Medidas disciplinarias. Capítulo 6

El cazador cazado

CAPÍTULO 6

Fiel a su nueva rutina, Rosa llegó temprano al colegio y se encaminó al despacho de su profesor.

Igual que lo había hecho el día anterior, pasó de llamar a la puerta y decidió entrar directamente. Cometer esa pequeña falta le producía un placer secreto. Estaba deseando ver el ceño fruncido de Daniel y de recibir sus palabras de reprimenda. Disfrutaba mostrándose rebelde, retadora y estaba segura de que él lo disfrutaba también.

Sin embargo, cuando Rosa entró en el despacho se encontró con una figura desconocida. Esta se giró lentamente, como si la esperara, y con una sonrisa dijo:

-          Ah querida. Qué bien que ya estés aquí.

Tenía un cuerpo esbelto y grácil, como de bailarina. Su cabello, una espesa mata de pelo pelirrojo, caía en grandes bucles cobrizos sobre sus ojos verdes, enmarcando una cara dulce y redondeada, con cierto aspecto de niña traviesa. Tenía una sonrisa amable en su rostro y las mejillas adornadas con unas ligeras pecas. A pesar de estar en la treintena, presentaba un aspecto juvenil y derrochaba confianza en sí misma. Su cuello era largo y fino, sus hombros menudos y delicados. Su talle, alto y estrecho, se acentuaba con una falda de tubo que se pegaba a sus piernas, destacando sus suaves caderas y bajando hasta medio muslo, lo que dejaba a la vista unas larguísimas piernas enfundadas en unas botas altas de tacón.

Rosa la reconoció como una de las profesoras del centro. Nunca le había dado clase, pero era famosa entre los estudiantes, sobre todo entre los chicos. Se rumoreaba que todo lo que tenía de hermosa lo tenía de exigente a la hora de calificar. Sin embargo, todos coincidían en que era una buena profesora, amable e implicada. Dura pero justa, solían decir.

Al acercarse a Rosa, esta pudo ver que Daniel también se encontraba en la habitación, pero lo que vio la dejó muda de asombro. Estaba sentado en su silla, son las manos detrás del respaldo, presumiblemente sujetas por algo. Lleva una mordaza en la boca y estaba desnudo de cintura para abajo. Compartieron una larga mirada de desesperación.

-          Verás – continuó diciendo la pelirroja como si no hubiera nada anormal en la situación. Me enteré de vuestro pequeño secreto – y agitó graciosamente el móvil frente a ella. – Todo está bien documentado, por cierto.

Caminó hasta Daniel y apoyó la bota en la silla, haciéndole separar las piernas.

-          Ah, sois solo unos críos – suspiró divertida ella, como si fuera una tía benevolente hablando a sus díscolos sobrinos. - ¿Pensabais que estabais siendo discretos? – negó suavemente con la cabeza y sus rizos revolotearon alrededor.

Su voz era dulce y envolvente. Mientras hablaba, tocaba con la puntera de su negra bota los testículos de Daniel. Unos cordones cruzados recorrían la parte trasera de la misma, desde el borde de la caña hasta el final del talón.

-          Ven, acércate – le dijo a Rosa amablemente – Y si estás pensando en marcharte, piénsalo de nuevo. Ahora debes obedecerme o publicaré vuestras fotos por todo internet. Y no queremos que eso pase, ¿verdad?

Rosa negó con la cabeza y se acercó a Miriam. Se sentía aturdida, con sensación de irrealidad. “Esto no puede estar pasando”, pensaba.

-          No te oigo, querida.

-          No – respondió Rosa.

Miriam dio un rápido cachete en el muslo de Rosa. Esta soltó un gritito de protesta.

-          Esa no es manera de responder. – dijo, y le dio otro azote más fuerte.

Rosa la miraba confundida y se frotaba la zona dolorida. ¿Qué quería esta loca? Había respondido, ¿cierto? No sabía que le dolía más, si los golpes en su pierna o en su orgullo.

  • Ah… - suspiró Miriam – supongo que tendré que explicártelo todo. –dijo en tono condescendiente acariciando la cabeza de Rosa, como quien acaricia a su mascota favorita. – Te dirigirás a mi como ama o ama Miriam. ¿Entendido, corazón?

  • Sí – rechinó Rosa. Un odio ardiente bullía en su interior.

  • ¿Si? - la mano de Miriam fue rápida a la hora de propinar otro fuerte azote a la chica.

  • Sí, ama.

Para Rosa, esas palabras supusieron un tremendo esfuerzo.

Miriam se rio, como si hubiera dicho algo gracioso, y dirigió su atención hacia el profesor que permanecía atado en la silla.

Daniel observaba toda la escena con una mezcla de horror y fascinación. Para su sorpresa, ver a Rosa siendo sometida por otra persona le excitaba, así como el hecho de tener que ser un espectador forzoso. Sin embargo, también le llenaba de vergüenza su indefensión. No quería que Rosa lo viera en este estado. Notaba, desesperado, que comenzaba a empalmarse contra su voluntad.

-          Disculpa, querido. Te sientes abandonado, ¿verdad? No te preocupes que ahora te hacemos caso – le dijo Miriam en tono conciliador mientras presionaba de nuevo sus testículos con la bota.

Daniel soltó un gemido y su erección se hizo aún más pronunciada.

-Pero, ¿qué tenemos aquí? – canturreó Miriam – Si apenas te he tocado…

Daniel no se atrevía a mirar a Rosa. Trataba por todos los medios de detener lo que le ocurría a su cuerpo, pero cada vez se sentía más cachondo.

Daniel cerró los ojos, como para evadirse de la situación.

-          Ah, no cosita. – dijo Miriam – Me gusta ver tu mirada culpable.

En ese momento Daniel sintió un fuerte dolor en la cara interna del muslo y abrió los ojos de golpe. Miriam sostenía entre sus manos una pequeña fusta. Era negra, ligeramente flexible y parecía hecha de suave cuero.

-          Bien – dijo ella – así está mejor.

Levó la fusta hasta su clavícula y comenzó a acariciarle el cuello.

-          Disfrutas con esto ¿verdad? – preguntó ella mientras iba bajando la pequeña vara lentamente por su abdomen.

Daniel se alegraba en parte de tener la mordaza y no verse obligado a responder. Un fuerte golpe sobre su costado le arrancó un grave gruñido.

-          Te he hecho una pregunta.

Daniel comprendió que no se iba a librar de dar una respuesta. Miró a Rosa brevemente y negó con la cabeza. Era realmente absurdo mentir en esta situación, cuando su enorme polla lo delataba por completo, pero aun así Daniel se resistía a reconocerlo. Tal vez, si Rosa no hubiera estado mirando se habría rendido mucho antes. Pero allí estaba, contemplando atónita la escena. Daniel se sentía abrumado por la vergüenza.

Otro golpe de la fusta calló sobre el cuerpo de Daniel, muy cerca de su ingle.

-          Mientes… - dijo ella divertida – parece que tendré que enseñarte a decir la verdad. Por suerte, tu cuerpo es mucho más honesto que tú.

Comenzó a acariciarle sutilmente el glande con la fusta. Daniel, recibió esa leve fricción como multiplicada por mil. Estaba tan excitado que temía correrse con ese simple roce. Trató por todos los medios de calmarse, sin embargo, cuando ella retiró brevemente el objeto, las caderas de Dani se impulsaron hacia arriba, como buscando mantener el contacto. Cuando se dio cuenta de lo desesperado que lucía, volvió a apoyarse velozmente en la silla. Estaba perdiendo la razón y no podía evitar pensar que Rosa estaba viéndolo todo. No comprendía por qué reaccionaba de esa forma. Se sentía tan humillado… pero al mismo tiempo solo deseaba que Miriam lo tocara.

-          Observa Rosa, esta es la verdadera cara de tu profesor. – dijo Miriam y agarró el pene de Daniel.

Tan solo dos breves sacudidas, y Daniel derramó su semen sobre sí mismo, salpicándose la camisa. Un gemido, ahogado por la mordaza, acompañó a la descarga. Daniel respiraba desacompasadamente, con la cabeza caída hacia atrás. Un fino hilo de baba caía por la comisura de su boca forzada a estar entreabierta. Rosa lo miraba con los ojos encendidos y una expresión de asombro.

-          ¿Ves? – Le dijo Miriam a Rosa, como si estuvieran dando una clase – así es como se hace. No he necesitado casi tocarle. Tú no habías conseguido nada así ¿verdad?

Rosa bullía de rabia y también de celos. Era verdad que había visto a Daniel completamente entregado a esa mujer. Mucho más de lo que se había entregado a ella.

-          Responde – dijo Miriam.

-          No, ama – dijo Rosa y las palabras le quemaron en la garganta.

Miriam sonrió y se acercó a Rosa. Le acarició el cabello y le dijo:

-          Buena chica. Nos vemos pronto, ¿sí? – y depositó un ligero beso sobre sus labios.

Miriam abandonó el despacho sin mirar atrás.

Rosa y Daniel se quedaron solos. Ella se sentía tentada de marcharse y dejarle ahí. Estaba enfadada con él de una forma que no se explicaba ni a sí misma. Finalmente, lanzando un suspiro de exasperación se acercó a su profesor y le retiró la mordaza. Daniel musitó un “gracias” pero evitó establecer contacto visual. Rosa le observó por espacio de unos segundos. Parecía más joven, más desvalido. Sus ojos ambarinos apuntaban hacia el suelo. Rosa se agachó a su lado para retirarle un mechón de cabello rebelde que le caía por la cara. A medida que se extendía el silencio, más se encendían las mejillas de él. Rosa, olvidado ya su enfado, se encontró disfrutando un poco de la situación. Poco a poco, Daniel volvió sus ojos hacia ella y percibió esa sonrisa despectiva que amaba y odiaba al mismo tiempo. Recobrado un poco el ánimo, Daniel frunció el ceño.

-          ¿Me vas a soltar? – dijo en un tono de impaciencia que no sentía.

-          No se… Me lo voy a pensar.

-          Oh, vamos. No es momento para juegos.

-          ¿Ah no? Creo que no está en posición de exigir, profesor.

Daniel la miró con enfado, pero finalmente claudicó.

-          ¿Podrías soltarme, por favor?

-          Eso está mucho mejor.

Rosa se colocó detrás de él y le desajustó las esposas, liberando sus manos. Daniel se frotó las muñecas doloridas. Rosa lo miró y dijo señalando su camisa manchada:

-          Estás echo un desastre.

-          Muchas gracias. Y ahora, ¿podrías marcharte por favor? – dijo él sarcástico.

-          Mmmm… creo que me quedaré un poco más – contestó ella y se sentó en la misma silla que había ocupado Miriam previamente.

Él la miró con enojo, pero no se rebajó a discutir. Recogiendo los restos de su dignidad, se puso en pie y con un pañuelo trató de limpiarse lo mejor posible. Después buscó su ropa, que estaba arrojada en el suelo de la estancia, y comenzó a vestirse. Lo hacía rápido y desmañadamente, como queriendo acabar cuanto antes. Rosa lo observaba todo esbozando la media sonrisa que la caracterizaba. Cuando acabó, el aspecto general no era muy bueno. Daniel cogió su americana y se la abrochó, de forma que las indiscretas manchas quedaran ocultas.

-          Vas a pasar calor – se rio ella.

Daniel le respondió con una mueca, pero no contestó. Ella se acercó a él y le peinó el pelo con los dedos. Ese inesperado gesto de amabilidad lo pilló por sorpresa y se quedó muy quieto, como temiendo romper el momento. Cuando Rosa pareció conforme con el resultado se separó de él y asintió.

-          Así estás mejor – dijo.

Él la tomo con delicadeza de la mano, pero le faltaron las palabras.

-          Yo… me tengo que ir – dijo Rosa-. Pero tenemos que hablar de cómo librarnos de esa bruja. Nos vemos pronto, Dani. – y salió por la puerta.

Daniel se quedó en el sitio, como atontado, y así permaneció hasta que sonó el timbre que anunciaba el inicio de las clases. Lo había llamado por su nombre.