Medidas disciplinarias. Capítulo 4
Entre este profesor y su alumna hay nuevas vibraciones.
CAPÍTULO 4
Las horas transcurrieron lentamente. Daniel tenía otras clases y no podía ver a Rosa. Un par de veces encendió y apagó el vibrador, simplemente para que ella no olvidara que lo llevaba puesto. Esa sensación de poder, de controlar su placer aún en la distancia, era tan satisfactoria que él se sentía embriagado por ella.
Esperó con ansia hasta que llegó el momento de dar clase de Biología en segundo de bachillerato, el curso de Rosa.
Nada más entrar en el aula, sus ojos se cruzaron con los de ella y se quedaron prendidos unos instantes. A continuación, ella bajó la mirada y él se obligó a apartar la vista y dirigirse a los demás alumnos para comenzar la clase.
Les pidió que trabajaran sobre la unidad que estaban estudiando y que realizaran por grupos un esquema de la parte indicada. Después, un portavoz de cada grupo tendría que exponerlo ante la clase. Dejó que cada grupo eligiera a su portavoz seguro de que uno de ellos sería Rosa. Tenía fama de inteligente y los alumnos no son tontos. Saben escoger a aquellos que les van a garantizar una mejor calificación.
Marcó el tiempo que tenían para realizar la tarea y les pidió que comenzaran. En ese mismo momento, como si del pistoletazo de salida de una carrera se tratase, Daniel encendió el vibrador. Observó, travieso, el pequeño respingo que dio Rosa al notar que el juguete empezaba a funcionar. Ella miró a su alrededor como para cerciorarse de que nadie más se había dado cuenta. Por suerte, el vibrador era muy silencioso y apenas emitía un ligero zumbido que difícilmente podía ser escuchado en una clase donde estaban hablando varias personas a la vez.
Daniel paseó entre las mesas, solucionando dudas o dando indicaciones, pero su atención volvía continuamente a Rosa. Observaba su expresión: el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera concentrándose en algo. Aun así, participaba de la conversación de su grupo y señalaba, como siempre, lo que cada uno debía de hacer. Daniel metió la mano en el bolsillo, donde tenía el control remoto, e hizo subir la potencia del vibrador un nivel.
Un escalofrío de placer recorrió la columna de Rosa y tuvo que realizar una honda respiración para calmarse. Sentía la mirada de él continuamente y, aunque no quisiera reconocerlo, disfrutaba de esa atención. Sin embargo, estaba preocupada por lo que pudieran pensar sus compañeros, mas ninguno parecía notar nada raro. Se esforzó por seguir el hilo del debate, pero sus pensamientos se desvanecían poco a poco y solo quedaban las sensaciones de su cuerpo, cada vez más intensas.
Daniel apretó el botón de nuevo y Rosa contuvo un jadeo. Lo miró con los ojos abiertos como platos mientras en sus mejillas aparecían dos notas de rubor. Se limitó a asentir ante lo que le decía la chica que tenía al lado, incapaz de articular una frase coherente.
Mientras duró la tarea, Daniel estuvo subiendo y bajando la potencia del juguete sexual. Pretendía mantenerla al borde, sin dejarla alcanzar el orgasmo, en una suerte de dulce tortura. Sin embargo, también era una prueba para él. Verla en ese estado, sus pequeños gemidos sofocados, su evidente nerviosismo, le excitaba sobremanera. Tanto era así, que decidió sentarse en su silla tras el escritorio para poder ocultar la increíble erección que se marcaba en sus pantalones.
Concluido el tiempo de preparación, cada representante salió a exponer el trabajo del grupo. Daniel apenas si podía prestar atención a lo que decían sus alumnos. Únicamente esperaba el momento en el que le tocaría a Rosa.
Llegó su turno. Rosa se levantó envarada, sujetando los apuntes con fuerza. Su pecho subía y bajaba en una agitada respiración. Se sentía expuesta, como si estuviera desnuda, como si las miradas de los demás pudieran atravesar su ropa y descubrir el indecente secreto que se ocultaba en sus muy empapadas braguitas. Caminó hasta la pizarra, tirando inconscientemente de su falta, como si quisiera estirarla, como si hacerla más larga pudiera ocultarla de la vista del resto. Se colocó frente a la clase y tomó aire. Justo en ese momento, Daniel subió la potencia del vibrador al máximo. Ella soltó un pequeño grito y tuvo que apoyarse en la pizarra para no caer al suelo, tal era el temblor de sus piernas. Los compañeros la miraban preocupados. Un par de ellos hicieron bromas estúpidas, pero Rosa no los oyó. No tenía tiempo para preocuparse por nada más que no fuera correrse delante de toda la clase.
Daniel observaba la escena como en trance. Él le estaba provocando ese pesar y ese placer. Él era quien tenía control absoluto sobre ella en estos momentos. Se permitió disfrutar de esa sensación de poder y su erección se hizo más pronunciada si cabe. Entonces ella lo miró con ojos suplicantes; era un ruego sin palabras que nacía desde lo más hondo de su corazón. Daniel se perdió en esos dos estanques oscuros, observando las lágrimas que pugnaban por salir.
-Bien, lo dejaremos aquí – dijo – Hoy no nos da tiempo a más. Continuaremos mañana con las exposiciones que faltan. Rosa, puedes sentarte. - Y dicho esto, apagó el vibrador.
La cara de Rosa reflejó alivio, pero, ahora que volvía a ser dueña de sí misma, también una ira creciente.
Los estudiantes abandonaron la clase lentamente hasta que solo quedaron ella y él. De nuevo solos, se miraron intensamente por espacio de unos latidos y la tensión que había entre ambos podría haberse cortado con un cuchillo. Rosa se levantó para cerrar la puerta de clase y acto seguido, se acercó la mesa del profesor a grandes zancadas y visiblemente enfada.
- ¿Cómo has podido…?
Sin previo aviso, Daniel encendió el vibrador al máximo y disfrutó viendo como Rosa se retorcía y se agarraba a la mesa.
- Decías…
Pero Rosa ya no podía decir nada. Jadeaba y gemía, recostada boca abajo sobre el escritorio. Sus pies se apoyaban en el suelo mientras que su tronco descansaba sobre la superficie de la mesa. Sus pechos se apretaban contra la madera y cara ofrecía una expresión ardorosa de puro éxtasis. Su trasero, aún tapado por la falda, se delineaba perfectamente y con cada nueva oleada de goce, se movía de una forma incitante y placentera. Él la rodeó para colocarse justo detrás de ella y contemplar el espectáculo que era su culo subiendo y bajando en un movimiento de vaivén. Levantó su falda y acarició sus nalgas, notando el estremecimiento que le provocaba. Echó la mano hacia atrás para, a continuación, propinarle una fuerte palmada. En el momento en que recibió en azote, Rosa se corrió escandalosamente.
Transcurridos unos segundo Daniel dijo:
- Yo que tú iría al baño, a asearme un poco. Estás muy poco presentable ahora mismo.
Rosa permaneció unos momentos más apoyada en la mesa, recobrando la compostura.
- Vamos – se rio socarronamente él - ¿no puedes tenerte en pie?
Sin embargo, su voz denotaba cierta preocupación que no le pasó inadvertida a Rosa. Se acercó a ella y la ayudó a levantarse lentamente. La trataba con cierta dulzura que no había demostrado hasta ahora. Ella se dejó levantar y se apoyó en su pecho. Daniel la abrazó, inseguro, sin saber muy bien cómo continuar. Sus cuerpos estaban muy juntos y, por primera vez, ella fue consciente del gran bulto que se marcaba en los pantalones de él.
Rosa deslizó sus manos hacia abajo y acarició su pene sobre la tela. Daniel cerró los ojos y soltó un suspiro entrecortado. Ella desabrochó su pantalón y lo bajó lentamente. En ese momento, Daniel la detuvo tomando sus manos. Temía dejarse llevar y perder el rol dominante que había llevado hasta ahora. Ella se deshizo de su presa y continuó bajando su ropa interior hasta dejar al descubierto su gran polla erecta. Comenzó a tocarlo, suavemente, apenas rozándolo con las puntas de los dedos.
- ¿Te has puesto así con solo mirarme? –ronroneó ella – Eres todo un pervertido.
Se acercó a su oreja y le mordió el lóbulo mientras aumentaba el ritmo de sus caricias.
Daniel sentía que estaba perdiendo el control de la situación y trató de contestarle.
- Cómo te atreves a hablarme así después de…
Pero Rosa hacían bien su trabajo y Daniel tenía cada vez más dificultades para continuar hablando. Su respiración se aceleraba al tiempo que lo hacían las manos de ella. Subían y bajaban por su miembro y, a ratos, se detenían a jugar un momento en el glande, llenando a Daniel de pasión y de anhelo.
- ¿Quieres correrte? – preguntó ella en tono lascivo y apretó los testículos de Daniel, arrancando un ronco gemido al profesor.
Daniel, incapaz de articular palabra, simplemente asintió y empujó sus caderas contra ella.
- No te oigo… - le apremió ella.
- S-si… - dijo él entrecortadamente.
- Pídemelo. Pídemelo por favor.
La parte de Dani que aún conservaba algo de razón se negaba a rebajarse hasta ese punto. Desgraciadamente, esa parte era cada vez más débil hasta que, finalmente, desapareció en rincón de su mente.
- Estoy esperando… - insistió ella, deteniendo por un momento sus manos y volviendo a retomar el juego de subir y bajar al cabo de unos segundos.
- Por favor… - susurró él y apoyó su cabeza sobre el hombro de ella.
Ella se rio complacida.
- Es una pena. Si no hubieras tardado tanto en pedírmelo…
Y, adoptando una pose teatral, señaló hacia el reloj que descansaba en la pared de la clase.
En ese momento, sonó la campana que marcaba el comienzo de la siguiente clase. Ella se separó de él, rápidamente y con indiferencia, pero no ajena al deseo y la frustración que emanaban de cada poro del cuerpo del profesor.
- Me voy, no quiero llegar tarde. – dijo ella altanera.
Recogió su mochila y sus apuntes y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se volvió y dijo:
- Ah, y profesor, debería ir al baño a arreglar eso. – comentó señalando a su abultada entrepierna. - No está muy presentable en este momento.
Y con una sonrisa maliciosa, abandonó el aula. Allí se quedó Daniel, con expresión desconcertada y tratando de subirse los pantalones. Su enorme erección dificultaba sumamente la tarea.