Medicina familiar (1)

Mi paciente tiene ganas y la complaceré pues el premio son sus lindas hijas. Primero en una serie de relatos reales en el ambiente médico.

Esta es una historia real que me sucedió cuando hacía mi práctica médica en un hospital de una ciudad colombiana. Desde hacía mucho tiempo tenía fantasías con las pacientes pero nunca pensé que de verdad pudiera llegar a realizarlas algún día.

Soy estudiante de medicina y actualmente curso el cuarto año de carrera (tengo 21 años) y esta historia sucedió hace un año, cuando logré follarme a una joven mujer y a su hija de tan sólo 12 años.Siempre me han atraído los dos extremos: me gustan las señoras bien buenas que demuestren que esos años no han pasado en vano, pero también me desvivo por la inocencia puberal de las chiquitinas traviesas. Esta historia se trata sobre la cogida que tuve con una mamá de 29 años y con su hija de sólo 12 años.

Empiezo por hacer una breve descripción de mí: soy colombiano, de piel trigueña, atlético, mido alrededor de 1.80, mis ojos son café oscuro, mi pelo es corto y de color negro y muchas de mis amigas dicen que soy muy simpático. Tengo novia desde hace 2 años y medio a la que amo mucho, y aunque follo todos los días con ella, en ocasiones me entran ganas de hacer otras cosas extra-noviales como la que me sucedieron.

Aquel día salí temprano de la casa rumbo al hospital de una ciudad colombiana, que no quiero mencionar por seguridad, donde hacía mi práctica de una materia llamada semiología. No tenía clases durante esa mañana por lo que aproveché para hacer el obligatorio trabajo de la historia que consistía en aprender a llenar una historia clínica completa haciendo todos las averiguaciones correspondientes a la vida personal y, lo que más debía prácticar y entrenarme, el examen físico. ¡Y vaya examen el que hice!

Llegué y lo primero que hice fue mirar las personas que fueran del SISBEN que eran a las que teníamos derecho de revisar (que eran casi todas las del hospital) y elegir una para hacer la historia clínica; me encontraba en el 6° piso y me decidí por la cama 604, Carolina Grisales, con diagnóstico de fractura de clavícula y peroné derecho, y había ingresado hace sólo 1 día. Era perfecta, pues lo más importante era el entrenamiento y pensé que la paciente sería amable pues en su registro la edad aparecía de sólo 29 años.

Me dirigí hasta aquella habitación del servicio de traumatología e ingresé, cuando lo hice encontré que una cama, de las dos que hay usualmente, estaba desocupada por ausencia de paciente en ese momento, pero la otra, la 604, tenía las sábanas desarregladas; obviamente esa era la de mi paciente, pero me extrañó que no estuviera, con sus fracturas no era para estar deambulando líbremente. De repente, oí un estruendo en el baño de la habitación y me apresuré a abrir la puerta y me encontré con la paciente: estaba totalmente desnuda pues había caído en el piso accidentalmente y trataba de levantarse con la dificultad de su hombro y su pierna enyesados. Apenas me vió, alcanzó como pudo la toalla que tenía cerca e intentó taparse en vano, pues con la extraña colocación de sus piernas semiabiertas podía observar perfectamente la ranura su afeitado coño. Hubo un pequeño silencio en ese instante, entonces me dijo:

-¿Qué no piensa ayudarme a levantar?

Yo la observaba aún atónito pues jamás imaginé tan excitante sorpresa, sentí una extraña sensación el estómago y un corrientazo por el cuerpo, y no era para menos ya que la paciente estaba buenísima: una cara angelical de rasgos finos como en estas tierras se acostumbra, sus tetas con el tamaño perfecto, piel blanca, cabello castaño, ojos café claros y unas piernas muy eróticas aunque sólo podía ver una pues la otra estaba enyesada; su pubis estaba afeitado y sólo tenía un pequeño triángulo de vello muy finito.

Decidí salir de mi letargo y fui a cerrar la puerta de la habitación para impedir que alguien más entrara. Coloqué mis instrumentos en la mesa de la habitación y fui a ayudarla. Cuando llegué ya había tapado bien sus zonas más erógenas y cuando la vi estaba muy pálida. Me tendió los brazos para que la levantara pero le dije que en esas condiciones no podría caminar hasta la cama por lo cual la llevaría cargada hasta allá; no puso ninguna objeción, pasé mis manos por debajo de sus desnudas piernas y bajo su cabeza para levantarla, ella sólo se preocupaba en que no se viera mucho aunque casi no podía pues le dolían sus otros miembros sanos. Tocaba bien sus lindos muslos carnositos y ya tenia en mi pantalón una agradable erección. Con poca fuerza pude levantarla y darle vuelta, como tenía las piernas dobladas y su toalla no le tapaba abajo pude ver en el espejo del baño cómo su lindo chocho sobresalía de sus muslos me erizé aún más y mientras la llevaba hasta su cama rozaba la prominencia de mi pantalón contra sus nalgas: ella se dio cuenta pero no dijo nada sino que empezó a sonrojarse. La dejé en la cama y le dije con el fin de bajar la tensión del momento:

-¡Uy, no pensé llevarme a la cama una niña tan lida tan temprano hoy en la mañana!

Ante este comentario ella se sonrojó y me lanzó una tímida sonrisa. Se movió para acomodarse pero se quejó de dolor, por lo que ayudé a arroparla y le dije que si necesitaba que llamara al médico del piso para que le recetara algo.

-No, no. Ya se me va a pasar.

-¿Por qué no esperó a que las enfermeras le ayudaran a ir al baño pues debe estar usted inmovilizada? –pregunté tratando de poner algo de profesionalismo.

-No me gusta, todas son unas viejas amrgadas y decidí ir sola.

-No puede seguir siendo así –le dije casi en tono autoritario- la próxima vez entonces me llama a mí si es el caso.

-Bueno doctor, pero qué pena de usted, aunque sí prefiero que sea usted quien me lleve.

-No le dé ninguna pena que lo hago con todo el gusto del mundo –respodí colocando en la última parte un gran énfasis mientras le lanzaba una mirada pícara.

Al oír esto, ella se sonrió más abiertamente que la ocasión anterior y además me deleitó con una mirada tan coqueta que me heló toda la sangre. En ese momento la relación médico-paciente iba haciéndose más difusa y creo que ya se había perdido por completo.

Estaba acostada en la cama sin nada debajo y respirando un poco agitada por la situación que acababa de suceder. Yo también tenía en mi respiración ese ritmo propio de la excitación, sentía roja y caliente la cara, algo que no era extraño tampoco en mi paciente. Noté que su mirada estaba fija en algún objeto imaginario de la nada, parecía pensar y de repente me dijo de una forma tan normal (simulaba muy bien) que a mí asombró:

-Oye... qué pena con vos, pero necesito que me ayudes en algo...

-En lo que sea –dije inmediatamente-, dime, qué necesitas.

-Ah, es que necesito cambiarme, ponerme algo de ropa... será que tú me ayudas... es que prefiero decírtelo a ti que a algunas de esas enfermeras, me siento más cómoda si un hombre me lo hace...

En ese momento... ustedes no se lo imaginan... toda la sangre del cuerpo se me heló y haciéndole caso total a mi excitación le dije:

-Lo que pasa es que necesito examinarte y si desde ahora puedes estar sin ropa sería mucho mejor. Cuando termine de hacerte los examenes te pondré la ropa con mucho gusto, mientras tanto te necesito desnuda.

-Como usted diga doctor, pero al menos ayúdeme a quitar la toalla de debajo de las cobijas, meta las manos por debajo... eso, por ahí... y sáquela.

Al instante estaba recorriendo con mis manos sus muslos suavemente y tan lentamente como podía. Logré agarrar la toalla que estaba enrollada muy cerca de su pubis pero intencionalmente seguí tocando con mis manos. Sus piernas estaban un poco separadas y pude deslizar dos de mis dedos por su rajita. En este momento ella arqueó un poco su cuerpo y alejó instintivamente su pelvis pero no tanto como para que yo no volviera a repasar mis dedos nuevamente y comprobar su estupenda humedad; emitió un pequeño gemido mientras dejaba caer nuevamente su pelvis en mis dedos. Miré su rostro y la hallé con los ojos muy abiertos y con su cara encendida y ardiente por causa de la excitación.

En ese instante, me lanzó la mirada más ardiente que le he visto a una mujer, parecía que me gritara: ¡Házmelo ya, cógeme, cógeme...!

Entendiendo a la perfección su mensaje, comencé a mover mis dedos en rededor de su rajita hasta que me concentré en darle verdadero placer y empecé a frotarle suavemente su clítoris alternando para meterle un par de dedos por su rico chochito que ya empezaba a expeler su fragante aroma.

Cuando las cosas comenzaban verdaderamente a calentarse y estaba metiéndole mano para agarrar una de sus tetas oímos que la puerta se abría y me separé de ella rápidamente. De repente apareció en la habitación una auxiliar de enfermería con la que yo había tenido un enredo anteriormente (es decir, me la había follado en dos ocasiones) y evitó que en ese momento me follara a la paciente.