Medidas disciplinarias. Capítulo 2
No seguir las reglas tiene sus consecuencias
CAPÍTULO 2
El resto del día se le hizo eterno a Daniel. No estaba seguro de qué le diría a Rosa cuando se presentara en su despacho, pero contaba los minutos para que llegara el momento de verla a solas.
El timbre que anunciaba el final de las clases sonó por fin después de lo que parecían días de espera y Daniel se apresuró a llegar a su despacho. Decidió sentarse a esperar, pero se encontraba inexplicablemente nervioso. Miró a su alrededor y decidió, en un impulso, ordenar precipitadamente su mesa. Se encontraba guardando unos documentos en el cajón cuando se dio cuenta de lo absurdo de la situación. Él era la figura de autoridad en esta situación y nadie iba a juzgarle por tener la mesa descolocada. De todas formas, terminó de ordenar y se sentó en su silla. Pensó que sería mejor no parecer demasiado ansioso así que sacó los exámenes que habían realizado esa misma mañana los alumnos de bachillerato y se dispuso a corregirlos. Tras leer el mismo examen dos veces sin conseguir enterarse de nada, Daniel dio la tarea por imposible. Un extraño enfado comenzó a apoderarse de él. Mira que hacerle esperar. ¿Y si no se presentaba? No, no se atrevería a desobedecer una orden directa de un profesor, ¿verdad? Tal vez no le tomara en serio debido a su juventud. Bien, pues eso iba a remediarlo. En el mismo momento en que se levantaba para ir a dar parte al director, unos golpes sonaron en la puerta del despacho. Daniel se sentó rápidamente en su mesa, agarró el primer papel que pilló y fingió leerlo. Con todo el aburrimiento que fue capaz de imprimirle a su voz, dijo:
- Adelante.
Rosa abrió la puerta y entró en el despacho, cerrándola tras de sí. Daniel decidió ignorarla deliberadamente unos segundos más mientras fingía dedicar toda su atención al documento.
- Está al revés – dijo ella.
- ¿Cómo? – preguntó confuso Daniel y algo molesto porque hubiera arruinado el efecto que pretendía conseguir.
- El documento – señaló - está al revés.
Daniel sintió como la sangre se agolpaba en sus mejillas y dejó el papel de prisa y corriendo en su mesa.
- Veo que no te preocupa lo más mínimo estar aquí – dijo él intentando recobrar la compostura y el dominio de la situación.
Trató de hablar despacio y con aplomo. Mientras hablaba, se fue acercando a ella, hasta estar frente a frente.
- Quiero que sepas que, aunque tú no pareces darle importancia, esta escuela valora mucho el decoro y el saber estar. Cualidades de las que tú careces al parecer.
Rosa no pareció inmutarse por el tono amenazante del profesor. Al contrario, insinuó una media sonrisa y esperó, relajada, a que él continuara.
- Esto quedará como una mancha en tu expediente. ¿Eres consciente de eso? Las mejores universidades no aceptan alumnos que hayan tenido apercibimientos de este tipo.
Era una mentira como una catedral. Esto apenas si llegaría a considerarse falta leve y de ninguna forma impediría el acceso de Rosa a una buena universidad, pero Daniel confiaba en que ella no lo supiera.
- Por supuesto, la actitud cuenta para la media por lo que tus notas descenderán. Informaremos a tu familia hoy mismo para que no les sorprenda la bajada repentina de tus calificaciones.
Rosa comenzó a ponerse pálida. Parecía que la amenaza de informar a su familia había surtido más efecto que todo lo demás.
- Pero profesor – dijo ella con una voz mucho más dubitativa que momentos antes – creo que no estoy incumpliendo ninguna norma. Las demás chicas también personalizan su uniforme, incluso más que yo.
- Basta. –la interrumpió él – Utilizar los fallos de los demás para justificar los propios es algo horrible y de mal gusto. ¿Cómo puedes vestir así y continuar diciendo que no incumples ninguna norma?
Mientras hablaba, daba pequeños tirones al dobladillo de la escueta falta. El roce de los dedos del profesor sobre la piel desnuda de Rosa, provocaron un torrente de sensaciones en la chica. Notó, para su vergüenza, que su respiración se aceleraba y que su entrepierna comenzaba a humedecerse. Daniel observó complacido la reacción de Rosa.
- Por favor – pidió ella con voz entrecortada – haré lo que sea, pero no avise a mi familia.
Daniel notó que se empalmaba solo de oír su tono de súplica. Además, ese “lo que sea” encerraba, además de un ruego, una invitación.
- Mereces un castigo – dijo él.
Ella bajó los ojos. Se mostraba dócil y sumisa como nunca lo había hecho.
- Sí, profesor – dijo y levantó la mirada un momento. Lo suficiente para que él pudiera percibir su deseo.
Daniel no pudo resistirlo más y la tomó entre sus brazos. Se disponía a besar la boca anhelante de ella cuando cambió de idea y la tumbó boca abajo sobre la mesa. “Qué bien que estaba ordenada” pensó. Pero ese pensamiento voló junto con todos los demás al ver el precioso culo de Rosa ante sus ojos. Sin saber bien lo que hacía, Daniel acarició esas nalgas de seda blanca, deleitándose con su tacto aterciopelado. Ella soltó un profundo suspiro de placer y en sus braguitas se podía apreciar el cerco húmedo que la delataba.
Daniel tenía tal erección que era casi dolorosa. Su pene luchaba por salir del pantalón, pero él se negó a prestarle atención en ese momento. Como en automático, cogió una regla de su escritorio. Aún sin saber muy bien lo que haría a continuación dijo:
- Has sido muy mala. Habrá que corregirte.
- Sí, profesor.
Antes de que la chica terminara de hablar, Daniel golpeó con la regla una de las nalgas de Rosa. Ella soltó un gemido a medio camino entre el dolor y el placer. El efecto era increíble.
Retiró un poco la braguita para tener una mayor cantidad de piel expuesta y golpeó de nuevo. Con cada golpe, ella parecía excitarse más y más, y su excitación iba pareja a la de él. Con cuidado, bajó sus bragas, que para esos entonces estaba empapadas, dejando ver su sexo en todo su esplendor. Hizo golpear la regla algunas veces más.
Su culo iba ganando color, hasta tener un precioso tono rosado. Lo acarició, como calmando la piel para, súbitamente, dar una fuerte palmada. Rosa soltó un gemido y elevó el trasero un poco más. Daniel deslizó su otra mano hacia el clítoris de ella y comenzó a frotarlo suavemente. Ella se retorcía de placer, pero cada vez que se movía, se ganaba otro azote en sus ya maltratadas nalgas. Siguió acariciándola, incrementando el ritmo. Rosa notaba que el placer la invadía y la controlaba. Pensar en la situación en la que se encontraba, totalmente expuesta y a merced de él, hacía que su excitación aumentara hasta niveles nunca alcanzados. Finalmente, Rosa no pudo resistirlo más y tuvo un gran orgasmo. Sus fluidos bañaron sus piernas, que temblaban como si de un flan se tratasen.
Resbaló lentamente de la mesa hasta quedar de rodillas en el suelo. Él la ayudó a incorporarse la puso frente a sí. Tomo su barbilla con la mano y la obligó a mirarle. Su cara refleja éxtasis y agotamiento a partes iguales.
- Mañana vendrás a verme. A primera hora. Asegúrate de llegar antes de que comiencen las clases. Y esto, – añadió señalando sus braguitas blancas – me lo quedaré como recuerdo.
Ella lo miró sin dar crédito.
- Pero cómo me voy a ir sin…
- No pareció importarte vestir de manera indecente antes. – La interrumpió él - Seguro que tampoco te importará ahora. Vete.
Abrió la puerta del despacho y la sujetó esperando a que ella pasara. El momento de sumisión había pasado y Rosa pareció recobrar al punto toda su fiereza. Mostrando una gran indignación, salió del despacho hecha una furia, aunque sin poder evitar agarrarse la falda por detrás para evitar que se levantara. Daniel sonrió de manera divertida pensando en el mal rato que Rosa estaba a punto de enfrentar.
Iba a ser un camino de vuelta a casa muy largo.