Medidas disciplinarias. Capítulo 1

Desearás haber sido más amable con este profesor

MEDIDAS DISCIPLINARIAS

CAPÍTULO 1

“Los Arces” era una escuela privada de prestigio. Acogía a alumnos desde los tres años hasta bachillerato y a ella acudían los niños ricos, hijos de las familias más influyentes de la ciudad. A esta escuela iban los pequeños consentidos a ganar conocimientos, pero, sobre todo, a establecer buenos contactos que fueran determinantes para su próximo futuro laboral. Un futuro que, por otra parte, estaba prácticamente decidido desde el día de su concepción, así como lo estaban las amistades y relaciones que iban a tener.

Eran niñatos engreídos y prepotentes, poco acostumbrados a la autocrítica y a los que la vida se lo había puesto demasiado fácil. Al menos, así es como los veía Daniel, un joven docente recién salido de la facultad que acaba de empezar a trabajar como profesor de Biología en este prestigioso centro. Ni él mismo se creía su suerte, pero sus notas eran excelentes y tenía varias recomendaciones de sus profesores de la universidad, por lo que, en cuanto presentó el currículo, lo llamaron para un par de entrevistas…. y aquí estaba. Seguramente ayudara que él mismo fuera hijo de una familia con dinero que se movía en los mismos círculos que las familias de sus estudiantes, pero, de igual manera que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, Daniel consideraba que se encontraba en esta situación privilegiada gracias a su esfuerzo o simplemente debido a su buena estrella.

Daniel impartía sus asignaturas en varios cursos, pero donde más horas tenía, era en las clases de segundo de bachillerato. Al ser profesor novato y muy próximo a la edad de sus alumnos, Daniel intentaba mantener una apariencia seria y de cierta autoridad. Vestía de manera semi formal, con camisas y americanas por lo general. Era alto, con el cabello castaño claro y los ojos color miel. A pesar de sus esfuerzos, sus alumnos veían en él a alguien cercano y no podían evitar que hubiera cierto colegueo entre ellos. En clase, reinaba un ambiente distendido, aunque de ninguna forma irrespetuoso. La mayoría de los alumnos lo señalaban como su profesor favorito, sobre todo el sector femenino, algo que, aunque Daniel no estuviera dispuesto a admitirlo, le producía cierto placer.

Rosa era una de sus alumnas de segundo. Formaba parte del grupo al que le habían asignado como tutor y por el que se suponía que debía velar especialmente. Ella era una chica alta, más que la media, con una larga melena negra y unos ojos algo rasgados color café que le daban cierta apariencia exótica. Había abandonado ya el aire adolescente y tenía un cuerpo de formas suaves y redondeadas; un cuerpo de mujer. Sus caderas eran anchas y su culo generoso. Tenía los muslos gruesos, pero bien definidos y se balanceaba de una forma deliciosa al caminar. Sus pechos no eran muy grandes, pero se adivinaban firmes y turgentes por debajo de la camisa blanca del uniforme. Este aspecto casi voluptuoso parecía incomodarla y se afanaba por disimularlo. Mientras las demás chicas se esforzaban por mostrar sus encantos, ella llevaba la falda de tablas por la rodilla y nunca se quitaba la chaqueta azul marino reglamentaria. El colegio era estricto en cuanto al uso del uniforme, si bien, se concedían ciertas licencias a los estudiantes, sobre todo a los de cursos superiores, permitiéndoles personalizar un poco su aspecto. En las chicas, esto se traducía normalmente en acortar su faldita de cuadros y llevar la camisa desabrochada un par de botones.

Rosa era una chica introvertida y más bien solitaria. No parecía tener muchos amigos en el grupo, aunque no era rechazada por este. Simplemente parecía que vibraba en una frecuencia distinta al resto. Era inteligente y brillante es sus estudios, de mente rápida e ingenio afilado. Tenía una cara dulce y una boca hecha para sonreír, o para ser besada, pero esa misma boca era capaz de soltar las frases más irónicas e hirientes que puedas imaginar. Realmente no cuadraba en el estereotipo de niña bien y eso creaba una fascinación inexplicable en Daniel. Al contrario que muchos de sus compañeros, parecía realmente dispuesta a aprovechar su etapa estudiantil para aprender y era una alumna aplicada. Siempre prestaba atención y realizaba preguntas inteligentes. Sin embargo, nunca era la favorita de los profesores. En las juntas de evaluación solía salir su nombre unido al de los mejores estudiantes, pero se remarcaba que no tenía la mejor actitud. Y era cierto que Rosa se mostraba fría y distante con sus profesores. No les doraba la píldora como hacían otros estudiantes modelo y eso no parecía gustar a los viejos dinosaurios que componían el claustro. Sin embargo, y a pesar de no ser la más amable de las personas, Rosa jamás era irrespetuosa o maleducada y se mantenía en una línea entre “yo sé más que tú” y “quiero aprender todo lo que tengas que enseñarme”. Era rápida en señalar los errores de los maestros, pero también estaba deseosa de captar nueva información.

Daniel no sabía qué pensar de ella. Es cierto que podía ser muy molesta, especialmente cuando adoptaba esa actitud de frío desdén, pero también era consciente de que era la única que comprendía su asignatura a la perfección y se interesaba realmente por lo que enseñaba. Así pues, se debatía entre sus ganas de alabarla por sus logros o recriminarla por su talante. Sin embargo, si algo molestaba a Daniel, es que no había conseguido que fueran algo más cercanos. El resto del grupo lo adoraba. Él era el profe guay, ¿no? ¿Qué problema tenía esta chica? ¿Tanto le costaba abandonar por un momento ese aire de superioridad?

Por eso, el día que Rosa apareció con la falda acortada, Daniel comprendió que se le había presentado una ocasión para la venganza.

Ese día, hacía bastante calor en el aula. Cuando Daniel entró, todos estaban ya sentados. Lo saludaron con un “buenos días, profe” y esperaron expectantes. Tocaba día de examen y se percibía en el aire el nerviosismo que siempre acompaña a este tipo de situaciones. Los “voy a suspender”, los “suerte” y las risitas sofocadas se podían escuchar por cada rincón del aula. Daniel repartió las hojas con las preguntas y les señaló que podían comenzar. Todos se volcaron sobre su tarea y Daniel emprendió su papel de vigilante. Odiaba los exámenes más aún que cuando era estudiante. Consideraba que eran pruebas sesgadas que no medían realmente los conocimientos del alumnado sino su capacidad de memorizar. Sin embargo, el colegio así lo imponía y no iba a ser él, recién llegado como estaba, quien les llevara la contraria. Aburrido, y ante la perspectiva de estar dos horas sin más que hacer que contemplar a los alumnos, Daniel dejó vagar su mente hasta que se percató de que Rosa, su alumna problemática, se había quitado la chaqueta. Debía de llevar un sujetador de color oscuro pues este se trasparentaba ligeramente en su camisa blanca. Con cada respiración, su pecho subía y bajaba de forma sugerente. Debido al calor, Rosa se había desabrochado un poco la camisa y una gota de sudor caía desde su cuello para perderse en la parte de su cuerpo que se insinuaba bajo la ropa. Un fuerte deseo se apoderó de él y tuvo que mirar hacia otro lado para calmarse. En ese momento se dio cuenta de que más de un alumno, lanzaba miradas en dirección a la chica. Ella, ajena a la atención despertada, continuaba realizando su examen. Tenía ese tipo de belleza de quien no es consciente de sus encantos. Inocente, natural. Todo en conjunto hacía que fuera mucho más atractiva.

Daniel dejó de caminar por la clase y se sentó en su mesa. No podía apartar los ojos de Rosa, pero intentaba disimularlo. Se imaginaba arrancándole la camisa y masajeando sus suaves pechos. Trató de adivinar qué sonidos emitiría ella en una situación así. Seguro que ya no era tan sarcástica. En estas estaba, cuando Rosa se levantó. Había acabado el examen e inició el corto paseo desde su sitio hasta la mesa del profesor. Fue en ese momento cuando Daniel se dio cuenta del cambio operado en su vestimenta. La falda era varios centímetros más corta de lo que solía ser. Nada excepcional, nada que no llevaran otras alumnas, pero en ella tenía un efecto espectacular. Por suerte o por desgracia, ese día Rosa había decidido vestir unas medias hasta la rodilla, algo que era como una especie de fetiche para el profesor. Esos centímetros de piel, entre que acaban las calzas y comenzaba la falda, capturaron poderosamente la atención de Daniel, tanto que Rosa pareció darse cuenta y dejó el examen en la mesa con un golpe más fuerte de lo necesario. Daniel levantó la vista y sus ojos se encontraron por unos instantes. Los él, transmitían lujuria, pero cierto arrepentimiento. Los de ella, sorpresa, pero también confianza y el placer de sentirse observada y deseada. En ese momento, Daniel sintió la imperiosa necesidad de borrarle esa sonrisa de preponderancia de la cara.

El contacto se interrumpió y ella se dio la vuelta para volver a su asiento. Un brillo travieso asomó entonces a los ojos de Daniel. Rosa tenía un trasero grande y respingón. Esto hacía que la falda, aunque estuviera cortada a la misma altura, se elevara por detrás de forma peligrosa, dejando casi al descubierto el comienzo de sus nalgas. Ahí tenía, aparte de un regalo para la vista, la excusa perfecta para llamarle la atención.

Terminó el examen y todos los alumnos respiraron algo más tranquilos. Daniel esperó a que pasara esa primera oleada de alivio y anunció que tendrían los resultados en unos tres días. Antes de marcharse, y desde la puerta para darle un efecto más dramático, dijo:

-Ah y Rosa, ven a verme a mi despacho cuando acaben las clases. Hablaremos de tu incumplimiento del código de vestimenta, que como sabes, es una infracción grave.

Y sin más palabras, se dispuso a abandonar el aula, no sin antes observar con regodeo como se reflejaban, primero el miedo y después la rabia, en la preciosa cara de muñeca de Rosa.