Medidas disciplinarias. Capítulo 5

Todo acto tiene sus consecuencias

CAPÍTULO 5

Daniel llegó tarde y enfadado a su siguiente clase. Los alumnos parecieron percibir su estado de ánimo y se mantuvieron en silencio, como temerosos de convertirse los destinatarios de su mal humor.

Se sentía humillado. Rosa había querido castigarlo y lo había conseguido. Cuando ella se había marchado, al sonar el timbre, Daniel estaba loco de deseo. Su último consejo, “debería ir al baño”, llenaba de furia a Daniel. No le pasaba inadvertida la ironía de la situación, pues era lo mismo que tan despectivamente le había dicho él a su alumna. Niñata rencorosa. Parecía que había estado aguardando para devolvérsela. Y, sin embargo, por mucho que le pesara, había tenido que seguir su indicación y acudir a uno de los aseos del centro.

Hubo de coger una carpeta para poder tapar el bulto en sus pantalones que delataba su gran necesidad y, cuando por fin estuvo en uno de los cubículos del baño de chicos, se masturbó como si no hubiera un mañana. Pensar en ella, en su juego sucio, le molestaba y mucho, pero también parecía excitarlo hasta cuotas insospechadas. Su polla estaba dura como una piedra y recordar las manos de Rosa hacían que lo estuviera aún más. Evocó su sonrisa maliciosa y deseó morder esos carnosos labios. Tener el control de ella, torturarla con el vibrador, había sido exquisito y, sin embargo, que ella le hubiera devuelto la jugada lo llenaba de una sensación de placer inexplicable. Confundido por su propia reacción, continuó frotándose el miembro, cada vez más rápido. Suaves gemidos se escapan de su boca, mientras movía su mano, dándose placer. Visualizaba su boca, su culo, sus ojos hechiceros. Imaginó que vertía su semen por su cara de porcelana y que este chorreaba hasta sus dulces y bien proporcionados pechos. Esa visión le llevó hasta el clímax y terminó por correrse con un hondo quejido.

Al finalizar, se apoyó por un momento en la pared del baño. Se limpió mientras recobraba la calma, avergonzado de haber tenido que masturbarse en el colegio. Le asustaba el poder que Rosa podía ejercer sobre él.  Entonces fue consciente de la hora y corrió hasta el aula que le tocaba a continuación.

Y aquí estaba, en la última hora de un día muy largo e intenso. Se sentía confuso, ultrajado y, a su pesar, también excitado. Más de una vez tuvo que entretenerse en contar las baldosas del suelo o los segundos que marcaban las manecillas del reloj para no pensar en ella o si no, su ardor volvía a hacerse patente bajo el pantalón.

Al día siguiente, Daniel fue a su despacho como cada día, un poco antes de que comenzara la jornada escolar. Estaba reuniendo los exámenes corregidos y los materiales necesarios para sus clases cuando se abrió la puerta. Rosa entró y cerró tras ella.

-          ¿No sabes que hay que llamar a la puerta? – le dijo Daniel enfadado.

Rosa simplemente se encogió de hombros y lo miró. Daniel sintió que el rubor se extendía por su cara al recordar el incidente del día anterior y apartó la mirada. Un silencio incómodo se interpuso entre los dos. Al cabo de un rato, volvió a mirarla. Ella tenía los brazos cruzados sobre el pecho y contemplaba la habitación como si fuera de lo más interesante, evitando mirarle a él. Hoy llevaba el uniforme reglamentario: su falda de cuadros roja solo un centímetro por encima de la rodilla y su camisa blanca perfectamente abotonada. Como la temperatura era agradable, no lleva la chaqueta, pero sí llevaba unas medias de color azul oscuro. Dio una pequeña vuelta sobre sí misma, como para fijarse en los libros guardados en la estantería, haciendo que el vuelo de su falda se elevara. Fue suficiente para comprobar que las medias solo alcanzan hasta medio muslo y que las braguitas de hoy eran de lunares. Daniel estaba seguro de que ese movimiento había sido intencionado. Después volvió a su puesto anterior en el centro de la habitación y suspiró dramáticamente, como con aburrimiento. La frustración y el enfado fueron ganando terreno a la vergüenza y Daniel se levantó de su silla para acercarse a Rosa. Tomo su cara con una mano, fuertemente y sin delicadeza, obligándola a levantar la cabeza en una postura algo forzada. Los ojos de ella chispeaban retadores. Estaban tan cerca que sus alientos se entremezclaban en uno solo. Podía sentir su respiración acelerándose. Daniel no pudo evitarlo y se inclinó para besarla apasionadamente. Ella le devolvió el beso, pero, al momento, mordió su labio inferior con tanta fuerza que un hilillo de sangre resbaló por la barbilla de Daniel. Este soltó un gemido, no sabría si de dolor o de placer. Bajó su mano por la espalda de ella, hasta llegar a su despampanante culo y lo agarró con fuerza. A continuación, le levantó la falda y le dio un fuerte azote. No había terminado Rosa de lanzar un pequeño grito, cuando Daniel le propinó dos golpes más. Con su otra mano, acarició su pecho, estrujándolo con fuerza. Había demasiada tela de por medio, así que Daniel comenzó a desabrocharle la camisa rápidamente, como con furia. Los dos primeros botones saltaron y se perdieron por el suelo del despacho. Algo más despacio, el profesor terminó de desabrochar los botones que quedaban y dejó que la camisa blanca resbalara por los hombros de ella hasta llegar al suelo. El sujetador era sencillo, de color blanco y con una pequeña puntilla en el borde como único adorno. Le sentaba bien, pero Daniel quería verla sin ello. Desabrochó el sostén y este cayó hacia delante. Como si fuera un reflejo automático, Rosa quiso cubrir sus pechos, pero Daniel le sujetó amabas muñecas con firmeza. Las tetas de Rosa eran perfectas. Blancas y suaves, como de terciopelo. Sus pezones, de un tono rosado, estaban duros y apuntaban orgullosos hacia arriba. Aun sujetándola, Daniel se inclinó sobre ella y hundió su cabeza entre sus senos. Aspiró su aroma. Olía a jabón y a flores. No parecía un perfume, si no su propio olor natural. Acercó su boca uno de los pezones y lo besó. Jugueteó un rato con la lengua, recorriendo la aureola. Por último, le dio un pequeño mordisquito que Rosa recibió arqueando la espalda y echando la cabeza hacia atrás, al tiempo que suspiraba. Mientras hacía esto, las manos de Daniel habían soltado a su alumna, que ya no hacía ningún esfuerzo por cubrirse. Una de ellas voló hasta su otro pecho y lo acarició con deleite. Se ajustaba a su mano, ni muy grande ni muy pequeño. Parecía que encajaran a la perfección, como si hubieran sido hechos para encontrarse. Su otra mano, exploraba su cuerpo en dirección a su entrepierna. Cuando llegó a la falda no perdió tiempo en quitársela, sino que la levantó e introdujo su mano en las braguitas de lunares. La humedad lo recibió, testigo del gran deseo que embargaba a Rosa. A su vez, Rosa comenzó a desabrochar el cinturón de Daniel. El profesor se apartó y dijo:

-          Esta vez no.

Se separaron un poco con la necesidad pintada en sus rostros. Ambos jadeaban acalorados. Apenas quedaba un minuto para que el odioso timbre diera por finalizado el encuentro.

-          Tienes que volver a clase. – le dijo él. – Vístete. – Y recogió la camisa blanca del suelo para entregársela a su dueña.

-          ¿Y el sujetador? – preguntó ella.

-          Eso me lo quedaré yo – contestó él, y le guiñó un ojo. –Por cierto, - añadió – deberías cambiar tu ropa interior. Está empapada.

Ella hizo un mohín mientras comenzaba a abrocharse la camisa.

-          No pienso ir por ahí sin bragas otra vez.

-          Bueno, tienes suerte de tener un profesor que se preocupa tanto por ti y que ya había previsto esta situación – dijo él con una sonrisa y sacó algo del bolsillo de su americana.

Era un diminuto tanga rojo que Rosa cogió con escepticismo. Apenas un pequeño triangulo de tela sujeto por tres finos hilos de tejido.

-          Entre esto y nada… - suspiró ella.

Sin embargo, se quitó sus bragas mojadas y se puso el tanga. Era tan mínimo que casi no le cubría nada. La tira de detrás se metía entre sus dos nalgas y el triángulo de delante le quedaba tan apretado que al andar le producía un ligero roce sobre el clítoris. Se disponía marcharse cuando Daniel la retuvo.

-          Espera – dijo tomándola por la cintura.

Rosa se quedó quieta, muy cerca de él, esperando quizás un último beso. Sin embargo, Daniel lo que hizo fue dar un par de vueltas a la cinturilla de la falda doblándola hacia dentro para que quedara más corta.

-          Creo que después de todo, te queda mejor así. – añadió sonriendo.

El timbre sonó finalmente, y Rosa salió del despacho para reunirse con el resto de sus compañeros en clase. Cuanto más caminaba, más placer le proporcionaba el delicioso frote del tanga contra su sexo. Por otra parte, pensar en su profesor, en sus manos hábiles, en su dulce boca… hacían que la excitación creciera más más. Sus pezones estaban duros y se marcaban claramente bajo su camisa. Un torrente de miradas la siguió mientras se encaminaba a su asiento. Algunos chicos murmuraron y la señalaron disimuladamente. Rosa deseó que se le tragara la tierra y se sentó precipitadamente en su asiento. Trató de prestar atención a las lecciones del día, pero el saberse el centro de atención la hacían ser más plenamente consciente de su cuerpo. Sentía la piel sensible, como si pudiera percibir hasta el más mínimo roce. Sus pezones, que permanecían erectos, parecían faros que guiaban los ojos de todos hacia su persona. Sus muslos estaban mojados, pues sus flujos continuaban manando de su vagina y el pequeño tanga no lograba contenerlos. Rosa sentía una necesidad imperiosa de bajar su mano y tocarse ahí mismo, sin importarle quien mirara (o quizás, porque todos la miraban), pero logró contenerse. Sin embargo, sabía que lo peor estaba aún por venir y temía y anhelaba al mismo tiempo la llegada de Daniel.

Pasaron dos clases y llegó la hora de biología. El profesor saludó a la clase y anunció que hoy continuarían con las exposiciones que no pudieron terminar el día anterior.

-          Rosa, por favor, sal a la pizarra.

Rosa se levantó, muy consciente de la humedad en su entrepierna y de su falda acortada. Cada paso era un nuevo roce contra su clítoris. Caminó con la cabeza gacha y los pezones en alto. Llegó hasta la pizarra y se giró para encarar a sus compañeros. Percibió la mirada lujuriosa de muchos de los estudiantes y sintió sus mejillas arder. En ese momento notó que algo caía a su lado. Lo miró, feliz por tener algo con qué distraerse. Era un bolígrafo y se agachó para recogerlo sin pensar que ahora su falda era varios centímetros más corta. Al inclinarse, la falda se subió. Demasiado tarde, Rosa se dio cuenta de lo que ocurría y se incorporó como movida por un resorte. Se oyeron algunas risas en la clase, aunque no parecían haberse dado cuenta del apuro por el que pasaba Rosa, sino simplemente que actuaba extraño.

-          ¿Me puedes dar el bolígrafo? – Preguntó Daniel – se me ha caído.

Rosa no podía negarse sin que pareciera algo raro. Así que, con cuidado de no dar la espalda a sus compañeros, se agachó a recoger el boli. Notó claramente como la falda dejaba a la vista su trasero, pero por suerte, en la posición en la que se encontraba, solo Daniel podía verlo. Agarró el bolígrafo y lo depositó con enfado sobre la mesa. Él sonreía inocentemente.

-          Gracias – le dijo – puedes empezar.

Rosa hizo su exposición lo mejor que pudo y volvió a su sitio.

A la hora del recreo, Rosa decidió ir a la cafetería. Necesitaba algo que le diera fuerzas para afrontar lo que quedaba de día. Como siempre, la sala estaba llena de gente que se apretujaban unos contra otros pugnando por llegar a la barra. Rosa se metió entre el tumulto. El primer roce contra sus pezones expuestos le produjo una sensación increíble. La muchedumbre la empujaba y apretaba y ella sentía cada contacto multiplicado por mil en su sensibilizada piel. Su falda se recogía y notaba como su culo se rozaba también contra sus compañeros. El barullo era tal que la propia gente ocultaba lo que pasaba. En ese momento, Rosa vio que Daniel la observaba desde una mesa en donde descansaba con otros dos profesores y supo, por la leve sonrisa de él, que era consciente de lo que ocurría. Daniel hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza señalando hacia la puerta y se levantó, despidiéndose de sus acompañantes. Rosa esperó unos segundos y salió tras él, olvidada ya el hambre.

Se encontraron en el despacho y no hizo faltar hablar. Él la tomo en sus brazos y la sentó sobre el escritorio mientras la besaba febrilmente. Ella abrió las piernas para sentir el roce de su enorme polla que ya se marcaba contra el pantalón. Presa de un ansia incontenible, Rosa desabrochó el pantalón de Daniel, liberando su miembro. Ver lo excitado que estaba él aumentó el deseo de ella. Él le devoraba el cuello con mordiscos ardientes y Rosa gimió frotando el pene de Daniel contra su pequeño tanga rojo. Impaciente, Daniel apartó el breve trozo de tela que los separaba y se colocó a la entrada de su vagina. Rosa asintió, invitadora. Daniel rebuscó en su cajón febrilmente, soltando improperios hasta que encontró un condón. Se lo puso, cruzó con Rosa una breve mirada y empujó, introduciéndose dentro de ella. La sensación de placer era tan intensa que Rosa creyó perder el sentido. El presionaba y retrocedía en una cadencia cada vez más rápida y las caderas de ella lo acompañaban.  Se fundieron en un abrazo apasionado en el momento en que ambos alcanzaron el orgasmo y permanecieron así un rato más, mientras sus corazones volvían a un ritmo normal.

El recreo terminó; Rosa volvió a sus clases y Daniel a las suyas. Sin embargo, el recuerdo de lo que habían compartido los acompañó durante todo el día.

Al finalizar la jornada, volvieron a encontrarse brevemente en la puerta del colegio. Se despidieron, fría y formalmente, pero un brillo en los ojos de ella parecía decir: “nos vemos mañana”.

Sonriendo, Daniel regresó a su casa.

Al día siguiente, cuando llegó a su despacho, se encontró con que alguien lo esperaba en el pasillo. Pero no era Rosa, como esperaba, sino Miriam, una compañera del departamento de Lengua y Literatura. No habían coincidido demasiado, pero en las veces que habían hablado, había demostrado ser una persona muy amable y carismática. Algunos años mayor que él, Miriam era realmente atractiva. Una belleza, podría decirse. Alta y delgada, de piernas largas y cintura estrecha. Pero si algo destacaba en Miriam eran sus grandes pechos. Cuando caminaba, sus tetas rebotaban en un baile revelador que atraía todas las miradas. Para completar el efecto, Miriam tenía una larga melena pelirroja que caía en una cascada de rizos hasta su cintura.

Daniel se dio cuenta de que había mirado su escote más tiempo del debido y rápidamente dijo:

-          Hola Miriam, ¿necesitas algo?

-          Hola – saludó ella risueña. – Sí, me gustaría que hablásemos en privado. Tengo algunas cuestiones que resolver sobre una de las alumnas que compartimos.

-          Claro, pasa – dijo Daniel, y sujetó la puerta frente a ella, invitándola a entrar en el despacho.

Ambos entraron y Daniel se sentó en su silla tras el escritorio. Ella permaneció de pie como esperando educadamente su invitación.

-          Por favor, ponte cómoda– se apresuró a añadir Daniel y señaló una silla situada junto a una de las paredes.

La profesora se sentó elegantemente, cruzando una pierna sobre otra. Daniel abordó entonces la conversación pues quería terminar cuanto antes. Rosa estaba al llegar.

-          Bien, ¿de quién quieres hablar? Nosotros no compartimos demasiados alumnos, ¿verdad? – preguntó Daniel con curiosidad.

Mientras trataba de hacer memoria Miriam intervino.

-          Quería hablarte de una de las alumnas de tu tutoría. Estoy un poco preocupada por ella. Creo que pueda necesitar algo de guía en ciertos aspectos.

Qué extraño. Miriam no daba literatura a segundo de Bachillerato. Mientras hablaba, la profesora buscó su móvil en el bolsillo y se lo mostró a Daniel. En él podía verse una foto de Rosa en clase. Ella estaba tumbada sobre el escritorio con la falda levantada y él le acariciaba las nalgas. Con un rápido movimiento de su dedo, Miriam pasó a la siguiente imagen que mostraba como Rosa masturbaba a su profesor. Otra imagen y el beso que habían compartido esa misma mañana apareció ante sus ojos. Todas las fotos estaban mal encuadradas, como si se hubieron hecho desde un lugar oculto, pero eran lo suficientemente nítidas como para distinguir con claridad a los protagonistas de las mismas. Pasó rápidamente algunas fotos más. Todas ellas inmortalizaban momentos que la pareja había compartido.

-          Bueno, creo que ya sabes de quién se trata ¿no? – preguntó Miriam a la vez que apartaba el móvil de la vista y lo guardaba de nuevo en su bolso.

El rostro de Daniel se había puesto lívido.

-          ¿Qué quieres? – preguntó con un hilo de voz.

-          Todo – dijo ella y, acto seguido, sacó unas esposas plateadas de su bolso – Lo quiero todo.