Medidas disciplinarias. Capítulo 7

Un plan desesperado

CAPÍTULO 7

El día siguiente a que Rosa lo llamara por su nombre, fue el primero desde que comenzara su extraña relación, en la que profesor y alumna no se reunieron a primera hora en el despacho. Temían que Miriam pudiera estar esperándoles y necesitaban hablar.

Por suerte, a tercera hora Daniel impartía su asignatura en el curso de Rosa, así que, al finalizar la clase, ella se acercó a su mesa fingiendo tener algunas dudas. Cuando se aseguraron que nadie podía oírles, Rosa dijo:

-          Creo que, para librarnos de ella, lo más sencillo es que esas fotos desaparezcan. Sin fotos, no hay chantaje.

-          Estoy de acuerdo – dijo Daniel – pero las fotos están en su móvil. Va a ser difícil hacerse con él. Está claro que durante las clases será imposible quitárselo. –prosiguió - ¿Qué tal en algún momento que no esté dando clase? Me parece recordar que ella tiene la última hora libre, igual que yo.

-          ¿Tenéis horas libres? – preguntó Rosa indignada.

-          No tantas como necesitaríamos – se rio Daniel – Las clases no se preparan solas, los exámenes no se corrigen por arte de magia…

-          Me aprece injusto – se enfurruñó Rosa.

Daniel miró a su alumna con ternura. Normalmente se mostraba madura y seria, pero ahora se comportaba de una forma que revelaba que tan solo tenía 18 años.

-          Bueno, céntrate – le dijo cariñosamente Daniel y le explicó a Rosa el plan que acababa de idear.

A última hora, Daniel se encaminó hacia la sala de profesores. Desde la puerta vio que efectivamente, Miriam también estaba allí, charlando amigablemente con la profesora de francés.

-          Buenos días - saludó Daniel y dirigiéndose a ella dijo - ¿Miriam puedes venir? Me gustaría que hablásemos de esa idea sobre el festival cultural que me comentaste.

-          Ah, claro – dijo Miriam sonriendo. Se levantó con elegancia y salió de la sala de profesores para reunirse con Daniel en el pasillo dejando, afortunadamente, el bolso en la silla de al lado.

Una vez fuera, Daniel miró alrededor buscando un lugar donde retener a Miriam el tiempo suficiente para que la sala se vaciara y Rosa pudiera entrar y acceder al bolso. Finalmente, se decidió por el cuarto del conserje. Tomó la mano de Miriam diciendo:

-          Hablemos, pero no aquí.

Miriam se dejó conducir, entre curiosa y divertida.

-          No esperaba de ti que tomaras la iniciativa de esta forma – dijo con voz sensual en su oído.

Daniel contuvo un estremecimiento. Solo estar cerca de ella, hacía que sus pensamientos se volvieran confusos. Sacudió ligeramente la cabeza, como para liberarse de su influjo, y abrió la puerta del pequeño lugar.

La habitación, de espacio reducido, estaba atestada de productos de limpieza y apenas había espacio para una persona, cuanto menos para dos. Daniel miró a ambos lados antes de empujar a Miriam dentro y meterse él.  Cerró la puerta tras de sí y apoyó la espalda en la misma. Miriam se encontraba muy cerca, demasiado, totalmente pegada a él. Podía sentir su respiración en el rostro y sus enormes senos apretados contra su pecho.

-          Y bien… ¿de qué querías que hablásemos? – preguntó ella juguetona mientras sus manos acariciaban el cuerpo de él.

Él carraspeó y agarró sus muñecas para evitar que continuara tocándole. A pesar de todo, su cuerpo comenzaba a reaccionar a su contacto. Tan juntos como estaban, era imposible disimularlo y él lo sabía. Decidió comenzar a hablar para desviar la atención de lo que ocurría en la zona de sus pantalones.

-          Quería pedirte que dejes en paz a Rosa –improvisó - Se supone que eres una buena profesora. De hecho, sé que lo eres.  –dijo Daniel, tratando de apelar a su vanidad. -Tus estudiantes te adoran. – continuó él – no es propio de ti hacer esto. Debemos proteger a nuestros alumnos, no exponerlos a este tipo de situaciones.

Daniel hablaba seria y apasionadamente. Casi se creía lo que estaba diciendo.

La risa de Miriam fue cantarina, como el agua de una fuente.

-           Te recuerdo que también es tu alumna. Y eso no te importó en absoluto cuando decidiste hacerle todas aquellas obscenidades.

Mientras hablaba, Miriam iba besando suavemente el cuello de Daniel. Este iba perdiendo su resistencia y sus manos soltaron a Miriam que se vio libre para continuar sus caricias. Sacó la camisa del pantalón y rozó con las yemas de sus dedos los abdominales de él. Su piel se notaba caliente al tacto y él reaccionaba a sus caricias con suaves gemidos. Las manos de Miriam siguieron bajando y se entretuvieron soltando el botón de su pantalón.

-          Lo que tú quieres – continuó diciendo Miriam como si estuvieran hablando tranquilamente en cualquier otro lugar – no es proteger a tu alumna. Lo que quieres es proteger la imagen que ella tiene de ti.

Introdujo las manos en el pantalón y toco el miembro de Daniel por encima de su ropa interior. Daniel dejó escapar un hondo suspiro de anhelo.

-          No… no es eso – trató de protestar él, pero su capacidad para hilvanar un discurso coherente se iba reduciendo a la par que aumentaba su deseo.

¿Qué le pasaba con Miriam? Era una persona a todas luces malvada. Amenazaba su carrera y su reputación. Les tenía subyugados a Rosa y a él y les obligaba a participar de sus juegos. Y, sin embargo, había algo en ella que lo hechizaba, que le hacía perder el control de sí mismo.

Odiaba sentirse de esa manera, pero odiaba más que Rosa lo viera así. Una pequeña parte de su mente le recordó que su alumna no se encontraba presente en ese momento. Tal vez no sería tan malo dejarse llevar… solo por esta vez. El aroma de Miriam lo envolvía. Trató de apartarse de ella, pero en aquel pequeño espacio era una tarea imposible.

  • ¿Qué te pasa? – preguntó ella suavemente - ¿me tienes miedo?

Daniel la miró con enfado. Ella le agarró por el cabello y le obligó a bajar la cabeza para compartir un ardiente beso. Al ser arrastrado por sorpresa, Daniel empujó con el hombro una de las escobas que reposaba en la pared, la cual calló sobre la estantería metálica, produciendo un pequeño estruendo. En ese momento, comenzaron a oír voces y pisadas por el pasillo. Ambos se quedaron muy quietos, temiendo que alguien los hubiera descubierto. Sin embargo, el ruido fue creciendo en intensidad y pronto quedó claro que el pasillo estaba lleno de gente. La última clase había terminado y estudiantes y profesores se dirigían a la salida para regresar a sus casas. Era la oportunidad de Rosa. Daniel esperaba fervientemente que fuera capaz de aprovecharla. Pero para ello, necesitaba entretener a Miriam un poco más.

Miriam se abrió la blusa, dejando a la vista un sujetador de color negro. Era de suave satén, con un encaje de flores a modo de adorno. Sus pechos sobresalían de la prenda, grandes y llenos, como pidiendo ser estrujados. Pequeñas pecas adornaban su piel sonrosada.

-          ¿Quieres tocarme? – preguntó ella zalamera.

Daniel negó con la cabeza, pero ella agarró su mano y se la llevó al pecho. Si con Rosa parecía que mano y seno encajaban a la perfección, en este caso con una sola mano no abarcaba para tenerlo entero. Daniel se perdió en ese contacto, apretando y soltando su pecho, disfrutando del movimiento que originaba. Ella se desabrochó el sujetador para que él tuviera más libertad de movimiento. Miró sus tetas, grandes, sugerentes y enterró su cara en ellas. Las lamió como haría un sediento ante una fuente de fresca agua.

Ella volvió a tirarle del pelo, para obligarle a apartar la cara.

-          De rodillas – le ordenó.

Daniel ejecutó la orden antes de pararse a pensarlo. Ella se levantó la falda de tubo poco a poco. Daniel observaba la escena como hipnotizado. Hoy no llevaba las botas altas, sino unos zapatos de tacón bajo. Sencillos pero elegantes. La falda continuó su camino ascendente para revelar el final de unas medias negras semitransparentes, rematadas con una delicada blonda y sujetas por unos ligeros. Las bragas de ella eran de lencería fina, a juego con su sujetador.  Miriam terminó de recoger la falda entorno a su estrecha cintura.

-          Quítamelas – dijo señalando sus bragas, que llevaba por encima del liguero.

Daniel alzó sus manos, pero ella le dio un palmetazo obligándole a retirarlas.

-          No, así no. Con tu boca.

Daniel no se lo pensó dos veces, pero tampoco se apresuró a obedecer. Comenzó besando lo suaves muslos de Miriam, recorriendo las constelaciones que formaban sus lunares.

Con delicadeza, casi con reverencia, enganchó con los dientes la fina tela de las bragas de la dominatriz. Las bajó, con cierto esfuerzo, por sus larguísimas piernas. Quedó así al descubierto el sexo de Miriam. Un suave triángulo de pelo pelirrojo coronaba una vulva que ya comenzaba a humedecerse hambrienta de lujuria. Daniel cubrió de besos sus labios mayores, y fue subiendo hasta alcanzar el clítoris. Lo empujó suavemente con la lengua recibiendo como recompensa un gemido por parte de Miriam. Daniel recorrió la zona, con lametazos rápidos. Miriam llevó sus manos a la cabeza de él y acarició su cabello mientras comenzaba a balancear sus caderas, presa de un placer creciente. El profesor decidió darle un poco de tregua y jugar un rato con la entrada de su vagina, saboreando los jugos que ya emanaban sin tapujos, como un delicioso néctar. Ella gimió con impaciencia y tiró de sus cabellos para hacerle volver a la posición inicial. Entonces Daniel atacó su clítoris sin piedad. Los gemidos de Miriam fueron subiendo de tono, hasta convertirse en pequeños gritos de placer que ella sofocaba tapándose la boca con la mano. Pasaba las manos por el pelo de él con deleite. Cuanta más fuerza imprimía a los pequeños tirones más excitada parecía sentirse, así que Daniel intensificó la velocidad y la presión de su lengua. Unos segundos después, Miriam se corría entre aullidos poco disimulados.

Entre tanto, Rosa, que había pasado su última clase pendiente del reloj, saltó literalmente del asiento en cuanto sonó la campana y corrió hacia la sala de profesores. Al llegar, comprobó que no quedaba nadie allí y entró. Comenzó a buscar frenéticamente el bolso de Miriam, temerosa de que en cualquier momento alguien la descubriera. Sería muy difícil justificar su presencia allí, sobre todo ahora, que todo el mundo se estaba marchando a sus casas. Deseaba que Daniel consiguiera retener a Miriam el tiempo suficiente para cumplir su misión. Finalmente, divisó un bolso abandonado sobre una de las sillas. Tenía que ser el de ella. Deseaba que fuera el de ella, porque en la sala no había nada más. Lo abrió con manos temblorosas sin dejar de echar nerviosas ojeadas hacia la puerta. En el bolso había muchos objetos: una cartera, lo que parecía un pintalabios, un paquete de clínex, un manojo de llaves… Rosa buscaba con precipitación, pero parecía que encontraba los mismos objetos una y otra vez. Por último, al borde de la histeria, volcó el contenido del bolso sobre el suelo y allí apareció el esquivo móvil de Miriam. ¡Por fin! Rosa guardó de nuevo todas las cosas en el bolso y lo colocó en el mismo lugar donde lo encontró. En cuanto al móvil, se lo guardó en su mochila y se encaminó hacia la puerta. En su mente se repetían imágenes en las que se encontraba de frente con la odiosa profesora, pero nada sucedió. Se asomó al pasillo, que a estas alturas lucía desierto, y salió. Trató de caminar, pero la inquietud pudo con ella y acabó corriendo hacia la salida. Una vez fuera, respiró algo más tranquila. ¡Lo había conseguido! Solo esperaba que Daniel no hubiera tenido ningún problema.

La voz de Miriam sonaba segundos después, alta y con goce, pero ya no quedaba nadie para escucharla.