Medidas disciplinarias. Capítulo 3

Una cita en el despacho

CAPÍTULO 3

Daniel se quedó un rato más en el despacho para recoger sus cosas y se marchó. No había olvidado las braguitas de Rosa y las llevaba guardadas en el bolsillo de su abrigo.

Mientras se dirigía al aparcamiento para recoger su coche, pensaba en ella. No sabía dónde vivía. ¿Habría tenido que andar un largo camino hasta llegar a su casa o había cogido el transporte público? ¿Se sentiría avergonzada de ir en ese estado? Por un momento, Daniel tuvo miedo de haberla puesto en una situación comprometida, o, peor aún, peligrosa. Luego recordó que seguramente, a esa niña rica la estuviera esperando un coche a la puerta del colegio.

Pensar en Rosa caminado sin bragas, con ese culo sugerente y la falda del uniforme tan corta que apenas dejaba espacio a la imaginación, hizo que Daniel volviera a excitarse sin remedio. Por suerte, su casa no estaba lejos. En cuanto llegó, saco las bragas del bolsillo y las observó por unos instantes. Seguían húmedas y desprendían cierto olor que Daniel encontraba embriagador. Temblaba de avidez cuando desabrochó su pantalón y comenzó a acariciarse la polla. Evocar sus ojos desafiantes, su cara ruborizada, sus gemidos… hacían que se volviera loco. Sin saber por qué, cogió las braguitas blancas y se envolvió el pene con ellas. El tacto suave del algodón sobre su glande dio a Daniel un placer insospechado. Comenzó a masturbarse furiosamente, sin poder controlarse. Los jugos de ella que estaban en las bragas y el líquido preseminal de él, se mezclaban y hacían que la polla estuviera totalmente lubricada. Daniel deseaba y retrasaba el clímax a partes iguales. Por un lado, necesitaba el alivio; por otro, deseaba que esa sensación durara para siempre. Finalmente, no pudo resistirlo más y desbordó su pasión sobre las blancas braguitas de Rosa.

Cuando por fin terminó, se dejó caer rendido en la cama. Jadeante, con el corazón desbocado, contempló el techo a oscuras de su habitación. A medida que se desvanecía la lujuria, su pensamiento racional iba tomando de nuevo el control. ¿Qué había sucedido hoy? Los acontecimientos recientes se le antojaban una especie de sueño o ilusión. Todo aparecía como envuelto en una neblina donde los lugares, las personas y las palabras se desdibujaban. Sentía las escenas del día inconexas, como si el tiempo hubiera pasado deprisa y despacio a la vez y él hubiera sido un mero espectador que no controlaba su cuerpo ni su mente, un cascarón vacío dejándose arrastrar por la vorágine del deseo. Permanecían vívidas en su memoria, sin embargo, las sensaciones, el roce de su piel contra la de ella, el sonido de su respiración acelerada. La vergüenza y la culpabilidad lo inundaron durante unos momentos. Era una alumna, su alumna, y se suponía que debía velar por su bienestar, no amenazarla y golpearla con una regla. Se cubrió los ojos con el antebrazo deseando que nada hubiera sucedido y, sin embargo, su simple recuerdo bastaba para ponérsela dura de nuevo.

Necesitaba volver a verla. Necesitaba saber si este peligroso juego que habían iniciado podía continuar. Incapaz de dormir a pesar del cansancio, Daniel dio rienda suelta a su imaginación. Fantaseaba con las frases que le diría, las expresiones que ella podría, las caricias y los golpes que quería regalarle. Entonces, un fugaz pensamiento asaltó su mente. ¿Le había dicho que mañana a primera hora volviera a su despacho? Daniel se sentó en la cama presa de un súbito nerviosismo. ¿Por qué había dicho algo así? Se había dejado llevar por la situación, pero no tenía ni idea de lo que haría. Desesperado, miró el reloj de la mesilla. Marcaba la una y media de la mañana. Apenas unas horas, y volverían a encontrarse. Esa idea le llenó de aprensión y felicidad y, lentamente, en la forma en la que llegan los sueños, el profesor trazó un plan.

Al día siguiente, Daniel se preocupó de llegar temprano al colegio. Decidió esperarla apoyado sobre la mesa, en una actitud más relajada esta vez, seguro de que iba a venir. Sin embargo, según pasaban los minutos su inquietud iba en aumento. ¿Y si no aparecía? ¿Y si había ido corriendo al director para denunciarle? Se dio cuenta de que su futuro estaba en manos de una chica que probablemente le odiara y, a pesar de todo, solo deseaba volver a sentirla cerca de él.

Comenzó a impacientarse y a caminar de lado a lado del reducido despacho. Se pasó las manos por el pelo, como hacía siempre que estaba preocupado por algo, echando a perder el aspecto distinguido en el que tanto tiempo había invertido esa mañana. Justo cuando comenzaba a desesperarse, unos golpes lo sacaron de su abatimiento. Fue tal el alivio, que se abalanzó sobre la puerta para abrirla.

Allí estaba Rosa; alta, hermosa e imponente. Llevaba su larga melena negra recogida en una coleta que caía balanceándose a su espalda. Tan solo ver la curva de su cuello hizo que Daniel quisiera morderlo y besarlo hasta la saciedad. Hoy llevaba otra falda, una más larga, que le llegaba hasta justo por encima de la rodilla. Extrañaba la otra, pero había de reconocer que esta también le quedaba estupendamente. Su precioso culo se perfilaba delicadamente y Daniel tuvo que contenerse para no agarrárselo y manosearla ahí mismo. Ella lo observó con tal expresión de crítica que Daniel sintió la necesidad de tener un espejo para comprobar su aspecto.

-          ¿Has dormido aquí? - preguntó ella.

-          Los profesores también tenemos casa, ¿lo sabías?

-          Lo decía por el pelo despeinado y la chaqueta arrugada.

Daniel trató de alisarse inconscientemente la ropa hasta que se dio cuenta de que probablemente ella solo quisiera ponerlo nervioso. Se la veía tranquila, casi altiva. Mostraba una cara muy diferente de aquella que tenía el día anterior. Su pensamiento le transportó hasta ese momento, justo después de que ella se corriera. Recordar sus ojos brillantes y sus mejillas arreboladas hacía que el corazón de Daniel se dispara y no fuera capaz de centrarse en el discurso que había estado fraguando durante toda la noche.

Ella, pareció percibir su inseguridad y sonriendo con suficiencia dijo:

-          ¿Y bien? ¿Me ha hecho venir por algo? Porque si no es así, tengo muchas cosas que hacer. Buenos días, profesor.

Fue la forma de decir profesor, con desdén sí, pero también con cierta cadencia, lo que hizo que Daniel reaccionara y saliera de su estado de ensimismamiento. Rosa nunca lo llamaba por su nombre. Los demás alumnos le llamaban Daniel, a veces profe, pero siempre eran cercanos. Ella incluso le trataba de usted, pero lo que hasta entonces le había molestado, ahora lo encontraba excitante.  Tenía una forma de decirlo, lenta y pausadamente, marcando todas las letras, que sonaba erótico.

La agarró por la muñeca y la obligó a dar una vuelta. Mientras la observaba, dijo:

-          Veo que ayer aprendiste una lección y hoy vistes de manera más correcta. Creo que este tipo de correcciones funcionan en ti. ¿Qué tal el camino de regreso a casa, por cierto?

Ella lo miró con furia en los ojos y la cara colorada, pero no se apartó de él.

-          Intuyo que no te disgustó del todo ¿verdad? ¿Te gusta sentir que tienes un secreto? ¿Qué estás haciendo algo indecente a plena vista sin que los demás lo sepan?

Rosa negó con la cabeza visiblemente molesta, pero comenzaba a excitarse de nuevo. La voz de Daniel era suave e incitante y parecía calarle dentro, muy dentro, hasta generar ese calor ya conocido entre las piernas. Intentó no pensar en sus palabras tentadoras ni en lo que le provocaba su cercanía. Su aroma era delicioso y tuvo que cerrar los ojos para no dejarse llevar y suplicarle que la tocara de nuevo.

-          ¿Me estás escuchando?

El tono autoritario de esa pregunta sacó a Rosa de su trance. Realmente no había escuchado las últimas palabras de su profesor.

-          Veo que necesitas nuevas medidas disciplinarias – dijo él y dio la espalda a su alumna para acercarse a su maletín.

Esto le dio la oportunidad a Rosa de apreciar de nuevo su figura esbelta y ágil. Su cuerpo se adivinaba, bajo la ropa, duro y tonificado. No a la manera exagerada de los que viven en el gimnasio, sino de una forma saludable. Su espalda era ancha, sin serlo demasiado; su postura recta, galante. El pelo, liso y desordenado, le caía sobre los ojos cuando se inclinaba y él se lo apartaba hacia atrás, en un movimiento automático que Rosa, sin saber por qué, encontraba de lo más sexy. Observó sus manos moviéndose para buscar algo en su maletín. Sus dedos eran largos y delicados. Rosa recordaba claramente de lo que eran capaces esos dedos y de nuevo sintió que la consumía la pasión.

-          Aquí está – señaló él en tono triunfante – póntelo.

Y acto seguido, le lanzó a Rosa un pequeño objeto. Está lo atrapó por pura suerte, pues la había pillado desprevenida, y lo observó con curiosidad. Era una cosa de color negro de forma redondeada. Es ese momento, comenzó a vibrar, produciéndole un suave cosquilleo en la palma. Él le señalo un mando rectangular que tenía en su mano y, al apretar un botón, el objeto vibró más fuerte.

-          ¿Qué pretendes que haga con esto?  – dijo Rosa señalando al vibrador.

Trató de mostrare desapegada, pero en realidad anticipaba con deleite lo que iba a suceder.

-          Quiero que te lo pongas en las bragas y que lo lleves ahí lo que dure el día. Si te lo quitas sin mi permiso, lo sabré y me enfadaré mucho. Y créeme, no quieres verme enfadado.

Ni él mismo sabía cómo había conseguido dar a sus palabras un tono amenazante e invitador a la vez. Sin embargo, por cómo se dilataron las pupilas de ella, pareció que habían surtido el efecto buscado. Aún no estaba seguro de si ella quería enfadarlo o complacerlo, pero ambas perspectivas se le antojaban deseables.

Le arrebató el vibrador de las manos y la garró por la cintura. La atrajo violentamente hacia sí y le levantó la falda. Se dio unos segundos para admirar su ropa interior. Similar a la de ayer, la braguita de hoy era sencilla, con un suave dibujo de flores violetas y un lazo en el centro de la cinturilla elástica. Transmitía una sensación de inocencia, casi virginal. En un acto de pudor, ella trató de cubrirse, pero Daniel le sujetó las muñecas y las retuvo a su espalda con una sola mano. Era increíble que unas manos tan delicadas pudieran tener esa fuerza. Rosa sentía que de nuevo sus defensas caían y cuando él le ordenó que abriera las piernas, lo hizo sin presentar objeción. Entonces, él introdujo el vibrador entre la doble tela de la ropa interior floreada, asegurándose de que rozaba de forma adecuada el clítoris de su dueña.

Lo encendió brevemente para ver cómo funcionaba y una oleada de placer recorrió el cuerpo de la chica. Juntó las piernas, llevándose las manos a la zona que estaba siendo torturada, y jadeó.

-          Más vale que te acostumbres a no ser tan obvia, querida alumna, o todos se enterarán de lo indecente que eres – dijo Daniel en un tono meloso y condescendiente- Y ahora tendrás que marcharte. Las clases están a punto de empezar y no te aconsejo llegar tarde.