como Miriam fueron conscientes de la maniobra.
- Ven, tesoro – dijo Miriam – acércate a nosotras.
Daniel se acercó indeciso y algo tímido.
- Desabróchate el pantalón – le indicó el ama mientras continuaba acariciando a Rosa.
Daniel obedeció la orden con reticencia mientras Rosa le observaba con intensidad.
- Muy bien, cielo – le elogió Miriam como se elogiaría a una mascota – y ahora sácatela. Queremos ver esa gran polla dura que escondes en los calzoncillos, ¿verdad que sí? – dijo mientras introducía un dedo en el mojado interior de Rosa.
Por toda respuesta, Rosa gimió. Él sacó su miembro que palpitaba erecto entre sus manos.
- Y ahora tócate para nosotras – le dijo Miriam mientras frotaba el clítoris de Rosa con movimientos circulares mientras metía dos dedos de la otra mano en su vagina.
Daniel vaciló. Por alguna razón, tener que hacerlo él mismo mientras ellas dos miraban le hacía sentirse vulnerable. Sin embargo, su necesidad era acuciante y no tardó en comenzar a masturbarse. Los gemidos de Rosa se intensificaron, tal vez debido a las manos de Miriam, tal vez por lo que hacía Daniel. La excitación de ambos fue creciendo hasta que Rosa alcanzó el clímax, retorciéndose de placer entre los brazos de Miriam. Al verlo, la mano de Dani se movió frenéticamente y no tardó en emular a Rosa y llegar al orgasmo, corriéndose sobre ella.
Al terminar, Daniel se apoyó sobre el escritorio y Miriam se quitó a Rosa de encima dejando que esta resbalara hasta el suelo.
- Me alegro de que hayamos hecho las paces – comentó Miriam risueña mientras se lamía despreocupadamente los dedos que había tenido dentro de Rosa.
Acarició la cabeza de Rosa que permanecía en el piso mientras añadía:
- Al menos todo esto nos ha servido para aprender ¿cierto?
Continuó moviéndose hasta estar frente a Daniel. Deslizó un dedo por su polla y recogió una gota de semen.
- Que nunca podréis libraros de mí – dijo mientras se llevaba el dedo a los labios y lo saboreaba.
Miriam se dirigió hacia la puerta, pero paró en seco, como si hubiera recordado algo en el último minuto. Se giró hacia ellos con cara de circunstancias:
- Sin embargo, creo que toda acción tiene sus consecuencias. ¿Qué clase de ama sería yo si no disciplinara a mis esclavos? - negó la cabeza mientras encogía los hombros en un gesto teatral. – No – continuó – necesitáis un buen correctivo. Así que este fin de semana no hagáis planes, estaréis muy ocupados arrepintiéndoos de haberme desafiado.
La última frase la dijo en un tono más grave, casi depredador. A continuación, garabateó algo en un trozo de papel y se lo entregó a Daniel.
- Mi dirección- dijo. –El sábado a las seis. No os retraséis.
Y diciendo esto, salió del despacho, dejando tras de sí a Daniel y a Rosa que comenzaban a vestirse tratando de recomponer lo que quedaba de su dignidad.