Médico sin fronteras

He tenido que recorrer medio mundo para echar uno de mis mejores polvos.

Mi vuelo de Aeromexico sale puntualmente con destino hacia el sur. Durante el trayecto nos sirven un pequeño almuerzo. Después tenemos un rato de descanso antes de llegar a nuestro destino. Estoy algo nervioso pues es la primera vez que voy a pasar un mes en un país tropical ejerciendo la medicina en medio de la selva en una tribu apartada.

El avión es pequeño y el pasaje escaso. El asiento delante de mi se inclina hacia atrás y debo cambiar el mío para no sentirme atrapado. Al mirar en diagonal hacia delante descubro el rostro de una mujer que con los ojos cerrados trata de descansar.

Es de piel tostada. El pelo negro café recogido en una especie de moño con una pinza con forma de boca de pez. La nariz algo pequeña y los labios sensualmente carnosos. Sin que ella se percate de mi observación me concentro en estudiar cada milímetro. La placidez de su expresión me tiene cautivado y con gusto la llenaría de besos.

Lástima que aunque ahora estamos tan próximos, posiblemente al a nuestro destino nos separaremos y no tengamos nada que ver uno con el otro dispersos en este mundo global.

Mi vuelo debe conectar con otro vuelo interior. Me advierten que por una tormenta queda retrasado varias horas y que debo esperar en la sala VIP del aeropuerto. Allí hay preparado un atractivo buffet para los pasajeros. Mi compañera de viaje también está allí. La veo de pie, relajada, callada, discreta, eligiendo pequeñas porciones de comida, con un toque de distinción que la hace más atractiva.

Es de cuerpo menudo, bien proporcionado, ni muy joven ni muy llamativa. Lleva pantalones ajustados que marcan sus bonitas piernas y su redondeado culo. Unas bonitas sandalias dejan ver sus bien cuidados pies. Una camisa blanca de corte masculino completa el atuendo.

Nuestras miradas se cruzan y siento como la llama se enciende en mí. Sus ojos almendrados, su nariz pequeña y su boca sensual me invitan a compartir con ella el rato de espera.

El "pesado habitual" que siempre hay en estas situaciones se me adelanta y se pone a su lado a darle conversación. Ella, educadamente le responde sin mucho interés.

A escondidas le hago una mueca graciosa y ella me sonríe. Cruzamos la mirada con interés mutuo. Tiene algo que me atrae poderosamente, desde los dedos de los pies hasta su oscuro cabello, encuentro que es muy sexy.

Pasa el rato y la sala VIP casi queda vacía. Solo quedamos media docena de personas, entre ellas está mi bomboncito de chocolate.

Voy al servicio a través de un largo pasillo que parte de la misma sala. Al salir, me encuentro frente a ella. Titubeamos varias veces antes de elegir qué lado del pasillo tomar, y finalmente no topamos uno con el otro. Lejos de separarme, la abrazo y le robo un beso, y luego le doy otro esta vez consentido. Nuestras lenguas se entrelazan llenas de pasión.

Me parece mentira, pero la fantasía que mi mente se había entretenido en elaborar parece que se puede cumplir.

Los dos damos rienda suelta a nuestra pasión. Despues de horas de soledad y aburrimiento nuestros deseos se desbordan, nos besamos, nos abrazamos y nos entregamos uno al otro.

-       "Ven … pasa….vamos al reservado de mujeres… aquí no vendrá nadie", me dice con voz entrecortada invitándome para que la siga.

Vamos hacia allá, y nada mas cerrar la puerta nos lanzamos a devorar literalmente al otro.Ella me muerde los labios y el cuello; me saca la camisa, la desabrocha y acaricia mi pecho velludo.

Yo la beso apasionado, metiendo mi lengua bien profunda, al tiempo que mis manos buscan desesperadamente el contacto de su piel por debajo de la camisa y encima de la redondez de sus curvas.

Sin pensar que nadie puede interrumpirnos, nos desnudamos mutuamente dando salvajes tirones de las prendas. La tomo en volandas, ella enrosca sus piernas alrededor de mi cintura y nos volvemos a besar como dos posesos.

La llevo hasta una pared, nos apoyamos y la hago descender hasta que la punta de mi verga, dura como una roca, roza con la entrada de su conchita.

Esto nos hace estremecer a los dos, y por un instante detenemos nuestra danza amorosa para sentir sin distracción alguna como mi verga se va hundiendo poco a poco, pero sin vacilación en su rica conchita.

Una vez dentro, me apresto a bombear fuerte apoyando su espalda contra la pared. Ella está colgada de mi cuello, dejándose llevar, y dejándose clavar hasta lo más profundo.Mientras me besa el cuello, me mordisquea la oreja o me lame babeando mucho todo el cuello.

Yo con mis manos la sujeto firme por los muslos o cogiéndole por los cachetes del culo, lo que me permita balancearme con fuerza tanto de atrás hacia delante como de abajo hacia arriba.

Cuando así lo hago, da la sensación que llego hasta el fondo de su cuevecita y la hago saltar en cada acometida soltando un gemido muy estimulante.

Pongo los dos brazos por detrás de su cintura uniendo las manos. Esto le permite soltarse de mi cuello, dejarse caer hacia atrás doblando la espalda y clavándose mi verga hasta bien adentro.

Así sujeta, me balanceo adelante y atrás haciendo que mi polla entre con fuerza hasta aplastarse con fondo. Ella se siente romper por dentro, grita, se sacude impresionada pero no trata de cambiar de postura. Lo repito varias veces, mientas contemplo como sus pechos se agitan incontrolados delante de mis ojos y como la cabeza va de un lado a otro enloquecida.

Se muerde los labios, gime, resopla y se estremece hasta que un grito violento marca el principio de un orgasmo salvaje, imprevisto y furtivo.

Mientras que su vagina se contrae de forma alocada, me dejo ir y le envío un torrente de semen que pronto chorrea por sus muslos. La recojo en mis brazos, la abrazo fuerte y esperamos a recuperar el ritmo de la respiración.

Tras vestirnos y disimular los rastros de nuestro apasionado encuentro nos prometemos estar en contacto, pero no nos damos ni la dirección ni el teléfono. Por megafonía anuncian el embarque urgente del vuelo de ella hacia un país centroamericano. Sin apenas tiempo de despedirnos, sale corriendo y yo me quedo solo soñando con ella.

Tras un viaje de dos horas desde el aeropuerto hasta un pequeño pueblo, por una carretera que a cada kilómetro empeora, nos adentramos en la selva hasta llegar por un camino de tierra a un perdido poblado.

-       "Aquí es...este es el sitio", dice con sorna el conductor mientras descarga mi equipaje.

Acto seguido da la vuelta al vehículo y se pierde entre la maleza siguiendo el camino que nos ha traído hasta aquí. Tan sorprendidos como yo, algunos nativos del poblado me rodean tratando de averiguar que me trae a este recóndito lugar.

Una mujer alta de aspecto típicamente norteamericano me saluda y me coge de la mano arrastrándome hacia una apartada choza. Me explica que es la coordinadora de la ayuda de médicos sin fronteras de la zona, que pasa largas temporadas en esta clase de sitios ayudando a preservar las tribus indígenas de las enfermedades occidentales.

Es una mujer alta y de cuerpo bien musculado, posiblemente más poderoso que el de muchos hombres de ciudad. Tiene la piel anormalmente blanca y delicada, con algunas pecas. Una buena mata de pelo de tonos rojizos, la nariz algo chata y la boca carnosa completan la estampa de esta sufrida colaboradora.

El primer contacto con los habitantes de la aldea es una suculenta cena de frutas y un asado de algún animal que no me atrevo a preguntar. Después de esto Margaret me deja en la choza y se va hacia un riachuelo cercano con una toalla al cuello. Vuelve al rato bien remojada con un pañuelo anudado con gracia.

Para mi sorpresa, se desnuda completamente delante de mí y termina de secarse.

Muy sorprendido por la naturalidad con la que se comporta, me vuelvo de espaldas y empiezo a toquetear los objetos que hay colocados en unos estantes de la pared. Hay una figura humana con una especie de falo enorme, como un consolador, que no me atrevo a tocar.

También hay una llamativa piedra negra del tamaño de un plato de café, con forma triangular, plana, con los cantos redondeados, muy lisa excepto en la zona central que tiene como unos surcos paralelos y a continuación unos resaltes redondeados.

-       "Es bonita, ¿verdad?... es muy antigua y valiosa…mañana te enseñare para que sirve", me dice Marga.

Minutos después estamos los dos tumbados sobre una especie de esterilla, ella denuda y yo púdicamente vistiendo mis slips.

-       "Aquí todo es muy natural… no hay más distracciones que lo que la sabia naturaleza nos proporciona… una actividad habitual es hacer el amor… nada tiene que ver con el amor… pero todos cooperantes nos entregamos a los que nos acogen… es una forma de estrechar lazos… de sentirnos vivos… de acompañarnos mutuamente en la soledad de la selva".

-       "… salvo que tus convicciones intimas te lo impidan… ya me entiendes", dice Marga.

-       "Claro que si… estoy aquí para entregar lo que tengo… y me encanta la idea de compartir el trabajo, las experiencias y el placer más natural contigo", "… lo que pase aquí formara parte de nuestra intima cultura…".

A partir de ese momento, nos acercamos más, y como dos invidentes empezamos a descubrir los rincones del cuerpo del otro. Nuestros dedos dibujan la silueta del otro y al final nuestros labios se encuentran, primero en un beso fugaz, y luego en otro más intenso y apasionado.

Víctimas de la curiosidad por lo desconocido nos entregamos al amor probando múltiples posturas que nos llevan una y otra vez hasta el borde de la locura, o nos hunden en algún orgasmo tan amplio y exótico como la misma jungla.

El siguiente día trascurre con cierta normalidad, habida cuenta que todo es nuevo para mí, y que estamos en medio de la selva en un poblado indígena.

Sentados frente a una pequeña hoguera, esperamos que se termine de asar un desconocido animal. A un lado del fuego, veo colocada la piedra tan especial que vi ayer en la cabaña calentándose poco a poco.

Margaret la mueve un poco con un palo hacia fuera. El resto de la comunidad que nos acompaña, nos miran, murmuran, cuchichean, algunos se tienen que tapar la boca para disimular las risitas. Terminada la cena, nos levantamos, Margaret coge la piedra entre varias hojas verdes para no abrasarse y nos dirigimos hacia nuestra cabaña pasando entre los pobladores.

Los hombres le tocan el culo a ella con veneración, las mujeres le acarician su pelo rojizo. A mí, tanto hombres como mujeres, me tocan todo el cuerpo. Los más osados me cogen por el pene sin que yo sepa realmente lo que está pasando.

Al llegar a la cabaña, Margaret deja la piedra caliente en la esterilla de dormir. Se desnuda y me hace señas para que yo haga lo mismo.

A la luz de una pequeña lámpara de aceite, mi compañera restriega hojas y tallos de varios tipos de plantas hasta recubrir la piedra con la sabia que desprenden. Se hace una película brillante y viscosa, de fuerte sabor a raíces y plantas.

Cuando ya parece estar todo preparado, me indica que me separe de ella y me recueste sobre una especie de cojín. Ella se sienta delante de mí, con las piernas totalmente abiertas… y se lleva la piedra justo encima del pubis.

-       "Es una costumbre muy, muy antigua… relacionada con la fertilidad y el goce de la pareja", me explica con aire académico.

Debe estar todavía demasiado caliente, pues se estremece visiblemente afectada por la temperatura. Su vientre sube y baja víctima de la excitación que la invade. Poco a poco, va llevando la piedra hacia abajo, restregándola con los labios vaginales, aprovechando la esencia de las plantas que antes tan generosamente ha esparcido.

Al principio con mucho cuidado y lentitud, y luego cada vez con más energía, va apretando la piedra con su chocho haciendo rozar los surcos y protuberancias que ayer me llamaron la atención, con la zona donde se esconde el clítoris.

Con la parsimonia de un ritual ancestral, se frota una y otra vez haciendo cambiar la expresión de su cara hacia el mayor de los placeres.

Yo la observo, admirado, complacido y excitado, hasta que finalmente se recuesta sobre su espalda y me invita a ir con ella.

Boca arriba se abre de piernas, colocando estas sobre mis caderas. Coloco mi verga delante de su conchita y aprieto suavemente. Va entrando deslizándose como si estuviese untada de grasa. Enseguida tengo la sensación de haberla metido en una sandía caliente y jugosa.

Los flujos chorrean de todas partes, envuelven mi verga, la mojan, la calientan, y luego salen hasta mojar mis pelos y mis huevos.

Margaret está sufriendo infinitas contracciones, y los orgasmos vienen uno tras otro.Sin duda las hierbas y la magia de la piedra han hecho su maravilloso efecto.

Apenas me muevo pero las repercusiones son inmediatas y exageradas. Los suspiros, los gemidos y los espasmos de mi compañera me regalan los oídos.

Ya me he corrido dos veces sin sacarla de este templo de placer, y sus abrazos ya han conseguido ponérmela dura de nuevo.

Bombeo, esta vez con fuerza, tratando de llegar hasta el fondo de su cueva. Ella me lo agradece, suspira, toma aire…. me aprieta contra su pecho, me hinca las uñas en los glúteos… y finalmente da un alarido de placer que se oye en toda la aldea, al tiempo que le llega un último orgasmo. Yo me corro también.

Unos instantes después, se justifica diciendo:

-       "Es la costumbre… así todo el mundo sabe que la piedra todavía conserva su magia".

Yo esbozo una sonrisa, que queda a medias cuando ella me anuncia:

-       "mañana probaremos el antídoto casero y ancestral para los esposos poco apasionados o cansados… dice confiada en despertar todo mi interés.

Deverano.